Fútbol

River vs. Boca: la final más larga y aburrida del mundo

Fotografía de OSCAR DEL POZO / AFP

09/12/2018

Durante muchos años se hablará de esta final de Copa Libertadores; de la ironía de jugar en España, de la gran organización en el Bernabéu y de las diferencias entre uno y otro continente. Los comentarios sobre el juego sin embargo, serán breves.

El título entre River Plate y Boca Juniors se definió en un partido vulgar y desordenado. El primer encuentro, que terminó empatado 2-2, tampoco fue rico en fantasía, pero al menos dejó un intercambio de golpes entre arco y arco que sirvió para adobar la espesa sopa.

En la casa del Real Madrid, River llenó su mediocampo de futbolistas. Hasta cinco se pasaban el balón sin trascendencia y eso derivó en que solo tuviéramos noticias de Lucas Pratto, su delantero, en el segundo tiempo, cuando sirvió de pívot para un disparo de un compañero.

Ya en ese momento, Boca ganaba 1-0. El único gol parecía editado en Photoshop porque el hermoso pase de Nahitán Nández y la excelsa definición de Benedetto no respondían al viejo álbum de fotografías que dejaba la final más larga del mundo.

La manera en que se teje el tanto, sobre el final del primer tiempo, resume la idea futbolística de Boca. Sin miedo alguno, el técnico Barros Schelotto apostó por destruir. Le cedió el balón en el área ajena y mandó una jauría sobre el que se atreviera a pisar el balón.

River tampoco sobresalía en las Bellas Artes. Comprendía lo que el equipo xeneize proponía y entonces rifaba el balón muy lejos del portero Franco Armani, lo que le permitía una reorganización escalonada y en tiempo récord. Ese choque entre el miedo y la espera devino en un encuentro irremediablemente aburrido, como los discos de Silvio Rodríguez.

En esa abulia, apareció una de esas jugadas que son difíciles de explicar en letras. El arquero de Boca, Esteban Andrada, salió sin necesidad muy lejos de su área y perdió el balón. La jugada era perfecta para que River capitalizara y sin embargo, el último pase para un definidor terminó en los pies de un jugador de Boca.

En el barullo, recibió Nández, que vio desmarcado a Benedetto, y le lanzó un poema de 20 metros de largo. El delantero, con un defensa como última alcabala, enganchó y se fue contra Franco Armani, al que venció con la clarividencia del que ya ha soñado millones de veces con una oportunidad así.

Gol y miedo

El segundo tiempo comenzó más animado. River estaba obligado a buscar el empate y eso dejó más espacios para pensar, aunque parecía que la pelota rebotaba como en un festival de pinball.

La ausencia de algún jugador que pudiera generar fútbol, que fuera capaz de habilitar a los delanteros, exigía la presencia de un habilidoso. Y Marcelo Gallardo, fuera del campo por sanción, optó por el mejor que tenía en el banquillo: Juan Fernando Quintero.

El colombiano ingresó en el minuto 65 y su sola presencia pareció iluminar a sus compañeros. Una pared, la única que vimos durante los 90 minutos, terminó en una brillante habilitación de Exequiel Palacios que finiquitó Pratto.

El 1-1 devolvió el temor en ambos lados. Solo hubo una diferencia, importante para que no se repitiera lo sucedido en el primer tiempo: Boca no volvió a contragolpear, ni siquiera disparó en los 45 minutos complementarios.

Y aquí me detengo para pensar en las grandes fantasías con las que vivimos. Creemos que el fútbol sudamericano es pícaro, vivo y creativo. Se ha vendido con éxito el mito del argentino regateador, del brasileño acrobático o del colombiano que asiste antes de correr. Esta final es un buen ejemplo de que no. El fútbol se ha homogeneizado para mal. Y todos estamos tan sedientos de belleza, que nos contentamos con dos pinceladas de fútbol y un amor desmedido por los fuegos artificiales.

Apellidos como Ponzio, Pérez, Fernández, Palacios, Martínez y Pratto por River o Nández, Pérez, Barrios, Villa, Pavóny Benedetto por Boca no quedarán grabados en los curiosos que viven en Europa y querían entender de qué iba todo este barullo de “la final del mundo”. Si además vieron como un ex Real Madrid, Fernando Gago, ingresaba como recambio, imagino que mayor fue el desconcierto.

Pero el fútbol, como sistema vivo que busca sol y agua en las peores condiciones, encontró una manera de sonreír. Quintero, ese del que comentábamos que había contagiado a sus compañeros, ese del que dicen que no está para jugar un partido completo, ese que generó burlas por tamaño y peso cuando llegó a Argentina, definió el partido con un disparo al ángulo que los fanáticos de River nunca olvidarán.

Esto es Sudamérica

El gol de Quintero llegó en la prórroga, 11 minutos después de la expulsión de Wilmar Barrios. El colombiano fue víctima de un arbitraje muy rigoroso de Andrés Cunha.

Los seguidores de Boca podrán apelar a esa tarjeta roja para explicar la derrota. No obstante, en los 120 minutos, River fue superior. Supo ajustar cuando la adversidad tocó la puerta, como sucedió en la Bombonera, y finiquitó la tarea como mandan los cánones cuando tienes mayoría numérica.

El azul y oro apeló a la heroica, entre lesionados y carencias propias. Terminó con su arquero, Andrada, en el área de su colega, Armani. Esa búsqueda, que incluyó un poste, facilitó el último y tercer gol de River. Una galopada de Gonzalo Martínez sin ninguna marca.

Este desorden final, que muchos confunden con pasión, refleja la realidad del fútbol sudamericano. Es un cierre coherente con una Copa Libertadores que debe recordarse siempre. No por el resultado o la calidad del juego sino por la violencia que desterró al torneo más importante de este lado del charco.


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