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En política siempre resulta tentador tener a quién culpar.
Más aún cuando el asunto expiatorio permite acomodar la percepción de una que otra estadística, ayudados siempre por el framing y los discursos bien labrados.
Hablemos, entonces, de framing, esa manera en la que alguien enmarca lo que dice para que funcione de alguna manera (casi siempre) a su favor.
El jueves 29 de octubre de 2020, en la localidad de Kennedy, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, llevaba adelante el consejo local de seguridad. Ahí, en ejercicio de su investidura, dijo estas palabras que, minutos más tarde, se viralizaron en el 2.0:
“Sé que es un dolor de cabeza para todos. Esto es tema de Seguridad, lo reconocimos aquí desde el principio: tanto en Kennedy como en Bogotá tenemos un problema serio y hoy, en particular, pues además tenemos un dolor muy grande por lo que pasó. Son catorce indicadores los que medimos. Doce de catorce han mejorado. Han mejorado este año. Pero dos nos tienen adoloridos, porque no hemos logrado que mejoren sino que han empeorado respecto al año anterior: es el homicidio, que en Bogotá ha crecido el 1% y en Kennedy un 4%. Ahí hay temas de criminalidad. Yo no quiero estigmatizar, ni más faltaba, a los venezolanos… pero hay unos inmigrantes metidos en criminalidad que nos están haciendo la vida de cuadritos. Y en eso, aquí hablaba con José Ernesto, tenemos que volver a traer a Migración Colombia. Aquí al que venga a ganarse la vida decentemente, pues bienvenido, pero el que venga a delinquir deberíamos deportarlo sin contemplación”
Analizar los efectos del framing en un discurso amerita considerar qué se dice, quién lo dice, a quién se lo dice, cuándo lo dice, dónde lo dice y para qué lo dice. Y ya en la cita textual tenemos qué-se-dice y sabemos que quién-lo-dice es la alcaldesa de Bogotá, así que podríamos pasar al siguiente punto: a quiénes se lo dice.
Una respuesta rápida sería decir que se lo dice a quienes la aplauden después de de decir “el que venga a delinquir deberíamos deportarlo sin contemplación”.
Sin embargo, en estos tiempos de comunicación compleja, lo que alguien cree estarle diciendo a una audiencia circunstancial termina potenciándose, gracias a la exposición digital de nuestras cotidianidades.
Y acá llegamos al más complejo de los factores que determinan el framing de las palabras de la alcaldesa Claudia López: cuándo-lo-dice.
Cuando Claudia López dice “hoy, en particular, pues además tenemos un dolor muy grande por lo que pasó”, se está refiriendo a que ese mismo jueves, en horas de la mañana, había sido asesinado Oswaldo Muñoz Palacios en un bus de Transmilenio.
En un testimonio que el sobrino de la víctima, Nilson Martínez, dio a Caracol Radio cuenta que a su tío lo apuñalaron en una pierna, cortando una arteria o vena importante. Oswaldo Muñoz Palacios murió porque fue apuñalado en un medio de transporte y se desangró. En su lamento, el joven nunca menciona la nacionalidad del culpable: “No entendemos cómo se muere alguien dentro de un Transmilenio, donde hay gente, donde hay personas. ¿Cómo nadie lo auxilió?”.
Tampoco menciona la nacionalidad de los pasajeros que iban con él, ni de los agentes policiales de guardia ni el personal responsable.
No importa: se trata de que no se pudo salvar una vida.
Apenas unas horas antes Arnold Toro había recibido un disparo en la cara durante un intento de atraco mientras llegaba a su casa. Aún tiene comprometida la movilidad de su cuerpo porque la bala quedó alojada en sus cervicales. Su testimonio es demoledor: en varias coberturas se puede leer que estuvo consciente durante todo el suceso y por eso recuerda el momento en que llegaron sus familiares y, luego, los paramédicos que lo trasladaron al hospital.
No mencionan la nacionalidad de los paramédicos, ni de las enfermeras o doctores que formaron parte de su atención.
No importa: se trata de que se pudo salvar una vida.
En problema es que ambos eventos tuvieron lugar horas antes de que la alcaldesa Claudia López dijera “Yo no quiero estigmatizar, ni más faltaba, a los venezolanos… pero hay unos inmigrantes metidos en criminalidad que nos están haciendo la vida de cuadritos”, mientras explicaba que en la ciudad que gobierna ha aumentado el índice de homicidios.
Al enmarcar así sus argumentos, la alcaldesa Claudia López arma una posibilidad interpretativa en la que ese aumento de los asesinatos en Bogotá se deben a que hay inmigrantes venezolanos “haciéndole la vida de cuadritos”.
Hagamos un ejercicio contrario: imaginemos que alguien, después de contar el episodio de Arnold Toro y explicar que las personas que lo atendieron tuvieron un papel fundamental para salvar su vida, también se dijera que según @MigraVenezuela, en agosto pasado había 1.843 profesionales de la salud venezolanos estaban esperando la convalidación de sus títulos para integrarse al sistema público de atención.
Al mezclar esas dos verdades, sin que ninguna esté relacionada con la otra, enmarcamos una interpretación. Así, sin tener ninguna prueba, dejamos abierta la posibilidad de que quien reciba nuestros argumentos “crea” que alguna de las personas que salvaron a Arnold Toro es venezolana, sólo porque supimos juntar los datos en un mismo enunciado.
Cuando la alcaldesa Claudia López, durante su concejo local de seguridad, habla de la migración venezolana justo cuando menciona un aumento en los homicidios, está haciendo framing.
Y también está estigmatizando.
Uno de los ejemplos retóricos de la comunicación política le da título al libro más conocido de George Lakoff: si le dices a una persona que no piense en un elefante, lo único que lograrás será hacerla pensar en uno.
Cuando Claudia López dice «Yo no quiero estigmatizar a los venezolanos, ni más faltaba… pero…», en la brevedad de esas cuatro letras de un «pero» se concentran todas las interpretaciones posibles de lo que viene.
¿Le conviene políticamente a Claudia López poner a los bogotanos a pensar en elefantes? ¿Tendría algún incentivo para hacerlo? ¿Cuál contexto es más conveniente para explicar que esos dos factores de catorce no mejoraran durante su gestión? ¿Corregir las políticas públicas o conseguir un culpable en las afueras?
Durante las dos semanas previas a estas declaraciones de la alcaldesa, sus votantes han estado expuestos a videos difundidos en redes sociales, donde apuñalan y patean a víctimas como José Perdomo, asesinado el 26 de octubre, en la localidad de Suba.
Entonces, ¿para qué hace el framing?
Y más aún: ¿por qué insiste en subrayarlo?
Porque lo subrayó: después de que varias personas consideraran como un acto de xenofobia la manera en la que mezcló la acotación a la migración venezolana con el aumento del índice de homicidios, la estructura comunicacional de la alcaldesa Claudia López manifestó lo siguiente en su cuenta de Twitter:
“La Ley colombiana prevé la deportación de quienes cometen delitos en Colombia. Esa Ley no es xenófoba, es lógica. Pedir que se aplique tampoco es xenofobia, es usar herramientas legales que tenemos para garantizar seguridad, convivencia y justicia a todos”
La Ley colombiana prevé la deportación de quienes cometen delitos en Colombia. Esa Ley no es xenófoba, es lógica. Pedir que se aplique tampoco es xenofobia, es usar herramientas legales que tenemos para garantizar seguridad, convivencia y justicia a todos. pic.twitter.com/y1NRH5OMsJ
— Claudia López (@ClaudiaLopez) October 30, 2020
En Política pasa con mucha frecuencia que, en el intento de argumentar las razones detrás de una declaración errónea, el mismo vocero ponga en evidencia la gravedad del error que pretende corregir.
Cuando la voz digital de la alcaldesa Claudia López se refiere a que “la Ley colombiana prevé la deportación de quienes cometen delitos en Colombia. Esa ley no es xenófoba, es lógica”, también expone el matiz discriminatorio de su gazapo: la Ley no prevé la deportación de una nacionalidad en específico, porque eso sería xenofóbico. Y, en esa medida, las declaraciones de alguien que concentra una parte del Poder del Estado y de esas leyes tampoco debe hacerlo mientras se refiere a una nacionalidad en específico.
Y la percepción no es sólo de los venezolanos.
Dos días después de las palabras de la alcaldesa, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos manifestó su preocupación, recordando «que quienes ocupan cargos de responsabilidad pública tienen el deber de no contribuir con su discurso a generar un clima de permisividad o justificación de las violencias que se ejercen contra la población migrante».
En el complejo mundo de la vocería política, basta que una figura de Poder genere un framing para que alguien más, en el intento de justificar lo injustificable, aplauda con frenesí la acusación del otro.
Así se consigue que el ruido de ese aplauso calle cualquier explicación razonable.
Algo que explique por qué nadie ayudó un hombre apuñalado en un autobús.
Algo que explique por qué alguien le dispara a una persona en la cara, justo delante de su casa.
Algo que explique por qué nos hemos convertido en espectadores activos y multiplicadores de asesinatos registrados en video, dentro de las mismas plataformas en las que cacareamos memes y resultados del fútbol.
Algo que explique por qué una alcaldesa decide dibujar un chivo expiatorio delante de cifras de muertos.
Por eso los aplausos a Claudia López pueden ser mucho más peligrosos que la migración proveniente de cualquier país vecino.
Y la historia está llena de episodios en los que el pueblo aplaude a esas voces que consiguen convencerlos de que alguien más tiene la culpa.
Basta la necesidad de tener un culpable para desplazar el frenesí del aplauso por las persecuciones, las cacerías, el odio. Y entonces rematar con algo tan frío como: “No es xenofobia: es lógica”.
Willy McKey
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