Fotografía de Federico Parra / AFP
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Hay muchos estudios sobre las condiciones necesarias para producir los cambios desde las autocracias a las democracias. La mayoría coincide en que estos no se producen por crisis económica, aunque pueda ser un condimento.
No es cierto que, cuando un país entra en barrena, basta sentarse a esperar el desenlace, rascándose la barriga o desperdiciando el tiempo en ataques furibundos desde los medios y redes sociales. Eso es pura paja. Los cambios políticos se producen por crisis políticas y, en la mayoría de los casos, no son eventos espontáneos. Los elementos necesarios para el cambio son conocidos: 1) liderazgo creíble y fresco, 2) articulación opositora y 3) acción y participación masiva. Tres vacíos que en Venezuela paran los pelos.
Con respecto al liderazgo opositor, me parece que no hace falta convencer a nadie de que hay un problema monumental. No se trata de una crítica o ataque a quienes han hecho su mejor esfuerzo para conducir las acciones opositoras hasta ahora. Arranco por decir que dirigir a la oposición aquí es una actividad de alto riesgo, que supone sacrificios de vida, persecuciones, amenazas, posibilidad de cárcel, pérdida de patrimonio, afectación de la familia y exilio, sin contar con los ataques demoledores de los propios opositores, que suelen ser aún más despiadados que los verdaderos enemigos (imaginen que han sido capaces de atacar y vilipendiar a Laureano, que ha sido un opositor insigne, impecable y comprometido, para entender qué pueden hacer con el resto, que no piensa como ellos o los ven como un competidor interno).
Pero no hay que ser muy perspicaz para entender que los liderazgos opositores, con sus virtudes, esfuerzos, sacrificios, aciertos, y también errores, conflictos, contradicciones y desaciertos, están desgastados y no generan ni la confianza ni la motivación necesaria. Desde los líderes opositores más inteligentes, estructurados y serios, hasta los loquitos y loquitas de carretera, que tratan de conectar masas con gritos, insultos, ofertas y amenazas increíbles, inventos de épicas martirizantes y ladridos de perro echado, todos están desconectados de quienes quieren cambio, pero no con ellos, abriendo las compuertas para el surgimiento de outsiders. Puede resultar injusto, pero así es la política. Simplemente, no son los líderes que conectan ya a la población. No generan esperanza de cambio, ni establecen lineamientos racionales y accionables, ni hacen soñar a la gente con la que sí se puede, ni provocan unidad a su alrededor.
La articulación opositora es otra tarea pendiente y ya no depende de una negociación entre los partidos y líderes opositores, sino del surgimiento de una propuesta que alinee a su alrededor a las mayorías, elevándose respecto a sus contrincantes a tal nivel que quien no lo siga se queda como la guayabera: por fuera. Ya no parece haber espacios para la articulación negociada de la oposición (y conste que sigo pensando que la solución del país pasará por una negociación al final de toda esta historia). Pero, internamente, en la oposición lo que queda es la articulación inducida por el despegue de un líder o propuesta que se adueñe de los sueños de la gente y presione a los demás a seguirlo por supervivencia.
Finalmente, no hay cambio sin que la gente participe y actúe en la defensa de sus derechos. La presión será efectiva cuando las masas actúen en conjunto y obliguen al abusador a respetarla. La comunidad internacional es una ayuda, pero no un sustituto de la acción interna. Si la oposición no logra que la gente se articule para provocar los cambios, es probable que se articule espontáneamente, pero para recibir las migajas de quien las tiene. Y, entonces, simplemente será mucho más largo y difícil el cambio.
Luis Vicente León
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