Perspectivas

¿Qué nos puede enseñar todavía Jane Austen?

30/12/2021

Jane Austen. Dibujo de Cassandra Austen (1810)

“La conciencia es el mejor libro moral que tenemos”.
Blaise Pascal 


En su hermoso ensayo de 1948,
El exilio de Helena, Albert Camus se lamenta sobre la pobreza filosófica de la era contemporánea. Cree encontrar el origen de todos los males en el abandono del concepto de esencia humana, el cual ha sido sustituido por la afirmación del relativismo y la concepción del ser humano arrojado a un universo sin sentido. 

 “Desde hace mucho tiempo, todos los esfuerzos de nuestros filósofos no han ido dirigidos más que reemplazar la noción de naturaleza humana por la de situación, y la antigua armonía por el impulso desordenado del azar o el movimiento implacable de la razón”.

El filósofo británico Alasdair MacIntyre llega a conclusiones similares. Este pensador, en su libro Tras la virtud, de 1981, plantea la hipótesis de que la modernidad naufragó con respecto a la ética, pues perdió la clave del pensamiento antiguo. 

Para ilustrar dicha tesis, utiliza una analogía inspirada en la novela de ciencia-ficción de Walter M. Miller, Cantico por Leibowitz, publicado en 1960. Según ese relato fantástico, en un futuro posapocalíptico, donde la civilización involucionó a una nueva edad media, los investigadores tratan de reconstruir la perdida ciencia moderna, pero no encuentran cómo unir las piezas sueltas. 

A partir de esa imagen, MacIntyre propone una analogía. Trata de explicarnos que a la modernidad también le hacen falta las piezas perdidas de la moral de la antigüedad. Por tal razón, la cultura moderna es incapaz de encontrar el camino correcto si no se vuelve a conectar con el pensamiento antiguo.

Si no encuentra dichas piezas, el proyecto moderno fracasará. O, peor aún, de hecho, ya ha fracasado. La única manera de salir de esa derrota es recuperar lo que olvidamos en el camino: el concepto de la esencia humana, que es la base del hombre como debe ser, más allá de lo que es. 

No se puede negar la riqueza de la modernidad filosófica en cuanto la comprensión de la ciencia y de la democracia, pero se quedó corta en cuanto a la ética. Seguramente eso se debe al desprecio moderno por la metafísica.  El pensamiento modernista quiso eliminar a la metafísica para que la mente científica no tuviese obstáculos, pero terminó arrojando al niño con el agua de la bañera. Pues al rechazar a la metafísica, también rechazaba a la ética. 

Para MacIntyre, el gran modelo de ética está representado por Aristóteles. La Ética a Nicómaco es una obra sobre la ciencia moral que ha logrado mantener su vigor por más de dos mil años de existencia. Por nuestra parte, debemos reconocer que otros compónentes de la enciclopedia aristotélica se han resentido más por el paso del tiempo, especialmente lo referente a la cosmología y la física. 

La novela de la virtud 

Luego, MacIntyre nos sorprende cuando nos dice que hay otro ejemplo más reciente de la ética de la virtud. Se trata del representado por Jane Austen (1775-1817), la escritora inglesa, quien es considerada entre los clásicos de la literatura mundial. Su obra no solo es reconocida en medios académicos, sino que su recepción ha ido ganando, con el tiempo, el favor de un público más amplio. Son memorables sus relatos románticos, ambientados en la cultura de la burguesía agraria de su época, dibujados con gran profundidad psicológica y aderezados con una muy fina ironía. 

Usualmente se distinguen tres tipos de ética: la teleológica, la deontológica y la utilitarista. La teleológica está representada por Aristóteles, quien concibe que el ser humano tiene una finalidad que realizar, la racionalidad. Para lograr eso, necesita educar su carácter. Las diferentes facultades del carácter, desarrolladas de manera excelente, constituyen lo que se denomina virtud. La deontológica corresponde con Kant, quien siguiendo la corriente moderna niega que exista una esencia que realizar, pero considera que sí hay deberes que cumplir de acuerdo con la razón. Finalmente, la utilitarista es la que condiciona la acción al interés. 

Como puede verse, tanto la utilitarista como la deontológica son propias de la modernidad con su olvido premeditado de la naturaleza humana. Mientras que la teleológica ha sido relegada por la historia. Como vimos, Maclntyre clasifica a Jane Austen como de los pocos intelectuales que hacen un esfuerzo por rescatar a la moral de la virtud. 

A las generaciones recientes les ha sido fácil prescindir de la importancia de Austen como pensadora. Se le desprecia en tal sentido porque, al fin y al cabo, es una novelista. Muchos han caído en el espejismo de que ella es solo una mera autora de ficción.

A esto se le agrega el prejuicio de que es una autora comprometida con un mundo social muy limitado. Si bien esto es verdad, no es toda la verdad, pues, dentro de esos límites, nos permite una profunda comprensión de las relaciones humanas. 

Podemos conjeturar que Austen era extraordinariamente consciente de las realidades de clase en su pequeño mundo, pero aprovechaba esas realidades para desarrollar su perspectiva ética, y, de esa manera, humanizar a sus personajes. 

Un personaje en busca de sensatez   

Gertrude Himmelfarb, en su libro The Moral Imagination. From Adam Smith to Lionel Trilling, le dedica un iluminador capítulo a Jane Austen. La señora Himmelfarb afirma que, en la literatura de Austen, es evidente el carácter de fábula moral. Toma la última novela de Austen, Emma, de 1815, como modelo para explicar su afirmación. 

La protagonista es Emma Woodhouse, una joven de posición privilegiada en la Inglaterra de la Regencia. Su madre ya murió y vive sola con su padre, un hipocondríaco ensimismado. A la señorita Woodhouse se le ha metido en la cabeza hacer de casamentera con sus amistades. Esta afición tendrá consecuencias negativas. En primer lugar, la llevará a cabo a costa de desatender sus propios sentimientos. Además, producirá un gran caos entre sus allegados. El amigo de Emma, el gentil señor Knightley, es la única persona que posee autoridad para aconsejarla bien. Knightley es de confianza, pues es su concuñado, es hermano del marido de su hermana. Además, es más maduro, pues es dieciséis años mayor que ella.

En dicha novela, la protagonista debe crecer desde el punto de vista ético. Al comienzo, Emma aparece como superficial y caprichosa. Además, su falta de experiencia vital le conduce a caer en la trampa de los prejuicios sociales. Por eso, comete graves errores en la evaluación de la calidad de las personas. La falla de su evaluación se debe a la confusión entre clase social y carácter. 

La sabiduría narrativa de Austen utiliza el contraste, entre Emma y el señor Knightley, para definir mejor los perfiles psicológicos. Para él, la clase social siempre deber estar sometida al carácter moral, pues no hay correspondencia necesaria entre los dos. En otras palabras, se puede pertenecer a la aristocracia y, tras los refinados modales, ser un patán o un pillo. 

En otras palabras, mientras Emma malinterpreta posición y moral, el señor Knightley le da a cada uno lo que le corresponde. Entiende y respeta las realidades de la clase, pero comprende y respeta aún más las realidades del carácter. 

A primera vista, es una pareja dispareja. En buena parte de la historia, él solo la ha censurado, y ella le ha dado constantemente la oportunidad de hacerlo. Knightley es más viejo y más prudente que ella. Para ella, Knightley ha cumplido el papel de un padre sustituto. Por eso, al comienzo, no aparece con los atributos propios de un pretendiente.

En otro nivel, Emma y el Sr. Knightley son una buena pareja porque se necesitan y se complementan. Se casan por amor, pero también por una especie de urgencia espiritual. 

Lo que uno tiene le falta al otro. Eso explica por qué hay una complementariedad entre Emma y Knightley. Él es sensato, pero algo rígido, mientras que ella es impulsiva, aunque bondadosa. Al final, forman una poderosa aleación. Se puede decir que, entre los dos, componen un buen carácter. 

Más allá del sentimiento trágico 

Se ha acusado a las novelas de Jane Austen no poseer la intensidad existencial de las obras de Dostoievski. En la literatura rusa, esa intensidad proviene de las psicologías trágicas que son expresión de la rebeldía metafísica. En cambio, Austen se mueve en un mundo muy diferente. No tanto en lo social, sino también en lo psicológico. 

Los personajes de Austen no están desesperados por el radicalismo político, tampoco están conflictuados existencialmente. Más bien son ecuánimes. De alguna manera, no están hambreados de Dios ni se consideran los redentores del mundo. Están caracterizados por buscar un equilibrio en el mundo que les ha tocado vivir. La proposición subyacente parece ser que, sea cual sea nuestra situación existencial, el problema está en mantenerse dentro del sentido de la vida. 

A pesar de que escribió poco después e la Revolución Francesa, las esperanzas de Austen no parecen centrarse en las utopías, es decir, proyectos de ingeniería social donde se haga irrelevante la bondad personal. Por el contrario, su punto de vista es moral. En consecuencia, sus personajes son agentes responsables, cuyo carácter debe ser evaluado de acuerdo a su comportamiento hacia los demás. Nuestra autora le presta especial atención a la compasión hacia los menos favorecidos. 

Humor y amor  

En la relación entre el arte y la moral, existen tres posibilidades. La primera es que el arte sea moral, tal como creía Platón. La segunda es que el arte sea amoral, esto es lo que ha sido llamado la doctrina “del arte por el arte”, tal como promovía Oscar Wilde. Una postura intermedia está representada por John Dewey, para quien la función del arte no es enseñar moral tal como lo haría un predicador desde un pulpito, sino como lo hacen los amigos entre sí. En este último sentido, Austen tiene mucho que enseñarnos. Ella es una amiga que nos cuenta historias de crecimiento envueltas en los vestidos de las comedias de costumbres. 

La confirmación de esta amabilidad educativa de Austen es la gran cantidad de versiones cinematográficas de sus novelas. Muchas de esas versiones son fieles a la época que describe la autora, tales como Orgullo y prejuicio con Lawrence Olivier (Robert Z. Leonard, 1940), así como las adaptaciones más recientes de la BBC. 

Más allá de eso, existen versiones que han puesto a los dramas de Austen en ropajes contemporáneos. Tales como Despistada (Clueless, Amy Heckerling, 1995) o El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2001). Esto es una fuerte evidencia de que el mensaje de Austen ha podido trascender a su época. Estas últimas versiones, a pesar de ser pensadas como parodias, han conservado el espíritu de comedia que palpita en las novelas originales.  Seguramente la intención de Austen es que, a través de sus relatos, aprendiésemos a leer nuestra propia conciencia. 

Para Jane Austen, lo importante es ser una persona decente. Es irrelevante el sistema social, siempre se puede hacer la diferencia. No bastan con los modales refinados si no están acompañados de consideración hacia nuestros semejantes. Las acciones deben hablar por nosotros. No es necesario cambiar a la sociedad para actuar de forma decente. En resumen, debemos crecer por medio de superar nuestro orgullo y nuestros prejuicios. 


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