Cabos sueltos

Pushkin: alegría y poesía

30/06/2024

Retrato de Aleksandr Pushkin. 1827. Vasily Tropinin

Excursus

En mi papel de actor-lector, asignado ya por el Gran Teatro de Oklahoma, papel que ensayo mientras espero el tren que ha de llevarme algún día hasta allá, sigo exponiendo cabos sueltos en el auditorio de Prodavinci. Como una contribución a la atmósfera cumpleañera y festiva de la cultura en lo que va de este año, reúno fragmentos que son parte de la biografía inconclusa que comencé a escribir en ocasión del bicentenario del nacimiento de Pushkin en 1799 y fueron creciendo gracias al entusiasmo de quienes me acompañaron en los cursos de la Escuela de Letras y la Fundación Valle de San Francisco. Esta biografía, mientras siga escribiéndola, la hago en memoria agradecida a mi amiga Galia Dubrovskaya, a su vida entera, con sus lealtades y verdades… corazón adentro.

I

A Pushkin se le admira y estudia como un monumento literario; yo prefiero hacerlo desde otro enfoque, menos honroso, pero no menos reverente, donde podemos apreciar la profunda paradoja de su grandeza. Una vez leí en André Gide que el estilo de Pushkin tenía la gracia vibrante de una cuerda tensa y a esa intuición suya me entrego, y sobre la cuerda vibrante de su estilo veo saltar la imagen del poeta, encarnada en la ligereza y la agilidad de un volatinero: un cuerpo alado, pero siempre a punto de caer; una elegancia limpia y sin adornos, que por un instante a todos domina, sorprende y encanta, pero siempre expuesto a la burla de todos, a una caída que no por trágica deja de ser ridícula. Con toda su gracia y su destreza, está más cerca del mono que del ángel. Y Pushkin lo sabía: en uno de sus “edificantes” epigramas se identifica con nuestro ancestro común:

 

El mono, empedernido saltimbanqui desde niño
quiso cuando adulto desafiar los trapecios
¿Qué pasó? que se rompió las piernas.
Poeta, se prudente al declinar tus días.

 

Rebajar la estatura heroica o angélica del poeta, aflojar o diluir la lección moral o el gesto edificante sin menospreciar ni refutar, sin empañar del todo, el lado altivo y sublime de su espíritu, es lo que conviene a esta naturaleza, tan inquieta e imaginativa, tan noble y tan común. El epigrama del mono sería su divisa. Pushkin “monea” por la vida como monea por el lenguaje, trepándose con la misma facilidad a los géneros poéticos y a las rodillas de las mujeres; y el árbol del que desciende tiene raíces tan opuestas y remotas como lo fueron sus filiaciones literarias, donde lo ruso y lo exótico, lo popular y lo aristocrático, lo clásico y lo romántico, la tradición y lo moderno, en vez de fundirse en un armonioso acorde, danzan vertiginosamente o chocan en vigorosas disonancias.

Esta es una invitación a pasear por los corredores de la literatura rusa; esos largos zaguanes llenos de sombras que conversan, hasta escuchar las voces de una modernidad posible, allá en el ajmatoviano sótano de la memoria donde resuena su enorme “cita admirable” hecha de imágenes y de versos, de reflejos y de ecos fuera del tiempo.

Pushkin, que nunca pisó otra Europa que no fuera Rusia, encarna la nostalgia o el “complejo” europeo de los rusos, siendo el más moderno de los románticos en el rincón más «atrasado» de la modernidad. Esta es una invitación a estudiar la encrucijada moderna desde un temperamento romántico: desde la más respetuosa de las rebeldías y la más atrevida de las sumisiones, porque Pushkin fue un hombre libre, no un partidario de ideas liberales; y un romántico por sentirse y aspirar a ser un hombre libre: por entrar y salir libremente de las ideas. Y en Rusia un hombre libre tiene que ser también un hombre dispuesto a ser censurado, vigilado o proscrito. Y a Pushkin su temperamento lo traicionaba, lo metía en problemas, le impedía asentarse como un hombre ejemplar en la sociedad…Y el mono… se rompió las piernas.

Pushkin se divertía, pero su diversión es seria, juega con las formas; le divierte enfrentar una convención con otra, hacer injertos y “bromas” estilísticas. Pushkin hace valer la naturaleza frente al ideal, y esto lo lleva a rozar los límites del decorum, a ensayar una sinceridad que molesta a quienes hipotecan su libertad a la comodidad de lo ya codificado. Pushkin tenía el secreto de la alegría profunda. Nadie pudo heredarlo. Nadie. Y algo calló para siempre cuando él murió, quizá por eso llaman de oro a la era de Pushkin.

II

Antes de Pushkin la poesía era una escalera para ascender hasta las recámaras imperiales: se era poeta para llegar a ser Consejero, para él fue la manera de evadir esos honores: fue el primer poeta que tuvo una biografía en vez de una hoja de servicio —fue Andrei Sinyavsky quien lo dijo mientras paseaba con Pushkin.[1]

En una carta, Pushkin le confiesa a una amiga: «Quizá sea elegante y profundo cuando escribo, pero mi corazón es el de un hombre completamente ordinario». Rebajando el verso al nivel de la prosa cotidiana, Pushkin —observa Sinyavsky— comienza donde culmina Mayakovski. Casi un siglo antes que los poetas del resto de Europa, Pushkin hizo el gesto estilístico quizá más decisivo en la historia de la poesía moderna. Y en sus cartas y en una serie de breves artículos quedó asentado hasta qué punto era consciente de lo que estaba haciendo: “¿Qué diremos de nuestros escritores que consideran indigno nombrar, sencillamente, por sus nombres a las cosas más comunes, y piensan que es mejor vivificar su insulsa prosa con eufemismos y metáforas? Esa gente no puede decir amistad, sin añadir: «aquel sacrosanto sentimiento cuya noble llama…” Y si tienen que decir: «temprano por la mañana», escriben: “apenas salieron los primeros rayos del sol…”.

III

No crean que la intelligentsia rusa se resume en un manifiesto altisonante precedido de tediosas y enconadas discusiones ideológicas en torno a Schelling, Dios y el Zar. Eso es lo que registran los funcionarios de la historia. Alrededor estará siempre, junto al samovar, un vocerío entusiasta, un tono rabioso y festivo. Lean si no Guerra y Paz o El Rumor del Tiempo de Mandelstam, o el Viaje sentimental de Shklovsky… o Una época de segunda mano de Svetlana Alexievich… Se trata de algo más vivo y difícil de registrar y es algo que Pushkin supo evocar como nadie lo ha hecho en poesía con sus “brindis”.

Intuyo que en cada generación de la intellgentsia rusa tuvo que haber en sus inicios un sentimiento que en homenaje a Pushkin llamaré “liceísta”. No sé si era un sentimiento o más bien un humor, algo que comenzaba con un hervor amistoso, entre bromas, risas, lágrimas y despechos, entre burlas y patéticos lances de honor, juegos maliciosos y francos y desbordados desahogos, juramentos y lealtades, el despuntar de un mundo donde no existe —porque no se concebía— la traición, la mezquindad o la calumnia.

¡Al diablo con las ideas! …No es eso. Ni siquiera se trata todavía de tener los mismos ideales. Al principio lo que cuenta es la lealtad a las personas, al amigo con sus yerros y debilidades; la lealtad y no la fidelidad, el acompañarlos aún sin respaldarlos. Sí:  la intelligentsia, en su momento más puro era un brote en medio de confusos ideales y sin ideologías constituidas… Era un sentimiento de entrega a los demás que daba forma a la amistad. Lo hallaremos un par de generaciones más adelante, en el juramento de Herzen y Ogarev, en la colina de los gorriones en Moscú.

También podríamos escucharlo en las cartas de Dostoievski a su hermano y en la sinceridad infernal de las almas de su Casa Muerta. Y así, en cada generación, hasta llegar a las puertas del siglo en el Instituto Tenishevsky, cuando en 1900 Mandelstam atajó su extraordinario y sordomudo Rumor. Siento que en la intelligentsia rusa siempre se podrá sentir esta huella liceísta, joven, alegre y generosa. Es algo así como un eco. Ese eco es Pushkin. Yo no acepto discutirlo. Algo que nadie ni nada podrá arrebatarlo o arrebatármelo. En Pushkin está.

Para Pushkin el Liceo simboliza la juventud y el lugar donde se juntaron las tres corrientes vitales para su alma: la amistad, la poesía y la libertad.

Un eterno estudiante es quien responde por la manera en que burla la tradición, apartándose de ella en lugar de negarla. Como un colegial jubilándose de clase, Pushkin evita tomar las grandes avenidas y busca los atajos de los géneros livianos, y en esos rodeos termina por descubrir nuevas rutas. Su estilo halla con facilidad lo sutil en lo brusco, junta sublime y grotesco y pasa sin apremio del sentimiento a la comedia.

Pushkin siempre fue joven. Aun si hubiera muerto de viejo. Y aun cuando la biografía diga que el poeta “maduró”, su poesía queda sumergida en un jubiloso, franco y libre canto juvenil. Y la fuente de la juventud es amistad. Su juventud inagotable quedó entrañada en un continuo brindis a los amigos y en su fidelidad a una fecha: el 19 de octubre, cuando celebraban el día en que se abrieron las puertas del Liceo.

Toda la poesía de Pushkin comienza como un brindis lejano. Brindis de quien bebe solo y recuerda a los amigos que están lejos o no están; y a solas, con su alegría, los reencuentra. Así festeja la poesía: alma adentro. Así, Tsárskoye-Selo se convirtió en patria y su vida se ensanchó en un «nosotros» que abarcó como un himno su vida entera, llenándola con el coro ruidoso, desordenado y disonante de los amigos: el prolongado “vale” del poeta, donde se juntan el saludo y la despedida, y el adiós se transforma en celebración y la nostalgia en brindis.

Cada año Pushkin componía el célebre toast. Muchos se han conservado, algunos son muy hermosos, uno en particular es casi una elegía, una conmovedora evocación de los años dichosos, escrito durante su confinamiento[2] en su finca de Mijailovskoye. Hablo del 19 de octubre de 1925, último aniversario antes de la revuelta de los decembristas, el último donde se expresa una alegría sin mezcla, sin amargos pesares ni remordimientos.

Retrato de Aleksandr Pushkin. 1836. Pyotr Sokolov

IV

Escucho a Alexandr Blok decir que Pushkin era alegre. Fueron sus últimas palabras en público y en la últimas líneas invitó, en nombre “del alegre nombre de Puskin”, a permanecer fieles «a esas alegres verdades del sentido común, ante las que somos tan culpables».[3]  Lo escucho jurar por esa alegría con el peso de una tristeza insoportable. Su alegría es tristísima. Pero Blok tenía razón. Toda la tristeza que cabe en una vida, es alegre si Pushkin la celebra. Su tristeza es luminosa.

No es fácil hablar, escribir, sobre la alegría. Es el más incomprendido de los sentimientos. El más fugaz. El más buscado y el menos apreciado. Se le confunde con frivolidad. Se le acusa de carecer de profundidad. Como es tan pasajero, no sabemos qué es. No se presta como la tristeza a la intimidad. Ella pasa. No nos abruma con postraciones. Carece de retórica. Otros sentimientos más fuertes y devastadores como el amor le roban su lugar, le cortan la palabra, o lo avergüenzan.

La poesía de Pushkin si algo tiene de raro, de suyo y nada más que suyo, es una nota de alegría. Nada más una nota. La alegría es apenas eso. Y es posible que por esto sea tan difícil apreciar su poesía fuera de Rusia. Esa nota alegre y leve, vive en el cristal sonoro de la lengua. Hay que escucharla resonar como una copa, sentirla “trincar”. Alegría es la nota que celebra, como un brindis oculto en la piel de una palabra, en el destello de sentido que deja en el aire el verso y que desaparece cuando el poema ya no se escucha y se convierte en pieza de conversación, peor aún: en procedimientos o estrategias de significación: “agua hervida” en las estufas de nuestros escritorios.

Pushkin tenía el secreto de esa alegría profunda. Nadie pudo heredarlo. Nadie. No… quizá Mandelstam, en algunos de sus últimos poemas, parece haber hallado la flauta pushkiniana. Pero ya le habían quebrado el espinazo.

Su afinidad con Byron acompañó esta alegría suya por costas más abruptas, si pasamos de los toast a sus poemas narrativos más divulgados, como El prisionero del Cáucaso donde surgía una nota distinta, desplantes de humor donde no falta la ironía. Pero en Pushkin este rasgo nunca es un recurso para resolver o esquivar el conflicto entre emoción e inteligencia. La inteligencia en Pushkin es una emoción. Y si sus emociones son más cautas que en los románticos, también son más firmes.

Y fue más lejos, mucho más lejos en cuanto a desengaño. Quizá por eso su poesía tuvo que correrse hacia el drama, la crónica y el cuento, y no quedarse solamente en un acarreo de recursos de la prosa al poema, creando así no una prosa poética, sino ahondando en la poesía de cada género: el teatro, la novela, el cuento y aún la historia, sí, la historia como tal. Entre La hija del capitán, la novela y la Historia y Crónica del alzamiento de Pugachov, pesa un trabajo documental en archivos y un trabajo de campo, entrevistando a los testigos aún vivos de aquel episodio principalísimo en la historia de Rusia, durante el reinado de Catalina.

Pushkin sigue una viejísima veta en la entraña misma de lo romántico: el distanciamiento de sí mismo… y la lleva más lejos. En Pushkin la distancia que trae el desengaño es lo primero. Un desengaño que excava con una intuición formal trasponiendo el lenguaje en viejas claves corales bien temperadas. No son “estrategias” como dicen ahora los críticos profesionales, sino oscuras necesidades expresivas. Digo romántico como un síntoma de una viva verdad que su poética delata, expresa y libera en poesía. Son deslaves que desnudan la entretela sentimental.

 

Si te engaña la vida
no te aflijas no reclames,
aguanta los días tristes,
días alegres llegarán.

Nuestra alma, en futuro
vive; la oprime el presente,
todo es fugaz, todo pasa,
y sea bienvenido lo que ha de venir.[4]

 

Para Pushkin, hombre libre, la viva verdad de la vida viva late con templanza en ese desengaño que no deberíamos confundir con desilusión. Romántico y hombre libre…

“Pushkin murió en la flor de su edad y de su poder, y sin duda que se llevó consigo a la tumba un gran secreto. Y así, hemos de intentar ahora, sin él, adivinar ese secreto”. Así habló Dostoievski en aquel célebre Festival Pushkin de 1880. Y lo que importa, se sabe, es que siga siendo un secreto, una fuerza de cohesión invisible y una fuente espejeante donde lo humano sin condición pueda inclinarse y reconocerse en el alma rusa.

Si escuchamos hablar de «símbolo nacional» es natural que desconfiemos. Glorias locales, títulos oficiales… Pero nada de eso cambia lo esencial, porque tratándose de Pushkin ese epíteto contiene una verdad viviente que no conoce ningún otro poeta nacional en el mundo. Pushkin no es pasado, ni es sólo literatura, es nada más que un poeta, pero su influencia no se agota en el ámbito de su obra, y lo que es aún más raro, ya lo dije: se le venera sin haber sido un hombre ejemplar. Repito: algo calló para siempre cuando él murió; quizá por eso llaman de oro a la era de Pushkin. Y si no hay poeta en el mundo tan querido por su pueblo como Pushkin, seguramente es porque no existe un pueblo que haya querido tanto a sus poetas como el ruso.

***

Notas:

[1] Andrei Sinyavsky. Strolls with Pushkin. Yale University Press,1995 (Abram Tertz. Progulki s´ Pushkinym,1925) .

[2] Se trata del exilio interior o domiciliario, medida decretada por la Ley (y el Zar).

[3] Alexandr Blok. «La misión del poeta». Discurso pronunciado en la Casa de las Letras, en ocasión del vigésimo cuarto aniversario de la muerte de Pushkin. Febrero de 1921. Cito:Blok.Un pedante sobre un poeta y otros textos.Barral Editores,1972.

[4] Pushkin.Versión para uso docente de M.F.P. cotejando el original ruso con versiones en francés e inglés.


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