Perspectivas

Pregón de la Feria del Libro del Oeste de Caracas por Karina Sainz Borgo

01/12/2021

Fotografía de Manuel Sardá | Comunicaciones UCAB

Leer es un acto de insurrección. Un riesgo. Un contagio. Gracias a su lenta acción de riego se han declarado independencias; defenestrado élites religiosas y políticas. Leer es traicionar a las versiones más precarias de nosotros mismos. Leer, como dice el italiano Alfonso Berardinelli (Roma 1947), el agitador cultural más indómito y polémico de Italia, es un riesgo.

La lectura es una práctica ciudadana y espacio de individuación; una acción proveedora de identidad y autonomía. Leer sin buenismos ni catequesis. Entender la lectura como un acto excepcional, producto de una construcción cultural que genera al mismo tiempo libertad individual y, si se quiere, una colectiva producto de la sumatoria implícita de la primera. Leer solo es posible gracias al silencio que consiguen los hombres y mujeres capaces de defender esa soledad que la hace posible, pero el acompañamiento de esas muchas soledades genera un espacio común de acuerdo.

«Leer, querer leer y saber leer son costumbres cada vez menos garantizadas. Leer libros no es algo natural y necesario como caminar, comer, hablar o usar los cinco sentidos. No es una actividad vital, ni en el plano fisiológico ni en el social. Viene después, implica una atención especialmente consciente y voluntaria hacia uno mismo. Leer literatura, filosofía y ciencia, si no se hace por trabajo, es un lujo, una pasión noble o ligeramente perversa, un vicio que la sociedad no censura. Es tanto un placer como un propósito de mejora”, escribe Alfonso Berardinelli.

Leer nos opone al pensamiento insustancial. Leer como propósito, como camino hacia la virtud. Leer como obligación moral –no moralista-. Leer es la elección individual de ser menos estúpidos, algo que necesariamente no nos hará más felices. De ahí que la lectura suponga un riesgo: a contraer la responsabilidad que genera en nosotros aquello que hace pozo. Una vez convertidos en lectores, ya nunca podremos anhelar a la inocencia –mejor dicho, la exculpación- que concede la ignorancia.

Todo cuanto se decanta de la experiencia lectora nos ayuda a diferenciar lo pútrido de aquello que florece, no importa los perfumes con quien alguien los rocíe: veremos el vertedero ahí donde otros ven un jardín. Leer nos pone en el riesgo de ser responsables de nuestro propio conocimiento; de lo que ya sabemos, de lo que nos protege en el error en el que voluntariamente incurriremos. Y eso, en días de populismo sentimental es complejo. La lectura es conocimiento, identificación, escándalo y evasión.

Un libro se escribe dos veces. Una primera, la que hace el autor; y una segunda y sin duda alguna más interesante: la novela que surge del encuentro con otros, que con el paso del tiempo comienza a resultarme una versión más verdadera y longeva: la historia que toma forma en la lectura que hace otro de ella. Hay un milagro en el acto de la lectura. Destinar tiempo, siempre escaso, a leer una historia ajena entraña una secreta generosidad, y si el asunto va servido del reporte sobre los pequeños temblores que ese libro ocasionó en alguien más, el círculo parece ya completo. Leer es una forma de escritura. Por eso, por el elogio a los libros y a quienes los aman, no puedo más que ofrecer mi voz y entusiasmo para dar por iniciada una nueva edición de la Feria del Libro del Oeste de Caracas, que asume el reto de una nueva edición, a pesar de todas las dificultades, para celebrar al libro, a la lectura, a la literatura, al saber, a la razón, a la libertad, a la democracia. Me llena de orgullo y nostalgia celebrar la lectura y agradezco a Marcelino Bisbal, a la Feria y a la Universidad Católica Andrés Bello, mi universidad, y por supuesto a los lectores y lectoras por la posibilidad de dirigirme a todos ustedes. Leer es una revolución, la única posible.

Que comience la lectura. Que comience el riesgo.


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