Entrevista
Patricia Esteban Erlés: “El lenguaje apresa la verdad y la belleza y es uno de los grandes misterios que no acierto a explicarme”
por Karen Lentini
Patricia Esteban Erlés retratada por Beatriz Pitarch
Destacadas
Te puede interesar
Los más leídos
Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972) Premio de Narración Breve de la Universidad de Zaragoza (2007) por el libro de cuentos Manderley en venta; Premio de Narrativa Santa Isabel de Aragón, Reina de Portugal, por Abierto para fantoches (2008), en 2017 se hizo acreedora del Premio Dos Passos con su primera novela Las madres negras.
En su obra se plasma la dualidad entre la belleza y lo terrible gracias al manejo de personajes heroicos o desvalidos que dan miedo, suerte de monstruos que arrullan. Sus libros materializan historias que guardamos en la memoria como si se tratase de sueños, contadas con tacto especial y sostenidas en versátiles cómplices: el lenguaje, la sagacidad del lector y el ingenio de las ilustraciones de Alejandra Acosta.
Apenas mirar la portada nos arrebata la sensación de algo extraño: Ni aquí ni en ningún otro lugar, producido por la madrileña editorial Páginas de Espuma, es la puerta que sobrevive siglos; para abrirla solo hay que tirar del custodiado aldabón que nos mira.
¿De dónde nace el titulo Ni aquí ni en ningún otro lugar? ¿Acaso no estamos a salvo de nuestras sombras?
El título lo encontré en un relato tradicional de los que Ángela Carter recoge en su volumen Cuentos de hadas. Es una antología maravillosa en la que Carter recopila historias orales de muy diferentes culturas y épocas. Pese a lo que el título podría sugerirnos, prevalece en ellas la conciencia de que la mujer real, ceñida a un contexto que trata de someterla, es protagonista activa: una heroína ingeniosa, astuta, resuelta que lleva la voz cantante en la acción. En ese cuento concreto al que me refiero, perteneciente al acervo cultural egipcio, me sorprendió la audacia de quien comenzó una historia negando que sucediera en parte alguna. Ese relato no podía ocurrir, no pudo haber pasado en parte alguna y sin embargo sucedía, era. Creo que sirvió como auténtico disparador creativo: me desafió a construir un libro paradójico, lleno de vueltas de tuerca y ludismo, un homenaje a la narración oral que nos sedujo en la infancia y para siempre, pero aplicando una mirada contemporánea que revisa la honestidad del narrador, esa supuesta imparcialidad que lo convierte en guardián de la versión oficial de unos hechos, sean reales o imaginarios.
No, no estamos a salvo de nuestras sombras. Nos acompañan siempre, son parte de los pasos que damos, del camino que recorremos. A veces las percibimos de una forma más nítida, se adueñan de nuestra esencia, llegan en ocasiones a reemplazarnos, a llevar la voz cantante. La oscuridad de nuestros miedos, de aquellas cuestiones que más nos asustan, va con nosotros, es una ley tácita de la existencia humana. Creo que negar la evidencia, hacer como que no están o minimizar su efecto nos deja, prácticamente, sin temas literarios sobre los que escribir. Por eso intento conciliar su poder sombrío con la alegría, el valioso don de la vida que disfrutamos. Es un peaje en concepto de equipaje extra que debemos abonar por el simple, maravilloso hecho de estar aquí, de viajar unos años, el tiempo que se nos concede.
Cuenta que con la presente obra quería que se disfrutara de la palabra: ¿cree que la palabra ejerce un influjo en el que lee?, ¿quizás una vibración mágica?
Absolutamente. Yo lo he experimentado en multitud de ocasiones, cuando he leído y sabía que estaba leyendo un párrafo, una frase a veces, que se quedaría conmigo para siempre. El lenguaje apresa la verdad y la belleza y es uno de los grandes misterios que no acierto a explicarme, que me fascinan. ¿Cómo es posible que alguien contemple con toda nitidez un lugar, un personaje, un objeto, digamos un anillo o un cucharón de madera, que otro ha ido entretejiendo con la palabra, un instrumento humilde se diría que menos prodigioso en principio que una nota musical o una pincelada de color? Pues sucede y vamos a ese lugar con su creador, nos plantamos enfrente de sus héroes, sostenemos entre las manos la joya iridiscente o el utensilio de cocina manchado de sopa que coloca en sus páginas.
Esa certeza vivida como experiencia personal en mis lecturas es uno de los grandes alicientes que le encuentro al hecho de escribir. El uso de la palabra como vehículo de la verdad y la belleza es adictivo, instantáneo en su efecto, perenne también. Como dices, algo similar a un sortilegio mágico, de larga duración.
Estas historias provienen de temas actuales que la intranquilizan. ¿Podría explicarnos esas preocupaciones que han originado sus cuentos?
Creo que he encontrado en los cuentos tradicionales un formato muy agradecido para la revisión de nuestra propia realidad, de nuestro tiempo de vida. Muchos de ellos hablan de los miedos. Quizás la muerte sea el Gran Miedo, el peligro que trata de evitarse a toda costa, sobre el que se nos advierte a cada paso en esos relatos orales que nos enseñan a ser prudentes, a evitar los bosques con lobos, el enfado del hada vengativa, la casa de la bruja. La muerte es el fin del camino, se la presiente como oscuridad agazapada que nos aguarda y de la que debemos mantenernos a salvo mientras se pueda. Esa omnipresencia suya en las historias que nos contaron permanece en las mías, sin duda, si bien creo que se la acepta como parte del contrato. En ese sentido, hay una reflexión sobre nuestro afán de inmortalidad y sus consecuencias en «El buen dormir», versión contemporánea de «La bella durmiente», en la que de forma velada se defiende el derecho a la eutanasia, una muerte digna que llegue a tiempo para que no aborrezcamos la existencia. Junto con la muerte destacaría también la monstruosidad, la mirada que proyectamos en otro para someterlo y convertirlo en el diferente para preservar nuestra supuesta normalidad, por un lado. Por otro, el monstruo también aparece como animal secreto, invisible hasta que es demasiado tarde. Me refiero a que en mis cuentos resulta algo vano ese intento de esquivar al monstruo porque en muchos casos no somos capaces de identificarlo, se nos parece mucho. Eso es aterrador. De ahí surge, por ejemplo, «El ogro», basado en una historia real. También «Neverland», que escribí inspirándome en la terrible noticia de un periódico que contaba el crimen cometido en Estados Unidos por una madre que ahogó a sus dos pequeños hijos en un lago.
Considera que la escritura y la lectura son dos herramientas útiles para cualquier ser humano. ¿Cómo se podría expresar de manera efectiva la importancia de ambas?
Siento que el ser humano está hecho de palabras, las necesitamos para ordenar nuestra visión del mundo. Si renunciamos a usarlas, a aprender cómo manejarlas, estamos permitiendo que se nos coloque una camisa de silencio, una mordaza que mermará nuestro potencial. La palabra, es lo que pienso, nos permite defendernos, denunciar, expresar la alabanza de la belleza y también el rechazo ante lo injusto, retratarnos como especie, afirmar nuestra individualidad y el espíritu de grupo. Nos ayuda a construir una imagen, a seducir, a convencer, a encontrar aliados. Creo que son demasiadas ventajas como para permitirnos el lujo de desaprovecharlas.
¿Tiene una especial atracción por los mustélidos (la marta y el armiño) mencionados en Ni aquí ni en ningún otro lugar como complementos de vestuario? Podría ser una interpretación temeraria, pero ¿es una crítica velada?
El animal ha sido siempre un siervo maltratado por el ser humano. Me repugna y me entristece profundamente esa relación de esclavitud que ha sometido a otras criaturas a nuestros deseos más arbitrarios. Lucirlos como parte de nuestro vestuario puede que sea la más macabra. Nadie debería colocarse sobre su piel la de otro ser a modo de adorno. Nos rebaja esa soberbia tan cruel, ese pensamiento obtuso de que el mundo nos pertenece y podemos hacer lo que nos plazca con él. Quería que esas pieles aparecieran como trofeo, como fracaso de la condición de humanos que deberíamos merecer con nuestros actos, con nuestra compasión hacia otros seres vivos. Del mismo modo, en algún cuento el animal tiene un papel destacado en la acción, como Boreal en «El príncipe», porque siento que son los grandes figuras secundarias en las vidas de muchos de nosotros.
Tiene la perspicacia para sorprenderse con lo cotidiano. ¿Es una condición natural o aprendida a través de los ojos de sus autores predilectos?
Supongo que suceden las dos cosas. Me asombra en otros autores su capacidad para mirar la vida cotidiana y captar que no deberíamos sentirnos tan seguros, tan cómodos en ella. Lo más pequeño puede resultar imprescindible en la composición de una historia, un detonante que pasa inadvertido. Me gusta concederles valor a los objetos, por ejemplo, que sean algo más que cosas porque he aprendido a ver lo útil que es para una trama o la creación de atmósferas en autoras como Patricia Highsmith o Silvina Ocampo, por poner dos ejemplos. Shirley Jackson le dio una vida sombría a las casitas encantadoras de Nueva Inglaterra porque las miró de otra forma; también, percibiendo la amenaza en el entorno más próximo.
En la realidad que vivimos, incluso a veces más aterradora que la fantasía, ¿por qué cree que es necesario mostrar que las historias no siempre acaban bien, no siempre por ser valientes o bondadosos los resultados nos favorecerán?
La infelicidad, entendida como el final no feliz de una historia, tiene su propia belleza, su verdad. Da pie a nuevos argumentos en la vida y la literatura. Creo que los finales felices son un deseo, claro, pero no se cumplen con frecuencia y saberlo, en cierta forma, reconcilia al ser humano con su destino, sus conflictos, sus tristezas.
La escritora Silvina Ocampo decía: “Cuando no escribo siento que la vida se escapa, que no tiene realidad”. ¿Qué siente Patricia Esteban Erlés cuando no escribe?
Yo me sentiría alguien muy desgraciado. Escribo todo el tiempo, al menos en mi mente, es un deporte que jamás me cansa, que me entretiene y consuela. Todos los días completo ese ritual que me devuelve siempre mucho más de lo que invierto en él. Si no escribiera no sé si tendría sentido o si sería soportable el mundo en que vivimos.
Karen Lentini
ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR
- Ernesto Pérez Zúñiga: “Cuando uno escribe buscando la verdad interior va saliendo todo: los fantasmas y el saber”
- Una entrevista a Miguel Gomes: la narrativa como arte
- Patricia Esteban Erlés: “El lenguaje apresa la verdad y la belleza y es uno de los grandes misterios que no acierto a explicarme”
- Katya Adaui: “Mi curiosidad viene del territorio de la infancia... cuando nada todavía se extingue”
Suscríbete al boletín
No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo