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Texto de la presentación de Rasgos Comunes. Antología de la poesía venezolana del siglo XX. (Editorial PRE-TEXTOS, Valencia, España, 2019. Leído en el Auditorio de Ciudad BANESCO el 17 de septiembre de 2019.
Nos convoca aquí una ceremonia amistosa y no esos «rumores de falsas fiestas a las que no acude el corazón», como decía Teresa de la Parra. Estamos aquí para dar las gracias por la rara alegría con que estos tiempos de pena y zozobra nos regalan algo que celebrar… como decía el poeta: sólo el ámbito del celebrar puede acoger la queja… entonces, junto con él digamos «yo celebro».
Estamos aquí para reiterarle nuestra gratitud a Banesco, a esta casa que una vez más nos recibe con un gesto de compromiso y de estímulo hacia aquello que le da forma a la cultura, contenido fundador de toda auténtica ciudadanía.
Y estamos aquí en nuestra doble condición de venezolanos y de lectores sin fronteras, para celebrar la gracia que significa un nuevo libro de Pre-textos. Basta hojear su catálogo para comprender hasta qué punto nuestra poesía le debe a Pre-textos su viaje a otros puertos, su encuentro con los lectores en España… pero, sobre todo, agradecemos el gesto siempre cálido y solidario de una amistad: Manuel Borrás ha sido eso para nuestra poesía, sus poetas y sus lectores. Pre-textos no necesitaba pretextos para decirle sí a esta nueva defensa de la poesía y ofrecernos una espléndida edición.
Estamos aquí, en fin, para recibir entre nosotros como la bien nacida, a esta antología de rasgos comunes, bautizarla y acogerla con alegría, respetuosa admiración y el más fraternal de los abrazos para Gina, Miguel y Antonio.
I
Una antología como ésta, una editorial como Pre-textos y sencillos rituales de presentación como el que hoy nos reúne, son la savia por donde todavía circula en el mundo la literatura. La literatura y con ella, quizá, el más antiguo rasgo de lo humano en el hombre, su viejo hábito de leer… Hablamos entonces de una savia que la vida necesita y sólo recibe a través de intermediarios como éstos: una palabra viva, un libro, una lectura… Mediaciones que nos salvan por un rato de eso que en la realidad y en realidad… ya no tiene nombre…ni lugar. La antología aparece entonces dentro del campo minado en que vivimos como un vínculo, no un almacén de datos, no un tablero de botones programados, no un atajo para evadir, skip, delete, la engorrosa dimensión de la conciencia, sino para ofrecernos un largo camino sin destino prefijado, una inmersión en lo desconocido y la profundidad de la vida. Esta antología promete, augura, una lectura lenta, rumiante, fabuladora, más imaginante que imaginativa, creadora antes que creativa… rituales cultos, ritos de una cultura humana que se adentra sin pretender manipularlo en el territorio de lo impalpable, de lo invisible que huye y se retrae… la poesía, pues...: «Ah que tú escapes… en el instante / en el que ya habías alcanzado tu definición mejor»… Mil páginas de camino para extraviarnos en ellas. Hablo, pues, de vínculos, no de datos: poesía, pues: otro «discurso para despertar a las hilanderas», donde irrumpe una inmediatez que no desbarata las representaciones, no borra los nombres. La inmediatez, como dice Cadenas, de
un aquí embriagado
en un ya de oro
..
La vida a quemarropa
por fin.
Allá, por 1947, André Gide, atontado y medio roto trataba de retomar los cabos de lo que será su espléndida antología de la poesía francesa, y ya entonces intuía cómo el culto a otra inmediatez, amenazaba al poeta y sus libros. Se preguntaba Gide qué lo apartaba a él, (que nos aparta a nosotros) los que nos vamos, de los que están por llegar…Veía el fin de la durée Bergsoniana, vio cómo la desconfianza en el porvenir desarrollaba en los recién llegados a este mundo un culto y un gusto excluyente por una inmediatez que podría barrer los puentes que aún quedaban en pie, los intermediarios vinculantes, y entre éstos veía que estaba el antiguo sistema poético de la literatura francesa… es decir… la tradición: aquello que permitía a la memoria retener y situar los rasgos comunes donde se inscribe la emoción, la belleza en fin, la poesía, pues… Gide recuerda cómo antes de la guerra, él se decía: «escribo para ser releído… sólo ganaré mi proceso en la apelación..». pero, ahora (está en 1947), ahora esto no significa nada… Ya no hay instancias de apelación ni es cuestión de releer nada… y se pregunta ¿acaso están rotos los lazos que nos religan… sin intermediarios… ¿qué podría enlazarnos con el futuro?
Su antología, como la nuestra, hoy, como aquella, la primera de todas, la Palatina, era en fondo una nueva defensa de la poesía… un gesto donde se juntan forma clásica y gesto romántico, ciencia y conciencia, artesanía y emoción, paciencia y coraje, cambio y tradición… Creo que esta antología nace bajo los auspicios de esta perenne amenaza, la que quiere sacar del juego de la vida a la belleza y de todo lo viviente su vínculo sagrado… la divina Afrodita, Afros, la espuma de los días, lo que hace posible aquel diálogo entre la ráfaga y la piedra que buscaba Alfredo Silva Estrada en uno de sus poemas.
II
Junto con el aparecer de una nueva antología es inevitable que aparezca la curiosidad vecinal, que se den cuerda los corrillos y se agiten las fidelidades y las viejas rencillas, los protagonismos… nos precipitamos para ver si allí figuran nuestros actores favoritos, o si, al contrario, si estás harto de verlos y quieres ver correr sangre nueva en el circo… inevitable que una antología no agite susceptibilidades, no genere desconciertos y provoque descontentos… una verdadera antología tiene que incluir y excluir. La cuestión no es amontonar. Hacer una antología significa escoger y las ausencias pesan tanto como las presencias, y todas pesan en favor y en contra… ¿de qué? no lo sabemos. No lo sabremos nunca, porque de eso se trata… la antología es un juego en el tiempo, no contra él… es un juego del tiempo… y el tiempo dirá… y no siempre dice lo mismo.
Cuando la contemplamos, así, desde afuera, esta antología, con sus mil y tantas páginas, parece una piedra más… todavía no comienza su diálogo con la ráfaga… el tiempo, la mirada, el aliento… todo eso viene después… Por ahora parece una piedra en el camino, una señal, una más, y en la distancia diría que sí, que eso es: una más en la siempre inconclusa muralla de las defensas de la poesía. Traduzcan si quieren este rancio título, que dio pie a todo un género, por otro más antiguo aún: una poética… un arte de la poesía, que en este caso se nos ofrece como una condensación de rasgos comunes.
Dije «una piedra en el camino», sí, creo que podemos imaginarla así, una piedra que nos sale al paso y con la que podemos tropezar. Es más, diría que está aquí para eso, como todo lo que viene al mundo, está hecha para tropezar con ella: es un traspié en el camino de la poesía, y traspié es otro nombre que damos a las señales que ella va dejando a su paso. Para el que ya sabe (cree que sabe, jura que sabe) a dónde va, esta piedra es una señal confusa, borrosa, en una lengua rara, que le hace perder tiempo y puede dejar a un lado… o, si acaso, mirarla de reojo para localizar un nombre, una fecha… En fin, es inevitable que algunos confundan su utilidad con la de un, GPS, un google earth, siempre que haya señal y puedan llevarla «cargada» en el bolsillo… Pero no es éste el caso, una antología de poesía es otra cosa y ésta en especial, comenzando por lo del bolsillo… es otra cosa. Si no llevas prisa (o no hay señal) la antología se abre como una estación de postas, un mesón en medio del camino, un lugar de encuentro, convivial, un convivio, decían antes las portadas de ciertas antologías… Su misión consistía en reunir lo disperso, juntar lo distinto, crear para el que anda por los caminos de la poesía un lugar donde aproximarse a ella, tan esquiva, tan cambiante, y probar su pan… ese pan que está siempre en medio del camino y nuca sabe igual. Tu apetito será lo que le añade o le resta sabor. Sí señor: una antología como ésta, no está hecha para la prisa de hoy, pero tampoco se hizo para estarse quieta en un estante condenada a la indiferencia, esperando a que la humedad o el sol borren o resquebrajen sus páginas y acabe sus días no en las infames hogueras del sacrificio sino en los tristes hornos del reciclaje.
El tiempo es quizá la dimensión más ardua de considerar cuando se emprende el trabajo de construir una antología. Nuestros autores lo saben bien, lo han sufrido y algo de eso, discretamente nos cuentan en el prólogo. Nada menos que antologizar el siglo veinte de nuestra poesía… un siglo… y nosotros sabemos que los libros de poesía, entre nosotros los venezolanos, se reproducen como acures… Un siglo de poesía y al menos cuatro años de trabajo constante y sorteando distancias, fue el tiempo aproximado de elaboración y gestación de este libro, pero cuántos fueron los de incubación en cada uno de sus autores, eso, creo que ni ellos mismos podrían decirlo. Y un tiempo así, de lentas gestaciones, va a contracorriente del tiempo productivo en que hoy vivimos. Recuérdese que todo lo que tiene que ver con la poesía siempre cae en el terreno de lo que no se puede medir ni contar, a menos que sea en acentos, sílabas y cesuras… ni medir ni contar, tan solo imaginar, ése es el tiempo real que exige y ofrece la poesía, no sólo para darse, escribirse, sino también para leerse y transmitirse, como es el caso de esta antología. El ámbito de la poesía (su escritura, su crítica, su lectura y sus efectos) exigen ritmos que no caben en los calendarios productivos, y carecen por lo mismo de una tasa de retorno predecible, contante y sonante. Pero por otra parte, y en compensación, sus productos quedan siempre al margen de los procesos de inflación o devaluación, el alma es que la los gesta y los recibe, es la que escribe y es capaz de leer y de tocar en la clave viva del mundo en que vivimos. Y el alma, obviamente, no forma parte de las tendencias y los pánicos del mercado.
Pero el tiempo también tiene un papel determinante en el trabajo de gestación porque obliga a leer y reflexionar en sus dos dimensiones a la vez, mirando hacia atrás y avizorando hacia adelante. Cuando se trabaja en la elaboración de una antología, a sus autores, quiéranlo o no, les guste o no lo que dijo o la forma en que lo dijo, tienen que afrontar lo que Eliot expone en su ensayo sobre la tradición y el talento individual. Y allí tropiezan con los límites y aparecen los frenos que la cultura, en la inercia de su vitalidad les impone para que el resultado de sus escogencias no sea el producto de un mero capricho del momento, o el discurso de un tendencioso voluntarismo crítico o militante. Esta antología, repito, creo que acogió y sufrió a fondo este desafío. Un desafío que no termina hoy cuando la antología está siendo bautizada en los diversos templos y mesones donde circula la literatura, sino al contrario, son desafíos que cobran y cobrarán nuevo vigor cada vez que un lector presente o por venir se aproxima, la hojea y comienza a leerla. La antología no es un rompecabezas de mil piezas que tenga que armar ni una cronología que deba recorrer, es un fresco que carece de la pátina unificadora del estilo y de una fuerza expresiva coherente. No debemos confundir el índice de los autores con un retrato de grupo, es más bien un largo y laberíntico corredor lleno de ecos… rasgos comunes pues, dentro de los que, como en el eco, siempre se pierden las primeras frases…Cada lector entra en ese corredor, escucha algo, lo reúne, y echa a andar…
III
El contexto de los criterios que se esbozan en el prólogo deja ver que no se trata de juicios de valor estético ante la obra de cada poeta considerado individualmente. En este sentido es un acierto el título y quiero insistir en ello porque la expectativa del lector crece alrededor de esos rasgos comunes. Sin embargo, es necesario que, a la vez, leyéndolos como conjunto no formen grupo en la mente del lector y sobreviva la viva singularidad de cada uno. Que se escuche cómo cada uno cantó su propia y única parte de la oración, dando quizá la misma nota en un instrumento diferente, o esos otros momentos en que pulsando un mismo instrumento cada uno emplea un tono distinto o ataca con un ritmo discordante el mismo tema. Lo que quiero decir es que estos rasgos comunes necesitan lectores con oído y sensibilidad dispuestos a leer en esta partitura la singularidad de cada rasgo común.
Cuando abrí por segunda vez la antología, dispuesta a cumplir con la tarea de «presentación en el templo» intenté, como en la escuela, leerla en orden, un poeta tras otro, siguiendo las fechas, pero la vitalidad de las voces, la poesía misma fue imponiendo un patrón invisible. Comencé con la Silva, la Silva criolla, y enseguida escuché desde el callejón el verso de Igor (Barreto) diciendo A San Fernando quiero ir, quiero volver, ahora que el paisaje ha muerto de alabanza… Y sólo entonces el oído acogió la invitación de Lazo Martí: es tiempo de que vuelvas, es tiempo de que tornes… no más insano amor en los festines… Y confieso que no seguí leyendo, porque en ese momento y en medio de la lectura, el poema que se me hizo presente no estaba físicamente en esta antología, pero sí lo estaba dentro de mí, y me hablaba desde estos mismos territorios y decía:
No fue un laúd
lo que escuchamos
a nuestro regreso:
usurpación y mentira
en las humeantes calles
de la ciudad natal.
Y desde los montes, el verano
con su carga de muerte
humeaba sobre nuestras cabezas.
Aislados, hundidos
sin verde lugar
donde posar los ojos».
Era la voz de otro regreso, la de los Territorios que Alejandro (Alejandro Oliveros) , viene sembrando de ausencias y poemas, y poemas sin regreso.. Escúchalo y comprenderás que ya no era posible sostener sobre la misma tierra el impulso de aquel verso alegre y melancólico de los regresos de comienzos de siglo de la silva de Lazo. Sin embargo, la nota del laúd que no escuchamos, suena, suena allí en este verso que se adentra en un escenario menos vasto que aquél y más profundo, y el rasgo que podía tener en común con aquella tristeza criolla camina ahora hacia una belleza invisible, sin verde lugar / donde posar los ojos.
Reabro la antología y pocas páginas después leo al fin la famosa carta de Salustio a su mamá. No comprendo que hace allí esa ficha con las fechas, un rasgo incongruente ante el estupor que me provoca este ¿poema? poco después de la silva criolla y como ya no puedo seguir una lectura al hilo, corto al sesgo, atravesando dos generaciones y en pleno tráfico consigo la conexión que necesito:
«y que por un libro era que iba
a hojear revistas que jamás en mi vida iba a comprar
porque para qué
y a preguntar por algo que sabía no iba a haber sólo por verte
era que entraba
y que a mirar un bolígrafo o la pluma fuente esa
(y que qué desea señor
y que no nada sólo mirando…»
Y así, este árbol que nació torcido, y no es una torre de Pisa, sino parte de una fuga maltrecha, inacabada, que sólo ahora, creo, alcanza el sentido, es decir la dirección que requería su tonalidad… ese ahora es un siglo después… aunque el poema es del 84… no sé si me explico. Pero eso no importa. Rafael Castillo Zapata seguro intuye que estoy hablando del sentido de un diálogo inconcluso que la antología nos impulsa a escuchar, coincidencias y afinidades que surgen de diferencias y diversidades, el contrapunto de una lectura que es un juego, poemas que son teorías vinculantes, hileras de imágenes sostenidas por la memoria de un lector, y así, la antología aparece como algo parecido al teatro de la memoria que imaginaron los humanistas del Renacimiento; es decir, un lugar donde el alma sirve de respaldo y trasfondo a la conciencia. En un teatro semejante, esta antología ya tiene su asiento y desde allí, como dice Opiano, «podemos comenzar»…
Si la vemos así, si la situamos allí, ella, la antología, digo, no será ni fortaleza a la defensiva, ni trinchera ofensiva, tampoco ornato de una plaza, o volumen deslomado en una biblioteca deshabitada; en el teatro de la memoria ella comenzará a vivir. Ser lo que sus autores han intentado hacer desde sus respectivas trayectorias y territorios: mantener una vida de reflexión y creación donde la tolerancia a lo distinto y el asombro ante lo singular no atropelle, no censure aquello que en cada uno de nosotros dice no, aquello que no puede estar sujeto a persuasión.
IV
Lo representativo es un criterio que ha entrado en crisis… y en los criterios fundadores de esta antología se advierte con claridad que nuestros autores no siguen ni persiguen ese rasgo. Como K en el puente de madera, ellos llegaron para cartografiar un territorio. Y, como la aventura de K, creo que ésta no ha concluido. Los instrumentos de trabajo, por más que en el prólogo se los mencione, por más que no cabe duda de que existen, los tienen, siempre estarán en camino y la aventura misma que emprendieron los va envolviendo en una espesa niebla. Cada poema que leemos nos regresa a esa verdad que constató Gide en el comienzo de su breve y espléndida antología: que por debajo de aquello que esperas tocar comprendes que lo que llamas poesía siempre nace de un malentendido: una palabra en falso. Y que todos los precisos y preciosos criterios que ahora suplantan aquellos otros que derribaste, andamios modernos y tramoyas posmodernas, terminologías sustitutas, códigos incorporativos e incluyentes, nuevos cultos para viejas fobias y eternos fanatismos, fatalmente bajan la voz y ceden a la voz sin ley que decide el poema.
El título ya es un desafío, hallar rasgos comunes en un territorio donde todo es singular, donde cada relieve es relevante. Cartografiar un territorio descartando las viejas cercas derruidas, las alambradas excluyentes, los pozos secos de un saber que ya no sabe a nada y las de ese otro que pretende saberlo todo haciendo innecesarios los poemas: esto, además de arduo y meritorio, es un riesgo. Aquí es donde se hace peligroso el horizonte que esta antología abrió: un camino distinto que debe seguir haciéndose pero que supone construir sobre un campo minado… se corre el peligro de ceder a lo que la sociedad reclama, al peligro de quienes quieren reunir el pasado de un siglo (de poesía o de cualquier otra cosa), atendiendo solamente a las frustraciones de siempre, a las indignaciones del momento y a las propuestas futuristas del país que nunca es. El peligro está en que los rasgos comunes se disuelvan en el viejo tremedal aquel, en la barbarie de nuestra vieja montonera verbal, territorios discursivos que sólo se renuevan repitiéndose, mimetizando lenguajes que perpetúan sin darse cuenta las mismas coordenadas de una literatura que se defiende de la poesía. Estos son los peligros, éste es el desafío, y ésta es la vida difícil que le deseo de corazón a cada página de este libro: que se la lea como una defensa de la poesía. Los rasgos comunes están ahí, un sentimiento, una opresión, un complejo, un reclamo, un duelo o un quebranto, un apetito y un resquemor, un ensueño o un sueño, una espera o una frustración, la misma flor que es otra flor, rasgos comunes, sí, pero que sólo al desplazarse o refractarse, nos religan y se hacen vinculantes. Este desafío, esta aventura, ya no es solo asunto de Antonio, de Gina y de Miguel, sino de todos a quienes esto importa, de todos a quienes esto duela y alegre al mismo tiempo. Enriqueta Arvelo Larriva dijo crearé una música unida / en pentagramas astillados. Pasado el siglo, Antonio, Miguel y Gina han creado un pentagrama unido para una música astillada. Llamaré coraje el impulso que sostiene el trabajo de esta antología. Coraje en estos tiempos para atreverse a escoger sin haber podido invocar plena y abiertamente aquello que debe estar presente en cada pieza incluida: me refiero a la belleza, o a la emoción poética —que es como decir lo mismo. Coraje para incluir en las fundaciones de la construcción criterios de territorios ajenos a la poesía, que pesan fatalmente sobre ella.
Cada generación cuando se lanza al ruedo de su tiempo juzga con seguridad, creen tener criterios infalibles, reparten patentes y salvoconductos, momifican o barren las cenizas de las obras anteriores. Pero tienen con ellos la fuerza de la poesía misma, tienen una poética común. Pero esta antología no nace de un espíritu de cuerpo, de una militancia específica, filosófica o política, tampoco responde a una misma poética, sus autores lo dicen… no ha recibido un mandato institucional, ni le debe nada a política alguna, oficial y acomodaticia. Nació sin esos respaldos o espaldarazos. Responde a una íntima necesidad que es quizá el mayor de sus rasgos comunes. En el prólogo nuestros autores hablan poco del impulso. Yo siento que los movía una urgencia común —urgencia, aquí puede ser sinónimo de ansiedad— y me atrevo a suponer que fue luego, en el curso del trabajo, que esa urgencia fue refractándose en los rasgos comunes que buscaban —que quizá todavía buscan— en la descomunal diversidad de la poesía en un siglo que avanzaba hacia la uniformidad del presente.
No soy la persona capaz de comprender bien y menos explicar las precisiones y virtudes de los criterios que sirven de fundamento a la cartografía de esa urgencia o ansiedad de rastros comunes. Mi instrumento de medida sigue siendo la prosodia y la mímesis, la metáfora, el ritmo y la melancolía, sin embargo, puedo reconocer que para recorrer esta antología debo moverme hacia el siglo, que es allí, en los márgenes de esa contemporaneidad que se reparten las fichas de este juego en común, la territorialidad de la poesía, y que desde allí cada poema alcanza quizá una libertad nueva, una disponibilidad que me convida a penetrar en ella.
Cuando dije lo del coraje, cuando dije lo de la urgencia en común sosteniendo ese coraje mientras la antología se hacía, fue también para decir que era el siglo lo que allí estaba urgiendo y rugiendo sus ansiedades, y que ya era hora de rumiarlas como poesía. Allí estaban latentes los rasgos comunes, y lo que veo surgir cuando leo es lo descomunalmente poco común que estaba sucediendo en ese siglo nuestro, en sordina, sin un centro formal, que más abajo de lo que la trama de la modernidad visible me ofrece como discurso para verlo, la poesía estaba excavando, socavando, construyendo corredores invisibles que afloraban dispersos, disgregados, en un tono, una emoción, un ritmo, una sintaxis, un motivo, una indignación, un encanto, un sinsabor… algo estaba deshaciendo algo que habíamos sido hasta ahora, y en estos o en otros rasgos comunes que no son éstos se atraviesa el rasgo común e irregular de la vieja belleza y las viejas verdades del corazón.
Esta antología nos ofrece la huella de esa urgencia.
Hoy la pregunta y la exigencia que debemos hacernos es cómo prolongar este momento de coraje, como desplazar aquella urgencia de la ilusoria estabilidad que proporcionan los andamios ya empleados para construirla; es decir, dejar que ahora el territorio de rasgos comunes los desmonte, y que del diálogo entre la ráfaga y la piedra aparezca, ese sí embriagado, ese ya de oro…
María Fernanda Palacios
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