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Hay juegos que son tan feos que deberían adelantarse hasta el minuto 90. Pasa en el cine. Sabes con las primeras escenas si valió la pena comprar las cotufas y el refresco.
El choque tenía ese asterisco que regularmente dejan los partidos contra los rivales de Centroamérica. Por la experiencia en la Conmebol, por el regodeo con la alcurnia suramericana, se espera que la Vinotinto saque su clase. Y de cierta manera, así sucedió.
Rafa Romo tocó por primera vez la pelota en el minuto 24. Hasta entonces, todo era para la visita. Rómulo Otero ejercía de galán. Repartía, tocaba, remataba, generaba faltas… era el mejor jugador de la cuadra. Parecía que Venezuela no tardaría en abrir el marcador.
Desbordados, los Canaleños apelaron a la pierna dura. Especialmente con Román Torres, un central con imagen de campeón de lucha libre de los años 90. Qué lindos aquellos tiempos de Tatanka, Jokozuna y El Enterrador en la voz de César Nanú Díaz.
Pero no nos desviemos. Empujando con el físico, Panamá se metió en el área de Romo. Era un peligro a medias, como los perros pequeños que ladran. Se nota que a esta selección le falta fundamentos y también titulares (al menos seis de los que fueron a Rusia 2018).
Dicen los entendidos que independientemente de las acciones finales, los problemas para defender de un equipo se notan en la cantidad de centros que permite. Siguiendo esa línea, el local terminó mejor aunque no sabía muy bien qué hacer con esos centros.
Para la reflexión queda la facilidad con la que Colombia y Panamá pasaron la pelota por el medio del campo. No se duda de Tomás Rincón, que es el referente de la zona. No tuvo una doble fecha excelsa, pero es inamovible. Júnior Moreno, sin embargo, deja su evaluación en una zona gris.
Aunque gris fue en general de La Vinotinto. Con muy poco, Cristian Martínez se las ingenió para incomodar y generar lo mejor de Panamá. Al menos siempre encontró a Romo atento.
Después de Otero, Darwin Machís se perfila como fijo en las convocatorias. Es serio y comprometido, busca la mejor opción y le falta solo mejores intérpretes y práctica para que su voz nos contagie.
El segundo tiempo empezó con Panamá muy arriba. Obligado por su afición, subió a buscar el partido y allí Venezuela empezó a encontrar espacios, aunque de manera intermitente. Debemos darle al botón de forward para no aburrir a los lectores, como nos aburrimos los espectadores.
Soltamos la tecla de adelantar hasta los cambios que impulsaron una mejoría anímica y de conjunto: el ingreso de Salomón Rondón y Jefferson Savarino.
De los pies de ambos salió el primer gol, una jugada en la que hasta Alexander González tuvo que ver. Obviamente los aplausos más fuertes se los lleva Otero, que sabe dónde se genera peligro. Ahí recibió Savarino y luego Rondón solo tuvo que soplar, aunque el soplido parecía de abanico.
El 1-0 era merecido. Y ya con el rival jugado en búsqueda del empate, Salomón –otra vez sin pegarle con comodidad– definió un centro que mostró los recursos de Eduard Bello. Quien ha jugado sabe que girar en plena caída cuesta, por lo tanto la asistencia es medio gol.
Si contra Colombia muchos pedían que se reconociera el nivel del rival, pues lo mismo pasa contra Panamá. Puede haber ido a un Mundial, sin embargo no es un sparring para sacar demasiadas conclusiones. El resultado entonces es lo de menos.
Lo importante es que la selección volvió a reunirse. Como declaró Rondón, antes de este juego solo se comunicaban por Whatsapp. Quedará de parte del cuerpo técnico sacar las notas pertinentes, aunque para los que lo vimos a distancia, obviamente hay pistas.
Una se escribe con O de Otero. Hay otras, sin embargo, más misteriosas. Comprender el aporte de Christian Santos es una de ellas. Pareciera que hay algo que los técnicos ven en los entrenamientos que les convence, aunque en la acción, siempre quede en deuda.
Al final, se le agradece a Rondón que la velada no haya sido tan mala como anunciaban las primeras escenas de la película. Veremos si en las secuelas el guion sigue mejorando.
Jován Pulgarín
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