El rey Viserys I y Alicent Hightower se casan en "House of the Dragon", la nueva serie de HBO. Este es uno de los conflictos de la narración, que ha traído los temas sobre política y uniones de nuevo a la mesa. Fotograma de la serie.
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Ya la fama sobre la impresionante belleza de Helena había trascendido Esparta y el Peloponeso, y era conocida por todo el mundo griego cuando Teseo y su inseparable Pirítoo decidieron raptarla. Era todavía una niña. Sedientos de gloria y de renombre, los dos amigos habían hecho parte de algunas de las más sonadas hazañas de la época: se embarcaron junto a Jasón y los Argonautas en pos del vellocino de oro y tomaron parte de la expedición para cazar el jabalí de Calidón. Tampoco Teseo dudó un momento en apoyar a su amigo cuando los centauros ebrios quisieron raptar a las mujeres en la boda de Pirítoo. Por último, ya demasiado envalentonados, ambos se propusieron desposar a dos hijas de Zeus. Y ese fue el final de sus aventuras y de su larga amistad, porque Pirítoo se decidió por Perséfone, que vivía en el infierno, la temible Casa de Hades. Entonces Hades les tendió una trampa: simuló invitarlos a un banquete de bienvenida y les dejó adheridos a sus asientos. Solo Teseo, con ayuda de Heracles, pudo escapar, pero tuvo que dejar a Pirítoo en el infierno y despedirse de su amigo para siempre, pero esa es otra historia.
El rapto de Helena –es decir, este primer rapto- no terminó de mejor manera. Teseo y Pirítoo la sorprendieron cuando danzaba junto al templo de Artemisa con otras niñas. La llevaron a Atenas, pero los atenienses no permitieron la entrada de la niña a la ciudad. Teseo decidió entonces llevarla junto a su madre y su hermana en Etra, un pueblecito del Ática. Allí la rescataron sus hermanos los Dioscuros, los gemelos Cástor y Pólux, quienes la trajeron de nuevo a Esparta, y de paso se llevaron también a la madre y la hermana de Teseo para que fueran esclavas de Helena. Todo esto lo cuentan Plutarco en su Vida de Teseo, Apolodoro en su Biblioteca mitológica, Pausanias en la Descripción de Grecia (II 22) e Higino en la Fábula que dedica a Helena (79). Se me ocurre que este sería el origen mítico de la vieja enemistad entre Atenas y Esparta.
El padrastro mortal de Helena –recordemos que ella era hija de Zeus-, Tindáreo, rey de Esparta, comprendió que lo mejor sería casar pronto a la niña, si es que quería librarse de un problema, el problema de su irresistible belleza. Apenas llegada a la edad, y esto era muy pronto en la vieja Grecia, acudió a Esparta una gran cantidad de pretendientes, atraídos por la belleza de Helena, es verdad, pero también por la perspectiva de reinar sobre Esparta. Entre ellos estaban héroes y reyes que después sobresalieron en la Guerra de Troya: Áyax, Patroclo, Diomedes, Odiseo y Menelao entre ellos, todos menos Aquiles, que aún era muy chico. Los mitógrafos no se ponen de acuerdo: según Apolodoro fueron treinta y uno, según Higino treinta y cinco, pero según Hesíodo, que trata el tema en su poema Eeas, parcialmente conservado, apenas fueron trece los príncipes que acudieron. En todo caso suficientes para que terminaran disputando de mala manera. Entonces Odiseo, prudente y previsivo, aconsejó a Tindáreo que los obligara a someterse a un juramento: que respetaran la elección de Helena, pero sobre todo que prestaran ayuda al elegido en caso de que fuera atacado. Y el elegido fue Menelao, hermano de Agamenón, rey de Micenas. El resto es historia conocida.
No sé si entre los mitos de la vieja Grecia hay una historia anterior en que se encuentren así mezclados matrimonios, juramentos, belleza y poder, pero sí puedo asegurar que el mito de Helena es el más conocido. También hay que decir que el matrimonio de Odiseo y Penélope fue consecuencia de este pacto de pretendientes, pues a cambio de este consejo, Tindáreo ayudó a Odiseo a obtener la mano de Penélope, que era su nieta. Por cierto que si algunos supieron de pretendientes, éstos fueron Odiseo y Penélope, como sabemos, aunque sin duda mucho menos honorables.
Así pues, los matrimonios en el mundo homérico eran previamente pactados entre varones, generalmente intermediando una causa de poder y a espaldas de las hembras. Es lo que muestra claramente el caso de Otrioneo, un héroe menor mencionado en el canto XIII de la Ilíada. Otrioneo se presenta ante Príamo pidiendo la mano –nada menos- de Casandra. De modesto origen, al parecer no ofrece grandes riquezas, lo que fuera de esperar en tiempos de paz, y sí la hazaña de expulsar a los aqueos de tierra troyana, sin más fortuna que su propio arrojo:
…Otrioneo, quien de Cabeso había venido
poco hacía, en pos de la fama del combate,
a Príamo pidió la hija de excelente figura,
Casandra, sin traer regalos sino prometiendo
una gran proeza: que de Troya expulsaría,
mal de su grado, a los hijos de los aqueos.
El anciano Príamo prometió bajo juramento
que se la daría, y éste se batió creyendo en la promesa
(Il. XIII 364-369).
Otrioneo caerá en combate y el matrimonio nunca se consumará. El final de Casandra, concubina de Agamenón a la caída de Troya y muerta a manos de Clitemnestra y Egisto, no será menos trágico, pero no es lo que aquí nos importa. En Homero, la guerra se presenta como un mecanismo de promoción social y las hijas de Príamo, como un activo, ya no para acceder al poder, sino para lograr la supervivencia misma de la ciudad. Los términos del contrato son claros en el poema. Su cumplimiento, sometido a la incertidumbre del avatar bélico. El destino de la novia, suspendido en un acaso de largo aliento.
Lejos de proponer un modelo, los poemas homéricos muestran cómo se manejan las cosas del poder ya desde tiempos prehelénicos. No solo en Grecia. En Roma, a fin de estrechar sus lazos con su compañero de triunvirato Pompeyo, Julio César le concedió la mano de su hija Julia. Para llevar a cabo la boda, César tuvo que romper el compromiso de Julia con el cónsul Quinto Servilio Cepión, al que, en compensación, Pompeyo entregó a su vez la mano de su propia hija. Al parecer, Julia fue una esposa ejemplar y, no obstante la diferencia de veinte años entre ambos, Pompeyo la amó sinceramente, quedando muy afectado cuando ésta murió de parto. Recordamos asimismo la alianza entre Marco Antonio y Cleopatra, que llegó a convertirse en una auténtica amenaza para Octavio Augusto antes de que Shakespeare la convirtiera en una trágica historia de amor.
¿Hasta qué punto había, pues, amor, y hasta qué punto intereses de poder? ¿Hay, en efecto, amor, o éste puede surgir con el paso del tiempo? ¿O acaso, como quiere Octavio Paz en su delicioso ensayo La llama doble, el amor cortés, ese que hoy conocemos e idealizamos, no es más que una invención medieval? En todo caso, en el mito y en la práctica de los más antiguos, el matrimonio se revela como una estupenda herramienta de ascenso político, de acceso al poder.
Mariano Nava Contreras
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