Pablo Lopez #49, pitcher de los Marlins de Miami, lanza contra los Mets de Nueva York durante el segundo inning del juego de este 18 de mayo de 2019. Fotografía de Michael Reaves | Getty Images | AFP
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Siempre escribo para contar la historia de quienes se convirtieron en leyendas. Me gusta hacer crónicas sobre jugadores, gerentes, managers, periodistas, narradores o árbitros que se convirtieron en figuras legendarias por sus hazañas en el terreno, frente a un teclado o un micrófono. Historias fascinantes, de seres humanos con habilidades extraordinarias que a veces parecen héroes de películas.
Esta vez será una crónica diferente, no voy a contar la historia de ningún consagrado al Salón de la Fama o de una súper estrella camino a inmortalidad, no sé a dónde puede llegar en su carrera en el béisbol, si ganará premios o centenares de millones de dólares, pero quiero escribir sobre él porque creo que es especial y que aun cuando apenas comienza su recorrido, merece más que la reseña de los ponches que propina o las carreras que permite, esos datos están en los portales de estadísticas.
Tiene 23 años, es natural de Cabimas, estado Zulia, juega beisbol desde muy niño, se llama Pablo Lopez y debutó en las Mayores en junio de 2018. Llegó a Miami en un cambio con los Marineros de Seattle, el equipo que lo firmó cuando era un adolescente que se debatía entre sus dos pasiones: el béisbol y la medicina. Hijo de padres médicos, creció viendo los libros que usaban ellos y le entusiasmaba ser cirujano, la anatomía y poder curar y salvar vidas. A los seis años comenzó el colegio y a los dieciséis había culminado el bachillerato con 19.8 de promedio, fue aceptado en la escuela de medicina y fue entonces cuando debió elegir entre el estetoscopio o la pelota. Decidió hacerse pelotero, con la alternativa de ir a la universidad en caso de no poder alcanzar su meta como jugador, habla cuatro idiomas (español, inglés, portugués e italiano), le gusta la lectura y sus compañeros Miguel Rojas y Martin Prado le dicen “Wikipedia” para resaltar que ha sido estudioso, el narrador del circuito de los Marlins en español, Yiky Quintana, le dice “El doctor” a propósito de sus intenciones de ser galeno poco tiempo atrás. A los 22 años su nombre apareció por primera vez en una alineación de Grandes Ligas.
Pero no todo ha sido tan sencillo como parece para el muchacho de Cabimas, muy jovencito perdió a su mamá en un accidente de tránsito. Con el apoyo de sus hermanos y de su papá, siguió adelante. En familia pudieron superar la tragedia, siempre presente en su recuerdo, es una inspiración constante. Su trato con la prensa es amable, no importa si fue castigado por el equipo contrario. Sereno, taimado y con una madurez que no es común a su edad, responde cada pregunta. Es fácil hablar con los peloteros después de una victoria, complicado es conseguirlos dispuestos y afables en medio de un slump o luego de haber permitido muchas carreras. Pablo López no pierde la gentileza ni evade la entrevista ni las preguntas porque haya tenido una mala salida, como ocurrió el 10 de mayo pasado cuando los Mets lo castigaron en el City Field con diez carreras en tres episodios.
Este sábado 18 le tocó abrir nuevamente ante los metropolitanos, pasó una semana entre un desafío y otro, ansioso, como declaró después, con ánimo de revancha deportiva. Con la decisión de desquitarse, estudió el juego de la paliza, pasó horas viendo los videos de esos innings interminables en los que no pudo hacer el trabajo, identificó los errores cometidos, analizó debilidades y fortalezas de cada bateador que enfrentó y enfrentaría. Llegó, como es habitual en él, muy temprano, hizo sus ejercicios, soltó el brazo y a la hora de play ball subió al montículo con un plan muy estudiado. McNeil, el primer bateador del juego, le conectó un doble y esta cronista, desde el palco de prensa, temió que ese batazo fuese un mal augurio, pero después de eso retiró a catorce bateadores en fila, dio par de boletos y ponchó a siete. Su deseo de darle a su equipo una oportunidad de ganar se había cumplido y la revancha también.
“Uno aprende todos los días. Uno aprende de los días buenos pero creo que se puede aprender más de los días malos, porque si estás haciendo algo mal los bateadores te van a exponer, entonces fue prestar atención a cada lanzamiento de la salida anterior, ver dónde fueron los errores para tratar de limitarlos, tratar de hacer lo que no hice la vez pasada, que no estuve usando mucho las dos costuras adentro a los derechos, eso fue más que todo el arma más importante de hoy, saber que eso no lo hice la vez anterior e intentarlo esta vez y ver qué resultados traía”.
Fue su salida con menos hits permitidos, alcanzando su tope de innings trabajados y de retirados por la vía del ponche.
Pablo López apenas está en su segundo año en las Ligas Mayores y aún está buscando la consistencia que se necesita para permanecer a este nivel de exigencia, por lo pronto ha mostrado que es enfocado, capaz de sobreponerse. Al terminar el juego, el manager Don Mattingly habló de eso: “Quería ver una respuesta de parte de Pablo después de lo sucedido en Nueva York, no habló mucho, pero fue la mejor respuesta”.
Es difícil pronosticar sobre su futuro, pero no cabe duda de que su presente, con bolas y strikes, es el de un hombre joven que con madurez y sabiduría ha sabido superar las dificultades, y esto es casi siempre parte de la historia de quienes hacen historia.
Mari Montes
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