El 27 de noviembre de 1951, una expedición pareció dar con las muy buscadas fuentes del Orinoco. Paula Cadenas entrevista a Daniel Bourdon, el autor francés que, fascinado con las lecturas de dichas búsquedas, escribe un hermoso libro a partir de aquel sinfín de relatos. Desde un rincón de Francia, Bourdon cuenta lo que ha sido la experiencia de aventurarse en las laberínticas fuentes documentales que narran un perpetuo maravillarse a través de los siglos.
Daniel Bourdon es un arquitecto de formación, el título le sirve para llenar las casillas de la identidad social, pero es sobre todo escritor. También se hizo traductor gracias a un encuentro con la poesía de Rafael Cadenas. No fue memorable, pero lo recuerda desde su apartamentico en el sur de Francia, donde vive hoy.
“Eso ocurrió durante el verano 1979 en Caracas, donde estaba pasando un año. Aquellos textos que había descubierto en la librería Suma me sorprendieron, me revelaron una cercanía singular. Un poco más tarde unos amigos colombianos muy entrañables me pusieron en contacto con el poeta. Así que pude encontrarme con Rafael en un café de Sabana Grande. Recuerdo haberle comentado sobre la cercanía de su obra con Michaux, él asintió, y muy pronto le propuse traducirlo al francés, no para dármelas de traductor, que no lo era, sino porque me pareció increíble que una poesía de esa altura fuera totalmente desconocida en Francia. Rafael, sencillamente, me contestó sí…”.
Daniel Bourdon ríe al pronunciar el monosílabo, y quienes conocemos a Rafael Cadenas, figura familiar para tantos, podemos entender la sinceridad y despojamiento de aquel “sí”. Y de ese “sí” surgió un conjunto de poemas de Rafael Cadenas al francés, Fausses Manoeuvres, publicado veinte años después por la casa editorial Fata Morgana. Le siguieron viajes, encuentros y un tejido de amistades que perduran, así como su pasión por aquel trópico.[1]
En los noventa, Bourdon publicó cuentos en revistas, y le siguieron varios libros de relatos cortos. Hoy, es un autor de textos tan escurridizos como el personaje que los escribe, de un estilo impecable, animados por las sorpresas de lo cotidiano y lo absurdo de la realidad. Su única brújula es la pasión por la lengua, sus giros musicales y los prodigios con los que se produce el encanto de la ficción. Le gusta situarse más bien como fabulador. Orinoco es la última entrega de Fata Morgana, firmada por Bourdon. Allí las fronteras se cruzan o se autoseñalan para recordarnos el carácter de invención en lo textual. Ni novela, ni ensayo histórico, más bien un diario de viaje documental y poliforme tan difícil de clasificar como los oficios de este autor; y mientras esperamos su traducción al español, les invitamos a conocer un poco más sobre este singular libro.
–Daniel, aunque conozco tu debilidad por aquellas tierras y tu atracción -como buen europeo- por El Dorado, me gustaría que nos contaras dónde podrías trazar el origen de este libro o, como en el curso del río que lo inspira, por dónde podríamos situar la fuente…
-Siempre me ha interesado conocer cuál es la chispa que da lugar a una ficción, pues lo que escribo son ficciones. Pero en el caso de Orinoco, fue pura casualidad. Estuve en Venezuela hacia 1980, y me interesó mucho la poesía popular de los llanos. Allá había leído un artículo sobre un texto de Miguel Acosta Saignes llamado El llanero en su copla, ensayo que traduje para una revista francesa. Y mucho más tarde, en el año 2010, creo, estaba tratando de hacer una selección de coplas llaneras para traducirlas, sirviéndome de varias antologías y de artículos. En un momento dado me topé con el libro de un tal Daniel Mendoza (El llanero), que alcancé a comprar por internet en una librería española. Es un libro muy bien hecho cuyo autor era en realidad Rafael Bolívar Coronado, un falsario de mucho talento. Y en este libro leí que las primeras vacas, que eran cordobesas, llegaron a los llanos hacia 1530. Creo que esta fecha la tomó de un libro de Humboldt, quien la había tomado, a su vez, de las crónicas del padre Pedro Simón. Pero Humboldt habla del año 1548 y no de 1530. Y estas fechas me parecieron curiosas con respecto a la historia de la Conquista.
Hay que recordar que Vespucio no vino a América antes de 1499, y él, como Colón, se quedó en las orillas, no penetró en el interior del continente. Ni siquiera tenían soldados para eso… De allí que 1530 pareciera una fecha inverosímil. Por eso quise saber un poco más, verificar, y para hacerlo me puse a buscar documentos sobre la Conquista y sobre el poblamiento de aquella parte de tierra firme. En ese entonces sólo conocía lo que sabemos, las fechas de los viajes de Vespucio y de Colón. La red de internet fue un gran recurso. Me encontré con la Biblioteca Luis Ángel Arango, de Bogotá, también con los documentos del Centro Caro y Cuervo (donde anteriormente había conseguido el libro del padre Fabio sobre las coplas llaneras de Colombia). Fui descubriendo así una gran cantidad de documentos. Y a partir de entonces me di cuenta de que fueron muchas las incursiones, las llamadas «entradas» de conquistadores desde Bogotá, Coro, Paria… No sé cómo vino lo del Orinoco; por un libro, por supuesto, pero no sé cuál fue el primero que detonó la búsqueda. No lo sé.
-Al ir leyendo el libro, nos vamos dejando llevar por un flujo cambiante, una multiplicación de fuentes documentales que se pretenden fuentes verdaderas. Es como si las expediciones a lo largo de la historia se cruzaran con los distintos relatos y, al mismo tiempo, con la propia narración de este libro híbrido. La idea del origen del río se entremezcla a veces con la del libro, con la lectura o incluso con el lenguaje.
-Leí muchos libros y documentos. Estos libros contaban cosas extraordinarias. El lago Parima, el Orinoco, la ciudad de Manoa, el oro. Iba viendo cómo se entrecruzaban varias dimensiones del tiempo y del espacio. En ese momento leía únicamente por placer, por gusto, no había ninguna intención de hacer un libro. Pero, eso sí, tomaba muchas notas. De vez en cuando me daba cuenta de que estas notas de lectura despertaban en mí reflexiones sobre el fenómeno de la lectura. La sospecha fue instalándose, junto con una atracción creciente por lo incierto, con respecto a la naturaleza de las crónicas, la forma en que se construían los relatos de aquellos acontecimientos, muchos de ellos fantásticos, y, al mismo tiempo, por la forma en que nace un relato.
Me intrigaba lo incierto en las crónicas. Empecé a interrogarme sobre sus fuentes. Me llamaba la atención que ciertas crónicas del siglo XVIII y del XVII tomaban como material crónicas anteriores, sin que sus autores hubieran necesariamente verificado los hechos contados por el cronista anterior. Parecía que no hubiese ninguna fuente original, únicamente copias de copias. Eso ocurrió incluso en la realización de los mapas de la época. En 1599, por ejemplo, se publicaron dos mapas de Guyana casi idénticos, inspirados por el libro de Walter Raleigh (The Discovery of the Large, Rich, and Beautiful Empire of Guiana…). Uno lo publicó Theodor de Bry, un grabador nacido en Liège (hoy en día en Bélgica) que nunca viajó a América. Otro lo hizo un grabador flamenco, Jodocus Hondius, quién tampoco viajó a América. ¿Cuál mapa era la copia del otro? Eso resulta difícil de saber. Y después, por supuesto, hubo otros mapas más o menos inspirados en el de Hondius o el de De Bry, todos con un gigantesco lago Parima donde, según decían algunos, nacía el Orinoco, pero cuya existencia nunca se comprobó, y que Humboldt borró definitivamente a principios del siglo diecinueve.
Poco a poco, la historia de las expediciones hacia las fuentes del Orinoco iba quedando como en segundo plano y yo tomaba cada vez más notas sobre mis sensaciones como lector, más que impresiones sobre el río y su descubrimiento. Y aquellas notas fueron la materia bruta. Había esencialmente un asombro continuo. De manera paralela hubo las expediciones de los conquistadores y la “expedición” del lector-narrador en los libros que contaban esas expediciones. Así pues, el libro podría ser el diario de un lector. Un lector obsesivo, subyugado, casi hechizado. Hasta se podría decir que Orinoco es un libro sobre la lectura o, mejor dicho, sobre cierto tipo de lectura.
-Quizás, como bien dices, se fue tramando con el tiempo, desde la lectura tenaz de documentos de todo tipo, siguiendo el trazo de narradores de todas las épocas, obedeciendo a tu voluntad de explorador de textos, acaso también a un deseo o a cierta nostalgia de aquellas tierras que no pudiste llegar a conocer entre tus estancias.
-Probablemente. Hubo además azares, pequeños acontecimientos insólitos. Y una especie de certitud llegó justo después de un encuentro muy particular, que ocurrió de forma tardía, pues ya había leído por lo menos veinte o treinta libros o quizás más. Sucedió en mi ciudad, me encontré con el autor de unos libros editados en Venezuela, que llevaba tiempo buscando y cuya lectura me parecía imprescindible. Me refiero a Miguel Ángel Perera, a quien conocí en 2013, gracias a ti, como se cuenta en el epílogo del libro. Cuando este encuentro tuvo lugar, supe -o por lo menos, creo ahora o me gusta creerlo, que fue a partir de este momento, de este acontecimiento- que mis notas iban a volverse un libro. Quizás fue una señal para mí. Digo eso, pero tampoco estoy seguro, pues siempre estamos reconstruyendo el pasado, dando una nueva forma a los recuerdos. Puede ser que lo haya reconstruido, para dar una especie de lógica a algo que no la tiene. A lo mejor, la certeza de que estas notas darían lugar a un libro vino de otra manera, poco a poco. Ahora no sé con exactitud cómo fue la cosa… Hubo, por supuesto, un trabajo significativo de recomposición.
-No parece fácil clasificar este libro. ¿Tú cómo lo catalogarías dentro de tu obra?
-Desde luego no es una novela, porque no escribo novelas, escribo cuentos. Tampoco es un ensayo. Son acontecimientos que se quieren “verídicos”, pero el relato, pues más bien sería un relato, tiene carácter ficcional. Son pedazos de la Historia a los cuales di un carácter ficcional. A pesar de que se cuenten acontecimientos, este libro no es la historia de un descubrimiento. Es un «montaje» de fragmentos de las lecturas de estos relatos del descubrimiento o, mejor dicho, de los fragmentos que me iban quedando de estas lecturas. El libro no busca contar los hechos verdaderos, si es que existe tal cosa. Es un relato construido a partir de muchos otros, de distintas épocas, con puntos de vista diferentes. En cierto modo, es una ficción tramada únicamente a partir de lecturas de reconstrucciones de hechos reales, de anécdotas, de imágenes. Lo único que añadí fueron reflexiones sobre la manera en que leía todo eso, sobre los efectos de esa experiencia.
-Lo raro es que el libro abarca una gran cantidad de registros, a pesar de ser muy breve. ¿Cómo pudiste resumir en cien páginas una historia cuya duración fue de cinco siglos?
-De manera general, intento ser conciso. No habría podido escribir trescientas páginas, además de que no me interesaba. Lo que he intentado hacer es dar cuenta de las extraordinarias sensaciones que me habían regalado todos esos libros, todas esas lecturas. No hacen falta mil páginas para eso. No hay necesidad de hinchar la prosa. Quería también despertar la curiosidad en el lector, invitarlo a ir a indagar por él mismo. El texto original era ligeramente más largo, tenía una veintena más de páginas, incluía numerosos paréntesis y digresiones, pero eso demoraba la lectura, dispersaba la tensión. Puesto que yo quería dar al texto una cierta densidad, eliminé todas esas digresiones y precisiones. Decidí ponerlas al final en forma de notas, que son de dos tipos: las que informan sobre un acontecimiento o una fecha, explican esto o aquello, y que son técnicamente necesarias, y otras que son prolongaciones menores del texto en sí, como, por ejemplo, las notas sobre los Guaharibos o sobre los iluminados. De esto se deriva la estructura del libro: un texto seguido de una cantidad significativa de notas que no tienen el mismo rango que el texto principal.
-Sí, y hay notas que son referencias, pero también otras que extienden guiños. Hablando de ello, Orinoco es también un libro hermoso en hechura, con las reproducciones de mapas trazados por exploradores, por ejemplo, y muy rico en cuanto a su estructura y confluencia de estilos y puntos de vista, su lectura fluye, pero parece que siempre debemos volver a él, no importa por dónde lo abordemos, hay algo inasible, algo que, como el río, se nos escapa.
-Todos estos libros que leí tenían algo mágico, ocultaban algo secreto, y es por eso que a uno le gusta volver a leerlos, para tratar de entender lo que se te ha escapado, lo que se oculta. Al leer las crónicas y los relatos más o menos científicos, muy a menudo me sentía desorientado. Frente a la imposibilidad de determinar los hechos, me siento atraído por lo incierto. Siempre me ha interesado lo que pone en tela de juicio cualquier verdad, más que la verdad misma, o de eso que llaman la verdad. Las vacilaciones, contradicciones o dudas, desestabilizan, pero tal vez esta desestabilización misma sea la fuerza central del relato. A la vez, me encanta ver cómo un mismo acontecimiento puede generar relatos contradictorios. Creo que tengo la suerte de no haber sido un historiador, porque supongo que para los historiadores estas incoherencias y contradicciones son una constante, aunque pueden ser fuente de estudio, creo que no les produce el mismo asombro. Para ellos es algo corriente, variables que forman parte del oficio; en su lugar, ellos tratan de buscar una cierta lógica o racionalidad. No ha sido mi caso; yo he tratado más bien de componer algo a partir de imágenes, de algunas frases y de algunos trozos de relatos. Creo que esta mezcla de exactitud aparente y de sugerente incertidumbre se hallaba en la sombra. Todavía ahora pienso que hubo algo que el narrador no ha sabido asir en este libro, que hay algo que se le ha escapado. Pero a lo mejor algo tenía que escapársele al narrador como al lector. Puede que lo más interesante en un relato sea precisamente lo que se le escapa al lector, e incluso a veces al mismo autor.
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Notas:
[1] . Cabe destacar que Daniel Bourdon colaboró traduciendo entrevistas publicadas por Prodavinci para un número especial que la prestigiosa revista Les Temps Modernes dedicó a Venezuela en 2018, y que tuve el honor de dirigir con la destacada investigadora Paula Vásquez.
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Haga click acá para leer dos fragmentos de Orinoco, por Daniel Bourdon.
Paula Cadenas
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