COVID-19

“Nunca supe dónde me contagié”

Fotografía de Roberto Mata | RMTF

01/06/2020

«Esa porquería de enfermedad…hasta los que no la tienen parecen llevarla en el corazón» 

Albert Camus, La peste

Se me ha afectado un poco la memoria, pero dicen que es normal.

Entré caminando por emergencia a University of Miami Hospital con una neumonía, un virus respiratorio sincitial. Me tomaron la temperatura, estaba muy alta. Me cambiaron a otro piso. Hicieron la prueba del COVID-19 y resultó positivo. Era el único hospital en Miami para ese momento que podía hacer ese examen. Por seguridad pararon todos los ascensores del edificio y me subieron al penthouse: el piso COVID-19.

Las enfermeras pusieron caras de terror cuando se abrieron las puertas del ascensor. Hubiese querido filmar la expresión de «no sabemos qué es esto, pero el coronavirus es algo malo y se va a poner mucho peor». Eso fue el lunes 16 de marzo de 2020, cumpleaños de Clara, mi hija mayor. El pasillo del penthouse tenía tres puertas forradas de plástico con cierres y cintas adhesivas. 

Guantes, máscaras y trajes especiales. 

Una vez que las pasé y quedé aislado, los que me llevaron botaron toda la vestimenta y protección para ponerse una nueva, puerta tras puerta.

Durante nueve días me comuniqué solo por celular. 

Gemía, tenía un dolor interno en todo el cuerpo, la cabeza, los oídos, los pulmones, los huesos. Un dolor raro. Imposibilidad de respirar. Era como ahogarse bajo el agua. Y si dejaba de ahogarme y lograba respirar, volvía el dolor. 

El piso entero tenía el mismo quejido. Lo teníamos todos. Nunca había escuchado tanta gente pidiendo ayuda. Las lamentaciones salían de todos los cuartos, porque se escucha. Algunos gritaban, algunos lloraban. 

«Denme algo para el dolor del cuerpo, algo para poder respirar, me estoy yendo…»

La sensación de irte sin poder hablar con nadie.

Mis aventuras de kitesurf, motociclismo, bicicleta montañera, surf, esquí, boxeo y otras actividades me han acercado a la muerte. En una oportunidad me caí por un barranco de sesenta metros en Choroní, estado Aragua, pero sin duda, esta es la vez que más cerca he estado de morir. Sentado en una cama. Una sombra negra que me hala y yo clavo las uñas para que no me lleve. No veo las escenas de la vida pasar, solo veo mi conflicto con la muerte. 

Hay un momento en que te cansas y dices «llévame».

Te sacan la sangre día y noche, cuando logras dormir un poco te despiertan. Les toca hacerlo con un traje, guantes, máscara y lentes. Los lentes se empañan. 

No supe quién se salvó y quién no, el hermetismo fue absoluto. 

No oyes más al paciente de al lado, pero nadie te dice nada.

Solo sigues escuchando Fox News, CNN y Univisión al mismo tiempo. 

La televisión se oye, el dolor del cuerpo no te permite verla. 

El estampado de la silla de visitante de mi habitación es igual al coronavirus. Una sola silla. 

Tenía neumonía, coronavirus y fiebre de cuarenta grados centígrados. Al cuarto día había perdido más de once kilos. 

Estaba muy débil y empapaba de sudor la cama. Cada hora debían cambiar las sábanas.

Decidieron darme hidroxicloroquina, además de una serie de antibióticos y una bomba de oxígeno. 

Da miedo. Te están ayudando pero no saben lo que está pasando. No saben qué van a hacer para salvarte pero te explican todo lo que están haciendo. 

Nueve días en emergencia. No me entubaron. 

Cuando te entuban es Dios el que decide.

Llamé a un amigo en Madrid que es muy organizado, bueno con los números. Yo no lo soy. 

«Me estoy yendo, cuéntame cuáles son los próximos pasos para dejar bien a Thaís y a las niñas».

Saber si ella necesitaba firmar algo si yo entraba en coma. Se dio cuenta al oírme que no podía respirar. Fue una conversación pragmática, él sabe de seguros y estos temas. La amistad quedó aparte. Lo manejé como un tema gerencial, ningún asomo emocional o espiritual. 

Después de eso pasé dos días completamente desconectado, no recuerdo nada. No alcancé a hacer lo que me indicó. 

Mi esposa y mis hijas en cuarentena, con prohibición de salida de la casa supervisada por el gobierno. Lo único que sabían de mí era lo que yo mismo por el celular alcancé a decirles, de lo poco que entendí que me estaba pasando. Thaís se dio cuenta que el testamento no estaba al día. En este país eso es importante. 

Mi vida es viajar. Le doy la vuelta al mundo varias veces al año. Disfruto primero a la gente y luego del trabajo que me apasiona. Los últimos veinte años han sido así, pero por primera vez llevaba mucho tiempo sin hacerlo: tres meses. No había razón para enfermarme sin viajar, se supone. 

Cuando la fiebre comenzó a bajar porque la medicina hizo efecto, empezó mi lucha por irme a casa. Estaba muy débil aún pero arrastrado y sin permiso llegué hasta el baño. Luego tiraba cosas al piso para obligarme a bajar de la cama y recogerlas. Me forcé a comer, a moverme. Decidí que allí no me quedaba. Todos los días llegaban nuevos pacientes, nuevos lamentos. No quería seguir escuchando esa agonía, además necesitaban mi cama. 

Yo no sé si estoy bien. No sé si estoy cien por ciento recuperado, no sé si voy a tener consecuencias. Esto afectó todo mi cuerpo. Puede haber afectado algo de la cabeza, del hígado, los pulmones para siempre. Quién sabe. 

Yo quise abrazar a todos el día que salí, dar las gracias, pero yo era la papa caliente. Debían sacarme de allí sin contagiar a ninguno. No pude abrazar a nadie. Después llamé y di las gracias. No reconozco a nadie del personal médico por el uso del tapabocas, solo reconozco voces. Los médicos, un internista, un médico de emergencia y un médico de cuidados intensivos tenían acento al hablar inglés, todos. 

Estuve 14 días encerrado en mi casa, en mi cuarto, el gobierno me llamó cada día para ver cómo estaba. Estaba bien. Mi madre, de 92 años, me dijo que no me podía matar un virus, que me podía comer un tiburón en Miami, pero no un virus, que eso sería imperdonable. Tengo 60 años. Nunca supe dónde me contagié. 

Soy rebelde. Todos mis amigos lo saben, mi esposa y mis hijas lo saben. Salir de esto fue un reto personal. 

***

 Xavier Aristimuño, 60, administrador especializado en televisión y jardinero.


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