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—No vengas a la marcha. Ya tú no estás para estar corriendo, mami.
—¿Tú crees que yo soy viejita, Paul? Yo corro, Paul, yo corro.
“El 18 de mayo, no sé bien por qué, no fui, no lo acompañé. Lo despedí en la puerta, le di la bendición y le hice la señal de la cruz. Fue primero al hospital, después a la universidad y de allí a la protesta. Después iría a su trabajo en el Centro Comercial El Doral. Me dijo que no fuera porque él regresaba temprano. Su tía, mi cuñada, que siempre va a las marchas, tampoco fue. Lo llamé a la una y cuarto de la tarde para saber si venía a almorzar. No me contestó. No le había pasado nada todavía, pero no atendió.
Los amigos de mi hijo me dicen mami.
Un poco antes de las cuatro de la tarde tocaron el timbre de la casa. Me había quedado dormida sin hacer el rosario de las tres con la madre Francisca que pasan por el canal 11, y mi celular estaba descargado.
—¡Vístete rápido, mami! Paul necesita sangre. Lo atropelló un carro.
Me puse como loca. Me cambié en la sala de la casa. Si me tenían que sacar toda la sangre, que lo hicieran: lo único que me importaba era Paul. En el carro iba con la esperanza de que me iban a tomar la vía. Aún no me habían dicho que mi hijo ya no vivía. Cuando llegué al hospital y logré entrar, las doctoras no me dijeron nada, solo me abrazaron.
Maldije. Grité y grité. Golpeé en el pecho a uno de los milicianos que custodiaban el hospital.
Yo no era yo.
Rabia, impotencia, ira.
Yo no soy así.
Nunca olvidaré la cara de mi hijo en la camilla.
No sé qué me pasó ese día. Bueno, sí sé: ahí estaba mi hijo.
Cuando me abrazaban me decían: ‘Yo sé lo que se siente’.
Para sentir lo que yo siento, hay que pasar por lo que estoy pasando. Esto solo lo puede explicar una madre a la que le hayan arrebatado un hijo. No tiene comparación con nada. El mundo se acabó.
Paul era esgrimista, músico (timbales, caja, güiro, guitarra) zurdo, scout, estudiaba quinto año de medicina. Reparaba celulares y los vendía, se trasnochaba viendo películas, era enamoradizo, le gustaba el pelo largo y tenía el nombre de su sobrina tatuado en el brazo derecho: Catalina.
¿Qué no hacía mi bebé?
No le pude avisar a su hermano. Lo hizo su compadre. Llegó a tiempo para el entierro y se quedó nueve días conmigo. Ya se fue.
Paul publicó en su Instagram el 8 de mayo una foto donde sale rescatando a un niño asfixiado por las bombas lacrimógenas de un maternal.
Carlos Javier (36), su hermano, es periodista y vive en Madrid.
Le escribió:
—Cada uno en sus frentes. Ese es el tuyo.
Paul respondió:
—¡Amén, hermano, así es, te amo!
No he contado los días, no sé cuántos días han pasado. Solo sé que cada día me hace más falta. Mi casa huele a Paul, todo es Paul. Dormía conmigo desde que me separé del papá. Su hermanito, como se decían ellos, se fue a España hace un año. Éramos solo él y yo. Se graduaba el año que viene y quería hacer el posgrado en cirugía plástica. Me iba a arreglar completica, de arriba a abajo. Yo estaba pensando en anillo, toga y birrete.
Me dijeron que ese día él trató de proteger a dos de sus compañeras de @PrimerosAuxiliosLUZ. Estaban sentados descansando en la isla de la avenida, se levantó con los brazos abiertos sin entender lo que pasaba. Una camioneta se lo llevó por delante. Le pasó por encima y lo arrastró. A ellas no les pasó nada.
A mí no me preocupaba que él fuera voluntario en las marchas, porque yo iba y lo veía de lejos. No había tenido ni un rasguño.
La justicia del hombre en este mundo no sirve, estemos claros, pero de la justicia divina no se salva nadie.
—Papi, cuando tú te gradúes, ¿te vas a ir de Venezuela? Porque mira como están las cosas. No vayas a dejar de irte por mí.
—Mami, ¿estás loca? Yo no me voy, así que nos vamos a quedar los dos.
Se quedó en Venezuela y se me fue.
Omar Barrios se llama el que lo arrolló. Lo vi de frente el día que hicieron la reconstrucción de los hechos. Ni me pidieron ni me querían decir que fuera. Que era muy fuerte para mí. Estuve desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde esperando que llegaran los del CICPC bajo un sol muy fuerte. Sin desayuno, almuerzo ni cena. Llevaron la camioneta con la que lo hizo. Le dije a mi abogada que quería hablar con él, que le quería decir que me daba lástima. Pero no me lo permitió.
‘Señor dame paz, necesito estar tranquila’ y así agarré fuerzas para poder estar allí.
Escuché cuando la novia, Liz Mary Hernández, le dijo: ‘Ahí está la mamá del muchacho‘. Cuando él me vio le dije:
—Mírame bien la cara, no se te olvide mi cara.
No aguantó la mirada y bajó la cara.
Yo también me pongo en los zapatos de su madre.
Ahora la Avenida Fuerzas Armadas se llama Paul René Moreno Camacho. Tenía 24 años y creo que es la víctima número 54. ¿Cuántas madres están sufriendo hoy al ver a su hijo salir?
Tyron, el Pitbull, dejó de ladrar. Los perros saben cuando algo pasa. Lavé la ropa de Paul que me entregaron y la tendí en el patio. Se volvió como loco. Eso me partió el alma.
El cuarto de Paul está cerrado todavía. La llave se quedó por dentro”.
***
Marlene Camacho, 63, secretaria comercial. Madre de Paul Moreno.
***
Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 19 de octubre de 2017.
Roberto Mata
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