Perspectivas

No es país para viejos

Geras, la divinidad que simbolizaba la vejez en la mitología griega.

10/05/2020

«Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón». Silvina Ocampo.

Encontramos una vívida ilustración de las costumbres primitivas en la novela El país de las sombras largas (1959), de Hans Ruesch, quien nos narra una serie de aventuras en torno a una familia de esquimales. Un momento muy emotivo es el nacimiento de Papik, el hijo del matrimonio protagonista. El pequeño llena de alegría al iglú, pero, al pasar los meses, se dan cuenta de que no le brotan los dientes y por tal motivo van a tener que sacrificarlo. Para ellos constituye un acto compasivo, pues así no podrá sobrevivir en el hostil ambiente ártico.

Antes de ejecutarlo, deciden mostrárselo a Pauti, la abuela materna. Ella asegura tener el poder para lograr la dentición del bebé, con la invocación de los dioses del viento. Lo que no es más que un engaño para poder dar unos días más de vida a Papik. Cuando milagrosamente le crecen los dientes al niño, la abuela decide autoinmolarse, pues se convertirá en una carga para su familia. Determinada, Pauti sale a la intemperie a buscar su final.

“Cuando el oso se decidió por fin a acercársele, Pauti estaba ya tan aterida, que apenas advirtió el caliente aliento de la bestia al darle en el rostro. Fue así cómo, casi sin dolor alguno, pasó a las regiones del sueño eterno y apacible”.

La acción de Pauti se puede clasificar como “suicidio altruista”, el cual consiste en la renuncia a la propia vida para beneficiar el bien común. Se caracteriza por ser un acto consciente e intencionado. En su estudio El suicidio (1897), el padre de la sociología moderna francesa, Émile Durkheim, explica este fenómeno como producto de la “sobreintegración” con la sociedad; es decir, el individuo se concibe a sí mismo como una célula de la colectividad: el yo no está diferenciado de la totalidad social.

Achaques y sabiduría

Desde la antigüedad, la vejez se considera tanto una bendición como una desdicha. En la Biblia, por ejemplo, se reconocen las dificultades y retos de llegar a una edad avanzada, incluyendo un retroceso físico y mental: “No me rechaces en el tiempo de la vejez; no me desampares cuando me falten las fuerzas”. (Salmos 71:9).

En la postura bíblica, estas calamidades no deben ser consideradas solo desde la perspectiva humana. Desde la perspectiva divina, la providencia nos brinda sabiduría para ayudarnos a lidiar con la decadencia física: “en los ancianos está el saber” (Job, 12, 12).

En la mitología griega, Geras era la divinidad que simbolizaba la vejez. Como era de esperarse, se le representaba como un hombre encogido y arrugado, aunque, a veces, también era una anciana. En la Teogonía (223-225), Hesíodo nos explica la genealogía de Geras. Es hija de Noche y hermana de Engaño, de Afecto, y de Discordia. Esto da cuenta de la contradictoria naturaleza de la vejez. Por un lado, participa de la bondad de una larga vida: pero por otra parte, esta aquejada por la decadencia física.

Herman Hesse encuentra en el recuerdo la recompensa de una prolongada existencia, pues los mayores cuentan con “aquel tesoro en imágenes que llevamos en la memoria tras una vida larga, imágenes a las que, al reducir nuestra actividad, damos una dimensión muy diferente a la concedida hasta entonces. Personajes humanos, que ya no están sobre la Tierra, siguen viviendo en nosotros, nos pertenecen, nos proporcionan compañía y nos miran con ojos cargados de vida” (Elogio de la vejez).

La sociedad moderna ha tratado de aliviar de manera técnica los aspectos negativos de la vejez. Se ha desarrollado la geriatría, como importante rama de la medicina. Por otra parte, las políticas públicas, como una forma de reconocer el aporte a la sociedad de las generaciones anteriores, han creado un sistema de pensiones para que las personas de edad no sufran la indigencia.

Todas estas innovaciones han dado lugar a consecuencias indeseadas, como la desproporción demográfica que se ha dado en los países con tasas de natalidad más bajas. Esto se convierte en un perverso desequilibrio en situaciones de pandemia, donde los recursos son insuficientes y hay que escoger entre darle un respirador a un joven o a un anciano.

El gerontocidio en la ciencia ficción

Como vimos, el suicidio altruista supone que los propios ancianos se sacrifican voluntariamente. A esto se opone la visión de quienes hacen planes radicales para sacrificarlos sin su consentimiento.

La ciencia ficción ha explorado los escenarios de sacrificar a nuestros mayores. En la película Soylent Green, (Richard Fleischer 1973), en español Cuando el destino nos alcance, se muestra un planeta Tierra con una severa crisis ecológica, pues está muriendo el plancton de los océanos. Las hambrunas se han convertido en cosa corriente. Se promociona la muerte asistida de los ancianos. Con tal propósito se ha construido El hogar, una instalación ultramoderna donde los viejos voluntariamente terminan su vida, y donde, minutos antes de morir, disfrutan de la Pastoral de Beethoven y de escenas hermosas de la naturaleza previas al desastre ecológico. Luego los cadáveres son convertidos en alimento para una sociedad hambrienta.

Otro ejemplo lo encontramos en la novela La fuga de Logan, (1967) de William F. Nolan y George Clayton Johnson. El éxito de ventas la llevó convertirse en una película. El argumento describe una sociedad distópica donde la población y el consumo de recursos se mantiene en precario equilibro, para lo cual hay que exigir la muerte de los mayores de veintiún años.

Ya los ancianos han sido eliminados. Solo quedan los jóvenes, los cuales, al llegar a la edad límite, deben entregarse para ser “dormidos”. Los que no se entregan voluntariamente son perseguidos por los Vigilantes, verdugos con la orden estricta de aniquilar a los fugitivos.

En ambas películas, los argumentos económicos y ecológicos son imperativos para aplicar el geronticidio universal. El materialismo, supuesto esencial del pensamiento cientificista, redujo la vida a lo mecánico. La expresión de la vida, entonces, queda reducida a la agresividad, al egoísmo del individuo, al instinto de autopreservación. Cuando apareció la teoría de la evolución de Darwin, inmediatamente se le interpretó, erróneamente, como la supervivencia de los más fuertes.

En esto parece coincidir Simone de Beauvoir, quien, en su libro La vejez (1970), hace un estudio de la última etapa vital del ser humano. Ella denuncia la visión explotadora que reduce a las personas a recursos productivos: “solo interesa el ser humano en la medida en que rinde. Después se le desecha”.

En un mundo así, no hay espacio para los débiles. Lo que la ciencia ficción ha hecho es articular algunas pulsiones de muerte que ya existen en la realidad.

La dignidad del invierno

Una visión muy diferente la encontramos en la obra De la vejez, de Cicerón (106-43 a.C.), el gran romano, entre cuyos sus atributos destacan los de estadista, abogado, retorico y filósofo. La obra se desarrolla como una conversación entre Catón el viejo y Escipión. La conversación recuerda a los diálogos platónicos que tanto admiraba Cicerón.

A Catón se le pide que explique los males que usualmente se atribuyen a la ancianidad. Primero, que a los ancianos se les excluye de los negocios. Segundo, que son físicamente débiles. Tercero, que ya no gozan de los placeres como antes. Cuarto, que la muerte les acecha. En cuanto a los tres primeros, Catón afirma, contra la opinión común, que se puede vivir una vida activa en los negocios, vigorosa y placentera, si se ha administrado bien la juventud para obtener los beneficios en la vejez. En cuanto a la muerte, dice que todos estamos enfrentados a ella por igual, tanto los jóvenes como los mayores.

Esta reivindicación de la ancianidad por Cicerón parece reflejarse en el poema Navegando a Bizancio, de William Butler Yeats, el cual comienza con la rotunda afirmación: “Aquel no es país para viejos”. Luego de los primeros versos, cambia el tono del poema, pues, al igual que el texto ciceroniano, hay una revaluación de la vejez por encima de los prejuicios compartidos.

Es abundante

Un hombre de edad no es más que una cosa miserable,

Un abrigo andrajoso sobre un palo, a menos que

El alma aplauda y cante, y cante más fuerte

Por cada arruga en su vestido mortal.

Todos tenemos el deber de sacrificarnos por el bien común, pero también el derecho a no ser reducidos a no ser tratados como cosas. En consecuencia, podemos oponernos legítimamente a ser exterminados por un desapiadado proyecto utilitarista.

Envejecer es la mejor forma de no morir. Es saludable hacerlo con virtud, aunque nos podamos conceder algún pequeño beneficio retorcido. Con agudeza, Ambrose Bierce define la vejez como la “época de la vida en que transigimos con los vicios que aún amamos, repudiando los que ya no tenemos la audacia de practicar”.

 


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