Miguel Arroyo. En el centenario de su nacimiento

09/10/2020

De izquierda a derecha: Coromoto Álvarez y Alfredo Schael reporteros de los diarios Últimas Noticias y El Universal, respectivamente; los ministros Ramón Escobar Salom y Simón Alberto Consalvi; el presidente de la República, Carlos Andrés Pérez atento a una explicación de Miguel Arroyo, director del Museo de Bellas Artes, y, entre otros, el joven artista plástico Julio Pacheco Rivas (Caracas, circa 1974)

Cuando a Miguel Arroyo (Caracas, 1920-2000) le propusieron dirigir el Museo de Bellas Artes de Caracas (MBA), su inmediata aceptación respondió a la necesidad de establecer desde aquel emblemático organismo un canal difusivo de la vanguardia artística, respetando por supuesto el legado pretérito del arte nacional.

Los años de su gestión (1959-1976) coincidieron con la coyuntura de robustecimiento de la moderna identidad de Venezuela, por lo que se dispuso ampliar el imaginario de lo que, en adelante, contendría el Museo de Bellas Artes, ese pequeño edificio con impronta neoclásica concebido por Carlos Raúl Villanueva e inaugurado en 1936 por el general Eleazar López Contreras.

Por aquel tiempo Arroyo estaba convencido de que las obras de nuestros grandes maestros del retrato, de los bodegones y las flores, y de las escenas de la gesta libertadora merecían reposar –al menos por un lapso– en los depósitos. Por ello cierta prensa lo fustiga sin reparar en que renovar era imprescindible para acoger los sucesos del arte contemporáneo, esos que ocurrían en el instante plástico y cultural de su momento.

Así, el MBA recibe algunas vanguardias: del cubismo en adelante hasta el cinetismo en auge representado por venezolanos como el guayanés Jesús Soto, quien refresca los espacios del museo con la novedad del “penetrable”, delicia visual y sensorial para chicos y grandes, entendidos y neófitos. Como parte de lo mucho que hizo en su administración, Arroyo incorpora todos los cuadros de artistas cubistas donados por los esposos Vallenilla; también, las piezas cedidas por los hijos de Otero Vizcarrondo y, entre otras actividades, monta una exposición de pintura francesa que, por aquellos años, hizo historia en Venezuela.

En general, sin irrespeto a los antecedentes de la renovación de la plástica nacional a partir de la segunda década del siglo XX gracias al Círculo de Bellas Artes, Miguel Arroyo asumió el compromiso de brindar al país las aspiraciones más avanzadas en cuanto a la museística nacional.

Miradas

Tal como señala el artista venezolano Ernesto León desde su estudio en Houston: Arroyo es

El padre de nuestra museística, [así] como del movimiento favorable al establecimiento de nuevos museos (…) Poseía una sensibilidad y una cultura que pasó a ser parte fundamental de cantidad de venezolanos de altísimo nivel en toda la esfera artística e intelectual, en diseño gráfico, entre escritores y artistas (…) A toda una generación la supo llevar y mostrar el mundo del arte contemporáneo.

En Caracas, otro León, Javier –un artista con estupendo poder de convocatoria, dedicado durante esta pandemia a enseñar arte y cultura por las redes sociales–, habla de la “ejemplar programación y gestión de Miguel Arroyo quien también contribuyó en mucho a la profesionalización de nuestro campo cultural de las artes”.

Gran coleccionista, Javier “maneja los términos del mundo del arte con gran fluidez y conocimiento” –comenta Cristina Guzmán, también coleccionista, lectora, librera que, como propietaria hizo de la Librería Cruz del Sur un gran centro de arte en pleno Sabana Grande, y que además fue parte de la creación de la Librería de la Sala Mendoza, cuyo mobiliario diseñó, justamente, Miguel Arroyo–: “Su esmero fue parte del éxito que tuvimos en los días de Lourdes Blanco como directora de la Mendoza”, señala Guzmán.

Valga recordar que este es el año centenario del hombre y creador Arroyo. Entre los homenajes que se le han tributado sobresale la exquisita lectura hecha por Lourdes Blanco, viuda del artista. Y, entre otras intervenciones vía Zoom –por iniciativa de Docomomo capítulo Venezuela–, resaltan las de Hannia Gómez y Frank Alcock, preámbulos de las brillantes clases magistrales de Bernardo Mazzei y Jorge Rivas, respectivamente.

Debemos recordar, asimismo, que a su regreso de Estados Unidos brilló el Arroyo diseñador de muebles. Fue el artífice, entre otros, del mobiliario de las casas de Alfredo Boulton en Pampatar y Los Guayabitos. Objetos utilitarios que completan ambientes adornados por conceptos arquitectónicos de Villanueva y obras de arte encomendadas a Calder, Alejandro Otero, Soto y otros vanguardistas.

El robo de las pinturas francesas

Al mozo caraqueño Arroyo se le encomendó en 1939 tomar parte en el diseño y montaje del pabellón de Venezuela en la Feria Internacional de Nueva York, primer reconocimiento a su talento y capacidad de trabajo. Retorna al país con un impresionante bagaje de conocimientos y con importantes relaciones con creadores norteamericanos.

En 1959, instalada la democracia representativa, el ministro de Educación J. M. Siso Martínez, junto con el beneplácito de Villanueva, Boulton, Miguel Otero Silva, Arturo Uslar Pietri, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Arturo Croce, Raúl Leoni, Rafael Caldera, Jóvito Villalba, Pedro Vallenilla y los hermanos pecevistas Machado Morales, Guillermo Meneses, Inocente Palacios, Mimí y Reinaldo Herrera Uslar (además del aval de la sociedad de amigos del MBA); y por supuesto con el respaldo del presidente Rómulo Betancourt, se acuerda la designación gubernamental de Arroyo como Director del MBA. Ejercería, como se dijo, hasta 1976.

Es reconfortante saber que Leoni, Caldera y parte del quinquenio presidencial de Carlos Andrés Pérez, respetaron la acertada selección de tan dedicado servidor por más de tres lustros.

En el extraordinario resumen que sobre parte de nuestra historia política nos legó Ramón J. Velásquez en el libro colectivo Venezuela moderna, 1926-1976 (Caracas, Fundación Eugenio Mendoza, 1976) leemos que en 1963, rumbo a la jornada electoral prevista para el 1 de diciembre, y debido a que «el PCV y el MIR unidos en el FLN y en el FALN (…) [se hallaban] dedicados totalmente a la empresa de las guerrillas campesinas y de las operaciones de la UTC urbanas», la situación nacional revestía carácter de excepcional originalidad, pues en medio de la violencia de los extremistas de la izquierda castro-comunista el gobierno ejercía a plenitud sus deberes y derechos, los empresarios trabajaban en pro del desarrollo económico y el avance social, la clase media seguía adelante aunque preocupada por los brotes de violencia y los partidos políticos y grupos independientes estaban ganados a tomar parte en las próximas elecciones pese a que el país vivía prácticamente un “salvase quien pueda”.

En tal contexto, a treinta y seis días de abierta la exposición “100 años de pintura en Francia”, el 16 de enero de 1963 cuatrocientos estudiantes recorrían el MBA cuando de pronto, alrededor de las tres de la tarde, diez sujetos irrumpieron en sus instalaciones con armas de fuego. Los asaltantes hurtaron cinco obras de la exposición que tenía pocas semanas de inaugurada. Se llevaron piezas de Van Gogh, Cézanne, Picasso, Braque y Gauguin.

La sustracción fue ejecutada en treinta minutos. Un niño resultó herido cuando a una joven del grupo asaltante se le escapó un tiro. Previendo que las piezas fueran sacadas de Caracas, los vuelos nacionales e internacionales se cancelaron. El 28 de enero de 1963 lo robado ya estaba de nuevo en el MBA. La muestra fue reabierta el 7 de febrero y se clausuró cinco días después: el Día de la Juventud.

Es poco confiable la versión según la cual un millón de personas pudieron ver lo materializado gracias a conexiones de Miguel Arroyo y a su trascendente prestigio profesional. La operación a cargo del Destacamento de Guerrilla Urbana Livia Gouverneur finalizó cuando, en lugar de devolver los cuadros en la casa del doctor Uslar Pietri, la célula terrorista los acercó por equivocación a la residencia del jefe de un cuerpo policial de Caracas.

El auditorio del Museo

Mientras elaboraba esta nota, coincido en un almuerzo familiar con el gran Rodolfo Izaguirre. Al terminar de informarnos que está a punto de convertirse en el primer esposo que escribe y publica la biografía de la esposa, la de su amada Belén Lobo, le pregunto qué opina de Miguel Arroyo.

–Fue mi amigo. Muy apreciado por sus grandes valores personales, méritos intelectuales, pero también como artista, director del Museo y todo lo demás que hizo en su vida ejemplar, tan fructífera.

–Ustedes compartieron mucho tiempo los espacios del MBA: tú al frente de la Cinemateca Nacional y él a cargo del Museo.

–Fuimos magníficos compañeros en los espacios del MBA y en muchos aspectos afines. Pero es imposible olvidar que al encontrarnos, a veces todos los días, nunca dejó de preguntarme: “¿Rodolfo, cuándo te mudas?”. Tenía razón, pero yo no tenía ninguna culpa de que al crearse la Cinemateca en 1966 a su Museo lo dejaran sin auditorio.


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