Perspectivas

Juan Arias: El Paraíso y Belmont Stakes

26/08/2020

Juan Arias (tercero de derecha a izquierda) con gente del hipismo. Foto suministrada por Alfredo Schael

1957. Varias veces acompañé a mi padre a visitar su yegua Guirisapa en el antiguo hipódromo de El Paraíso. Nos desplazábamos con su automóvil por la avenida San Martín hasta la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes (Plaza Italia), subíamos la cuesta que a la derecha dejaba una de las entradas del Guarataro y, un poco más adelante, la estación Palo Grande del tren Caracas-Valencia. Luego doblábamos a la izquierda para regresar a la San Martín, pasar frente a la Maternidad Concepción Palacios y descender por su lindero este, por una callecita que desembocaba en un puente que cruzaba el río el Guaire. Entonces llegábamos a las caballerizas: unas viejas; otras de construcción reciente. En la Caracas de la década del cincuenta –una capital con apenas un millón de habitantes–, la propiedad de caballos de carrera había dejado de ser algo exclusivo de la alta sociedad y de los funcionarios del gobierno.

Guirisapa era zaina. La presentaba el Stud Cumanacoa y era preparada por el joven Millard Ziade. Su primer triunfo en 1.200 metros ocurrió en diciembre del 57. En los meses siguientes pasó a otros entrenadores: al señor Dueñas y al comandante Roque Yoris; en la cuadra de este último trabajaba como caballericero un joven de La Vega que hacía estudios en la escuela de preparadores diagonal al Colegio San José de Tarbes, en el cruce de las avenidas Páez y El Ejército.

La relación entre Yoris, Guillermo José Schael y la yegua se amplió con la incorporación de aquel joven que atendía a Guirisapa en el establo, conducía sus trotes y practicaba los traqueos. Por esos tiempos nació el vínculo que a Juan Arias –el chico– le brindó la oportunidad de presentarse como preparador profesional. Aquel sería, pues, el inicio de su carrera independiente: la de un hombre emprendedor apenas veinteañero.

Lesionada en una pata, Guirisapa terminó sus días al desbarrancarse por un precipicio rocoso en Camurí Chico, pues papá la donó a los padres benedictinos que llevaban en la montaña un internado y una escuela de artes y oficios. El Stud Cumanacoa ya tenía otro ejemplar que del hipódromo de El Paraíso fue llevado a demostrar sus condiciones de velocidad y mansedumbre en las extensas instalaciones de La Rinconada, nunca oficialmente inauguradas por ser exponentes de las obras faraónicas del gobierno anterior (la dictadura de Marcos Pérez Jiménez). Tal mudanza de un hipódromo a otro se efectuó en 1959; acompañó el debut Riesgo, magnifico ejemplar nacido en el Haras Cocotío propiedad de don Nicolás De Las Casas.

Ese purasangre debutó haciendo el segundo lugar en la competencia inaugural del Clásico Comparación, primera demostración de los prospectos de la cría nacional brindados al hipismo nacional. Riesgo tenía excelente pedigrí. La revelación de aquella tarde fue Juan Arias, el humilde y tembloroso muchacho de piel oscura, sonrisa fácil y mirada penetrante, quien sudaba copiosamente en las tribunas mientras seguía las competencias de sus pupilos, que a partir de entonces muchas veces lo llevarían a ser retratado en el paddock descubierto. En adelante, Arias batiría marcas históricas desde aquel domingo en la nueva era del hipismo, deporte de grandes mayorías apostadoras al 5 y 6, y –en las taquillas– a otros juegos disputados en la exigente monumentalidad de La Rinconada. El negrito Arias, hijo del pueblo llano, comenzó a competir con los preparadores acostumbrados a no perder carreras, menos aún, grandes clásicos.

Cuando se recuerdan los triunfos del célebre Cañonero en el par de competencias de la Triple Corona (Derby de Kentucky y Preakness) suele olvidarse que Juan Arias fue su entrenador. En la historia de la hípica norteamericana ningún ejemplar, desde 1948, se coronó en el trío de carreras. En 1971 se supuso factible que Cañonero ganara aquel palmarés. Pero la verdad fue que el caballo salió a correr los 2.400 metros del Belmont Stakes lesionado de una pata y pese a la conducción de Gustavo Ávila el purasangre, propiedad de Pedro Baptista, no pudo completar la hazaña.

Cañonero, nacido en Estados Unidos y presentado como venezolano en tan famosa competencia norteamericana, se manifestó en tan exigente mundo hípico gracias a un yaracuyano osado que en El Paraíso caraqueño, siendo todavía muchacho, se trepaba a los árboles para mirar correr caballos y observar cómo se les atendía como príncipes en las cuadras del antiguo hipódromo. A Juan Arias, hoy octogenario, lo consagraría haber sido un hombre apasionado y constante en el arte que seleccionó hasta convertirse en regio profesional. La misma historia de éxitos vivida por otros de sus coterráneos en varias disciplinas: Félix Pifano, Rafael Caldera, Manuel Rodríguez Cárdenas, Raúl Ramos Giménez, Plácido Rodríguez Rivero, Félix Miralles Garrido, Víctor Giménez Landínez.


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