Entrevista

Michelle Roche: “Malasangre es el texto más íntimo y más personal que yo he escrito en mi vida”

Michelle Roche retratada por Emilio Kabchi

30/03/2020

Publicada por la editorial Anagrama, el pasado 27 de febrero se presentó en Madrid Malasangre, de la venezolana Michelle Roche. En esta entrevista abordamos algunos aspectos de su primera obra de largo aliento.

Autora también del volumen de cuentos Gente decente, por el que obtuvo el V Premio de Narrativa Francisco Ayala, Michelle Roche publicó recientemente su primera novela, Malasangre, y se convirtió en una de los tres autores venezolanos editados por Anagrama (los otros dos son Alberto Barrera Tyszka y Gustavo Guerrero) y en la primera autora venezolana fichada por esa casa editorial.

Malasangre es una historia de una joven hematófaga que se rebela contra la violencia, ambientada en la Caracas gomecista de principios de la segunda década del siglo XX. El libro es también una estimulante mezcla y exploración de tres géneros. “La considero una bildunsgroman histórica con una intersección del gótico”, dice la propia Roche. Conversamos con ella sobre su construcción, la relación con su libro de relatos y los principales asuntos que aborda en su obra.

Leyendo Gente decente y Malasangre, se puede ver que más allá de que el periodo gomecista te permite desarrollar una serie de tópicos relacionados con el autoritarismo, la represión, el conservadurismo, el peso de la religión, el machismo, el patriarcado, entre otros, pareciera que es un momento histórico que, particularmente, te interesa. Uno de los cuentos de Gente decente, “Salvador Gómez y las tablas de multiplicar”, está ambientado también en la Caracas gomecista.

Ese cuento es un estudio que hice sobre la época de Gómez para escribir esta novela. Malasangre fue primero un cuento también y pertenecía a Gente decente.

Pero sí, me interesa mucho el asunto de los militares, del autoritarismo porque es algo que nosotros hemos vivido en 20 años de chavismo. Localizar el autoritarismo en la época de Gómez fue muy fácil para poder literaturizar una serie de sentimientos que tengo con los militares y con los que se enchufan a ellos, pero también con la gente del común que todavía piensa que un gendarme necesario pueda arreglar las cosas. Una de las sorpresas mayores que me llevé investigando para esta novela es la cantidad de gente a la que le gusta el general Gómez, y pienso que esa fascinación está un poco en el centro de la fascinación por el chavismo. Hay una seducción en el venezolano por el que resuelve las cosas que mí me asusta. Eso deja en evidencia también otro de los problemas que trata Malasangre que es el asunto del patriarcado, la versión más radical del patriarcado es la hegemonía militar, allí la mujer no existe sino como prostituta o como adorno del dictador en el caso de la esposa, cuando es hija está a la venta, de alguna manera es una transacción comercial, específicamente en lo que maneja Malasangre. En el siglo XXI, cuando hemos hecho avances en cuanto a los derechos de la mujer, en Venezuela no hemos avanzado en un asunto básico que es liberarnos de la noción de que el militar, el hombre fuerte es el que va a venir a resolver el problema. No estoy ni siquiera rompiendo una lanza porque haya una presidenta mujer, sino simplemente para que dejemos de pensar en el hombre fuerte como capaz de resolver los problemas del país. Que después de 20 años de chavismo esto continúe siendo un anhelo de los venezolanos me asusta profundamente.

Ese interés por la época de Gómez también pareciera responder a una exploración de algunos asuntos de nuestra forma de ser, no solamente con el tema del autoritarismo, sino también con ciertos “personajes tipo” relacionados con el venezolano, como el caraqueño, el andino, la beata, el político, el sacerdote, la criada, el abogado.

Estás dando en el clavo con Gente decente y el asunto de los cuentos, porque en esos relatos a mí me interesó trabajar la manera de ser del venezolano. Hay un cuento clave que es “Mamadoras de gallo”, creo que allí se exporta el discurso político a la manera de ser del venezolano definida en el mismo título. Trato de que mis cuentos sean un poquito eso: el microcosmos y el macrocosmos puestos en un solo lugar porque creo, como las feministas norteamericanas de los años setenta, que el cuerpo y la historia íntima son políticos.

Hay un personaje muy importante en Malasangre, Vito Modesto Franklin. Ese es un personaje que no se sabe si es una leyenda o es de la historia. Para mí ese es el primer personaje homosexual, gay, de la literatura venezolana. A través de él le hago una especie de homenaje a la comunidad gay venezolana, tanto de hombres como de mujeres, porque esta ha sido una comunidad muy vapuleada. En Venezuela no hay una discusión seria sobre la homosexualidad ni en la política ni en la cultura. Hay que ver por ejemplo el tratamiento de lo gay, de lo queer en los colegios, por ejemplo, que es totalmente inexistente, tanto en los públicos como en los privados. Vito Modesto Franklin fue un personaje difícil de hacer pero también fue muy ejemplarizante de la experiencia de escribir Malasangre. Una novela histórica, en mi opinión, no se limita solamente a narrar lo que pasó en una época o a disfrazar a los personajes con la manera de vestirse de esa época. Una novela histórica también significa hablar sobre la mentalidad de esa época, porque cada quien es producto de la mentalidad de su momento.

¿Crees que nos hace falta ese ejercicio que haces en Malasangre de imaginar a partir de nuestra historia? Tenemos una tendencia al relato histórico, pero no fantaseamos con ese material. Pienso, por ejemplo, en los estadounidenses, que pueden convertir a un personaje histórico en superhéroe.

Utilizo la palabra literaturización, aunque no existe, como la noción esta de sublimar el hecho histórico y emplear lo que es útil del hecho histórico dentro del mundo literario. A los venezolanos nos encanta nuestra historia de una manera tal que es un país donde los ensayos históricos son bestsellers. Son betsellers porque están escritos por gente como Elías Pino Iturrieta, Manuel Caballero, Inés Quintero y una serie de historiadores buenísimos que tienen buena pluma. Pero en ningún momento jugamos con la historia que sí, en efecto, es algo que hacen los anglosajones porque eso viene de haber digerido la historia completamente. Para llegar a jugar de esa manera con la historia tienes que digerirla, tienes que tenerla aprendida y tienes que reconstruirla a tu favor.

Yo estoy menos interesada por obras que retraten un momento específico de la historia que por una historia escrita, por ejemplo, por Shakespeare. A mí me interesa menos la historia de Cleopatra que la obra de Cleopatra escrita por Shakespeare. Dentro de esas visiones de la historia hay un discurso cultural, si se quiere incluso moral de ciertos escritores, hay una visión específica de la vida y es en esa visión donde creo que la historia es útil. Creo que el historiador está condenado a contar la historia y ver cómo se repite, mientras que el narrador cuenta su versión de la historia y esa versión, en mi opinión, debería ser lo más íntima y personal posible. Malasangre es el texto más íntimo y más personal que yo he escrito en mi vida.

Diana, la protagonista de Malasangre, es una metáfora muy potente de la condición de la mujer. Crece en un hogar opresor, conservador, con presiones religiosas y con una moral blanda. A ella la señalan por ser diferente, por no querer seguir con los dictados de la sociedad, aunque intenta en un principio acomodarse a esos dictados para poder pertenecer y llevar la vida, como un intento de protegerse de la violencia. Un tema esencial que veo en ella es que ella sufre distintas formas de violencia. No sé si la concebiste así, pero veo a Diana como un resumen de muchas cosas que podemos padecer las mujeres en la vida.

En efecto. Diana es víctima de una cantidad de violencias, de microviolencias, que son esas violencias naturalizadas dentro de la sociedad que no vemos. Luego hay violencias mayores en el caso de Diana como, por ejemplo, el bozal o el ventaneo. A mí me interesaba hacer un catálogo de estas cosas, primero para localizar un poco la situación de la mujer en los años 20, explicar por qué las venezolanas, y sobre todo venezolanas como Teresa de la Parra, no eran propiamente sufragistas porque había una violencia tan naturalizada contra la mujer que era imposible ver fuera de ella.

Para escribir Malasangre, y es algo que trato de mantener en toda mi narrativa, utilizo una máxima de Margaret Atwood: ella tanto para El cuento de la criada como para el resto de sus novelas no incluye nada que no haya pasado en alguna parte del mundo. Hice lo mismo en Malasangre, el asunto del bozal es verdad. Lo traje a Malasangre para mostrar la violencia en la familia, pero también las distintas violencias que producen humillación que las mujeres han sufrido. Pero Diana en última instancia no es una víctima, es una víctima porque le hacen un montón de cosas, pero utiliza esa fuerza enorme del vampirismo y se convierte digamos en victimaria, ella usa la violencia liberadora, muestra la iniciativa que tienes que tener para sobreponerte a todo lo que tienes en contra. Y ese es un poco mi deseo para las mujeres en general, para el género femenino venezolano en particular. Diana es un poquito mi apuesta a una mujer que se levante por encima de eso.

En otra entrevista, hablaste del miedo como un motor del relato fantástico y en el libro hay varios miedos. ¿Podrías hablar del tratamiento de los miedos en la novela?

La narrativa del gótico una de las cosas principales que tiene es el asunto del miedo. Por eso entraron todos los aspectos de la dictadura de Gómez que podían causar miedo: el retrato de La Rotunda, el asunto de la peste, esta cosa de los hombres máquina y los chupa tinta. No quería que el miedo fuera sobrenatural, porque el miedo sobrenatural resuelve el problema de una manera muy fácil: “es un monstruo”, “es un diablo”. No creo en la existencia del diablo, no creo ni en el mal profundo y drástico ni en el bien profundo y drástico, creo que todo tiene sus matices y Malasangre tiene que ver un poco con eso. El miedo ya estaba en la novela, pero lo subrayo a partir de la dictadura de Gómez, porque mi punto es que dan más miedo los militares que los vampiros, a mí, en lo personal. El clima terrorífico lo pone la dictadura, ese fue mi objetivo.

En Malasangre el vampirismo parece ser una metáfora de una enfermedad moral que incluye el autoritarismo, la represión y la fascinación por la figura del caudillo pero, sobre todo, resume el maltrato hacia lo femenino, lo distinto o lo que está fuera de la norma social y su estigmatización.

No creo que sea algo exclusivo de los venezolanos. La novela representa una sociedad que apenas está comenzando a cambiar gracias al hallazgo del petróleo. Por eso tiene esas cosas arbitrarias de la sociedad que no tienen que ver solo con la presencia del militarismo, sino también por la presencia de la religión, la presencia avasallante del padre, el qué dirán, entre otras cosas. Ciertamente me refería a la estigmatización y lo que hice fue convertir al estigmatizado, al marginal, al distinto en el protagonista de la novela. Y utilizar no solo al protagonista sino al que narra la novela. Entonces ves el mundo a partir de la visión de una persona marginada, pero no solo marginada sino de una persona que no se siente víctima, porque una de las cosas que me interesaba en Malasangre, y por ello recurro al gótico, era que Diana no quedara como una víctima, me interesaba que este retrato del marginal viniera de una persona que estuviera empoderada, porque una persona empoderada puede arrojar nuevas luces sobre la sociedad que tenemos.

Malasangre es una novela de género que va en tres vías: lo histórico, la formación y el gótico. ¿Cuáles son tus influencias en relación con esos tres temas?

Soy lectora de gótico desde que era pequeña. He encontrado pocas películas góticas que me interesen desde el punto de vista moral de la misma manera en que me han interesado los relatos sobre Drácula, sobre Frankenstein o sobre la Condesa Sangrienta de Valentine Penrose. He leído mucho cuento gótico del siglo XIX, del europeo. Lo interesante de los discursos góticos es que cada uno, cada discurso literario propone sus propios límites del vampirismo.

Sobre la novela de formación recurrí a los básicos, uno de ellos El guardián entre el centeno, de Salinger; leí también las obras de Patrick Dennis, Ifigenia, de Teresa de la Parra.

Luego está el asunto histórico. Recurrí a ensayos de historia como los escritos por Manuel Caballero o Simón Alberto Consalvi; varios escritos de la época; hay uno muy importante, de Brian McBeth titulado Dictadorship and Politics, en el que analiza el negocio petrolero y la relación de los Gómez con el negocio petrolero, habla un poco de la muerte de Juancho Gómez y es la primera vez que alguien dice que Juancho Gómez podía tener inclinaciones homosexuales y que pueden haberlo matado por esas inclinaciones.

Leí los libros de Arturo Almandoz; Oficio de difuntos, de Arturo Uslar Pietri. Sin embargo, los más importantes que leí para crear la atmósfera del gomecismo fueron Memorias de un venezolano de la decadencia y los Cuentos grotescos de José Rafael Pocaterra. Hay partes de Memorias de un venezolano en la decadencia que las aprendí de memoria meter la cadencia del resentido. Construir la voz de Diana fue muy importante porque tenía claro que era una mujer que tenía un gran resentimiento, tenía que tener mucho cuidado en cómo mostrar este resentimiento. El libro de Pocaterra tiene la manera como se hablaba en esa época. La construcción del lenguaje en Malasangre tenía problemas a resolver: soy una venezolana viviendo desde hace cinco años en Madrid y lo que escribiera tenía que ser comprensible en España y en Venezuela; lo otro es que tenía que ser un lenguaje que se pudiese utilizar en 1920 porque recreé la mentalidad de 1920 y la mentalidad también tiene que ver con la manera en que nosotros hablamos. Para esto me ayudó muchísimo Pocaterra. Otras dos novelas importantes fueron El hombre de hierro, de Rufino Blanco Fombona, e Ídolos rotos, de Manuel Díaz Rodríguez.

Leyendo la novela y viendo el uso del término sufragista, pensé en que cada época estigmatiza de alguna forma la lucha feminista. Lo digo apuntando a que decir sufragista en aquella época tiene un poco el aire de decir hoy feminazi. Como si cada época produjera una forma de desprestigiar la lucha feminista.

En efecto, la historia, y esto lo decía mejor Marx que yo, es tesis, antítesis y síntesis. El asunto está en que nosotros tendemos a pensar que primero va la tesis, luego la antítesis y luego la síntesis. Creo que tesis y antítesis ocurren a la misma vez y la síntesis la hace uno a posteriori. El término sufragista surge como algo peyorativo en el mismo momento en el que las mujeres estaban consiguiendo grandes cambios de la historia. Todos estos términos que surgen son reacciones que ocurren en caliente a los logros de las mujeres. En este momento, el término feminazi es una reacción de antítesis a la misma vez que están ocurriendo cosas. Estamos teniendo esta conversación en un momento en el que Harvey Weinstein lo acaban de condenar por acoso sexual y violación. Ahora, ¿por qué pasa esto? ¿El patriarcado le está abriendo puertas a las mujeres para que haya justicia? No, esto está pasando porque las mujeres, con mucho trabajo, en los últimos 50 años han logrado llegar a puestos de poder y se han dado cuenta que no pueden seguir avanzando debido a que existe un techo de cristal y que nosotras en realidad no somos iguales a los hombres, no tenemos el mismo valor social que ellos.


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