Perspectivas

Messi no es Cristiano

Fotografía de Juan Mabromata / AFP

17/06/2018

Da para una cátedra universitaria. Imagino tesis doctorales y sesudas ponencias. Se invitarán a eminencias, campeones mundiales, directores técnicos, sicólogos y charlatanes, que aprovechan en río revuelto. El tema: Messi y Argentina.

Pero por más explicaciones que nos den, por más estudios que respalden la opinión del exponente, debemos rendirnos ante las pruebas: la albiceleste y “La pulga” están destinados a transitar caminos diferentes.

Es ver a Messi vestirse con las rayas blancas y azules –o con esa horrible versión negra– e inmediatamente escuchar a Radiohead:

But I’m a creep, I’m a weirdo.
What the hell am i doing here?
I don’t belong here.

Porque una cosa es que la selección albiceleste no ande. Para eso cada quien tiene una explicación, por ejemplo los volantes que no dan salida, los interiores que se interrumpen y los delanteros que no saben qué hacer cuando tienen a ese fenómeno al lado.

Messi hace ver mal a todos sus compañeros, pero a la vez se contagia de esa tristeza que después de 1986 acompaña a la selección Argentina. Es como si el gol con la mano de Maradona y la mareada a Inglaterra hubiera sucedido gracias a una maldición posterior.

Y eso que realmente han estado muy cerquita de un título.  A la gente se le olvida que en poco tiempo han encadenado finales de Copa América y Mundial. Eso, que en otras latitudes sería motivo de orgullo, en Argentina es una condena.

Aceptemos también que lo de Messi nos afecta mucho porque nos cae bien. Muy bien. Es un tipo que se detiene a firmar autógrafos cuando el resto de sus compañeros, que no han ganado ni el 10% de lo que él ha conseguido, siguen derecho, con una indiferencia que raya en la maldad.

Toda la vida hemos creído que las cosas buenas le pasan a la gente buena y no es verdad. Nos han dicho que la humildad es clave para triunfar y no es verdad. Nos han dicho que si te esfuerzas vas a llegar lejos (ganar un Mundial por ejemplo) y no es verdad.

Cristiano Ronaldo, que sería la némesis de Messi, ganó una Eurocopa sin la necesidad de montarse el equipo a la espalda. Incluso no terminó el partido de la final ante Francia en 2016. Se lesionó en el minuto 25 y un tal Eder, del que nunca más tuvimos noticias, anotó el gol del triunfo. ¿Quién levantó el trofeo? CR7 con un vendaje verde en la pierna.

¿Qué podemos concluir de esto? No lo sé. Que la vida puede ser muy coñoemadre, diría yo, y que si le echas mucho coco terminas con una depresión de tratamiento intensivo o como Freddy Bernal, criando chivos.

El título de esta nota en todo caso no es una provocación. No. Es un llamado a comprender que un jugador, bueno, malo, regular, no se parece a ningún otro. Y aunque la sentencia debería ser una obviedad, no lo es.

Mientras Messi reinaba con Pep Guardiola y Luis Enrique, Cristiano parecía un segundón. La idea era más o menos esta: los resultados (copas, títulos, goles), certificaban que el argentino era mejor que el portugués. Como hoy en día todo debe medirse (likes en Twitter, seguidores e Instagram) los títulos le daban razón a los que abogaban por la supremacía del jugador del Barcelona.

Pero cuando llegó Zinedine Zidane al Real Madrid, con resultados, títulos y goles; cuando Cristiano hizo una chilena de Supercampeones; cuando levantó la tercera Champions en tres años, entonces los que defienden que el portugués es el número 1 sacaron pecho.

No imagino cómo andarán ahora que “La pulga” falló un penal que pudiera ser decisivo en el devenir de Argentina en Rusia.

Me pregunto cómo sería si entendiéramos el fútbol de otra forma. Que aprendiéramos a maravillarnos y disfrutar de sus capacidades, en lugar de regodearnos en el fallo de uno o de otro para certificar nuestras teorías futbolísticas. En fin, que los acompañáramos en sus sufrimientos.

Tal vez entonces no se les confundiría con dioses –D10s llaman a Messi- y cuando muestren su mortalidad, fallar un penalti por ejemplo, no nos sentiríamos tan absurdamente huérfanos.


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