Fútbol

Messi contra nuestros prejuicios

Fotografía de Oli SCARFF | AFP

08/05/2019

Primero, un mea culpa. Como periodista y director de un diario deportivo, fui uno de los que contribuyó al error. Dicho lo anterior, es hora de ampliar el debate y decirle al público que no, que los resultados no son responsabilidad de un técnico o un jugador, por más que Messi, Maradona, Cristiano, Valverde o Guardiola nos hagan dudar.

Cuando decidimos una portada y colocamos un nombre como protagonista, los medios de comunicación singularizamos un trabajo colectivo. Esa práctica responde a un interés mercantilista: la prensa necesita hacer sus presentaciones atractivas. Obviamente será más mercadeable una cara conocida así sea en la derrota -Messi pongamos- que irreconocibles para el fanático promedio en la victoria (Divock Origi o Georginio Wijnaldum).

Es claro: como editor tienes que elegir entre miles de actores y situaciones, pero si revisamos las tapas de cualquier medio, nos encontraremos que pocas veces son protagonistas los desconocidos y que en sus páginas interiores no hay espacio para las figuras emergentes y el análisis profundo. O al menos muy pocas. Se sobrepone lo espectacular e inmediato a la lectura reposada.

Como consecuencia de lo anterior, el fanático crece con dificultades para comprender lo que sucede en el campo cuando se desvía del arco argumental conocido, ya que regularmente se queda con los autores de los goles o los fallos. Y a partir de allí, saltan los juicios de valor. Eso se combina con una necesidad universal por señalar héroes y villanos. En consecuencia, ahora que Twitter, Instagram y Facebook son los primeros receptores de emociones, se genera una ola de amor y odio que afecta todas las percepciones.

Frases como “el que no ve hacer le hacen”, “jugaron como nunca, perdieron como siempre”, “no pusieron huevos” y ese largo etcétera parten de la necesidad de explicar el balompié con el conocimiento adquirido, cuando se trata de dinámicas impensadas, como lo describía Dante Panzeri. ¿Por qué? Porque es más fácil dejarse dominar por los prejuicios que abrirse al conocimiento o al menos dejarle la puerta abierta.

El Diccionario de la lengua española de la Real Academia define la palabra prejuicio como “juicio previo o idea preconcebida, por lo general desfavorable”. Es lo que sucede cuando juega Messi y, repito, quien escribe no ha estado excento de cometer ese error.

Si el argentino se carga el equipo a la espalda, como pasó en el Camp Nou, es un “Dios” un “Extraterrestre” y si no puede, como sucedió en Anfield, es un “pecho frío” o, como muchos escribieron en las redes sociales, un jugador al que le falta “liderazgo”.

Prejuicios y estereotipos

Usamos el lenguaje para entendernos. Los prejuicios, como han estudiado los antropólogos, obligatoriamente no tienen que ser negativos. Pueden ser incluso neutrales y nos ayudan a comprender el mundo. Sucede otro tanto con los estereotipos.

La antropologa Margarita del Olmo, investigadora del Instituto de Lengua y Antropología en España, asegura que “estereotipar consiste en simplificar, en asociar un conjunto simple de ideas sencillas, generalmente adquiridas de otro (y cuando es así estamos hablado de prejuicios), a una categoría. Cuando hablamos de estereotipos, normalmente, aunque no siempre, nos estamos refiriendo a categorías de seres humanos. Los estereotipos se diferencian de los prejuicios en estos dos a aspectos: Se trata de un conjunto de ideas y se suelen atribuir a grupos de personas”.

Lo que me interesa de lo descrito es un verbo, “simplificar”, y una sentencia, “generalmente adquiridas de otro”. Ahí entra la responsabilidad de los medios de comunicación, pero también nuestro propio interés, como lectores y fanáticos, por querer comprender más sobre la disciplina de la que tanto hablamos.

El técnico argentino Marcelo Bielsa mantiene desde hace años una relación muy tensa con la prensa. A pesar de que algunas de sus sus sentencias pueden ser discutibles, siempre suelta ideas que, estando en este lado como redactor, comparto. Tomo dos. La primera es: “El oficio de ustedes (periodistas) es que cuando hay riesgo, convertirlo en catástrofe, y cuando hay prosperidad acercarse al próspero”.  Y la segunda: “A mí lo que me interesa es que el público sea más culto. El periodismo lo único que le enseña al público es solo sobre geometría. 4-3-1, etc.”.

Las dos frases encierran un problema que en efecto debemos resolver los que somos intermediarios entre la práctica y la lectura. El primero es analizar las victorias y derrotas sin mover a sus protagonistas en los extremos, es decir, sin reducirlos a villanos y héroes. Imaginen lo injusto que sería medir con estos parámetros el partido entre el Ajax y el Tottenham. Lo segundo es preguntarnos cómo podemos hablar de la disciplina apoyándonos en conceptos más humanos, profundos y digeribles para el lector. Es difícil y probablemente no será tan popular como los debates a gritos en la televisón, pero vale la pena intentarlo.

El fútbol es practicado por 24 individuos (sin contar a los suplentes), que son observados por seis jueces más el VAR. Quienes están en el campo no usan las manos, lo que hace más fácil el manejo de una esférica y para colmo, sobre ambientes que modifican lo preparado (grama alta, baja, calor, frío, lluvia, etc.). A pesar de todas estas variables, seguimos juzgando lo sucedido con gringolas de hace un siglo. Si emisores, receptores y descriptores no cambiamos esta dinámica, seguiremos repitiendo generalizaciones absurdas, como aquella máxima de que Maradona ganó él solo un Mundial.


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