Perspectivas

Martha Nussbaum: humanidades y democracia

Fotografía de Ilya S. Savenok | GETTY IMAGES NORTH AMERICA | Getty Images via AFP

13/05/2023

Ante el agresivo embate que han sufrido las humanidades en todo el mundo –qué decir de los estudios clásicos-, algunas voces preclaras se han manifestado para llamar la atención sobre el error suicida que están cometiendo muchas de las sociedades que consideramos más avanzadas. En nuestra lengua han opinado clasicistas tan autorizados como Carlos García Gual y Emilio Lledó. En este contexto Martha Nussbaum escribió, ya hace más de una década, un ensayo útil como luminoso. Se trata de Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades (Not for profit. Why democracy needs the humanities, Princeton, 2010. Traducción española del mismo año). Hace tiempo quería yo escribir sobre este libro.

La tesis del ensayo, más bien un “vehemente manifiesto”, como quiere la autora, es bastante sencilla. Desde hace tiempo se ha venido observando un abandono de la educación humanística a favor de otras actividades más “rentables”, dirigidas básicamente a la producción de bienes materiales. Para Nussbaum, nada garantiza que las personas entrenadas exclusivamente en estas actividades sean capaces de construir sociedades verdaderamente democráticas. Entiéndase bien, no se trata de suprimir los estudios enfocados en la producción de bienes materiales. Nadie puede negar que son imprescindibles. Se trata de defender también la existencia de las disciplinas humanísticas, argumentando su importancia y su papel en la sociedad. Solo las humanidades pueden proveer a las sociedades democráticas de ciudadanos críticos y políticamente activos.

Para Nussbaum, al faltar las disciplinas que fomentan la conciencia crítica, quedamos vulnerables ante el avance de las fuerzas antidemocráticas que, lamentablemente, se abren paso en nuestros tiempos. Solo las humanidades, el estudio de la historia, de las artes y de las letras, puede garantizar la formación de ciudadanos capaces de sostener y desarrollar una democracia. La historia (correctamente entendida, claro) porque enseña a analizar objetivamente los hechos en su contexto para cuestionar razonablemente la autoridad y los mitos del pasado. Las artes porque educan el gusto y la sensibilidad, y permiten observar respetuosa y críticamente lo bueno y lo malo de nuestra sociedad con respecto a otras. Las letras porque permiten también educar la sensibilidad y la imaginación a fin de fomentar el respeto y la compasión, lo que la autora llama una “cultura de la simpatía” (Nussbaum usa la palabra “simpatía” en su acepción etimológica: syn + pathos, “sufrir conjuntamente” = “compasión”). La verdad es que esto no solo se aplica a sociedades más avanzadas, sino a todas las democracias que aspiran a educar a sus ciudadanos.

Claro que una cosa es escuchar estos argumentos, y otra es leerlos, escritos por una de las más importantes humanistas vivas. La importancia de las humanidades en el proyecto democrático ya está afirmada en la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides. Recordemos que en la llamada “Oración fúnebre”, Pericles hace un elogio de la democracia ateniense. Al ponderar las ventajas del ethos ateniense (su carácter y su forma de ser) contraponiéndolo a la dureza espartana, Pericles dice: “…en lo que respecta a la educación, mientras hay quienes ya desde niños buscan hacerse varones adultos a través de duros ejercicios, nosotros vivimos plácidamente, sin que esto signifique que estemos menos dispuestos a enfrentarnos a iguales peligros”. Y más adelante: “Amamos la belleza con sencillez y cultivamos la sabiduría (philosophoûmen) sin desaplicación. Para nosotros, la riqueza es un medio de acción más que un motivo de jactancia, y la pobreza no es una vergüenza para nadie, sino que lo vergonzoso es no tratar de salir de ella”. Una declaración de principios en que se mezclan lo público y lo privado, una afirmación de autokhthonía; pero también un credo político y un programa liberal.

Para Nussbaum, la teoría y la práctica de la educación humanística y liberal están personificadas en la figura de Sócrates. Fue Sócrates quien dijo que “una vida que no es examinada no merece ser vivida” (Apol. 38 a). Recordemos que, para los atenienses, era motivo de honor dedicarse a los asuntos públicos. Tampoco era obligatorio, pero aquellos que solo se dedicaban a sus negocios privados ( ídia) eran vistos con un poco de desprecio (idiotés), pues se asumía que su egoísmo no les permitía aportar a la comunidad. Sócrates asume que su dedicación al conocimiento es útil a la sociedad. Sabe que su método analítico, la mayéutica, aporta a la democracia en tanto que facilita el conocimiento verdadero de las cosas. Es por eso que al final de la Apología llega a proponer a los jueces que, en lugar de condenarlo, le concedan ser alimentado por el Pritaneo, un honor que solo concede la polis a sus mayores benefactores. A los jueces esto les pareció una burla, o cuando menos, el colmo de la arrogancia.

Aquí entra en juego otro valor de la cultura humanística, que es la autocrítica, el examen de la propia vida de que nos habla Sócrates. En el Laques, Sócrates cuenta que fue a preguntar a dos importantes generales, Laques y Nicias, qué es la valentía. Sócrates mismo había sido soldado. Aunque las Guerras Médicas tuvieron lugar antes de que alcanzase la edad militar, sabemos que participó en la batalla de Potidea en el 432 a.C., una de las escaramuzas que precedieron a la Guerra del Peloponeso. Al parecer, allí salvó la vida de su discípulo Alcibíades. Sócrates fue honrado por la polis por el valor mostrado en esta batalla. Diez años después, en el 442, volverá a empuñar las armas de Atenas en la batalla de Delio, en la que las tropas atenienses sufrieron una dura derrota. Esta vez Sócrates estará bajo las órdenes de Laques. Ambos organizaron la retirada ateniense, salvando numerosas vidas. Una última vez volverá nuestro filósofo a la guerra, cuando ya tenía casi cincuenta años, en la batalla de Anfípolis, en el 422, que también terminó con una derrota de Atenas.

En el Laques, pues, Sócrates pregunta a los estrategos (generales) qué es el valor, y éstos, aunque están seguros de que lo poseen, no saben explicarle lo que es. Sócrates les dice que a veces es necesario tener claro cuáles son los intereses de la polis, y si vale la pena luchar por ellos o no. Para Platón, esta falta de autoexamen y de autocrítica está relacionada con los errores políticos y la deriva militar que terminó, para los atenienses, con la derrota final ante Esparta. De hecho, la desastrosa expedición a Sicilia, uno de los peores errores cometidos por Atenas, fue comandada por Nicias, que fue su principal arquitecto. Para Platón, el autoexamen socrático no implica que los objetivos sean éticamente buenos, pero sí que al menos estén claramente identificados y comprendidos en sí mismos, así como su utilidad. ¿Qué sentido tenía distraer en la invasión de la lejana Sicilia unas fuerzas necesarias para enfrentar a la poderosa armada espartana? Uno de los encantos del Laques es precisamente su seductora mezcla de historia ateniense con pedagogía socrática.

Así pues, la capacidad de autocrítica y de autoexamen, como parte del desarrollo de la reflexión y el pensamiento crítico, constituye uno de los elementos del humanismo socrático. La anécdota muestra además otras enseñanzas. En primer lugar, un examen metódico y desapasionado del discurso de Nicias en la asamblea hubiera detenido a tiempo el desastre. Un análisis que hubiese implicado un desafío de la autoridad. En segundo lugar, tal autoexamen lleva a una toma de conciencia en relación con los demás ciudadanos, pero también con otros sistemas culturales y de valores. Lo primero resulta factor de tolerancia y de convivencia democrática. Los segundo es lo que los antiguos llamaban cosmopolitismo, la capacidad de sentirse “ciudadanos del mundo”. Nadie podría negar hoy la utilidad de una educación cosmopolita que supere los nacionalismos, en un mundo globalizado e interconectado. Por otra parte, este examen de sí lleva necesariamente a una comprensión del otro, a una sensibilidad compartida, un acercamiento empático que solo puede ser fomentado con el cultivo de la imaginación creativa a través de las letras y de las artes.

Martha Nussbaum es conocida en el mundo hispano. Estudió teatro y lenguas clásicas en la Universidad de Nueva York y después en Princeton. Enseñó en las Universidades de Harvard, Brown y Chicago. En 1986 publicó La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griegas (The Fragility of Goodness. Luck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy, Cambridge), un audaz y original estudio que la dio a conocer entre los clasicistas. Después vino La terapia del deseo: teoría y práctica en la ética helenística (1994), que continuó el camino iniciado por el tratado anterior. Otros títulos de su dilatada obra son Los límites del patriotismo: identidad, pertenencia y “ciudadanía mundial” (1999), El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma de la educación liberal (2001) o Las mujeres y el desarrollo humano: enfoque de las capacidades (2002), por solo citar algunos. En 2012 recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, al año siguiente el doctorado honoris causa de la Universidad Iberoamericana en Ciudad de México y en 2015 el de la Universidad de Antioquia en Colombia. A más de veinte años de su publicación, Sin fines de lucro es un alegato vigente y necesario en un mundo embelesado con las riquezas superfluas y la inteligencia artificial, un ensayo de necesaria lectura para gobernantes y burócratas de la educación.


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