Luz Machado: Tan adorablemente triste

06/03/2023

Lo que sigue son parte de las palabras que ofreciera la escritora y docente Gabriela Kizer en la presentación del libro Pequeña lámpara gemela, publicado en Caracas por Fundación La Poeteca con el auspicio de Banesco y que contiene dos de las más importantes obras poéticas de la escritora venezolana Luz Machado: La espiga amarga (1950) y La casa por dentro (1965). El libro puede descargarse libremente en las páginas web de las instituciones.

Fotografía cortesía de la Fundación Poeteca

Me senté a leer este libro con la tensión o el doble movimiento con que me siento a leer un libro sobre el cual tengo que trasmitir algo. Por un lado, hay una voz que me dice, enfréntate sola al libro, a su voz, a sus imágenes, intenta mirar qué sucede contigo en la lectura; por otro lado, hay una necesidad, una inclinación a buscar la mirada, los textos sobre el libro de lectores por quienes siento admiración y afecto, que sé que pueden orientarme, acompañarme o con quienes puedo incluso disentir en un proceso de lectura. En el fondo, como ha dicho Octavio Paz, la poesía es un hecho de soledad y de comunión. Así que me senté frente a mi libro y cuidadosamente acomodé al lado El hilo de la voz, El coro de las voces solitarias, Lecturas de poetas y poesía, Rasgos Comunes… como para darle lugar a una solitaria y muy personal tertulia con Yolanda Pantin, Ana Teresa Torres, Rafael Arráiz Luca, Juan Liscano… Y cuál no sería mi sorpresa al descubrir que fragmentos de estos textos o estudios críticos conforman el epílogo del libro. Y, además de la nota editorial de Jacqueline Goldberg, se suman las voces de Gina Saraceni, Arturo Gutiérrez Plaza y Reynaldo Cedeño Serrano.

Lo que he intentado, de una manera muy incipiente, es transitar un poco, de ida y vuelta, el puente que el propio volumen ofrece, es decir, he intentado explorar la relación entre la poesía de Luz Machado, su “pequeña lámpara gemela”, contenida en los dos libros de este volumen y la mirada reflexiva sobre ellos.

Esa mirada la tenemos ya en la propia voz de la poeta, en el prólogo que antecede La casa por dentro y en una conversación con Juan Liscano, de la cual contamos también con un fragmento en el epílogo.

1.

Hay un punto común, una observación frontal, que se observa, desde distintas aristas, en estos textos reflexivos y críticos. Cito frases o fragmentos de los autores: es “la problemática femenina”, el rol o los roles impuestos “a una heredera de la tradición patriarcal” (G Saraceni), las cargas e imposiciones del orden del hogar y de “las representaciones sociales” (R Cedeño S) y las fisuras, el cuestionamiento, la línea de fuga que abre la escritura sobre todos estos órdenes. “El drama de Luz Machado ¾dicen Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres¾ no fue el de la Dueña con mayúscula de Ana Enriqueta Terán, sino el del ama de casa” … “la lúcida conciencia del apartado lugar de la mujer frente al sujeto heroico masculino, del sometimiento a la ley, primero del padre, y luego del esposo; ley de la que se puede escapar sólo en el sueño o en el poema”.

Como escribió Hanni Ossott en un bello texto titulado “Memoria y alma de la casa”: “Se dice: la mujer es la reina de la casa. Sólo porque impone sus códigos secretos, sus grandes pequeñas historias. Y el hombre accede. Pero la mujer no es sólo mujer, es un padre, un abuelo (…) Del abuelo no se puede prescindir. Él sigue mandando en la casa. Se trata de saber qué hacer con él”. En cuanto a este saber, leamos unos versos entrecortados del poema “Álbum” (de La casa por dentro):

A la derecha del espejo mi abuelo
el capitán de navío
desde tres muertes anteriores me acompaña.

 

Mas, junto a la infancia y sus óleos azules,
nítida y siempre blanca,
el otro abuelo ciñe su luz agraria a la heredad.

 

 Por su memoria ando entre fuertes raíces.
Era un abuelo firme como selva en agraz.

Tal vez sea oportuno concluir este fragmento, con unos versos del final del poema “Sábado”. Ellos nos devuelven, en y pese a su mayúscula final, a ese drama y lúcida conciencia que han señalado Pantin y Torres:

álzate, cae, espera, razona como un hombre, ciégate como bestia,
toca en la hoja el tiempo y en el llanto la muerte,
suplica, increpa, arrástrate,
exige hasta la ira,
que después, un buen día,
un día martes o sábado después del rompimiento,
con aserrín tendrás colmada la materia,
te sentirás vacía, otra, vacía y naciendo,
casa limpia sin dueño,
y tú, Dueña,
sin serlo.

2.

El prólogo de Luz Machado a La casa por dentro comienza con estas líneas: “Y me dije: por habitarla y por vivirla he de salvarla. Y comencé una obra que llamaría La casa por dentro”.

El primer poema, que da nombre al libro, clarifica este empeño:

La casa necesita mis dos manos.
Yo debo sostener su cal como mis huesos,
su sal como mis gozos,
su fábula en la noche
y el sol ardiendo en mitad de su cuerpo.

No pocas de estas palabras seguirán resonando a lo largo del libro. En ellas está el clima, cierta atmósfera de su poética: cal, sal, fábula, noche y sol ardiendo: fuego, brasa, ceniza, “que todo ardido está”.

La casa viene ya levantándose sobre y con el agua salobre de La espiga amarga. Se trata de una casa fluctuante. Ella misma, la casa, es fábula: “casa en una colina”, “casa en el aire”. Hay que sostenerla porque puede caer, porque está permanentemente cayendo: “cae con la noche encima/la casa entera sobre los hombros”. En su texto, Reynaldo Cedeño afirma: “la poeta decidió poner a salvo la propia casa a través de la escritura / herencia y memoria / la casa hecha de lenguaje”. Me gustaría más bien pensarla como un habla, una voz. ¿Su lenguaje la redime del hundimiento? “La casa entera tiembla”, se lee en el poema “Tormenta”, y en “Apunte”: “tiemblan las significaciones (…) como una casa destechada por vientos negros”. En un tris, lo que la casa (su habla, su voz, su lengua) tiene de refugio y de sentido se transfigura en intemperie y desamparo.

En esta y otras transfiguraciones está, para Gina Saraceni, la apuesta existencial y estética, “la operación principal de la escritura” de Luz Machado. Porque la casa también es cumpleaños, patio interior, decoración interior, hornilla, puerta, utensilios, instantes, apuntes, libros, rumores, silencios, un modo de estar, de enraizarse, habitar/deshabitar día a día un lugar en el mundo. Me conmueven hondamente imágenes de una tristeza indecible. Por nombrar una, el cansancio y el jadeo del corazón tras la escoba frente al polvo que cae, implacable, sobre todos estos objetos y circunstancias.

Juan Liscano cuenta que en la conversación que sostuvo con la poeta en 1949, mientras hojeaban su álbum de recortes, dieron con un poema dedicado a ella. Se leía en la dedicatoria: “A la señora Luz Machado de Arnao, tan bella, tan triste, tan adorablemente triste.”

Esta bella, adorable tristeza, puede contemplarse en una de las fotografías del libro (Luz Machado a los 39 años en Santiago de Chile) y está presente, se siente a lo largo de éste. No obstante, una suerte de constante meditación sabe también qué hacer con la tristeza. Creo que se trata de lo que Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres llaman “quiebres”, “deslices que se suman a la doliente amargura de La casa por dentro”. Creo que la transfiguración que ha observado Gina Saraceni opera también en este punto. Salvar o sostener la casa es, y así lo advierte Luz Machado en el prólogo, sentirla, imaginarla, pensarla, tomar conciencia de ella, transmutarla. Es “la exploración de lo cotidiano y lo doméstico en el ámbito hogareño, llevado a una dimensión donde tiene lugar una cierta metafísica de lo nimio”, apunta Arturo Gutiérrez Plaza, “una metafísica de la existencia”, dice Liscano: “Luz anduvo –y anda- entre muebles, retratos, espejos, patios… como sólo puede andar el alma, a punto de liberarse, de sentirse a sí misma, entre las cosas de “la materia íntima” y de la materia exterior”.

Visto lo anterior, de allí que Rafael Arráiz Lucca considere que estamos ante un libro en el que no sólo se muestra “el mejor talante metafísico” de Luz Machado, sino que ella da con “su centro genuino”, su voz propia. Lo cito: “Es extraño, es como si la autora hubiese dado con su voz y sus temas más propios (…) y después los hubiese olvidado totalmente, es como si ella misma no hubiese tenido conciencia de la cúspide que alcanzó (…) En todo caso, pareciera que esos años de creación de La casa por dentro responden a lo que los taoístas definen como el encuentro de la voz interior, sin ruido, como articulada en un cuerpo recto, pero sereno, que permite la emisión del mejor de los cantos, período que así como se alcanza puede perderse también”.

He leído y releído este fragmento siempre con la misma inquietud. Se da cuenta allí del misterio, de la fragilidad, de la precariedad del encuentro con esa voz propia, interior, centro genuino y vivo de cada poeta.

Para calmar esta inquietud, quiero dejarlos con una imagen de Luz Machado, un recuerdo de infancia que cuenta a Juan Liscano. La imagino de siete, ocho años, a orillas del gran río en que nació, ya en la busca, en el descubrimiento de esa voz:

“Al atardecer, como en un rito, eran los paseos con papá a lo largo del río. Mamá me entregaba la merienda. Cuando el Orinoco venía lleno, llevaba una varita de pescar e inclinada sobre el malecón jugaba a pescar. El río lleno me fascinaba, con su gran arrastre de agua y las innumerables cosas que traía consigo… Me ponía de rodillas sobre el borde del malecón y entonces sentía el tirón de la faldita que me daba papá. ¡Oh, ese tirón de la falda para que me apartara! Lo sentía como la quiebra de algo muy profundo. Quizá por eso mismo padecía la atracción del abismo. Inclinábame sobre las aguas como si pudiera leer en ellas algún dibujo, algún signo oculto”.


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