Béisbol

Luis Dorante hijo, la vida en el clubhouse

14/09/2020

Luis Dorante hijo. Fotografía cortesía de Luis Dorante hijo

El club house de los Tiburones de La Guaira era célebre porque Pedro Padrón Panza se empeñó en adecuar esas instalaciones en el Estadio Universitario con comodidades similares a las que tenían los club house de las Grandes Ligas. Fue noticia la transformación del espacio que apenas había tenido algunos retoques desde que fue inaugurado.

La primera memoria de Luis Dorante (hijo) se transporta a ese lugar, donde los peloteros pasan horas, antes y después del juego, un espacio poco conocido del béisbol donde, además de vestirse para jugar o para irse a sus casas, comparten como equipo. Luis no tenía idea de cuánto le iba a servir esa experiencia cuando fuese “grande”. Eran los tiempos del estrellato de Carlos “Café” Martínez. 

Jugaba con Pedrito, el nieto de Pedro Padrón Panza, desaparecido en la tragedia de Vargas en 1999, junto a su papá, el recordado Perucho. 

Tendríamos la misma edad. Jugábamos siempre. Éramos amiguitos. Corríamos por todos lados, jugábamos en el campo y los dos éramos de Vargas. 

El deslave fue determinante en su vida. Después de la tragedia se fueron a Acarigua, donde su papá, Luis Dorante, fue manager de Pastora de los Llanos. 

Recuerdo que una vecina gritaba que era el fin del mundo. Y uno como que se creía el cuento. Yo tenía 8 años. Recuerdo el olor a tierra mojada. Eran los ríos desbordándose. Los vecinos gritando. Empezó a titilar la luz y cuando se terminó de ir, tuvimos que subir a la platabanda. El cerro estaba oscuro, la lluvia era muy fuerte y se escuchaban los sonidos que venían del cerro. No sé cómo describir el sonido, era algo como un rugido, eran muchas cosas al mismo tiempo. Tenía miedo. Creo que solo recuerdo lo que entendí, porque mis papás trataron de que mi hermana y yo no sufrieramos tanto. Más adelante, cuando todo pasó, estábamos en la casa, sin luz, con agua, pero había bollos y hallacas. Una vez salí con mi papá, me impactó ver a la gente en la calle. Y bueno, papá tomó la decisión de irnos a pie a Caracas. Cerramos el apartamento y él se puso a mi hermana Andrea en los hombros y nos fuimos caminando. Me dijeron que no mirara al piso si pisaba algo.

Después de lo  vivido por causa del doloroso deslave, Acarigua es uno de sus recuerdos más amables de aquel tiempo. Allá se fueron a vivir, allí fue un niño feliz. 

Luis pertenece a esa generación que jugó con carritos, trompos y metras, pero que también disfrutó el auge de los juegos de video. Pronto se convirtió en un niño popular, podía invitar a sus compañeros a las prácticas del equipo, ir a los juegos que deseaban. El estadio “Bachiller Julio Hernández Molina” era su patio de juegos.

Con el equipo llanero volvería a vivir la experiencia de lo que pasa en la intimidad de un club de pelota. 

Era un béisbol distinto. Después de los juegos se sentaban a tomar cerveza y a hablar de lo sucedido, y eran conversaciones donde a veces terminaban llorando. Ahora eso no se ve. Los jugadores juegan play station o se meten en sus teléfonos. Comparten como equipo de manera diferente. 

Las vacaciones de Luis Dorante transcurrían en los Estados Unidos, donde su papá se desarrollaba como jugador o como técnico. En los campos de liga menor de los Medias Rojas, y luego de los Expos y Marlins, en Jupiter, donde están los Jupiter Hammer Heads, equipo que dirigió su padre. No tenía idea en aquellos días, de que al crecer trabajaría con los Marlins, en las Grandes Ligas.

Fotografía cortesía de Luis Dorante hijo

Para trabajar con una organización de Grandes Ligas, nada tiene que ver el apellido. Hay que fajarse para ganárselo y para mantenerse. Los que trabajan en las oficinas deben hacer lo mismo que los jugadores: un excelente trabajo.

Crecí en Jupiter, y cuando me toca trabajar ahí, es algo que siempre me emociona. Aprendí mucho porque tenía a mi papá en el negocio, pero eso no significa nada más a la hora de conseguir un trabajo en una organización. Es una cosa de uno mismo. 

Jugó pelota hasta el bachillerato, pero no tenía la disciplina que se necesita para pensar en desarrollar una carrera como jugador profesional, así que decidió seguir estudiando sin alejarse del béisbol. Siempre le gustó el “tras bastidores”, ver el proceso de formación de un jugador. Sin saberlo, ese aprendizaje se inició en el parque de la Ciudad Universitaria de Caracas. Estudió Administración de empresas y se especializó en gerencia deportiva.

Mientras estudiaba, trabajaba con los Marlins en atención al público, sellando tickets, en el ascensor, vendió la rifa benéfica, luego lo pasaron a supervisor, y por tres años intentó varias veces conseguir un mejor empleo, con los de Miami y otros equipos. Aunque no era lo que quería, esas labores le permitían estar en el estadio. La nueva administración que encabeza Derek Jeter le dio el chance de estar ahí, como traductor, para apoyar a los jugadores latinos, hacer videos, lo que necesitaran. 

Tony Franklin vio eso y le gustó, y él dio una buena referencia que me abrió las puertas. 

Ser hijo de Luis Dorante le ofreció desde niño una formación que no se obtiene en la educación formal, saber cómo es un jugador, como es un clubhouse, qué pasa en un equipo cuando no está en el terreno, un conocimiento valioso, que le sirve mucho ahora.

Eso me ha permitido ganarme la confianza, porque hablamos sinceramente. La vida me preparó para un trabajo que es un sueño. Aunque es un trabajo exigente, con un calendario que a veces no nos deja estar mucho tiempo con la pareja y la familia ¿a quien no le va a gustar estar en las Grandes Ligas, en los juegos, viajando, en los estadios? Eso es muy bonito. Aunque muchas veces los jugadores se van a dormir y yo sigo ahí. Los jugadores se dan cuenta y valoran eso. Es parte del trabajo. 

Luis Dorante hijo ayuda en la práctica y en los juegos de entrenamiento, incluso ha sido árbitro en interescuadras. En los pasados entrenamientos le tocó ser el umpire principal. 

Su jugador favorito es Miguel Cabrera, a quien  conoció en Jupiter, cuando era un  prospecto y lo cambiaban del campocorto a tercera base. También admira a Anibal Sánchez. Considera que el lanzador es como un hermano mayor. 

Lo mejor que me ha pasado es conocer a Andrés Galarraga en el Clásico Mundial de 2009, que llegamos hasta Los Ángeles. Se sentó a mi lado y yo no podía creerlo, era un gran ídolo para mí.

Luis Dorante hijo con Derek Jeter. Fotografía cortesía de Luis Dorante hijo

Ahora tiene la oportunidad de trabajar en una organización que dirige Derek Jeter.

He conocido figuras del béisbol toda mi vida, pero trabajar con Derek Jeter es algo particular. La primera vez que lo conocí fue en el Juego de las Estrellas en 2009, porque mi papá le lanzaba a Pujols. Lo conseguí en un ascensor. Cuando empecé con los Marlins y me tocó presentarme, sentía nervios. Aún me pasa. Pero él está trabajando para tener una carrera como gerente, tan exitosa como la tuvo como jugador. Ha hecho cambios que creo que han sido importantes y ya se ve. 

Luis ha aprendido a llevar la rutina tan exigente de ir con un equipo. No hay tiempo para quejarse. Los problemas hay que resolverlos. 

De Derek Jeter he aprendido a servir a los demás. Los detalles. No esperar por nadie para resolver los problemas. Si hay un vaso mal puesto hay que recogerlo. Él lo hace. Nos ha hecho sentir pertenencia. 

Luis canta, es una de sus aficiones, y una vez fue invitado a cantar el himno de los Estados Unidos en el estadio y se lució tanto que terminó haciéndolo tres veces. También cantó el himno de Venezuela en Maracaibo, en el “Luis Aparicio ‘El Grande’”.

Luis Dorante trabaja como traductor, es un enlace con los periodistas hispanos que cubren los Marlins y apoya en los programas de desarrollo de las menores.

Es de los primeros que llega al clubhouse y de los últimos que se va, como desde que era niño, pero ahora el estadio es su oficina.


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