Entrevista

Luis Carlos Azuaje: “En el narrar se juega algo de nuestra constitución como sujetos”

26/04/2023

Fotografía cortesía de Luis Carlos Azuaje

Corría el año 2007, quizá 2008, y en el campus de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas, Luis Carlos Azuaje (1983-) y yo nos conocíamos. Éramos de la misma cohorte de la Maestría en Literatura Latinoamericana y compartíamos con entusiasmo un curso de teoría literaria con Luis Miguel Isava. Dudo que a alguno se le pasara por la mente que volveríamos a encontrarnos, más de una década después, en las calles de Buenos Aires: dos emigrantes venezolanos más, dos gotas de agua en el aluvión.

Pero la historia de Luis Carlos abunda en tránsitos y vericuetos: oriundo de Maracay, cursó estudios de posgrado en Madrid (2009) y luego en Caracas (2012), y en 2018 publicó su primera novela, cuando ya tenía tres años residiendo en el extranjero. Desde entonces invierte sus días entre Argentina y Brasil, y en alguno de esos dos escenarios lo sorprendió la noticia, en 2021, de que su novela Los verdaderos paraísos se había alzado con el Premio Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana: probablemente el único premio literario de prestigio que sobrevive a la debacle venezolana.

En su novela colisionan un relato de amor entre extranjeros y el recuento de los pasos en la ciudad brasileña de Iguape del filósofo Albert Camus, por quien Luis Carlos ha confesado en otras entrevistas su admiración: “…era un hombre de teatro, un agudo periodista y un aventurero (…) En todo eso Camus es, por qué no decirlo, una suerte de inspiración”. Sobre eso y otras cosas tuvimos el gusto de conversar, en esta entrevista para el portal Prodavinci. La experiencia ha tenido, en lo personal, un intenso sabor a déja vu, como queriendo citar aquel célebre aforismo camusiano: “El pensamiento de un hombre es, ante todo, su nostalgia”. 

Gabriel Payares: Tu primera novela, El gran farsante, abordaba los desmanes del poder en Venezuela y se insertaba cómodamente en la tendencia dominante en la reciente literatura nacional: retratar la naturaleza del orden político o denunciar la debacle social y económica que éste trajo consigo. En el caso de Los verdaderos paraísos, en cambio, no se hace mención directa al país, ni al chavismo, ni a la crisis, algo que el jurado del premio leyó como una «ampliación del panorama» de nuestras letras. ¿De qué manera has vivido esa transición desde un «adentro» hacia un «afuera» del tema nacional? ¿Tiene que ver exclusivamente con tus años de vida en el extranjero?

Luis Carlos Azuaje: El gran farsante fue una novela escrita al calor de aquellos años de movilizaciones (2014-2015). En aquel momento, no había un día en que no se hablara del último atentado a la democracia. De modo que, me era casi imposible ponerme a hablar de otra cosa (como seguro les sucedió a muchos). Cualquier forma de escape acababa convirtiéndose en una metáfora de la represión o la pérdida de la libertad. El gran farsante era el único libro que podía escribir en ese momento. Sin embargo, no es una novela realista sino una farsa. Su recurso principal es la ironía. Y de paso elegí un capítulo olvidado ―y para muchos irrelevante― de nuestra historia reciente: el día en que el acto de juramentación del actual presidente fue interrumpido de un modo inesperado.

Con Los verdaderos paraísos las circunstancias eran muy diferentes, yo estaba de turista en Brasil. Debo confesar que cuando visité aquella posada en la localidad de Iguape, mi único propósito era poner en palabras un sentimiento casi abrumador de ternura y afecto. La dueña, una japonesa octogenaria, me trató como a un nieto, razón por la cual, decidí escribir una crónica. En ella contaba todo lo que había observado: el cuidado de los jardines, la faena de la pesca, la dedicación de las cocineras, la ceremonia de la cena. Para mi sorpresa, la crónica llegó hasta el redactor del diario local, quien me pidió publicarla. Había sido escrita en portugués originalmente. Entonces vino la noticia de que Camus había estado en Iguape hacía décadas y ahí me pareció que podía hacer algo más con aquella idea inicial, tal vez un relato.

Todo lo demás: las reflexiones sobre la extranjeridad o la identidad migrante, la posible comparación con el momento histórico o una lectura en clave política, todo eso ha sido un “efecto de lectura”, como bien señalas. No me propuse en ningún momento escribir un tratado sobre el exilio o una aproximación al problema de la diáspora (si bien era consciente de estar metaforizando el dolor del desplazamiento). Más bien quería hacer una crónica de viajes (en señal de gratitud) y un homenaje a la literatura, a través de la figura de Albert Camus.

El diálogo con la figura de Camus se muestra, en la novela, bastante esquivo de sus naturales connotaciones políticas. Aun así, me resulta interesante pensar en su escogencia como interlocutor imaginario, a la luz de su consabida rivalidad con Jean-Paul Sartre y lo que eso significa para las tendencias literarias y filosóficas de la época, que demostraron un entusiasmo casi jacobino por la lucha revolucionaria, sobre todo en el Tercer Mundo. ¿Puede leerse, por ejemplo, la búsqueda ficcional de la chaqueta de Camus en la novela como una metáfora política? ¿Existe una herencia camusiana, digamos, que te parece importante recuperar en el contexto actual?

Me parecía importante recuperar una ética. No me refiero solo a una ética política, me refiero a su manera de narrar, y lo que creo que significaba para él la escritura. Pero voy a dar una vuelta antes de tocar este punto.

Camus cobra vida como personaje ya hacia las páginas finales. Se cuenta de él cada uno de los tres días que estuvo en Iguape. Acá la novela adquiere un valor, si se quiere, documental, pues intenta recrear ese momento a partir de cuatro fuentes: sus biografías (que no abundan en detalles sobre su único viaje a América Latina), sus diarios, artículos de prensa de la época y un cuento muy poco conocido ambientado en esa localidad (“La piedra que crece”). Las pistas que nos dejó no fueron pocas y David está obsesionado con ellas.

Lo que sabemos gracias a la insistencia del joven David es que Camus tuvo al menos tres encuentros con la muerte: el día que lo internaron por primera vez con tuberculosis (a los 17 años), el día que viajó a Iguape donde estuvo hospitalizado y escribió «me veo obligado a reconocer que, por primera vez en mi vida, estoy en pleno derrumbe psicológico”, y el día del accidente automovilístico con su amigo Michele Gallimard (del cual no pudo escapar). Sin la tenacidad de David, este segundo momento habría pasado desapercibido, pues se trataba de un viaje de escasa importancia para sus biógrafos. Mi única preocupación era ser fiel a sus obsesiones, que me llevaron a desempolvar viejos volúmenes de libros y notas de prensa. Tus personajes te enseñan a andar. Esa es la ética a la que me refiero. En el narrar se juega algo de nuestra constitución como sujetos. Cada personaje viene a revelarnos algo de nosotros mismos. Si fui fiel a algo, quise serlo a este principio camusiano.

¿Y qué te reveló, en ese sentido, el protagonista de la novela? Por lo que cuentas, pareciera estar esculpido a tu imagen y semejanza, pero al principio se me hizo similar a ciertos personajes adolescentes de Julio Cortázar (o tal vez de Ernesto Sábato), sobre todo en el planteamiento de su amorío con la chica brasileña. ¿Puede ser que a eso se refieran los comentarios que le atribuyen a la novela rasgos de Bildungsroman?

La novela me hizo ver lo divorciado que estaba de la ternura últimamente. La dulzura de doña Satori fue el disparador para todo lo que vino después. Con el pasar de los años y la soledad uno se vuelve un tanto cínico, mi defensa favorita ha sido la ironía. Esta novela, en cambio, tenía otro espíritu que supe identificar gracias a una “observación dinámica”, mezcla de asimilación profética del texto, experimentación (delirio) y observación al más puro estilo etnográfico. También la novela me trajo una cierta conexión con el mar (que había perdido viviendo en Buenos Aires) y que de inmediato me hizo recordar los momentos felices en la Bahía de Cata, clima que aproveché para destacar la relación de Camus con el mediterráneo. Por supuesto, yo tenía enfrente a la abuelita y al mar, pero no fue hasta que lo puse en palabras cuando adquirió un sentido y entendí por qué había reparado en ellos con esa suerte de embelesamiento. ¿Me explico? Pude haber reparado en cualquier otra cosa, pude haber escrito una novela de fronteras, una novela de retiro espiritual, un policial.

La tarea del narrador para mí es seguir las pistas que van dejando tus personajes, ¿qué es eso que insiste y no sabemos por qué? ¿Por qué se empeñan en hablar de tal o cual asunto insensato, vergonzoso, fuera de lugar? ¿Qué significan esos prejuicios, que “no son míos”? Mirar la narración como un territorio de pruebas, como un viaje a lo desconocido. Deleuze llama a eso: volverse una máquina deseante. Por supuesto, este método no es infalible, mucho menos una receta, pero es una de las razones por las que hago literatura, si no me conformaría con leerla.

Ahora que lo mencionas, Cortázar cuenta una anécdota similar con el Pelusa, el personaje de Los premios: “el Pelusa se me dio vuelta”, dice. Este le enseñó lo que era tener “conciencia política”, a él, un escritor pequeñoburgués. Lo de “novela de formación” proviene quizá de que el argumento describe un arco que inicia con un viaje incierto y acaba en una transformación hacia la madurez o la “pérdida de la inocencia”.

Ya que hablamos del narrador, me resultó curiosa la elección de un narrador omnisciente para contar la novela. Pareciera a ratos un narrador dislocado, en tránsito, en cuyo lenguaje conviven a ratos expresiones lingüísticas ajenas entre sí, como «bananas» y «soga» junto al venezolanísimo «chinchurria». Pero los vocablos japoneses y brasileños, en cambio, se ofrecen al lector en cursivas. ¿Fue concebido así desde un principio, o se fue dando, digamos, de manera más «rizomática»?

No, fui tanteando, probando tiempos verbales y perspectivas, hasta que tuve claro cuál sería el principal conflicto a resolver: el deseo de anonimato de David. El punto es que no sabemos de dónde viene o si ese es su verdadero nombre. Entonces pensé: un narrador en primera persona revelaría este enigma. Si David dice cambur o mecate (en lugar de banana o soga) el lector sabría que se trata de un venezolano. Así que opté por el narrador omnisciente para mantener esa ambigüedad. Al final no se sabe con exactitud de dónde es.

Ahora bien, no hay que perder de vista que la novela sucede en portugués. En los diálogos es donde se ve más claro que el narrador es una especie de traductor simultáneo. Yo uso vocablos como “moza”, “calzada” o “faca” para recordar al lector que el hecho de que los personajes “hablen” en español se debe a un artificio, a un pacto ficcional, pues están en Brasil. Asimismo, quería dejar constancia de ese lost in translation, de esa situación sumamente incómoda de todo extranjero cuando tiene que hablar en una lengua que no domina. El narrador-traductor me dio esa libertad.

Digamos que a medida que avanzaba en el relato me fui dando cuenta de las ventajas de este narrador. Me dije: si en el pueblo nadie sabe de dónde es David y lo llaman El argentino (puesto que nadie allí puede identificar “acentos”) ¿por qué no puede el narrador usar un castellano panhispánico, irreconocible? ¿Acaso no es eso lo que quiere su protagonista, trazar una línea de fuga?

La otra respuesta, la más simple, es que yo escribo un poco así, dislocado, por un defecto de fábrica. Cuando era adolescente leía los clásicos en las traducciones de Cortázar, Borges, Aira, Paz. Siempre he creído que el lenguaje literario es otra cosa, una otra lengua, diferente de la lengua hablada. Cualquier intento por reproducir la oralidad me resulta chapucero, engañoso, incluso en los más diestros: Francisco Massiani, Sara Gallardo, Ernesto Cardenal. Además, yo hablo raro, por un vicio profesional: tengo casi veinte años dando clases en tres países de habla hispana diferentes. Tenía que hacerme entender. En fin, el tema da para otra entrevista.

Por último, ¿a qué nuevos proyectos literarios te encuentras dedicado? ¿Puedes adelantar algo de tus actuales intereses creativos?

Continúo con mis crónicas en tránsito, crónicas viajeras. Mi próxima parada es Petrópolis, en Rio de Janeiro. Tal vez a los lectores les resultará familiar este nombre.


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