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Luis Ernesto Aparicio Montiel estaba listo para debutar el 17 de noviembre de 1953. Sin embargo, la lluvia postergó el estreno para el 18, Día Nuestra Señora de Chiquinquirá.
Ese día vio acción por primera vez quien hasta ahora es el único venezolano elevado a los altares del Salón de la Fama de Cooperstown, el templo de los inmortales. Dicen algunos que La Chinita mandó la lluvia y se reservó para ella uno de los momentos más importantes y memorables que ocurrieron en la historia del béisbol del Zulia, de Venezuela y, más tarde, de las Grandes Ligas.
Fue una ceremonia emocionante. El escenario fue el Estadio Olímpico de Maracaibo. Gavilanes enfrentaba a su archienemigo Pastora y Luis Aparicio Ortega, el Grande de Maracaibo, como lo bautizó el semanario zuliano Quijote, entregaba a su hijo Luis Ernesto su bate y su guante. Como dirían los taurinos, le dio “la alternativa” para abrir paso a uno de los talentos mas extraordinarios que han defendido la pradera corta en nuestro país y en el mundo. Fue el mejor debutante de la nuestra liga ese año. La historia desde aquel día es rica en hazañas.
Durante 13 temporadas, Luis Aparicio Montiel vistió los uniformes de Gavilanes, Leones del Caracas, Tiburones de La Guaira, Águilas del Zulia y Cardenales de Lara. En las Grandes Ligas jugó por 18 campañas con los Medias Blancas de Chicago, Orioles de Baltimore, equipo con el que ganó su anillo de Serie Mundial, y los Medias Rojas de Boston.
Llegó brillando y fue el Novato del año de 1956, cuando consiguió el primero de sus nueve títulos consecutivos como líder en bases robadas de la Liga Americana. Récord que muchos pensamos es irrompible. Ni Rickey Henderson, el hombre con más almohadillas estafadas del béisbol, pudo siquiera llegarle cerca a don Luis.
Su placa en el Salón de la Fama de Cooperstown resalta el gran aporte del zuliano al rescatar el robo de base como jugada ofensiva. Ganó 9 Guantes de Oro, 13 invitaciones al Juego de las Estrellas y sus números defensivos explican por sí solos por qué hablamos de un inmortal.
Estar frente a esa placa, ubicada al lado izquierdo de la entrada de la galería de los exaltados, es una de las emociones mas especiales que puede sentir un venezolano amante del béisbol. Es como dice la gaita, como cruzar el puente: “Siento una emoción tan grande que se me nubla la mente / Siento un nudo en la garganta” y terminamos con los ojos llenos de lágrimas de orgullo puro.
Luis Aparicio Montiel se ausentó de nuestra liga durante nueve campañas y al regresar se uniformó con los Tiburones de La Guaira en la 1963-64. Tenía 29 años y con La Guaira estuvo durante 6 campeonatos. Dejó un average de 299 con 6 jonrones, 93 remolcadas, 24 bases robadas y 124 carreras anotadas en 214 juegos. Fue pieza clave en los 2 primeros campeonatos de los Tiburones de La Guaira en la LVBP en los torneos 1964-65 y 1965-66. Y no hay duda de que así como para los guairistas don Luis es un emblema del equipo, para él es el equipo de sus amores. Luego fue cambiado a las Águilas, jugó 2 temporadas y se retiró con los Cardenales de Lara en la temporada 1974-75.
Ralph Houk, mánager de los Yankees que tuvo que enfrentar a Luis Aparicio, dijo una vez: “Qué pequeño es el mejor campo corto que he visto en mi vida. No puedo imaginar cómo alguien podría ser mejor”. Y el también inmortal de Cooperstown, Bill Veeck, dijo: “Es el mejor que he visto. Luis Aparicio hace jugadas que yo sé que son imposibles y, sin embargo, las hace casi todos los días”.
Así, comenzando con la bendición de La Chinita de Maracaibo, es la historia de Luis Ernesto Aparicio Montiel.
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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 17 de noviembre de 2013.
Mari Montes
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