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El golpe de estado contra la Segunda República tuvo lugar la madrugada del 17 de julio de 1936 en Melilla, en el protectorado español de Marruecos. Al día siguiente la sublevación se extendió a otras ciudades españolas de Marruecos, a Canarias y a la Península, esto a pesar del esfuerzo de los republicanos por bloquear el estrecho. Así, los días 18 y 19 se alzaron Ceuta, Larache y Tetuán, la capital del Protectorado, pero también Sevilla, Córdoba y Cádiz, especialmente después del bombardeo de Algeciras y Tarifa.
En Granada las noticias del “glorioso alzamiento nacional” fueron recibidas con máxima preocupación. De inmediato agrupaciones sindicales y de izquierdas se movilizaron hacia la sede del gobierno civil para exigir al gobernador César Torres Martínez armas para defender la República. Torres Martínez les calmó asegurándoles que había hablado con el comandante militar de la ciudad, el general Miguel Campins Aura, y que éste le había jurado lealtad al gobierno democrático y republicano. Aunque monárquico y amigo personal de Franco, Campins Aura era hombre honesto y fiel a su palabra. No lo eran sin embargo los oficiales a su mando, de modo que el día 20 de julio a las cinco de la tarde la guarnición de Granada se alzó. De inmediato fueron suspendidas las garantías constitucionales. Campins fue obligado a firmar la rendición, encarcelado y más tarde fusilado por el general Gonzalo Queipo del Llano, jefe de los Ejércitos del Sur y futuro Marqués por obra de Franco. El 25 de julio los rebeldes controlaban los pueblos circundantes, desatando una verdadera cacería de brujas contra todo aquel que hubiese militado o siquiera mostrado simpatía por algún sindicato de izquierdas o por el Frente Popular. La violencia y el terror se habían apoderado de la ciudad. Según los historiadores, la represión y la violencia política fue especialmente sanguinaria en Granada. Al final de la guerra se contaban más de 5.500 muertos y desaparecidos.
Federico había llegado a Granada a comienzos de julio. En Madrid sus amigos le habían recomendado que huyera a Portugal, y al parecer las embajadas de México y Colombia, donde su obra era reconocida, le habían ofrecido asilo. El poeta sin embargo prefirió irse a Granada con su familia. Quería celebrar el 18 el día de San Federico, importante efeméride familiar que unía su propio onomástico con el de su padre, que padecía una enfermedad del corazón y que últimamente no se había sentido del todo bien. Federico tenía entonces 38 años, y su poesía y su teatro habían alcanzado cierta notoriedad en España e Hispanoamérica. No se le conocían filiaciones políticas y se preciaba de tener amigos en uno y otro bando. Su cuñado Manuel Fernández Montesinos, el marido de su hermana Concha, era el alcalde de Granada y su viejo maestro de la universidad, Fernando de Los Ríos, era Ministro de Educación del gobierno socialista. Fue De Los Ríos quien apoyó el proyecto de La Barraca, la compañía itinerante con la que Federico llevó su teatro a los rincones más apartados de España. Pero el poeta también contaba con buenas relaciones del lado de la Falange, como es el caso de Luis Rosales, poeta como él, cuyos hermanos habían participado activamente en intentonas anteriores contra la República, como se verá. Quizás por eso se sintió razonablemente seguro al viajar a Granada. Por lo demás, del carácter apolítico de Federico da fe Salvador Dalí en su diario:
Yo, que fui su mejor amigo, puedo dar fe ante Dios y ante la Historia de que Lorca, poeta cien por cien puro, era consustancialmente el ser más apolítico que he conocido…
El cerco se estrecha
Que la celebración de San Federico debió haber sido bastante fría donde los García Lorca es algo que podemos suponer al cariz de las noticias y los acontecimientos que se desarrollaban. Ese día, recordemos, cayeron algunas de las principales ciudades andaluzas. Poco a poco se iría estrechando el cerco en torno al poeta. El mismo 20 de julio los sublevados habían destituido a punta de pistola a su cuñado Manuel Fernández-Montesinos en su despacho de la alcaldía, y se lo habían llevado junto con otros concejales socialistas. Fernandez-Montesinos fue fusilado tres días antes que García Lorca, aunque esto, quizás, el poeta nunca lo supo.
El día 9 de agosto se produjo una requisa a la Huerta de San Vicente, una propiedad familiar en las afueras de Granada, en los linderos de la Vega, donde hoy queda el parque García Lorca, un jardín plantado con rosas provenientes de todo el mundo. Ese día se llevaron detenido al casero, Gabriel Perea Ruiz y el poeta mismo fue insultado. A estas alturas ya Federico tenía que haberse dado cuenta de que corría peligro. Por eso buscó refugio en casa de los Rosales, una acomodada familia granadina cercana a los golpistas. Si bien el padre, Miguel Rosales, era simplemente dueño de un almacén en la céntrica plaza de Bib-Rambla, la vinculación de la familia con la Falange era anterior al golpe de estado. Miguel, el mayor, Antonio y José, “Pepiniqui”, eran conspiradores de larga data, aunque Luis, el poeta amigo de Federico y unido a él por su amor a las letras, era falangista activo solo desde la rebelión. Vivían en una espaciosa casa situada en la calle Tablas, cerca de la Plaza de la Trinidad, no muy lejos de la Huerta de San Vicente. Allí estuvo escondido Federico cerca de una semana. Dados los vínculos de la familia con los golpistas, el poeta pensó que allí no corría peligro.
El día 16 de agosto sin embargo, hacia la una de la tarde, la Guardia de Asalto falangista detenía a Federico en la casa de los Rosales y lo conducía en un vehículo Oakland a la sede del Gobierno Civil, ahora convertido en centro de detención y tortura. El detalle no es nimio si pensamos que el edificio, situado en la calle Duquesa a solo dos cuadras de la Plaza de la Trinidad (parte de lo que hoy es la Facultad de Derecho), no distaba más de 300 metros de la casa de los Rosales. El hecho de que se hubiera dispuesto de un coche y de que el corto trayecto hubiera estado flanqueado de guardias muestra la importancia que los sublevados concedían al asunto. Estaban conscientes del impacto internacional que podía tener. A partir de entonces, lo que ocurrió entre la tarde del día 16 y la madrugada del 17 al 18 de agosto, cuando se supone que fue asesinado, constituye un absoluto misterio y solo puede dilucidarse a través de las hipótesis que han formulado los historiadores.
Solo hipótesis
¿Quién delató a Federico García Lorca? ¿Quién y por qué se tomó la decisión de fusilarlo? ¿Cómo se desarrollaron exactamente los hechos? Durante años historiadores como Gerard Brénan, Agustín Penón, Eduardo Molina Fajardo, Miguel Caballero, Manuel Titos, Miguel Ángel del Arco y especialmente Ian Gibson han tratado de responder a estas preguntas. Al parecer, Miguel, el mayor de los Rosales, había comentado que no se sentía cómodo con la presencia de Federico en su casa. El comentario llegó a oídos del comandante José Valdés Guzmán, el autoproclamado gobernador falangista que no ocultaba su animadversión por el poeta, a quien consideraba “un niño mimado un tanto amanerado”. Valdés solo pidió que le llevaran una denuncia firmada para proceder. Gibson sin embargo asegura que los falangistas habían amenazado a Concha, la hermana del poeta, con llevarse a su padre si no confesaba dónde se encontraba su hermano, y ésta había cedido. Federico permaneció detenido en el edificio del Gobierno Civil unas 36 horas, es decir, día y medio, en una habitación aparte, posiblemente situada en el primer piso del edificio, con una pequeña ventana que daba a lo que todavía hoy los granadinos llaman el Jardín Botánico (en realidad un pequeño huerto cercado y plantado de especies exóticas). Esas horas debieron ser terribles para el poeta. Los cinco testimonios de quienes lo vieron coinciden en que, aunque trataba de parecer tranquilo, no paraba de fumar. De ahí fue sacado probablemente la noche del 17 para trasladarlo (según unos junto a otros presos, según otros solo) al barranco de Víznar, entre los poblados de Víznar y Alfacar, a unos 9kms. al norte de Granada en las estribaciones de la Sierra Nevada, donde horas después fue fusilado. Testimonios aseguran que la mañana del 18 ya en Granada se corría la voz de que lo habían matado. Había nacido su mito.
Las hipótesis de los historiadores coinciden en algunos puntos y en muchos otros difieren. Algunos dicen que los Rosales hicieron diligencias a fin de lograr su liberación, e incluso José había logrado una boleta de excarcelación, aunque ya demasiado tarde. Otros afirman tener pruebas de que su padre ofreció 300.000 pesetas (entonces una fortuna) para que lo liberasen. Unos dicen que el poeta fue asesinado con el objeto de hacer daño a su influyente amigo y antiguo maestro Fernando de Los Ríos, quien al momento del golpe se encontraba en Ginebra y había decidido quedarse en París, donde las balas falangistas no pudieran causarle daño. Otros sugieren la animadversión del gobernador Valdés, por el solo hecho de ser homosexual, como motivo del crimen. Otros que fue el resultado de tensiones entre los mismos falangistas, y hasta se ha hablado de viejas rencillas y envidias familiares desatadas en la locura de la guerra. El mismo Caudillo, cuando un año después se le preguntó en una entrevista sobre la muerte del poeta, se limitó a declarar que se había tratado de “accidentes naturales de una guerra” y que su muerte había sido “lamentable”.
El cadáver de Federico nunca pudo ser hallado, a pesar de los esfuerzos hechos especialmente los últimos años. Algunos llegan a sugerir que fue desenterrado después de su fusilamiento y escondido con el objeto de borrar toda evidencia del crimen. Durante años fue muy difícil, incluso para mí que viví en Granada a finales de los noventa, hablar del tema libremente con la gente de la ciudad. Los viejos callaban y se miraban entre sí, los jóvenes simplemente se encogían de hombros. Un silencio que, después de ochenta y cinco años, lejos de esconder agiganta la memoria del poeta más relevante de la Generación del 27, uno de los mayores de la Hispanidad, presente sin embargo en cada rincón de la ciudad, y que en vez de callar nos dice mucho acerca de la sinrazón y la locura de la que podemos ser capaces.
Mariano Nava Contreras
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