Los sonidos del 36 [Notas sobre una transición, primera parte]

López Contreras y su gabinete en el Palacio de Miraflores, en 1936. Fotografía de Luis Felipe Toro. ©Archivo Fotografía Urbana

15/04/2021

A Carolina Jaimes Branger y David Ruiz Chataing

 

Las formas y los rostros de la transición

En la semana del 9 al 15 de febrero de 1936, Venezuela dejó de ser la que era. Tres hechos, a los que no se les suele relacionar entre sí, nos dicen qué tan rápido y qué tan hondo estaban siendo los cambios que, desde al menos una década, la sociedad venía experimentado y que en aquel trepidante año 36 hacen plena eclosión. El martes 11 se fundó la Asociación Venezolana de Mujeres, una de las primeras organizaciones incontestablemente feministas del país. Ada Pérez Guevara de Boccalandro y Luisa del Valle Silva de Bravo ya se habían hecho sonar con un manifiesto en diciembre del año anterior, planteando públicamente los problemas de la falta de igualdad jurídica y de equidad en todos los ramos que sufrían las mujeres. Aunque no eran las únicas que se asomaban a la lucha en aquellos días, sí fueron las que dieron un paso organizándose para ofrecer alguna forma de solución.

El miércoles 12, un inmigrante griego, sefardí de Salónica para más señas, Mevorah Florentin, fundaba la Sociedad Venezolana de Amigos de los Ciegos. La idea era difundir el método Braille para que los invidentes pudieran formarse, y así dejar la minusvalía en que los tenía la sociedad. Y el viernes 14, una gigantesca manifestación, encabezada por el rector de la Universidad Central de Venezuela, Francisco Antonio Rísquez, obligaba al presidente de la República a remover al gobernador del Distrito Federal, restituir las garantías suspendidas y hacer un cambio de gabinete. Comoquiera que aquello ocurría a sólo dos meses de muerto Juan Vicente Gómez, el asombro llega hasta hoy y no pocos consideran el hecho como el inicio de la democracia venezolana, o al menos de un amplio proceso de democratización.

Los tres casos tienen un sentido común: persiguen, cada uno a su modo, una ampliación de la ciudadanía. Que las mujeres dejen de depender, casi como niñas eternas, de sus padres y esposos; que su asistencia a las aulas de secundaria y de la universidad no sea una excepción que inquiete a nadie; que los invidentes, demasiadas veces condenados a la mendicidad o a medrar sin ocupación, pudieran aprender un oficio, establecer un negocio, construir la vida plena a la que todo humano tiene derecho; que, en suma, todos los venezolanos pudieran ser más libres, tuvieran cómo educarse, ser productivos, decidir sobre su vida, elegir en el sentido más amplio de la palabra, sobre todo en el caso de las mujeres y los invidentes, y ser electos, ser oídos por el Gobierno, conquistar derechos, exigir su cumplimiento.

Por lo general, el 14 de febrero se ve en solitario y sólo desde un ángulo. En solitario, porque normalmente se le asocia a los hechos políticos inmediatamente relacionados con él (la muerte de Gómez, la apertura de López, la llegada de los exiliados, los nuevos partidos), pero no tanto así con el conjunto de los cambios más grandes que les dieron contexto y sentido. Más allá de alguna referencia a lo que el petróleo había venido significando (aspecto ineludible si hablamos, por ejemplo, de los sindicatos), sólo cuando lo vemos junto a las otras cosas que pasaron esos días, y que aparentemente son menos políticas, como por ejemplo la fundación de dos organizaciones clave de lo que hoy llamaríamos sociedad civil, es que captamos la dimensión de lo que estaba ocurriendo. Y además lo captamos de forma mucho más vívida, más humana, más aprehensible. Y sólo desde un ángulo, porque sólo se comenta el valor de la sociedad que salió a la calle, el viento de renovación que significaron los nuevos líderes, la profundización de la apertura que garantizó el pueblo; pero no se ve tanto la otra cara del asunto, que es la del Estado que decide no reprimir. Como veremos, eso es tan clave como la protesta popular.

De modo que estas líneas, cuyo primer borrador fue escrito para un evento académico a propósito de los ochenta y cinco años del 14 de febrero, tienen por objetivo delinear el episodio en sus contornos más amplios. No se trató sólo de Jóvito Villalba en el que tal vez fue el mejor momento de su vida, o del presidente Eleazar López Contreras, que mientras más pasa el tiempo más se crece, o de los primeros partidos importantes, como Organización Venezuela (ORVE), o de “los caballeros del postgomecismo”, por emplear el título del clásico publicado por Yolanda Segnini sobre la impresionante ristra de intelectuales y pensadores que aceptaron el reto de conducir al país, casi como equilibristas sin malla, a un régimen de libertades. Se trataron de muchos rostros, destinos, acciones, voces y otros sonidos más. Se trató también de los rostros de Ada Pérez Guevara de Boccalandro y Luisa del Valle Silva de Bravo, hayan ido o no a protestar aquel día. Los de las jóvenes Panchita Soublette Saluzzo e Irma de Sola, que simplemente querían estudiar y ganar el derecho de que todas las muchachas que lo desearan pudieran hacerlo, y por eso apoyan entusiastas a la Asociación de Mujeres. Es el rostro sereno y bondadoso de Florentín, quien en vez de arredrarse por su paulatina pérdida de la visión, hizo de aquello una causa, ayudando a tantos y legando una obra de generosidad perdurable. Son los rostros, los lemas y las canciones de los millares de venezolanos que salieron a protestar, a oír cosas nuevas, a ver cómo encontraban un camino.

En la Asociación Venezolana de Mujeres preparaban a solteras embarazadas, rechazadas en sus familias, para ser madres y para que aprendieran un oficio. Fotografía tomada de la página web de la Asociación Venezolana de Mujeres.

Fueron aquéllos los días en los que Ramón Díaz Sánchez escribió su Transición (política y realidad de Venezuela), que aparecería un año después, en 1937, y que hoy nos asombra tanto por sus simpatías por Mussolini y, en menor medida, por Hitler… Es decir, fueron los días en los que ya entonces se habló de una transición. Viéndola desde hoy, en efecto, se trata de un caso con suficientes características como para catalogarse de emblemático. ¿Quiénes y cómo hacen las transiciones? ¿Por qué a veces ocurren cuando nadie, o muy pocos, las esperan; y por qué en otras ocasiones no pasan, aunque se perciben como inminentes? El presente texto no pretende ser un tratado de transitología. Su objetivo es tan sólo retratar a la jornada del 14 de febrero –ni siquiera el Programa de Febrero o la huelga petrolera de diciembre– en la dimensión humana de los venezolanos que la vivieron, que la hicieron posible. A las preguntas formuladas más arriba queremos contestar, o al menos contribuir a su respuesta, delineando el ambiente que fue definiendo a las personas, sus actitudes y sus aspiraciones.

Tomo y obligo, o los cambios en la sociedad

Comencemos poco menos de un año antes. En abril de 1935, Carlos Gardel visitó Caracas. Las multitudes se aglomeraron en las calles para recibirlo, todos los testimonios hablan de un verdadero delirio colectivo, que de algún modo sentó de una mitología gardeliana que se prolonga hasta hoy: comoquiera que en junio de aquel mismo año fallecería el ídolo en un accidente aéreo, la conmoción aún se recuerda con actos en su aniversario luctuoso. La sociedad que, según se cuenta, hacía parar las proyecciones de las películas para que el proyeccionista repitiera la secuencia de “Tomo y obligo” siguió fiel al Zorzal Criollo, más allá de que cada vez queden menos que lo hagan (el cuento de “Tomo y obligo” también tiene versiones en otros países latinoamericanos, de modo que bien puede ser una leyenda que se ha reconducido por muchas vías, o bien es ejemplo de una sensibilidad compartida). En cualquier caso, quienes hemos tenido la oportunidad de conocer a alguien que haya estado en la ciudad entonces, pudimos comprobar cómo invariablemente aquello fue un hito fundamental en su vida. Ahora bien, ¿qué tiene que ver Gardel con las protestas de un año después? Por lo dicho más arriba: si el 14 de febrero de 1936 Venezuela dejó de ser lo que era, es porque procesos que llevaban al menos una década terminaron de hacer eclosión aquel día. En muchos aspectos, por ejemplo, puede decirse que el 14 de febrero de 1936 en realidad comenzó el 25 de abril de 1935.

En efecto, la fiebre gardeliana demuestra que la mayor parte de los componentes de la revolución democrática ya estaban allí: una masa que se manifiesta en las calles, que está hambrienta de novedades (el tango lo era, y mucho), que tiene en la radio y el cine una fuente de referencias, y que es en la ciudad donde escenifica sus grandes procesos. Otro de los rostros y sonidos del 36 era, entonces, Gardel. José Ignacio Cabrujas, con esa capacidad para diseccionar a la sociedad venezolana que lo caracterizó, no tomó en vano el episodio de la visita de Gardel en su celebrada El día que me quieras para retratar al país de la época. Ya volveremos sobre esta obra. Si a aquellas protestas habría que ponerles un soundtrack, alguna de sus canciones debería aparecer, más allá de que en lo específico no se refirieran a nada de lo que estaba pasando. La leyenda dice que Gardel le cantó a Gómez “Pobre Gallo Bataraz”, lo que se vio como una señal de oposición, que incluso le entregó sus honorarios a los exiliados cuando pasó por Curazao, rumbo a Colombia… en todo caso, son partes del frondoso anecdotario gardeliano.

De un modo u otro, no es posible saber qué tan politizados estaban los venezolanos en abril. Incluso es probable que la mayor parte de quienes protestaron el 14 de febrero no hayan estado en condiciones de saberlo si se lo hubiésemos preguntado aquel día, o tal vez hubieran dicho que para el momento no era algo que le preocupaba especialmente. Sin embargo, a veces se necesita sólo un detonante para que la politización latente salga a la superficie. En nuestro caso, lo fue la muerte de Gómez en diciembre de 1935. Por más vueltas que se les den a los sucesos de los días inmediatamente posteriores, a las explicaciones siempre les falta una pieza: si tan sólo se murió un hombre, ya desde hacía un tiempo disminuido por la enfermedad y la vejez, y el resto de las partes del sistema habían quedado igual, ¿por qué esperar a su muerte para salir a la calle, si ése era el deseo? ¿Es que de veras el poder de ese Gendarme Necesario era tal que valía para meter más miedo que el Ejército, la Sagrada, la policía y la infinidad de espías, comisarios y grupos más o menos parapoliciales del gomecismo juntos? Es probable que la psicología sea quien pueda darnos una respuesta.

Manifestantes frente a la antigua sede de la Universidad Central, el 14 de febrero de 1936. Archivo Audiovisual Biblioteca Nacional de Venezuela – Historia de Venezuela en Imágenes, Fundación Polar.

El punto es que, por una parte, la gente salió a la calle. Y por la otra, un sector importante del gomecismo –uno que también había cambiado o veía los cambios, que igualmente iba al cine y admiraba a Gardel– decidió que había llegado el momento de hacer lo que hoy llamaríamos una transición. Volvamos al 14 de febrero: más allá de que estuviera sinceramente asustado por la dimensión de la protesta, de haberlo querido, es probable que el Gobierno hubiera podido controlarla con un baño de sangre. En todo caso, decidió no probarlo, por las razones que fueran, y eso es un dato que no debe obviarse.

En efecto, salvo que la situación devenga en una guerra abierta (como muy pronto ocurriría en España), por lo general los Estados cuentan con los suficientes recursos como para acabar por las malas con los descontentos. Especialmente si ese Estado es el venezolano de 1936, es decir, que está a sólo dos meses de la muerte de Gómez, para quien la represión era una parte esencial de su sistema (no la única, porque también apeló a muchos consensos, pero sí esencial). Una carga de caballería de La Sagrada no hubiera sorprendido a nadie, al menos antes de que la protesta adquiriera el tamaño que finalmente tuvo, que seguramente hubiera rebasado a este cuerpo policial. Incluso una matanza en toda regla no habría sido extraña para como estaban entonces las cosas en el mundo. La experiencia venezolana del siglo XX, que fue de crecientes libertad y paz, nos hace olvidar que el mundo justo iba por otro camino en la mayor parte de la centuria. De hecho, aquéllos eran días en los que el genocidio empezaba a hacerse aterradoramente comunes. En China y Etiopía ya se había visto lo que pronto se generalizaría en España y, a partir de 1939, en toda Europa. Tan cerca, temporal y geográficamente como la República Dominicana de octubre de 1937, se perpetró la última gran matanza racial que ha ocurrido en el Caribe, la de los inmigrantes haitianos. Básicamente, no reportó ningún costo para el régimen de Rafael Leonidas Trujillo, que al final saldó el asunto pagando una indemnización (Estados Unidos, que quería cualquier cosa menos volver a ocupar la isla o presenciar una guerra en el Caribe, dio por buena la solución). Es decir: el hecho de que López Contreras haya decidido no ser un asesino en una época repleta de genocidas es algo que no se puede dejar de resaltar.

Fotografías de la exposición «Mevorah Florentín. El visionario legado de un invidente» (octubre-noviembre de 2010), del Museo Sefardí de Caracas.

Quien escribe no ha podido averiguar las razones exactas por las que Mevorah Florentín decidió abandonar Salónica, pero es presumible que fueron las mismas del resto de los sefardíes del puerto que en la década de 1920 comenzaron a emigrar en masa: la guerra greco-turco y el antisemitismo que el nacionalismo griego desató. Es razonable suponer que Florentín debió estar entre los caraqueños que mejor ponderaron el gesto. Aunque como todos los inmigrantes que escapan de situaciones traumáticas, debió sentir temor de que las turbulencias metieran a su nueva patria en el foso en el que había caído la suya, pero el gesto contemporizador del Gobierno rápidamente lo habrá convencido de que tomó la decisión correcta. Cuando en 1938 se les abrieron las puertas a los judíos austríacos, aquello debió haberlo emocionado tal vez hasta el llanto. Y no es que en Venezuela no había leyes raciales o incluso actos más o menos xenófobos, sobre todo en los campos petroleros (ya volveremos sobre esto), es que se hizo con ello, como en lo demás, lo posible para dejarlos atrás.

De eso se trató la transición. No sólo de un cambio de régimen –o, en el caso de López Contreras, de un cambio en el régimen–, sino de todo lo que pasó antes y pasaba al lado, abajo, a su alrededor. En la próxima entrega se abundará más sobre este punto.

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El primer borrador de estas palabras fue preparado para el foro “Gran manifestación por la democracia. 85 años del 14 de febrero”, organizado por la Universidad Metropolitana de Caracas, el 23 de marzo de 2021. Lamentablemente, para quien escribe le fue imposible asistir.


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