Los crímenes de Furtwängler

29/12/2021

István Szabó, el extraordinario director húngaro, autor de tres películas que vimos en las pantallas de Caracas: MephistoMeeting Venus y Sunshine, esa larga y hermosa película sobre tres generaciones de una familia judía en Budapest e interpretada por Ralph Fiennes, quien mostró de nuevo su afición y amor por Hungría en The Grand Hotel Budapest, tiene en su haber un film menos conocido: Taking Sides (2001). Aquí Szabó toca un tema álgido en la historia de la música clásica del siglo XX: la experiencia de Wilhelm Furtwängler, quizás el más grandes de los directores alemanes, superior incluso a Herbert von Karajan, en su paso por la Comisión de Desnazificación administrada por los Estados Unidos tras la derrota militar del Tercer Reich. La película está inspirada en una obra de teatro del inglés Ronald Warwood, autor de otros guiones para cine, entre los cuales The Pianist, utilizado por Roman Polanski. Warwood, evidentemente interesado en la música clásica, escribió también una obra de teatro sobre otro compositor: Mahler´s Conversión, que toca el tema de la renuncia del compositor austríaco a la fe judía y su bautismo en el catolicismo, salto “religioso” que le permitió optar y conseguir la batuta de la Opera de Viena, la institución musical europea más importante a finales del siglo XIX. El salto fenomenológico o político realizado por el autor de Das Lied von der Erde, lo lleva a conversar con Freud, quien le confiesa en estricta confidencia que está en el proceso de escribir un libro sobre la psicopatología religiosa. Freud lo obliga a tomar conciencia de que el judaísmo no tiene nada que ver con la religión, o al menos no se reduce a esa numinosa, e irracional experiencia de la conciencia analizada por Walter Otto, contemporáneo suyo.

Szabó regresó al tema de la conversión en Sunshine, donde el hilo central no es sólo el tejido que une varias generaciones de una acaudalada familia judía a lo largo del traumático siglo XX, desde las postrimerías del Imperio Austro-Húngaro, pasando por el Holocausto de la II Guerra Mundial y la Revolución de 1953, sino también por la manera como ella asume el judaísmo y las relaciones políticas que una conversión religiosa promueve. Pero en Taking Sides, el asunto es otro. Lo hemos vivido en carne propia: el tema de la conversión política provoca repercusiones sensibles en Venezuela, el de la complicidad de Gustavo Dudamel con los excesos policiales del Gobierno de Nicolás Maduro o su amistad con algunos jerarcas del régimen, por ejemplo. Una lectura nos lleva a la otra. A Dudamel no lo puede acusar un político de la MUD o uno de esos radicales que vimos trancando urbanizaciones de clase media en los primeros meses del 2014. Lo puede juzgar Gabriela Montero, si acaso. Hay un artículo interesante también de Antonio López Ortega al respecto. No tenemos que estar de acuerdo con esa posición, pero la aceptamos. Son posturas inteligentes. Las críticas más profundas que le han hecho a Gustavo Dudamel las podemos encontrar en la revista Gramophone en BBC Music, cuando se juzga la calidad de sus interpretaciones de las sinfonías de Mahler o de The Gospel According to the Other Mary, la ópera del compositor norteamericano John Adams.

El villano en la obra de Harwood es el Mayor Steve Arnold, vendedor de seguros norteamericanos, ahora al frente de una comisión que intenta levantar pruebas para condenar a Wilhelm Furtwängler como cómplice de las atrocidades nazis. Ignorante, sin ninguna sensibilidad o educación musical e incapaz de lidiar con personas del talento del gran director, el Mayor Arnold, interpretado de forma espeluznante por Harvey Keitel, se define a sí mismo, en sus grotescos actos y palabras, como un patán. Hasta la mujer de un músico de menor categoría se lo advierte, no se comporte como los nazis, la gente buena es escasa y al destruir a uno de ellos, hará el futuro imposible. Resonancias de André Schwarz-Bart. La ingenuidad, la culpa (si la hay) está en haber insistido en una separación absoluta entre el arte y la política o en haber pretendido preservar una esencia mística o espiritual alemana a través de la música. Soy un artista y creo en el arte, argumenta Furtwängler (interpetado por el actor sueco Stellan Skargard), soy un músico que cree en la música. Una de las pruebas que el Mayor Arnold piensa utilizar para demostrar la cooperación del acusado con los crímenes nazis es que el día de la muerte de Hitler, la radio alemana transmitió en cadena nacional el 2do movimiento (Adagio) de la 7ma Sinfonía de Anton Bruckner dirigida por él. ¿Por qué no escogieron una grabación de von Karajan, le pregunta? ¿Y cómo voy a saberlo?, contesta. A lo mejor, piensa uno, era el único disco que tenían a mano o porque la pieza le gustaba al responsable del programa. No se podrá saber. Pero no, el Mayor piensa distinto en su paranoia y odio contra los alemanes.

Arnold lo acusa de cerrar los ojos ante el asesinato de millones de personas. Rescató a unos pocos judíos para lavarse la cara por los otros centenares de miles que perecieron. Te acuso, Furtwängler, por tu cobardía. En realidad, lo que está en juicio es otra cosa. Al finalizar la película, el adjunto de Arnold, un judío norteamericano, asqueado con el comportamiento de su jefe, coloca a todo volumen una grabación de la 9na Sinfonía de Beethoven interpretada por el acusado, que sale cabizbajo y humillado y cuando Arnold le ordena al Teniente David Wills que baje el volumen para responder una llamada telefónica, éste le da la espalda sin hacerle caso. Las simpatías de Harwood y Szabó están definitivamente del lado de Furtwängler. Arnold no está capacitado para juzgar al director, ni para comprender su tragedia. El compositor y ensayista australiano Andrew Ford, por ejemplo, argumenta en Try Whistling This. Writing About Music, que lo que nos molesta no es tanto si Furtwängler tenía o no un carnet del Partido Nazi, que no tenía, o si Karajan lo tenía, que sí lo tenía. El pequeño K no sólo estaba inscrito en Viena, sino que al viajar a Berlín, por si acaso, se volvió a inscribir, siendo quizás el único caso de un gran director alemán con dos carnets. Lo que más perturba es ver documentales de los extraordinarios conciertos de Furtwänger en Berlín y observar a los grandes jerarcas del partido, a los mayores criminales de guerra del siglo XX, escuchar extasiados los conciertos y las sinfonías de Beethoven y Brahms. Quizás, se pregunta Ford, la culpa de Furtwängler, bien reconocida por la Comisión de Desnazificación americana, fue el haber sido no sólo un extraordinario director, sino el haber permanecido al margen, flotando por encima de los acontecimientos políticos de su país en años tan sangrientos y horribles. Las manifestaciones artísticas eran para él una orientación en la vida y no una forma de entender o de relacionarse con las luchas de poder. Paul Hindemith explicaba que Furtwänger tenía un sentido especial para apreciar e interpretar los movimientos y las frases de una obra, sinfonía o concierto, como partes de una unidad artística mayor. Las obras eran para él organismos vivos que respondía de diferente manera a circunstancias distintas. Por eso nunca dirigió una misma pieza de la misma manera, a diferencia de Toscanini, que en comparación funcionaba como un metrónomo o Serge Koussevitzky que sólo necesita su fuerza de su carácter para dirigir. La sola presencia de Furtwängler, en cambio, entrando a un ensayo o un concierto, alteraba por completo el comportamiento de los músicos y el sonido que se desprendía de sus instrumentos.

Identificado con la tradición clásica alemana, prefería dirigir a Beethoven o Brahms que a sus contemporáneos, pero aún así, jamás pudo Richard Strauss haber contado con un mejor director que él. Dirigió Metamorphosen en 1947, apenas dos años después de haber sido compuesta, una obra que también es una repuesta a la destrucción de las ciudades alemanas por los bombarderos aliados a finales de la II Guerra Mundial y no sólo la destrucción de las salas de Opera de Munich, Berlín y Dresden donde Strauss dirigió sus propias obras. Alemania pensaban ambos, nunca fue una Alemania nazi, sino una Alemania gobernada por nazis. ¿Podemos decir lo mismo en Venezuela? La pregunta es válida, al igual que la cuestión de si Dudamel es cómplice de los excesos del chavismo. La reacción de Strauss y Furtwängler es la de dos creadores que se opusieron a la humillación y la deshonra de un pueblo cuya nobleza hizo posible a Goethe y Beethoven. El talento de Hitler fue hacerle crear al mundo entero y a los alemanes mismos en primer lugar, que todos los alemanes eran nazi y por lo tanto igualmente culpables del Holocausto y la guerra. Metamorphosen, sostiene Ford, resume en lenguaje musical las razones que ambos tuvieron para permanecer en Alemania a todo lo largo del III Reich, sin pensar seriamente en la posibilidad de un exilio permanente. Furtwänger era un conservador, musicalmente hablando y sus preferencias estaban al lado de Bach, Mozart, Beethoven y Brahms, a pesar de haber dirigido en la premier mundial a las Variaciones para Orquesta (Op. 31) de Shoenberg y haber incorporado a sus programas La consagración de la primavera de Stravinsky, Hindemith o Strauss. Hitler sería un horror y un error pasajero, pero la música alemana era para siempre y Furtwängler, humillado por vendedores de seguro transformados en acusadores, estaría ahí para recordarlo.


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