Literatura

Los amuletos del poeta Dubuc

Fotografía de Quinn Dombrowski | Flickr

30/08/2020

Un fragmento del diario del viaje a Venezuela de Troyat

Antes de terminar su biografía del Alfonso Dubuc, Henry Marcel Troyat viajó a Caracas para convivir con el poeta. En sus notas del miércoles 29 de abril de 2015, Troyat compila una lista de los libros que Dubuc conserva en su mesa de noche. Se trata de un raro vistazo a la vida íntima y las obsesiones de nuestro elusivo poeta, que hoy Prodavinci tiene el privilegio de publicar en exclusiva.

Los lectores más jóvenes ignoran que Dubuc aborrecía a los medios de comunicación y que su entusiasmo por Internet es reciente. En efecto, apenas lo expresa por primera vez en su libro de ensayos La muerte de Ulises (2014), dónde acuña su famosa frase: “Internet es el nuevo éter de la civilización”. En ese espíritu, hemos decidido acompañar el texto de Troyat con enlaces a documentos digitales, que intercalaremos en cursivas para distinguirlos del diario.

«Caracas, miércoles 29 de abril de 2015.

La relación de Dubuc con los libros de su mesilla de noche, más que literaria, es supersticiosa. Los trata como si fueran amuletos o estatuillas de dioses paganos. Parece tener rituales específicos (¿inconscientes?) para invocar a cada uno de ellos. Cuando pierde el norte, se encierra en el baño con los místicos españoles; cuando está de mal humor, coge una vieja antología de poesía venezolana y la lee como si fuera una colección de chistes verdes; si se enferma, lee a Pierre Louys, y así por el estilo. María Eugenia (su esposa) y yo, somos las únicas personas autorizadas a tocarlos.

Amanecí de bala, Editorial Cabimas, Mérida, 1971. Ejemplar desbaratado. Le falta la página de «Oficio puro», que Dubuc recita de memoria cuando está de humor festivo. Su bebida predilecta es el ron Santa Teresa, que bebe con hielo y limón.

Grabación de Valera Mora recitando «Oficio puro»:

Catulo y Marcial en versión de Ernesto Cardenal, Editorial Laia, Barcelona, 1971. No entiendo por qué conserva este librito que parece despreciar. Sostiene que el epigrama que hizo famoso a Cardenal (Al perderte yo a ti…) es una copia del poema 87 de Catulo. Lo que más le irrita no es la apropiación, sino la perfección de la traducción, que considera superior al original en latín. A veces me recita el 87 de memoria. Lo hace con aire afectado, como si me lo estuviera dedicando. Creo que intenta seducirme. Sus lances me halagan, pero ya estoy viejo para aventuras.

Traducción de Ernesto Cardenal del poema 87 de Catulo:

“Ninguna mujer fue amada tanto

como tú Lesbia, fuiste amada por mí,

y ningún hombre fue tan fiel a su amor

como yo lo fui en tu amor por ti”.

El poeta sacerdote recita su conocido epigrama en un evento público:

Poesía Venezolana Contemporánea. Una Selección, por Juan Liscano, Círculo de Lectores, Barcelona, 1983. Coge el libro, se mofa de la portada (un atardecer en una playa del Caribe) y exclama entre carcajadas: ‘Menos mal que no me incluyó’. Su alegría es contagiosa, aunque no puede ocultar un dejo de frustración en la mirada.

Escritores místicos españoles. Selección de José Gaos. W.M. Jackson Inc. Editores, Ciudad de México, 1963. Abarrotado de notas incomprensibles, algunas parecen escritas al revés (posibles ejercicios de su fallida experimentación con palíndromos). Acude a él cuando lo invade la melancolía. María Eugenia quiere echarlo a la basura. Dice que apesta (en su defensa, el ejemplar tiene un tufillo a naranja vieja). Es motivo de discusiones constantes entre la pareja, algunas desagradables. Dubuc colecciona insultos desde hace años, los transcribe con meticulosidad en un cuadernillo negro y hace esfuerzos enormes por incorporarlos a sus conversaciones y por supuesto, los suelta todos en sus ataques de furia.

Rafael José Muñoz, Obra poética, Selección “Dentro del círculo de los 3 soles”, Ediciones Centauro, Caracas, 1981. Dice que contiene el secreto de la vida en una línea y lo cierra asustado (¿alude al poema de Levertov?). Creo que de verdad le teme al libro.

Boris Muñoz, hijo de Rafael José Muñoz, recita uno de los «Sonetos a la lluvia»

Denise Levertov lee «The Secret»:

Antología de poetas de la lengua inglesa, de Marlowe a Marvell, compilada por W.H. Auden y Normal Holmes Pearson, Viking Press, Nueva York, 1950 (tres volúmenes en inglés).  Cuando está aburrido escoge un poema al azar y lo lee en un inglés pésimo. Me pregunto si entiende algo de lo que dice. Vuelve con frecuencia al soneto 29 de Shakespeare. Sé que es el 29 porque me lo dice, no porque le entienda.

Soneto 29 de Shakespeare interpretado por Robert Wilson y Rufus Wainwright (compositor de esta versión) en drag:

Auden lee uno de los poemas favoritos de Dubuc, «If I Could Tell You»:

Pierre Louys, Las canciones de Bilitis, Barral Editores, 1972. Adquirido en la librería Divulgación, en Caracas en 1983. Poemas subrayados: «El caminante», «El confidente», «Juegos», «Penumbra», «El beso», «A sus senos», «El dios de madera», y, claro, «El baño».

Música para acompañar un recital de Las canciones de Bilitis de Louys por Debussy, interpretada por solistas de la Orquesta de Ruán en 2010:

Ezra Pound, Los cantos Pisanos, versión, prólogo y notas de Jesús Pardo, Ediciones Rialp, Madrid, 1960. Ejemplar manchado de hongos. El domingo vino a visitarlo el poeta Alejandro Oliveros y justo hablaron de esa edición. Oliveros cuenta que lo descubrió en sus años de estudiante en Nueva York, hurgando al azar en una librería española. La editorial Rialp tenía fama de irregular, y la antología le pareció arbitraria, se limitaba a fragmentos escogidos al azar, pero la traducción de Pardo era impecable. Lo mejor del libro eran las notas, que contextualizaban las referencias crípticas de Pound. Gracias a esas notas, Oliveros entendió la dimensión de los Cantos. Dubuc trajo su ejemplar y le contó que también había leído a Pound por primera vez en esa edición, que creía haber comprado debajo del puente de las Fuerzas Armadas. Comentaron algunas notas y luego recitaron. Dubuc leyó en español directo del libro (gracias a Dios). Oliveros declamó de memoria en inglés. Acababa de llover y Caracas se veía espléndida desde el balcón.

Ezra Pound lee su canto LXXI:


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