Memorabilia

Lo moderno

por Jabino

10/08/2020

[«Jabino» es el seudónimo con el que el escritor costumbrista venezolano Miguel Mármol (Caracas, 1866-1911) se dio a conocer en varias páginas periódicas del siglo XIX. Mantuvo la columna «Crónicas ligeras» en la prestigiosa revista El Cojo Ilustrado, donde originalmente se publicó –1 de agosto de 1899– el texto que reproducimos.]

Fotograma de Tiempos Modernos (1936)

A Octavio Hernández

Lo moderno me atrae, me seduce, me subyuga.

Soy decidido por lo nuevo en todos los ramos a que solemos dedicarnos los mortales mientras dura nuestra corta peregrinación por este valle de lágrimas, como lo llaman los pobres de bolsillo, con razón que les sobra.

En lo artístico, en lo científico, en lo político, en lo literario, y aun en lo doméstico, modernista soy hasta la médula, y por nada del mundo pierdo la pista de los modernos pensadores, cuya misión parece ser, por los pelos y señales, la de vindicar a la desacreditada humanidad.

Ejemplos: escribe un sujeto cuatro tonterías; sus amigos aplauden; el autor se infla, se desvanece, se aísla, vive dentro de sí, y saluda a medias, o por entero, pero con tan soberano desdén, que al saludado le parece oír claramente que le dice: ―“Adiós, tusa”.

Pues de este tal, a quien cualquiera llamaría necio, dirá el pensador moderno: ―Fulano tiene la nostalgia de otro “medio”. El nuestro lo asfixia. El contacto con los seres mediocres y deleznables que lo rodean lo mata de tristeza (artística), etc., etc.

Y lo menos que puede uno desear en obsequio del nostálgico es que Dios se sirva trasladarlo a otro planeta que se acerque más a él; a un planeta donde se le comprenda mejor.

¿Y los nervios?

¡Ah!, los nervios están representando importantísimo papel en los estudios modernos.

Los pensadores han sabido hallar en esos, al parecer inocentes filamentos, la razón científica de un cúmulo de defectos que afeaban a la humanidad de ambos sexos. La malacrianza inclusive.

Una criatura voluntariosa, irascible, malcriada, que nada respeta, no es sino “neurótica”.

Incurre una dama en una de esas diabluras que anonadan y llenan de pena a una familia entera.

–Es una enferma, dirá la ciencia. Por más que nunca falte una señorona retrasada que conteste al pensador:

–¿Enferma? Ya quisiera usted para unas pascuas la salud de que ella disfruta.

–Una enferma, señora, una enferma.

–¡Hum! A mí no me “embojota” usted.

–Sin embojotarla, señora. Es la ciencia quien habla.

Lo dicho: a los pensadores nuevos ha de caberles, y si no ustedes lo verán, la alta honra de redimirnos de los feos dictados que inconsultamente se nos echan encima a cada paso.

Refiéranle ustedes a un criminalista moderno que Fulano atacó alevosamente a Perencejo, infiriéndole media docena de puñaladas que lo dejaron tieso allí mismo.

–Falta saber, dirá el criminalista, falta saber si se trata de un acto pasional o atávico.

–Ciertamente; eso le interesa mucho a la familia del difunto. Y para el difunto mismo no deja de ser un consuelo saber que…

–No lo será; pero la ciencia tiene que estudiar la psicología del hecho. ¿Se trata de un delincuente nato?

–Vaya usted a saber…

–Pues, para calificarlo de tal es indispensable la “recidiva”.

–¿Y eso qué es?

–La reincidencia, para que lo entienda usted mejor.

–Pues, no hay más que soltar al individuo y devolverle su puñal, a ver si despacha a otro. Y así irán ustedes sobre seguro en la materia.

Donde si no he podido seguir el rumbo de los modernos es en el terreno religioso. Y así se lo he manifestado a un amigo mío que es pato-fisi-antropolo-filósofo, y me tiene mareado con unos tales átomos a los cuales atribuye él la formación de todo esto que están ustedes viendo, y que constituye el universo.

A Jesucristo le tiene una mala voluntad marcadísima; a la Virgen no la puede ver; y habla muy mal de los santos, todos.

No cree en Dios, pero cree en carne de bailarinas, y en el amor de las tiples.


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