MEMORABILIA

El Jockey Club

por Jabino

Hipódromo de Sabana Grande (1896), por Arturo Michelena.

13/01/2022

[«Jabino» es el seudónimo con el que el escritor costumbrista venezolano Miguel Mármol (Caracas, 1866-1911) se dio a conocer en varias páginas periódicas del siglo XIX. Mantuvo la columna «Crónicas ligeras» en la prestigiosa revista El Cojo Ilustrado, donde originalmente se publicó –1 de abril de 1896– el texto que reproducimos.]

Por esta vez marró[1] el pronóstico de los pesimistas.

Cuando se les habló de las carreras de caballos dijeron: ―¡Malo! Aquí no cuajan. El país no está para eso.

¡Tontos! El país está para todo, a Dios gracias. Vaya usted a las cantinas, a los teatros, a los cafés cantantes, donde no se canta, ni cosa que lo valga; vaya usted a buscar una victoria[2] a las cinco de la tarde de un domingo, y en fin vaya usted al Hipódromo.

Allá es que palpa la prosperidad de la nación.

Yo he oído a una señora exaltada gritar, en el curso de una carrera: ¡Doy diez a uno!, !veinte a uno!, !cuarenta!… y así sucesivamente.

Han de saber ustedes, los refractarios al progreso que no hayan visto aquello, que las tribunas se llenan de damas, entre las cuales no se consigue una fea para un remedio.

He observado eso, y me ha producido cierta fruición; no lo niego.

¡Caramba! Qué mujeres.

Si no fuera porque a mí no me da el naipe por lo pictórico, como creo haberlo dicho en otra oportunidad, me arrancaba ahora con una descripción de las buenas; lo que tendría entre otras ventajas la de congraciarme con las aludidas.

Pero, ¿qué le hemos de hacer? La inopia intelectual de que adolezco me condena a vegetar entre los de mi sexo (porque lo que es con mi físico no hay que contar).

Y vamos adelante.

A pesar de que en el Hipódromo se ventilan intereses, y se escancia de lo añejo y de lo fabricado en la semana, y se está a campo raso, en la sabana, dicho con toda propiedad, no han ocurrido broncas, ni se ha hecho uso de la madera torneada. ¡El garrote duerme! Y eso que todos los domingos van agentes del orden público (policías, que decimos por acá).

La verdad es que la genuina policía del espectáculo la constituyen los comisarios del Jockey Club, los cuales no tienen punto alguno de semejanza con los comisarios que usa la Municipalidad.

Son los funcionarios policiales del Jockey Club jóvenes elegantes e inermes, que ninguno lleva carabina sino binóculo.

Y sin embargo, reina el orden.

¿Qué dirán a esto los que denigran de nuestra índole y nos motejan de salvajes? Nada.

Pero no crean ustedes que todo termina con el espectáculo.

El sentimiento hípico se ha exaltado hasta un punto inconcebible.

Vivimos entregados en cuerpo y alma al Hipódromo.

Todo el mundo tiene medio dentro del cerebro, revueltos y confundidos, los jockeys, los caballos, el juez, la pista, las tribunas, el Book-maker y la torre de Babel.

Ya esto no es afición, es un desequilibrio general.

El otro día fui a un establecimiento mercantil en solicitud del dueño:

–¿Está el señor Fulano? –pregunté a un dependiente.

–Sí, allí está en el totalizador.

–¿Cómo en el totalizador?

–Digo, en la caja.

–¡Ah!

–Dispense usted.

–No hay de qué.

Deseando consultar un mamarracho que tengo en mientes dar a la luz pública hube de dirigirme a cierto literato de mucho fuste, el cual no hizo más que verme y me dijo:

–¡The Coon a cuatro!

–Señor, yo vengo a…

–Sí, ya sé que «Quiebra cacho» no va a correr.

–¡Qué pérdida para las letras patrias!, dije para mí, y me retiré sin que el hombre saboreara las bellezas de mi producción.

Un amigo mío, adicto a la caballeriza Excelsior, y casado con una mujer que es un Otelo, salvo el sexo, hablaba uno de estos días por teléfono, no sé con quién, y dijo:

–Ayer fui a ver a Calixta. Está un poco nerviosa…

–¡Ah! ¡Infame! –exclamó la señora que lo oyó todo, y se desmayó.

Acto seguido puso él manos a la obra descabellada de hacer volver en sí a su mujer.

–¡Ah!, rugió ella en cuanto se restituyó a la vida. ¿Conque se llama Calixta la infame que me ha robado la felicidad?

–Pero mujer si esa es una yegua…

–¡Mientes, canalla!

–Te digo que es una yegua… castaña por más señas; de mucho fondo… Y lo que es en una carrera de mil quinientos se puede dar cuatro a uno…

Pero todavía la señora de mi amigo no le habla.

¿Querrán ustedes creer que he visto a un joven de buena familia besando a un caballo de padres desconocidos, en el cual había ganado qué sé yo cuánto?

Hasta en el templo de Talía[3] se encuentra uno con resabios del Hipódromo.

–¿Sabe usted si canta el tenor esta noche? –pregunté a un joven elegante.

–No, señor, está declarado forfait, me contestó muy orondo.

Ustedes encontrarán quien ignore quiénes fueron los progenitores de Bolívar, de Sucre, de Miranda; pero en cambio no hay quien no conozca la genealogía de Contest, The Coon y demás bestias de abolengo.

Sea todo para prosperidad del Jockey Club, aunque no soy accionista.

***

Notas

[1] Erró (nota de Prodavinci).

[2] Coche de caballos (nota de Prodavinci).

[3] Musa del teatro, de la comedia y la poesía bocólica (nota de Prodavinci).


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