Fotografía de NELSON ALMEIDA | AFP
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“Rosario es una zona que produce trigo,
maíz, carne y futbolistas”.
Jorge Valdano
Estadio Maracaná. 2021. El árbitro pita el final del último partido de la Copa América. Todos los jugadores argentinos salen corriendo a abrazar a Lionel Messi, luego de ganar a Brasil. El 10 está de rodillas. Las manos le tapan la cara, el gesto y las lágrimas, hasta que sus compañeros llegan y su figura desaparece. Varios de ellos lo vieron crecer y ahora lo celebran en la cancha. Así, miles de personas lo festejan en casas, apartamentos y bares. Messi dejaba de ser Messi para convertirse en un sentimiento de alegría y satisfacción generalizado, más allá de camisetas y nacionalidades.
Esa emoción se explica desde su saga de infortunios con la selección de Argentina, previos a esa final en el Maracaná, el 10 de julio de 2021. Tres finales perdidas –dos Copa América y un Mundial–. Antes de disputarlas, las críticas sobre su juego con la selección se producían en contraposición con su andar por Europa en el Fútbol Club Barcelona. Mucho antes de esas derrotas y de que se le pusiera en duda con Argentina, Lionel Messi debutó con 16 años en el equipo español, el 16 de noviembre de 2003, sin que nadie supiera que terminaría convirtiéndose en el mejor jugador de la historia del club.
Lo normal es destacar que fueron años en los que ganó la mayoría de los torneos en los que compitió; lo complejo es explicar cómo lo hacía, dejando a su paso ovaciones y expresiones de asombro por su forma de jugar, combinando técnica, plasticidad y voracidad sobre el campo. Sin embargo, el niño que se hizo adulto y estaba triunfando en el extranjero, no podía hacerlo defendiendo a su país. Su trayectoria fue de la mano con esa dualidad durante muchos años. En Argentina, como ocurre con otras potencias deportivas, la extensa tradición futbolística hace sombra sobre cada jugador que nace. Cuando dentro de esa enorme muestra emerge uno que destaca por sobre el resto, la referencia inmediata es pensar que ha llegado el nuevo Maradona, aunque Diego solo hubo uno como solo habrá un Messi.
Como especie, tendemos a mirar al pasado para comprender el presente. En el plano deportivo, esa idea es la que propicia las distintas comparaciones entre los jugadores. En ese juego, cruel e incluso injusto –teniendo en cuenta que suelen ser emparejamientos de futbolistas de épocas distintas–, también se disputa parte de nuestra memoria emotiva. Cuando aparece alguien que oposita a desplazar a uno de nuestros ídolos, nuestros recuerdos parecen estar en peligro.
O no.
Si se atiende que ese futbolista responde a su contexto y su tradición particular, lo que ofrece a quienes le ven es una experiencia distinta. Ese jugador es producto de su tradición y, también, de todo lo que lo alimenta durante sus etapas de formación. Por tanto, no hay comparación posible aunque, de nuevo, la naturaleza humana tienda a hacerlo como una manera de resolver la incertidumbre. ¿Cuál? Esa que nos atraviesa ante fenómenos desconocidos. Lionel Messi surgió como uno de ellos. Los antecedentes permiten estimar un techo, acercarse a un futuro que puede estar muy lejos: se parece a tal o cual. El riesgo es que el presente puede deshacerse en la búsqueda de paralelismos. El otro no llega para desplazar a alguien de nuestra memoria; se presenta para ofrecer, con suerte, talento y esfuerzo, más momentos memorables.
Dentro de ellos, Lionel Messi ha estado emparentado con uno desde el comienzo de su carrera: la posibilidad de que gane un Mundial de Fútbol. El torneo representa una lógica en el que se premia el rendimiento de un mes por sobre el de toda una carrera. Aunque sea un campeonato en el que no siempre se enfrenta a los mejores equipos. Puede que un futbolista no haya logrado mayor reconocimiento en sus clubes, pero la Copa del Mundo lo posiciona en otro estatus porque no hay fenómeno deportivo superior a este encuentro.
Este es otro de esos enfoques crueles que tiene el deporte de alto rendimiento. Como si toda la trayectoria deportiva de un atleta, en especial aquellos que son vistos como elegidos, se pusiera en entredicho por lo ocurrido durante un mes o menos (a veces solo alcanzan a jugar tres partidos). Lionel Messi, en su viaje a través de las Copas del Mundo, no solo ha luchado contra esa lógica, sino también contra una local. Esta lo vuelve a asociar con Diego Maradona, con quien Argentina fue campeona del torneo por última vez. Es un conflicto abierto en el plano nacional e internacional. Algo que también ha salpicado a Cristiano Ronaldo. Pero el suyo es otro caso, porque Messi nació en el país donde Maradona, aún vivo, ya era una suerte de dios, un símbolo multigeneracional que, en ocasiones, parece cubrir todo en esta sociedad.
Qatar 2022 es la última oportunidad que tiene Lionel Messi de cerrar ese viaje con la selección de Argentina. En ese trayecto, la Copa América de 2019 alivió las cargas –como a Cristiano Ronaldo le alivió la Eurocopa en 2016–. La paradoja, con el argentino nacido en Rosario, es que al poco tiempo de ese triunfo se instaló en la opinión pública la idea de que había encontrado un equipo, un proceso que lo acompañara y que ese trofeo llegaba para liberar a una generación –y a un país– deprimido por las derrotas deportivas. En este caso, los antecedentes ya no estaban propiciando distracciones en el presente, limitando la oportunidad de disfrutarlo; era el futuro lo que distraía y empezaba a generar ansiedad, con la idea de que por fin la Copa del Mundo podría estar en manos del 10.
La realización o no de ese anhelo, individual, colectivo, social, ahora depende de lo que ocurra en los próximos tres partidos tras vencer a Australia y clasificarse a cuartos de final. Antes de que Argentina debutara contra Arabia Saudita en Qatar 2022, Luis Enrique, el entrenador de España, comentó en su canal de Twitch que si su equipo no ganaba el torneo, deseaba que lo hiciera el de Lionel Messi. “Sería hasta injusto que se retirara sin ganar el Mundial«, dijo.
El valor intrínseco de esa frase escapa a la relación deportiva que sostuvieron el entrenador y el jugador en el Fútbol Club Barcelona; radica en que ese deseo parece ser generalizado, expandido más allá de Argentina. Messi, a través de su juego y forma de ser, ha convertido a propios y extraños en devotos de su juego y personalidad, propiciando que mucha gente desee hacer lo que sus compañeros cuando ganaron la Copa América: celebrarlo. Con o sin trofeo, integrar a distintas razas, nacionales y culturales en una meta, puede ser un triunfo mayor y, para el fanático del fútbol, una manera de agradecerle.
Nolan Rada Galindo
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