MundialFútbol

Argentina avanza y en un bar de Buenos Aires se reafirman las cábalas

Fotografía de Manan Vatsyayana | AFP.

04/12/2022

A medida que el juego de Argentina mejora, Buenos Aires transforma la tensión en ilusión. Lo ocurrido ante Arabia Saudita queda como un recuerdo, al igual que el partido contra México. Son tropiezos en la hoja de ruta, irregularidades en el viaje. Contra Polonia, el rendimiento del equipo –y la poca oposición del rival– liberaron el paisaje: el camino sigue lleno de curvas, pero ahora no llueve. El cambio de clima es perceptible en la ciudad, esa que se vacía antes de los juegos y que luego toma las calles para celebrar en el Obelisco, en Belgrano o cerca del Cementerio de Recoleta.

Antes de esa celebración por la victoria 2 a 1 contra Australia y el pase a los cuartos de final del Mundial Qatar 2022, en un bar de Retiro coinciden alrededor de 15 personas. Hay dos comensales que hablan en inglés y son indiferentes al momento deportivo. El lugar es más profundo que ancho. Cerca de la puerta, hay un puñado de australianos. La dueña del lugar dice que son tres y que son clientes fijos. Hacia el fondo, están el otro dueño del lugar y el cocinero, quien está usando una camisa de Argentina. A los pocos minutos de haber empezado el juego, los dueños conversan. 

Él le hace un gesto a ella que no alcanzo a reconocer. Pero ella sí entiende qué le quisieron preguntar. Entonces se lleva sus manos hacia la cadera, sujeta su jean negro, y descubre más piel de la que suelen exponer los pantalones de corte bajo: lleva la misma ropa interior que llevó hace meses, cuando Argentina estaba en Brasil y no en Qatar, disputando la Copa América. “Con esta ganamos la Copa”, dijo. 

Cábalas. 

La pasión argentina vs. la australiana

La mayoría de los jugadores de Australia parecen surfistas. La comparación no es un menosprecio. Es una nación rica en historias sobre el mar y las tablas. Desde que ingresó en la Confederación Asiática de Fútbol hasta la actualidad, mejoró de manera competitiva. Quizá, para aquellos acostumbrados a ganarse la vida en el mar, enfrentando olas feroces, jugar con un balón no entraña mucha épica. Pero bastará ver los primeros minutos del juego para entender que no les falta compromiso; que están donde merecen. 

Frente a ellos, una serie de jugadores que crecen pateando cosas, viendo y escuchando relatos sobre cuán grandiosa es su tradición como país futbolero; un equipo que entiende que su objetivo no es llegar al Mundial, sino competir hasta el final por el título, e incluso, en secreto, prometerse ganarlo. Esa diferencia entre historias y filosofía de vida se podía palpar en el partido: Argentina tomó el balón consciente de que debía llevar el ritmo del partido mientras Australia cedía el balón, algo que no hay que interpretar como pasividad.

Los australianos fueron constantes en la intensidad, alternando la altura de su defensa y atendiendo a posibles espacios en las espaldas de Argentina cuando tenían que atacar. El juego se presentó como un remake del encuentro contra Arabia Saudita. Argentina pasaría la mayor parte del partido con el balón en los pies: la duda pasaba por ver cuán bien podía trasladarlo, asociarse con él, para desmontar la defensa rival, o si volvería a estancarse, como en el primer partido y durante buena parte del segundo. 

El desarrollo del primer tiempo no ofreció una respuesta clara ni debía hacerlo. Rivales distintos en momentos diferentes. La circulación de balón de Argentina era más amplia, hacia las bandas, en vez de cerrarse hacia el centro, como contra Arabia. Pero le sigue faltando un punto de velocidad y precisión clave para que sea una gestión eficiente, trascendente. Por eso no hubo mayor acción durante el primer tiempo y, en el bar, cómo no, la tensión comenzaba a subir. Sin mayores, durante los primeros minutos, la preocupación de la dueña pasaba por otro lado: bajar un poco la iluminación del lugar para que no se reflejara en los televisores. Que los nervios no alteren la atención y el cuidado por los detalles.

Fotografía de Frank Fife | AFP.

Cuando el juego parecía entrar en un punto muerto, con Argentina incapaz de ser profunda y Australia sin capacidad para llegar al área rival con peligro, apareció Lionel Messi. Minuto 35. Primer remate del equipo. Primer gol de Argentina. Una de las presentes comenta que es el primer gol que no le spoilean los vecinos. En las caras de los comensales hay más satisfacción, pero la tensión sigue siendo un síntoma evidente. Al parecer, una no puede ir sin la otra: “Soy argentino/es un sentimiento/no puedo parar”.

Luego del gol, el silencio dejó de predominar en el bar. Aunque el estrés de una amiga, registrado a través de su smartwatch, seguía en estados alarmantes. “Se supone que debería bajar”, dijo. Reímos. Volvimos a bromear, durante el segundo tiempo, en relación con Rodrigo De Paul, cuando le comenté: “que no hayas puteado tanto a De Paul es un síntoma de que su partido ha sido bueno”. Se podía percibir en este bar de Retiro y en Qatar. Uno de los futbolistas más cuestionados estaba completando su mejor partido. 

La acción en el segundo gol de Argentina, con De Paul presionando en el área rival, para que luego Julián Álvarez rematara al arco, cerró un desquite deportivo que podría entenderse como una venganza personal: por esto estoy aquí, debió pensar el centrocampista. El cocinero del bar lo celebró con tanta euforia, golpeando la mesa sobre la que estaba uno de los televisores, que terminó desconectándolo. Nos perdimos parte de la celebración de los futbolistas pero vimos la suya, casi tan pasional como la de ellos.   

Emiliano ‘Dibu’ Martínez y el corazón en la mano

Cuando Australia anotó, con un remate desviado por Enzo Fernández, en una de esas carambolas que el fútbol regala cada tanto, los australianos en el bar alzaron sus brazos, gritaron de forma breve y volvieron a sentarse. Una alegría casi efímera, quizá porque el gol se produjo fuera de contexto, con Argentina en control de la situación, o porque su carácter es el que es. El resultado puso sobre la mesa, junto con las cervezas y los gin-tonics, una pregunta: ¿cómo reaccionará Argentina? ¿Volverán los nervios de aquel partido contra Arabia Saudita y durante parte del partido contra México?

La respuesta se presentó al poco tiempo: el equipo no perdió nervio ni tensión. Australia, necesitada, se lanzó al arco con lo que podía. En una de esas oleadas, pudo haber logrado uno de los mejores goles del torneo, en una acción en el que uno de sus futbolistas superó a los argentinos como si Diego Maradona no hubiera nacido en sudamericano sino en una costa australiana. 

Sin embargo, ese no fue el punto de mayor tensión. Este llegó cuando Emiliano Martínez –“Dibu”, para todos los argentinos–, tapó un remate a quemarropa. El arquero, mientras el rival se acercaba, hizo el achique, le redujo el ángulo de disparo, y contó con la suerte de que el balón, al chocar con su brazo, no salió disparado hacia cualquier parte, sino que quedó cerca de él. Algunos argentinos se lanzaron sobre Dibu a modo de celebración. Ya es una de las imágenes más poderosas de Argentina durante Qatar 2022. Mientras tanto, en el bar, una chica se llevaba la mano hacia el corazón, evitando que se le saliera del pecho. 

El arquero argentino atrapa el balón en los últimos minutos del partido. Fotografía de Glyn Kirk | AFP.

Cuando el partido terminó, y antes de que el cocinero tuviera que volver a sus labores, se quedó solo mirando la celebración del equipo en ese televisor que antes había desconectado a puro golpe sobre la mesa. Su pasividad se oponía a la imagen de hace unos minutos, cuando parecía poseído por alguna bestia, por el fuego de sus pasiones. Una pequeña muestra de cómo es parte de la sociedad argentina, apacible durante un momento y volátil, unos instantes después; una gente que parece estar en un constante estado de ebullición y que encuentra, en el fútbol, un espacio donde puede liberarse y abrazar cada una de sus cábalas.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo