Lea el discurso de Rafael Cadenas al recibir el doctorado ‘honoris causa’ conferido por la Universidad Simón Bolívar
por Rafael Cadenas
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La Universidad Simón Bolívar confirió doctorado honoris causa a Rafael Cadenas y a Guillermo Sucre, respectivamente, en emotivo acto celebrado el 7 de febrero de 2020 en el Paraninfo del campus del Valle de Sartenejas. Estas son las palabras que el poeta Cadenas leyó al recibir tan merecido reconocimiento.
Gracias a la Universidad Simón Bolívar por otorgarme este doctorado. Ella acaba de cumplir cincuenta años durante los cuales, gracias a una gran labor, ha contribuido decisivamente al desarrollo científico y tecnológico de Venezuela, así como también al de diversas disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades, fundamentalmente mediante sus postgrados. Se impone recordarlo con suma gratitud porque está en un momento inmerecidamente penoso. A causa de una coincidencia que me contenta, recibo este doctorado juntamente con Guillermo Sucre, quien tiene un mérito más, el de haber sido profesor aquí durante muchos años, como miembro del Departamento de Lengua y Literatura donde dejó una impronta imborrable entre sus colegas y estudiantes, varios de ellos, después, destacados profesores de esta misma casa de estudios. Otro significativo fruto de su paso por esta universidad fue la creación de la primera maestría de literatura latinoamericana en nuestro país. Esto me permite narrar un hecho que cambió nuestras vidas y las de otros jóvenes. Ocurrió hace bastante tiempo, pero viene al caso en las circunstancias políticas actuales. Cuando estudiábamos en la Universidad Central de Venezuela los dirigentes de la primera gran huelga universitaria contra la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez nos asignaron la riesgosa faena de tomar, con once estudiantes más, su sede que estaba en el centro de la ciudad, donde se encuentran las Academias. Pudimos hacerlo, pero la policía rompió con un hacha la puerta que habíamos cerrado, nos detuvo y nos trasladó a El Obispo, cárcel de presos comunes donde pasamos varios días. Recuerdo que ahí estaba preso un militar valiente, que osó oponerse al dictador de turno ya mencionado. Estaba en una celda aparte, pero nos saludábamos con frecuencia, como simbólicamente. Después nos pasaron a la Cárcel Modelo y al cabo de unos meses fuimos enviados al exilio. Guillermo viajó a Chile, Manuel Caballero, otro tomista, a Francia, y yo con tres compañeros a Trinidad, entonces colonia del imperio británico. Los otros universitarios se dirigieron a países hispanoamericanos donde continuaron sus estudios. En 1956, el régimen decretó una amnistía para más de cien exilados, entre los cuales estaba yo. Así pude regresar. Antenoche descubrí que debe decirse «exiliados» porque la palabra que usábamos es un galicismo; debo disculparme pues con Rafael María Baralt.
Esto lo he contado porque ejemplifica bien cuán determinados estamos por la historia. Aunque nuestro hacer haya sido menudo, cómo puede cambiar ella nuestra elección inicial, nuestra vía, nuestro destino, en suma. Un caso vastísimo de lo que digo es lo que ha pasado aquí en Venezuela durante los últimos veinte años: ellos han trastocado en una u otra forma, el itinerario vital de todos los venezolanos. No sé quién permanece inmune. Hasta el lenguaje ha sido afectado como lo explica el libro La neolengua del poder en Venezuela escrito por varios autores.
De pronto aquella dictadura que parecía invulnerable fue derrocada por la alianza de la Fuerza Armada con el sector más consciente del pueblo bajo la guía de los partidos políticos. A partir de ese momento se inició un proceso que desembocó en los cuarenta años de democracia, que se me antoja necesario decirlo, no es una ideología, sino un sistema político en el que coexisten las ideologías. Aun las que se le oponen. Además es mejorable, pero las dictaduras hasta donde alcanzo, se consideran empeorables.
Ahora voy a decir algunas palabras sobre nuestras universidades autónomas, que son las que se encuentran más agobiadas por un cúmulo de problemas en los que no tengo tiempo de adentrarme como quisiera, pero basta con visitarlas para darse cuenta de que están en un estado de penuria grave, pues no reciben los recursos necesarios para su normal funcionamiento, sufren un gran deterioro en sus infraestructuras, muchos profesores se han ido porque el sueldo no les alcanza ni para un vivir muy modesto, también han mermado los alumnos por razones sobre todo de carácter económico, los trabajadores sufren acaso más los efectos de lo que ya puede llamarse drama. También se les exige a todas ellas un sistema electoral igualitario que no existe ni en los países comunistas que aún quedan. Aclaro: para mí un trabajador, como todo ser humano, es sagrado y si a la vez estudia puede votar. ¿Con qué miras se quiere implantar eso? Parece que hubiera una malquerencia hacia nuestras universidades. Para completar lo dicho, son a menudo blancos de la delincuencia. El descenso es total, algo que no había pasado antes. Todas están en el peor momento de su historia. Reflejan lo que pasa en el país. Si la situación de este no mejora, tampoco ellas lo harán. Uno se pregunta cómo salvarlas, a sabiendas de que Venezuela, sin universidades de excelente nivel, dejaría de «aprender los saberes», se estancaría, se distanciaría de la civilización. Noten que esta palabra lleva en su entraña otra: civil, que significa ciudadano. Con esto no pretendo subestimar lo militar. Antes bien, ya es tiempo de que cese ese antagonismo tan perjudicial entre ambas partes. De paso: los países más civilizados son los fabricantes de armas que venden a las naciones que no las producen, para más guerras, y no reflexionan sobre esta sangrante contradicción. No sienten pena.
Los que hemos recibido este doctorado seguiremos defendiendo las universidades con nuestras sencillas herramientas: escribir, criticar, protestar, y cabe hacerlo sin odio, que además está prohibido por quienes, me imagino que no deben de tenerlo. Uno puedo sentirse airado ante cualquier desafuero oficial, más eso es pasajero; el odio, contrariamente, es un sentimiento muy arraigado, difícil de arrancar.
Para concluir acudo a Miguel de Unamuno quien una vez dijo que le daba lástima un pueblo unánime, lo cual a mi ver es una imposibilidad, pues como escribí en otra ocasión, el ser humano es naturalmente plural. Considero absurdo pretender que todos los ciudadanos de un país piensen lo mismo. Preservemos entonces la pluralidad que solo existe en los regímenes democráticos. Seamos multánimes, no unanimistas, término que le quito prestado a Fernando Savater. Viene a propósito que el gran pensador Karl Jaspers señaló dos peligros en el mundo, la bomba y el totalitarismo. Ambos siguen en este siglo.
Finalmente los invito a colaborar en la recuperación de las universidades para que vuelvan a ser como eran o aún mejores.
Rafael Cadenas
7 de febrero de 2020
Rafael Cadenas
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