Perspectivas
Lea aquí el discurso sobre los 200 años de la muerte de Francisco de Miranda
por Inés Quintero
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Discurso pronunciado por Inés Quintero ante la Gobernación de Miranda, con un público existente en el Paraninfo de la Universidad Metropolitana, el 14 de julio de 2016. Quintero es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela, de la cual fue directora en dos períodos (2015-2017 y 2017-2019).
Hace tres años, en el 2013, mi esposo Rogelio y yo, estuvimos en La Carraca, justo en el mismo lugar donde Miranda pasó sus últimos años de vida. Fue muy estremecedor y conmovedor estar allí y contemplar las mismas paredes, el mismo paisaje que podía ver desde su encierro, por una de las pequeñas ventanas de la prisión. En ese momento estaba concluyendo la investigación y las pesquisas que me permitieron terminar de escribir El hijo de la panadera.
Más recientemente, el mes pasado y en este mismo lugar, se realizó un emotivo acto en el cual se hizo un reconocimiento a 50 estudiantes de bachillerato que participaron en las primeras Olimpíadas de Historia, y se premió a los que escribieron los mejores trabajos. El tema de la convocatoria fue «Francisco de Miranda su presencia y actuación en la Independencia de Venezuela». La iniciativa fue obra del Centro de Estudiantes de la Escuela de Estudios Liberales de esta Universidad y contó con el apoyo entusiasta de la Academia Nacional de la Historia y de la Fundación Bancaribe.
En ninguno de estos dos momentos, cuando estuve allá en la Carraca, en contacto directo con aquel lugar tan próximo a Miranda, ni cuando estábamos aquí, premiando a este grupo de jóvenes venezolanos que se animaron a investigar y a escribir sobre este importante personaje de nuestra historia, estaba entre mis previsiones participar en un acto como el de hoy, convocado por la Gobernación de Miranda, cuando se cumplen doscientos años de la muerte de Francisco de Miranda. Un acto ciudadano, un acto civil, sin militares, sin mandones, en un recinto académico, para reconocer, en un día como hoy, el compromiso, el trabajo, la constancia de un grupo de venezolanos, y rendir de esta manera homenaje a un hombre que luchó de manera inquebrantable por la libertad. Gracias Henrique por este acto, gracias por ofrecerme el honor y la inmensa responsabilidad de estar aquí, como oradora de orden, verdad no me lo esperaba; gracias a todos ustedes por su presencia en esta jornada de reafirmación ciudadana, de compromiso republicano.
El 14 de julio de 1816, Francisco de Miranda falleció en la prisión de La Carraca, muy cerca de Cádiz, en España. Tenía 66 años. Es ese hecho el que nos reúne aquí, doscientos años después. La ocasión tiene un propósito fundamental: recordar a este venezolano que luchó de manera sin descanso por la libertad en un momento histórico esencial, no solamente en la definición del sentido y los alcances de la libertad como expresión de la modernidad política, sino muy especialmente cuando estaban teniendo lugar los más importantes procesos revolucionarios que tuvieron como objetivo romper con el despotismo y comenzar el lento camino de construir Repúblicas modernas: la independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, la Revolución Francesa y las independencias en Hispanoamérica. En un momento histórico de fuertes conflictos y enfrentamientos, de debates y definiciones políticas, Francisco de Miranda optó por la libertad, optó por la vida republicana y por lograr su instauración perdurable y efectiva en los territorios que para entonces eran colonias del imperio español. A este empeño dedicó buena parte de su vida; es esa constancia, ese esfuerzo, ese compromiso sostenido y sin claudicaciones la expresión más cabal de su indiscutible relevancia histórica como uno de los venezolanos que dio inicio al largo proceso de construir una sociedad libre y republicana entre nosotros.
Francisco de Miranda se fue de Venezuela en enero de 1771, poco tiempo antes de cumplir 21 años. Había aprobado varios cursos de latinidad y artes en la Universidad de Caracas, pero no terminó sus estudios ni recibió un título universitario. Al momento de salir de Venezuela, no estaba entre sus planes ni tenía previsto llevar a cabo un proyecto político libertario. Todo lo contrario, se fue a Madrid y se incorporó al ejército español. Se mantuvo como oficial al servicio de la monarquía durante varios años. Desde esta condición participó en distintas campañas militares en África, sirvió en Andalucía, en Madrid y en La Habana; también estuvo presente en el sitio de Pensacola, cuando el ejército español prestó su auxilio a las trece colonias de Norte América para lograr su independencia del imperio británico. De forma tal que, sin proponérselo y sin que fuese una decisión personal, combatió por la independencia de los Estados Unidos, y contribuyó así a hacer posible el establecimiento de la primera experiencia republicana del mundo moderno.
Cuando Miranda decide desertar del ejército español en 1783 son muchos los desencuentros que han ocurrido entre el caraqueño y las autoridades de la monarquía, y es cada vez más clara y contundente la distancia que lo separa del absolutismo como un régimen contrario a la práctica y ejercicio de la libertad. Desde 1778, estaba siendo vigilado por el más feroz de los recursos de opresión con los que contaba el régimen absolutista: el Tribunal de la Inquisición, acusado por delitos de proposiciones heréticas y por posesión de libros prohibidos y pinturas obscenas.
Su primer destino, inmediatamente después de abandonar el ejército español, es los Estados Unidos. Hace un recorrido impresionante, pasa por Filadelfia, Wilmington, Nueva York, Boston, visita las Universidades de Yale, Princeton y Cambridge, conoce a George Washington, a Alexander Hamilton a Samuel Adams, y a muchas otras figuras del proceso de independencia estadounidense. Tuvo oportunidad de tratar personalmente a Thomas Paine, promotor irrestricto de la libertad, de las ideas republicanas y de la democracia.
Este primer contacto con la experiencia republicana despierta en Miranda opiniones y sentimientos encontrados, por una parte está gratamente impresionado por las posibilidades que ofrece aquella sociedad para el desarrollo personal de los ciudadanos, valora positivamente el respeto a los derechos individuales, así como el espíritu de libertad que animaba a sus habitantes. Pero tiene reservas respecto al método de elección basado sobre el principio de la propiedad y los peligros que entrañaba la elección a los cuerpos deliberantes de individuos que no tenían ilustración ni conocimiento sobre el arte de la política.
Luego de año y medio de recorrido por los Estados Unidos se dirige a Londres. Desde allí se ocupa de preparar un proyecto al cual dedicará los próximos 4 años de su vida: su extraordinario viaje por “El gran libro del Universo” como él mismo lo bautizó. Tenía 35 años y habían transcurrido 15 desde que salió de Venezuela. El propósito de este viaje era completar y perfeccionar su formación conociendo de manera directa las sociedades más sabias y virtuosas del universo. Años más tarde afirmó que su objetivo había sido: “…buscar la forma de gobierno que mejor pudiese asegurar el establecimiento de una sabia y sensata libertad en las colonias de Hispanoamérica”.
Haya estado o no entre sus propósitos encontrar respuestas para el futuro de la América Hispana, lo cierto es que las vivencias y experiencias de este recorrido tuvieron una importancia trascendental en su proceso formativo, en su crecimiento personal, en su enriquecimiento cultural, artístico, musical, en el conocimiento de la vida cortesana, de las prácticas políticas, aunado a sus amplias lecturas. Miranda lee vorazmente, adquiere libros sobre filosofía, literatura, geografía, poesía, estudia con desesperación, todo ello contribuye de manera decisiva en sus definiciones políticas, en la reflexión y maduración de lo que será el proyecto al cual dedicará, ahora sí, el resto de su vida: conseguir la libertad de las colonias hispanoamericanas.
Cuando regresa a Londres en junio de 1789, es otra persona. Al comenzar el año de 1790 tiene su primera reunión con William Pitt, el primer ministro del gobierno británico. El 5 de marzo escribe su propuesta al poderoso ministro inglés. La primera línea dice así:
“América espera que la Inglaterra la ayude a sacudir la opresión infame en que la España la tiene constituida”.
En este breve y contundente documento, expone la situación en la cual se encuentran los habitantes de la América española, da cuenta de las manifestaciones en contra de la monarquía que habían tenido lugar en diferentes ciudades de Hispanoamérica y expone las ventajas que obtendría Inglaterra al establecerse la libertad de comercio. El punto central de su argumentación es que la situación americana se encontraba madura para una insurrección en virtud de la opresión a la cual la tenía sometida la corona española.
Desde este momento y de manera ininterrumpida Miranda tiene un objetivo fundamental del cual no se separa, frente al cual no hay claudicaciones ni concesiones: lograr la independencia de las colonias hispanoamericanas; conquistar la libertad para este vasto territorio y, en palabras del propio Miranda, sometido por más de tres siglos al despotismo español.
Durante dos años procura conseguir el apoyo del gobierno británico, asiste a reuniones, escribe cartas, hace gestiones, elabora mapas, proyectos, planes, insiste, argumenta, expone, negocia, redacta informes, no obtiene resultados. Desalentado por la ausencia de respuesta, dirige su mirada y esfuerzos libertarios hacia la Francia revolucionaria.
En 1792, llega a Paris. Su finalidad es estudiar la posibilidad de que el gobierno revolucionario pudiese apoyarlo para extender a la América Hispana el sistema de libertad que se estaba ejecutando en Francia. No es el mejor momento para obtener el auxilio de los franceses en medio de los conflictos, las tensiones y enfrentamientos del proceso revolucionario; no recibe ayuda para sus planes independentistas, pero se involucra directamente en el más importante movimiento contra el absolutismo y en defensa de la libertad: la Revolución Francesa.
Fue oficial del ejército francés, participó en cruciales campañas, en medio de la vorágine revolucionaria y en los peores años del terror, fue sometido a prisión acusado de traicionar los intereses de la República, él mismo escribió un extenso alegato en su defensa, fue declarado inocente, ovacionado y sacado en hombros. Poco tiempo después fue conducido nuevamente a prisión, esta vez por 18 meses. Su defensa está sostenida sobre los principios de la libertad y la justicia, expresión de su formación y convicciones republicanas:
“…existe un crimen, o en la impunidad de un gran culpable o en la persecución de un inocente. De todas las maneras de matar la libertad, no la hay más asesina para una República que la impunidad del crimen o la proscripción de la virtud. Deja de existir la sociedad allí donde un miembro del cuerpo social insulta con la impunidad a la justicia”.
Contundentes estas palabras de Miranda, dichas en momentos muy distintos, pero, con una especial resonancia en los años que vivimos, sin duda.
El 15 de enero de 1795 la Convención decreta la libertad de Miranda. Permanece en Francia dos años más. Entre conspiraciones, intrigas y persecuciones, enfrenta un tercer encarcelamiento del cual también logra librarse; en 1797 un decreto que ordena la deportación de los enemigos de la revolución, incluye su nombre. En medio de estas difíciles circunstancias, perseguido por la policía del Directorio, se ocupa de preparar un documento conocido como el Acta de Paris, en el cual, una vez más, expresa su voluntad de unir esfuerzos por alcanzar la Independencia de las colonias hispanoamericanas con el auxilio de Inglaterra y los Estados Unidos. En esta ocasión no está solo, el documento lo suscriben José del Pozo y Sucre, de Perú, y Manuel José Salas, de Chile. El mismo documento autorizaba a Miranda y a Pablo de Olavide, también del Perú, a solicitar empréstitos en nombre de las colonias de Hispanoamérica que permitiesen llevar adelante la empresa libertaria.
Al regresar a Londres insiste nuevamente ante el escurridizo ministro inglés sobre sus planes para conseguir la libertad de las colonias hispanoamericanas. Durante ocho años, no tiene otra ocupación o interés que persuadir a los ingleses para que participen en su proyecto independentista. Una vez más elabora documentos, proyectos, planes; envía correspondencia, entra en contacto con otros hispanoamericanos como él que han manifestado su determinación por conseguir la libertad del continente: se escribe con el venezolano Manuel Gual, con el limeño José Baquíjano, con el neogranadino Pedro Fermín de Vargas, y con el chileno Bernardo O’Higgins a quien le da oportunas recomendaciones para el futuro de su actuación política. Entre sus consejos está uno que lo retrata sensiblemente:
“No permitáis jamás que se apodere de vuestro ánimo ni el disgusto ni la desesperación, pues si alguna vez dais entrada a estos sentimientos, os pondréis en la impotencia de servir a vuestra patria”.
Son varios años de incansable insistencia, de reuniones, trámites, diálogos, negociaciones, audiencias, peticiones, molestias, reclamos, desalientos, de vencer todo tipo de obstáculos para insistir de nuevo, sin lograr resultados. A pesar de ello, Miranda no claudica en sus propósitos libertarios; en septiembre de 1805, frente a la indiferencia manifiesta del gabinete inglés, se va a los Estados Unidos con la absoluta determinación de seguir adelante.
Antes de partir y frente a los imponderables que podrían acompañar los planes que tiene previsto ejecutar, decide dictar su testamento. Aun cuando tiene más de 30 años que se fue de Venezuela, su última voluntad está relacionada con su lugar de nacimiento: todos los libros, manuscritos y papeles reunidos a lo largo de su agitada vida, debían enviarse a su país, cuando fuese libre e independiente y colocados en Caracas, en los Archivos de la ciudad, “…para que testifiquen a mi patria el amor sincero de un fiel ciudadano y los esfuerzos constantes que tengo practicados por el bien público de mis amados compatriotas”.
No es poca cosa. Su patrimonio más preciado son sus libros y su archivo, el testimonio más completo y directo de su compromiso con la libertad y, su última voluntad es que estén aquí, en su lugar natal.
Miranda llega a los Estados Unidos, y logra reunirse con el presidente Tomas Jefferson y con el Secretario de Estado James Madison. Le dejan saber que, bajo ningún concepto están dispuestos a comprometer al gobierno estadounidense con la propuesta de Miranda, pero no se oponen a que ciudadanos norteamericanos participen en el proyecto. Con dinero prestado por particulares, respaldado a título personal por el propio Miranda y poniendo como garantía las jugosas ganancias que obtendrían si la empresa tenía éxito, financia los gastos de la expedición que lo llevará de regreso a Venezuela a fin de obtener su independencia de la monarquía española. Han transcurrido 55 años desde que salió de Venezuela en dirección a Madrid, para ponerse el servicio de la Corona.
Con tres embarcaciones, un armamento exiguo y un cuerpo de tropas sin experiencia, la expedición sale de Haití rumbo a las costas de Ocumare. Las autoridades españolas están al tanto de cada uno de los movimientos de Miranda, así que, sin mayor dificultad al avistar la pequeña flota, son atacados. Las dos goletas que acompañan a la corbeta Leander, el barco principal de la expedición, son tomadas prisioneras. Miranda logra refugiarse en Trinidad y desde allí consigue auxilio del jefe de las fuerzas navales de Barbados y del gobernador de la Isla de Trinidad para hacer un nuevo intento; esta vez por las costas de Coro. En esta oportunidad sí logran desembarcar, toman el pueblo de La Vela y la ciudad de Coro, nadie los recibe; sus habitantes han abandonado el lugar. A los pocos días, ordena la retirada.
La respuesta de las autoridades españolas es rotunda. Se condena a morir en la horca a diez de los compañeros de Miranda que fueron apresados frente a Ocumare; el resto es enviado a prisión; se ratifica la Real Orden del 3 de julio de 1800 condenando a muerte al traidor Miranda, se ordena quemar sus proclamas, bandera y retrato, se solicita su captura y se ofrecen 30.000 pesos a quien lo entregue vivo o muerto.
El cabildo caraqueño no se queda atrás: al tener noticias del fallido ataque contra las costas de Venezuela, sus miembros repudian “la atrevida y escandalosa expedición intentada por el perverso Francisco de Miranda”; también emiten una circular instando a los habitantes de la provincia a manifestar su lealtad y a contribuir con lo que fuese posible para reunir la recompensa que permitiría “premiar la aprehensión de un traidor como Miranda a quien todos los habitantes de estos dominios profesan mortal odio y aborrecimiento”.
Está al tanto de las acusaciones que pesan en su contra y también, seguramente, de la respuesta de sus paisanos caraqueños, pero Miranda no claudica. Desde Coro navega hasta Aruba y desde allí, otra vez a Trinidad. Allí permanece más de un año, aislado, perseguido y también acosado por los acreedores, sin descartar un nuevo intento de invasión a Venezuela. Precisamente en este momento, ocurren las invasiones inglesas al Río de la Plata y aquí queda muy claro un asunto que reviste especial entidad. Si bien Miranda ha sido insistente en su empeño por conseguir el apoyo del gobierno inglés, al punto de ofrecer garantías y concesiones inimaginables y algunas altamente discutibles, la condición que está fuera de discusión es que cualquier apoyo militar, económico o político sería ÚNICAMENTE para la INDEPENDENCIA ABSOLUTA. Y esto, naturalmente, resultaba incómodo para las apetencias del imperio británico. Esto explica en gran medida que hayan preferido enviar tropas a Buenos Aires y a la Banda Oriental, antes que acompañar a Miranda en su aventura libertaria.
Miranda, finalmente regresa a Londres. En enero de 1808 se encuentra instalado en su casa de habitación en el número 27 de Grafton Street, con su mujer, Sara Andrews, y sus dos hijos: Leandro y Francisco, este último nació cuando se encontraba en los preparativos de su expedición a Venezuela. A pesar de los fracasos, los traspiés, la incomprensión, las persecuciones e intrigas en su contra, la determinación de Miranda es convertir su casa en un punto fijo para la libertad del continente colombiano.
Otra vez no tiene otra ocupación que volver sobre lo andado: envía comunicaciones, hace nuevos planes de desembarco y se reúne con posibles aliados para su causa independentista. La alianza entre Inglaterra y España, luego de la invasión de Napoleón a la península ibérica en 1808, altera sus planes respecto a las posibilidades de apoyo inglés; sin embargo, para Miranda el descalabro ocurrido en la monarquía producto de la invasión francesa y de las abdicaciones de Bayona, es un claro indicio de que las circunstancias son las más propicias para que los americanos se decidan a tomar el control del gobierno, a fin de romper de una vez por todas sus vínculos y ataduras con el imperio español. Desde este infundado optimismo le escribe al marqués del Toro, al cabildo de Caracas y también al de Buenos Aires, al de La Habana, al virrey de la Nueva España y al cabildo de la ciudad de México para que tomen cuanto antes la iniciativa de adelantar la independencia aprovechando la aguda crisis en la cual se encuentra la monarquía española. Obviamente no hay respuesta; en Caracas, la decisión del marqués del Toro fue entregar la carta al Capitán General.
Mientras tanto, el gabinete inglés le recomienda a Miranda que se inhiba de hacer gestiones o seguir avanzando en sus acciones y movimientos para propiciar la Independencia de las colonias hispanoamericanas tomando en consideración la estrecha alianza existente entre la Gran Bretaña y la monarquía española. Miranda no atendió la solicitud de los altos emisarios del gobierno británico. Siguió imperturbable haciendo propaganda a favor de la independencia, contrajo nuevas deudas para publicar El Colombiano, un periódico cuya finalidad era favorecer en la opinión pública inglesa las ventajas y bondades de la independencia del continente colombiano. Entre marzo y mayo de 1810, logró sacar cinco números. El primer ejemplar incluye una proclama a los americanos en la cual insiste acerca de la necesidad de aprovechar esa particular coyuntura para conseguir la Independencia:
“Americanos: defender vuestra patria no es traición: El serle leal no es infidelidad: Redimirla no es locura. Salvarla no es injusticia. Libertarla es lealtad, es virtud, es heroísmo. Sería perfidia el abandonarle en el momento más feliz que pueda acontecer para su emancipación”.
Esta proclama se publica cuando el gobierno inglés se encuentra apoyando a la monarquía española frente al invasor francés. Seguramente no fue recibida con agrado por el alto gobierno británico.
Finalmente, el 22 de junio, sale publicada en la prensa inglesa la primera noticia sobre los hechos ocurridos en Caracas el 19 de abril de 1810. Miranda está convencido de que, en gran medida, es consecuencia de la correspondencia y oficios que envió a distintas partes del continente. En agosto le escribe una carta entusiasta a la Junta Suprema de Caracas. No falta mucho tiempo para concluir las gestiones que le permiten viajar a Venezuela a vincularse directamente con la independencia de su país natal.
Su compromiso es total: llega en diciembre de 1810. Aun cuando hay posiciones discordantes respecto a su regreso y presencia en Venezuela, se convierte en figura protagónica de la revolución. Es promotor de la Sociedad Patriótica y su presidente, diputado del Congreso Constituyente por El Pao, forma parte de la comisión redactora de la Constitución; interviene en los debates del congreso, apoya de manera decidida y decisiva la declaración de la Independencia, de la cual es uno de sus firmantes, al igual que de la Constitución de 1811. Asume la conducción de los ejércitos, es nombrado dictador y generalísimo de la República, no escurre sus responsabilidades, defiende sus actos y campaña, así como las difíciles condiciones y complejas consideraciones que finalmente conducen a la firma de la capitulación de San Mateo, el 25 de julio de 1812, cuyo trágico desenlace fue su entrega a las autoridades españolas por su propios compañeros de armas, entre los cuales se encuentra Simón Bolívar. Este es un hecho que todavía genera apasionantes e inagotables. A partir de allí fue encerrado primero en La Guaira, luego en Puerto Cabello, posteriormente en Puerto Rico y finalmente enviado a La Carraca, en donde terminaron sus días.
Durante todo este tiempo, más de tres décadas de incansable y consecuente empeño por alcanzar la libertad de todo el continente, también cometió errores, fue avasallante, intemperante, terco, se planteó objetivos inalcanzables, proyectos quiméricos e irrealizables que, en algunas ocasiones, como durante la expedición de 1806, tuvieron consecuencias fatales para un importante número de sus acompañantes.
Fue un hombre de acción y también de reflexión, además de hacer gestiones, de dialogar, de escribir infinitud de cartas, elaborar planes, proyectos, proclamas y empuñar las armas en el campo de batalla, realizó un esfuerzo monumental por darle contenido a su propuesta libertaria, para que esa libertad tuviese un marco constitucional; fue puntilloso defensor de la división de los poderes públicos, delos principios y fundamentos republicanos, de los derechos ciudadanos, de la legalidad y la justicia. Incluso desde la prisión, cuando tuvo la primera oportunidad de exponer sus reclamos y demandas, el eje de su argumentación fue exigir a las autoridades de la monarquía el respeto a la legalidad, que actuasen de acuerdo a lo previsto en la Constitución de la Monarquía, que no se violentara el imperio de la ley; ni una palabra sobre sus captores: su único propósito y así seguirá siendo en sus otros memoriales, es que se haga justicia de conformidad con lo que establecen las leyes.
Hoy, cuando nos encontramos aquí para recordar a Francisco de Miranda, 200 años después de su muerte, estamos viviendo, sin la menor duda, un momento de fuertes conflictos y enfrentamientos, de intensos debates y de definiciones fundamentales, de enormes demandas que exigen firmes compromisos. Las condiciones históricas son muy diferentes a las del tiempo y circunstancia de Miranda, en aquel momento, apenas comenzaban a instaurarse entre nosotros las prácticas republicanas, las libertades individuales y la vida ciudadana como resultado de su decisiva y comprometida actuación política. Desde entonces y durante más de dos siglos han sido muchos los venezolanos que, sin descanso ni titubeos, han sido baluartes en la construcción, ampliación y defensa de la vida republicana. Muchos los venezolanos que se han manifestado de manera inequívoca frente a los abusos que se cometen desde el poder, que han rechazado el autoritarismo, el personalismo y la arbitrariedad de los gobernantes; muchos los venezolanos que con sus palabras y sus actos han expresado su firme determinación de proteger el estado de derecho, han exigido el respecto a la legalidad y al orden constitucional; se han pronunciado frente a la impunidad y el irrespeto flagrante de los derechos ciudadanos, han demostrado su determinación de manifestar libremente sus ideas, no se han rendido frente a los excesos y frente a los atropellos y desafueros que se ejecutan desde las más diversas instancias de los poderes públicos, han respondido con un profundo coraje cívico, con una sólida dignidad ciudadana.
Una muestra absolutamente elocuente de esta cultura política ciudadana, de esta voluntad republicana construida durante más de dos siglos y que hoy sigue viva y fortalecida entre nosotros, fue la contundente y heroica demostración que recientemente hicieron todos aquellos venezolanos que contra viento y marea y frente a la más grotesca y obscena parcialidad política del órgano comicial, salieron cédula en mano, a colocar su huella, sin miedo, sin reservas, para hacer valer su derecho constitucional a revocar un gobierno que los irrespeta y que los violenta de la manera más atroz, dejándolos morir, sin medicinas y sin comida. Una sola voz se dejó sentir en toda Venezuela: YO REVOCO. Y ahora vamos por el 20%.
Recordar a Miranda, hacer un breve recorrido por lo que fueron sus acciones y su empecinamiento a favor de la libertad y en defensa del orden republicano, en un momento como éste, no tiene un propósito ejemplarizante, no es ése el sentido ni el objeto de la Historia. Se trata más bien de comprender que su vida, del mismo modo que las vidas, los esfuerzos y las luchas de infinidad de venezolanos comprometidos con la libertad y la vida republicana, forman parte de un proceso histórico ininterrumpido de construcción de ciudadanía, del cual también somos protagonistas; cada uno de nosotros por tanto, tiene una responsabilidad histórica de la cual no nos podemos desentender, nos corresponde a cada uno de nosotros proteger, fortalecer, enriquecer y garantizar esa libertad y estos principios y prácticas republicanas para que puedan ser defendidos, protegidos y ampliados por los venezolanos de los años por venir. El futuro de Venezuela depende de lo que hagamos hoy.
Muchas gracias.
Inés Quintero
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