“Le debemos un gallo a Asclepio”

06/05/2023

Ana María Edulescu, «Socrates Look», 2019

Hace poco recibí una pregunta de un amable lector. Quería saber el significado de las últimas palabras que se atribuyen a Sócrates: “Critón, debemos un gallo a Asclepio”. Y ya sabemos lo que pasa cuando nos preguntan algo que nos interesa. Le di mi opinión personal sobre la frase, pero quedé con ganas de ahondar mucho más en el significado y en especial la interpretación que la tradición hermenéutica ha dado a estas palabras. Significados hay los que cada uno entienda, de los que cada uno se apropie y haga suyo. En cuanto a la tradición, es interesante ver como cada época y cada filósofo ha sabido dar particularmente su propia interpretación. A cada tiempo, cada lectura.

Ya sabemos lo que pasa con las últimas palabras de los grandes personajes de la historia. Se supone que deben ser profundas, cargadas de un significado trascendental, resonantes sobre la fanfarria, dichas en realidad para la historia, mejor si un poco enigmáticas, pues al ser las últimas palabras no podremos preguntar a su autor sobre su significado (sin duda el caso de Sócrates). Deformaciones románticas, seguramente. Pero pongámonos en contexto: al final del diálogo Fedón (117 a ss.) se cuentan los últimos momentos de Sócrates. Después de su juicio y condena se encuentra ya en prisión, donde tendrá que beber la cicuta. Sócrates se muestra en todo momento sereno y hasta animoso. Apura la copa y sus discípulos rompen a llorar. El maestro les reprende y los anima a tener valor y mantener la calma. Conforme a la costumbre, camina un poco para que el veneno surta efecto, y cuando ya comienza a sentir pesadas las piernas, se acuesta boca arriba. El que le había dado el veneno comienza a apretarle los pies, y el maestro dice que ya no siente nada. Se ha cubierto con una manta, pero al sentir que ya se le pone frío el vientre, se descubre repentinamente y dice: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio, así que páguenselo. No se les olvide” (118 b), y se vuelve a cubrir. Critón le responde: “Así será, ¿algo más?”, pero solo responde un ligero estremecimiento del cuerpo de Sócrates. Entonces Critón lo descubre y ve que su mirada está rígida y fría. Le cierra los ojos y la boca, y vuelve a taparlo.

No es difícil imaginar todo lo que se ha escrito acerca de esta frase. Asclepio era el dios de la medicina y de la curación. Pasaba por ser hijo de Apolo y su culto era muy popular en tiempos de Sócrates, cuando era bastante frecuente sacrificar un gallo, uno de sus animales sagrados, en su honor. Pero, ¿por qué a Platón le interesa recordar esta frase aparentemente tan banal? De entrada, para alguien como Glenn Most (“A Cock for Asclepius”, 1993), ni siquiera podemos estar seguros de que Sócrates efectivamente la pronunció, y en caso de que lo haya hecho, nunca podremos saber lo que realmente quiso decir. Comoquiera, dice Most, es revelador el que Sócrates, que fue condenado por “impiedad”, asébeia, se preocupe de un sacrificio a Asclepio a las puertas de la muerte. No todos son tan escépticos como Most, por fortuna. Para Sedley y Long (Plato. Meno and Phedo, New York, 2010) había ciertamente una situación relacionada con la curación de algún pariente o amigo, situación de la que no poseemos más informaciones y que quedará como un misterio irresoluble. Sin embargo, ya un filólogo como Willamowitz (Platon, Berlin, 1920) había sugerido que ese amigo podría ser el mismo Platón, de quien en el mismo Fedón (59 b 10) se dice que estaba enfermo (Plátôn, oîmai, êsthénei). Es difícil sin embargo que Willamowitz hubiese olvidado que los sacrificios a Asclepio se hacían, como recuerda Burkert (Greek Religion. Archaic and Classical, Oxford, 1987), solo después y no antes de la curación.

Nos parece extrema la propuesta de Burnett (Plato’s Phaedo, Oxford, 1911), de que las palabras de Sócrates son solo producto de una broma o de una ironía. En caso tal, una broma de muy mal gusto ante los discípulos que lloran desconsolados la muerte del maestro. René Gautier (“Les dernières paroles de Socrate”, 1955) propone por su parte que estas palabras se deban a un desvarío por efecto de la cicuta. Sin embargo no poseemos ningún testimonio de alguna reacción psicótica o delirio como producto del veneno. Solo reacciones físicas, mucho más tremendas que el entumecimiento y enfriamiento de los miembros que se cuenta en el Fedón. Tampoco falta el que, como Jeff Mitscherling (“Phaedo 118, The Last Words”, 1985), lea el episodio como un guiño a los pitagóricos, a quienes, recuerdan Jámblico y Diógenes Laercio, les estaba prohibido sacrificar gallos. Quizás, finalmente, la interpretación más aceptada sea la de R.S. Bluck (Plato’s Phaedo, London, 1955), C.J. Rowe (Plato. Phaedo, Cambridge, 1993) y A. Vigo (Platón. Fedón, Buenos Aires, 2009), quienes proponen que Sócrates se estaba liberando del cuerpo como enfermedad, y por tanto, al morir, estuviera sanando su alma. Esta interpretación, quizás demasiado “cristiana”, olvida que Asclepio solo curaba enfermedades corporales, las únicas existentes para los griegos. Por otra parte, en ningún momento en el Fedón se hace mención al cuerpo como enfermedad, y a la muerte como remedio o curación.

Entre algunos filósofos el panorama no es –por qué tendría que serlo- menos confuso. Nietzsche (La gaya ciencia, 1882) se queja de que las palabras de Sócrates al final de su existencia sugieren que la muerte es un remedio contra la vida misma. A esta apreciación, necesariamente descontextualizada, Dumézil (Nostradamus. Sócrates, 1989) responde que la concepción de la vida en Sócrates -tiempo de dichas, pesares y pruebas, es cierto- dista mucho de ser tenida como un estado de enfermedad. Y la verdad es que poco debe a Asclepio quien haya podido tener una vida como la de Sócrates.

Foucault, por su parte (El coraje de la verdad, 2010), asocia la última frase del maestro, mè amêléstête, “no lo olviden”, pero también “no lo descuiden”, con su doctrina del “cuidado de sí”. Foucault hace un contraste entre la irónica frase de la Apología en que Sócrates declara que el discurso de acusación de Anito y Meleto, aunque falaz, estaba tan bien hecho que “casi logra que me olvidara de mí” (Apol. 17 a). Inmediatamente, el maestro advierte a su auditorio de que de él no van a escuchar “bonitas frases cuidadosamente adornadas”, pero sí toda la verdad. Estas palabras son contrastadas por Foucault con ese “no lo olviden”, “no lo descuiden” del final del Fedón, como una toma de conciencia del propio ser que es fundamental en el cuidado de sí, en la salud que se procura ante todo a sí mismo el ciudadano de bien. Ambas frases se convierten en el comienzo y el final de un arco en que el filósofo se vuelve médico y terapeuta del alma. El gallo de Asclepio es, pues, mucho más que una simple metáfora.

Eran los filólogos alejandrinos los que decían que “Homero se confirma a partir de Homero”, es decir, que las dudas que tengamos de los textos homéricos se aclaran en los mismos textos homéricos. Lo mismo podemos decir de Platón. Muchas de las dudas que podamos tener de algunos fragmentos de los diálogos platónicos se aclaran en otros fragmentos de otros diálogos platónicos. Hay un pasaje que me parece fundamental a la hora de comprender el concepto de ciudadanía en Sócrates y Platón. En el Critón, el discípulo que da nombre a este diálogo se presenta en la prisión de Sócrates para comunicarle que ya se acerca a Atenas la nave Salaminia. Cuando el barco atraque en El Pireo el maestro será ejecutado. Critón le comunica igualmente que los discípulos han preparado un plan para que huya, y que han sobornado a los guardias para dejarlo escapar, salvándose así de una muerte injusta. Sócrates lo escucha sin inmutarse y lo rechaza con firmeza. Le dice que no puede hacer eso. Que él no puede sustraerse de lo que ya ha sido acordado por las leyes de la ciudad. El maestro pide a Critón que imagine que se le aparecen las leyes de la ciudad y le reclaman por intentar destruirlas (Cr. 50 a ss.). ¿Qué podría contestarles Sócrates? ¿Acaso no debe a ellas, a las leyes de la ciudad, el que fuera engendrado, criado y educado? ¿No les debe todo lo que es? “¿Acaso eres tan sabio que no puedes entender que la patria merece más honor que la madre, que el padre y que todos los antepasados, que es más venerable y más santa y más digna de la mayor estima?”, le dicen las leyes (Cr. 51 a). La patria como madre y nodriza que nos ha engendrado, que nos ha dado todo y a la que todo debemos. Aquí se encuentra el origen remoto de esta idea.

Un compromiso ineludible con su polis, con una institucionalidad, con una comunidad política. Un respeto, una lealtad, un amoroso acatamiento, una sujeción a un entorno, a una cultura compartida, a unas raíces, a un colectivo al que inexorablemente se pertenece. Aun en los mínimos detalles, incluso al borde de la muerte. Fue tal vez lo que quiso enseñarnos el maestro Sócrates en el último momento, cuando se acordó del gallo que le debía a Asclepio.


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