Fotografía de Luis Acosta | AFP
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El tiempo nos da perspectiva. Hoy hay tantos partidos, tantos campeonatos, tantos equipos que estamos saturados. Vemos mucho fútbol y creemos que eso nos da un postgrado para hablar de táctica, procesos y resultados. Pero no nos engañemos, pocos, muy pocos, se toman en serio esto de desmenuzar un encuentro. Nos quedamos con los highlights, sin responder las preguntas más importantes del juego.
En este espacio hemos ido soltando unas líneas sobre lo que consideramos jugar bien, sobre perder y ganar, y sobre la identidad futbolística. Mantengo mi punto: Venezuela no tiene un estilo identificable. Hay alineaciones y jugadores que tienen buenos o malos partidos según el rival. Por citar un ejemplo: no es lo mismo para un delantero, como Salomón Rondón, ubicarse como primer referente una vez que se recupera la pelota (como contra Brasil), que tener a dos o tres socios para repartirse las responsabilidades (como contra Bolivia).
El partido de Venezuela contra Brasil ha sido muy elogiado. Si lo vemos en retrospectiva, por supuesto que defensivamente significó un punto muy alto. No obstante, se jugó todo el partido al límite. No meto lo sucedido con el VAR, que para eso está, sino los imponderables que rodean a cada jugada: un pasito más allá de Firminho o uno más acá y la historia sería otra, la opción es regularmente hija de la posición en el campo. El resultado: gol, fuera de lugar o desvío, depende de otros factores.
Contra la selección de Tité se evidenció también cómo cambia la Vinotinto cuando emocionalmente está comprometida. Hoy existe un plus competitivo ante Argentina y Brasil, que antes faltaba. De allí que, aún cuando no se ha cambiado la dinámica de los resultados negativos, se están haciendo cada vez más evidentes topes de rendimiento, individual y colectivo. Subrayados todos los aciertos, tampoco se puede obviar que contra los amazónicos apenas se creó una sola ocasión de gol, un centro para Rondón que no estaba bien posicionado.
Refiriéndose a esta Copa América, Jorge Valdano escribía en su columna semanal: “El fútbol deforma el significado de las palabras para acomodarlas a intereses concretos. ‘Equilibrio’, por ejemplo, se aplica con generosidad a los equipos que defienden con mucha gente. Los especuladores se la apoderaron, los periodistas abusan de ella y los hinchas la repiten obedientemente. Si un equipo espera con 10 hombres y ataca con uno, no se extrañe si el comentarista de turno elogia su ‘equilibrio táctico’. Y si estamos ante un equipo que suma cinco o seis jugadores a la zona de definición (no quiero exagerar), probablemente escuchemos que ‘está asumiendo demasiados riesgos por su falta de equilibrio’. Se supone que lo que define el equilibrio es, precisamente, una buena compensación de la seguridad con el riesgo. De los dos ejemplos dados, hay mucho más desequilibrio en el primero que en el segundo caso, digan lo que digan los que presumen de prácticos”.
Decía César Luis Menotti, respecto a este tema que “Italia no es que se defienda bien, es que se defiende con muchos”. Y sobre el equlibrio, arremetía contra el doble cinco: “El doble cinco es una mentira. El supuesto equilibrio exige más jugadores de contención que creativos. La pelota se puede recuperar no por acumulación de efectivos sino desde la recuperación de espacios, como hacía la Holanda de Cruyff”.
Venezuela no es Holanda ni Barcelona. Lo aclaro porque veo venir la comparación apenas terminaron de leer la línea de arriba, sin embargo la Vinotinto sí que tiene jugadores con buen pie y finalización. De hecho, me parece que es la gran virtud de esta selección y algo que aún no hemos podido disfrutar a plenitud.
Juanpi Añor, Jefferson Savarino, Yeferson Soteldo, Darwin Machís, Josef Martínez, Salomón Rondón y Fernando Aristeguieta son jugadores con unas cualidades enormes, que serían apetecibles para cualquier seleccionador. ¿Pueden jugar todos? Aquí entran muchas consideraciones que dan para otro artículo, pero no deja de ser paradigmático como hoy en día no vemos como un problema que cinco jugadores de corte defensivo plenen el mediocampo, pero sí un suicidio si lo hacen cinco ofensivos. Es el triunfo del miedo a perder.
Y Venezuela ha perdido mucho. La fatiga por la derrota ha devenido en el deseo de éxito cueste lo que cueste. La simplificación del juego según el resultado conspira contra los recursos. Sostengo que Venezuela o cualquier equipo puede ganar un torneo corto, como la Copa América. Son apenas seis juegos y basta una mala tarde para que un favorito se caiga o los postes colaboren (lo que pasó con Bolivia, por ejemplo).
Por supuesto que todo esto que escribo responde a una manera de entender al fútbol. Es subjetiva. Lo que hace al fútbol interesante es que está lleno de respuestas a preguntas que nadie se plantea y de preguntas sin respuestas. La disciplina tiene su propia lógica desde lo inesperado, como bien lo definió Dante Panzeri hace mucho tiempo, por eso sumamos al análisis conceptos de quienes viven el balompié desde adentro. En ese sentido dice el entrenador del Liverpool y actual campeón de la Champions League, Jürgen Klopp, que “los mejores entrenadores hacen las cosas que sus jugadores les dan la oportunidad de hacer”. En ese orden, después de Richard Páez, la explosión de jugadores que han sumado experiencia afuera de Venezuela, ha permitido a César Farías, Noel Sanvicente y Rafael Dudamel contar con elementos para dar un paso más allá de la entrega y la lucha. Sin embargo, al momento de sacarle rédito a esos nombres, el resultado no ha sido el esperado.
Con Farías se compitió, con Sanvicente explotó una crisis y con Dudamel se volvió a competir. Ojalá esta Copa América le sirva para consolidar sus formas, estemos o no de acuerdo con ellas. Por ahora el equipo es de acción y reacción según cada rival. Se coqueteó con la derrota ante Perú y costó mucho superar al más débil del grupo, Bolivia. Si esa es la identidad de la selección, habrá que tener cuidado con los llamados picos de forma.
Y lo clave en los picos de forma es el estado físico y, sobre todo, trabajo psicológico. La motivación es fundamental, tal vez el mayor recurso de Dudamel. Venezuela siempre compite en los torneos cortos porque las concentraciones les permite hacer grupo, cohesionarse. Durante las eliminatorias, los tiempos son otros y de allí que se cuenten más las derrotas que las victorias. La consolidación de la idea, por lo tanto, es importante en el devenir de Venezuela. Como bien lo resume Menotti: “Tu obligación no es ser campeón del mundo, tu obligación es saber cuál es la idea (de juego)».
Jován Pulgarín
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