Perspectivas

Las reformas de Bolívar y Vargas y la autonomía universitaria

11/12/2021

El 10 de enero de 1827 llega Bolívar a Caracas procedente de Maracaibo, en lo que será su última visita a su ciudad natal. Viene angustiado por evitar la muerte de su proyecto más querido, Colombia. Llega de Maracaibo con el abrazo de uno de sus más queridos y fieles lugartenientes, Rafael Urdaneta, pero sabe que no es suficiente. En Caracas sobran los homenajes. Entra a la ciudad en una carroza entre vítores y asiste al infaltable Te Deum. “Falta espacio para describir los agasajos en su honor: un desfile frente a la casa de su familia, un banquete de doscientos cubiertos ofrecido por la municipalidad, una gala en la residencia del marqués del Toro, gente estacionada en la calle para saludarlo”, cuenta Elías Pino Iturrieta. Tras los halagos está la mano hábil de Páez, a quien por ahora no interesa confrontar abiertamente al Libertador, pero también el cariño y la admiración sinceras del pueblo. Bolívar lo sabe.

En medio de la maraña de intrigas políticas, Bolívar saca tiempo para atender un asunto que le interesa sobremanera. Desea reunirse con un reputado médico, el doctor José María Vargas, para acometer la reforma de la Universidad. Hacía pocos años que Vargas había regresado de Europa, después de completar una impecable formación como cirujano, y ahora estaba en el punto más alto de su prestigio. Había estudiado filosofía y medicina en la Real y Pontificia Universidad de Caracas y estuvo presente en el terremoto de 1812, donde prestó auxilio a las víctimas. Al año siguiente fue hecho preso por los realistas y tuvo que salir del país. En París, Londres y Edimburgo completará su formación como anatomista, cirujano, químico y botánico. En 1817 se traslada a Puerto Rico y en 1823 lo tenemos de vuelta a Caracas, como dice Ildefonso Leal, “con el noble deseo de poner sus conocimientos, su saber y su ciencia al servicio de la República y de la Universidad que lo acogió desde sus primeros años de estudiante”. En Caracas no solo se dedicó a la docencia y al ejercicio de su profesión, sino que fundó una cátedra gratuita de anatomía práctica donde, asumiendo los costos, formó a dieciocho nuevos médicos venezolanos.

José María Vargas

Con el doctor Vargas quería reunirse Bolívar para impulsar la reforma y modernización de la Universidad, que venía de atravesar uno de los períodos de mayor oscurantismo y atraso. Pese a los importantes avances logrados a partir de las reformas de Marrero en 1788, en 1815 había caído en manos de los realistas, quienes prohibieron el uso de libros “contra la religión, las buenas costumbres y los derechos sagrados del Rey”. En 1821 la Universidad es retomada por los republicanos y se abre otra vez al pensamiento nuevo, pero necesita aún de una reforma institucional que garantice su camino hacia la ciencia y el saber. Bolívar y Vargas acometen, pues, con la asesoría del prestigioso jurista José Rafael Revenga, la transformación de aquella universidad oscurantista en una moderna y republicana.

En los 289 artículos que componen los nuevos Estatutos, los cambios son muchos. Entre otros, se suprimen las restricciones para que solo los blancos puedan estudiar, se reduce el costo de las matrículas y los aranceles, se crean nuevas cátedras y laboratorios, se introduce el estudio de los idiomas modernos y se aumenta el sueldo de los catedráticos, siempre mal remunerados. También se suprimen los cargos eclesiásticos universitarios, con lo que la Universidad deja de ser Pontificia. Respetuoso y consciente de la importancia de la tradición, Bolívar sin embargo conserva algunas de las antiguas formas: el uso del latín en las tesis, el uso de las togas, birretes y capas doctorales, los actos del protocolo y las fiestas universitarias.

Pero el legado más importante de las Reformas de 1827 será el de la consagración de la autonomía universitaria en Venezuela. Bolívar sabía que el camino del desarrollo de la ciencia y del saber es el de la libertad del pensamiento. No desea el control de los estudios, abomina la intervención y la sujeción del conocimiento al poder y la política. Los Estatutos establecen que “solo el Claustro pleno” (todos los profesores) pueden elegir al rector y las autoridades universitarias. Se crea también el “Claustro de Catedráticos”, encargado de supervisar el funcionamiento de la Universidad. Para garantizar la autonomía, Bolívar le asignó las más ricas haciendas de cacao de Caracas, cuyas ganancias conformarían el presupuesto universitario.

Qué pasó después con las Reformas de 1827, lo dice mejor que nadie Ildefonso Leal, quien en 1981 escribía: “desgraciadamente, el ideal bolivariano no fue respetado después por las montoneras insubordinadas, el caudillismo bárbaro y la autocracia militar –signos trágicos de nuestra historia política- que despojaron a la universidad de su autonomía y de sus propiedades”.


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