Perspectivas

La preocupación de don Mariano

05/01/2019

Mariano Picón Salas

En 1955 aparecía bajo el sello del Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela un libro titulado Historia de la cultura en Venezuela. El libro recogía catorce de veinticuatro conferencias que al parecer formaron parte de un ciclo organizado bajo ese nombre, reuniendo intelectuales y humanistas de primer orden como Miguel Acosta Saignes, Isaac J. Pardo, Juan David García Bacca, Ernesto Mayz Vallenilla, Augusto Mijares, José Antonio Calcaño, José Luis Salcedo Bastardo o Arturo Uslar Pietri. En este libro, un Mariano Picón Salas que precisamente acababa de compartir con Uslar Pietri el Premio Nacional de Literatura, participa con un ensayo titulado “Pequeño tratado de la tradición”. Ese mismo año la UCV le conferirá el Doctorado Honoris causa en Filosofía y Letras.

El “Pequeño tratado de la tradición” es una pieza clave para comprender no solo el pensamiento de uno de los mayores humanistas venezolanos, sino también a toda una época. En él, Picón Salas toma parte de una discusión que por entonces comenzaba a levantarse entre los intelectuales del país y que aún no termina de perder su vigencia, acerca de la necesidad de repensar la historia de Venezuela. De hecho, la conferencia que en aquella ocasión presentaba Salcedo Bastardo se titulaba “Críticas a la historiografía tradicional”, pero otras más tocaban aspectos relacionados con un problema que aún estamos lejos de resolver. La tesis es sencilla: la historia venezolana, secuestrada por intereses políticos, se ha convertido en una especie de “brumosa mitología” que obstaculiza nuestra comprensión de nosotros mismos.

Esta es también la idea central del ensayo de Picón Salas. En algún momento nos dice que “en la Historia de Venezuela habría que liberar a nuestro Libertador de tantos usos y abusos proliferantes como los que impuso a su gran nombre la vanagloria y la jactancia, el mal gusto literario o el oportunismo político”. Pero el pensador merideño va más allá. Añade un análisis sociológico y económico de nuestro país como novedoso argumento. Hace un recuento del vertiginoso desarrollo que experimentó Venezuela desde el fin de la tiranía gomecista y lo pone en diálogo con procesos similares vividos en América. La comparación no es gratuita. Como buen humanista, sabe que la cultura y el conocimiento de la historia son imprescindibles para un desarrollo y un progreso genuinos.

Es allí donde entra en juego el punto más original de su texto: el concepto de “tradición”. Una tradición, quiere el merideño, como herencia “dinámica”, y no como mera “nostalgia”, “contemplación elegíaca” o “llanto poético”. Los tiempos venideros, con su incertidumbre y su complejidad, demandan un conocimiento cierto de nuestro pasado. En otro lugar nos dice: “La Historia no es solo la suma jactanciosa de lo realizado, sino la continua agonía con que cada generación se asoma a entender su destino”.

Historia no es, pues, solo fanfarria y loa, como quiere alguna chata versión cuartelera, sino más bien el intento esforzado y dinámico por entender e interpretar el pasado, con sus aciertos y sus errores, siempre con la vista puesta en el presente y el futuro. No cabe duda de que tal proceso entraña otro quizás más profundo y esencial, que es el de la construcción de una cultura propia y singular, lo que algunos llaman “la venezolanidad”. Y esta empresa es impensable, en la concepción de Picón Salas, sin una comprensión madura de la historia. “Soportar la Historia con sus ejemplos estimulantes y su adversidad aleccionadora –nos dice– es la prueba de madurez de los pueblos”. Pensar la cultura de Venezuela implicará, pues, pensar en su pasado, problematizarlo, esto es, convertirlo en asunto de atención y profunda reflexión.

Creo que la gran inquietud que anima toda la obra de Mariano Picón Salas surge a partir de una conciencia de la necesidad de la construcción de una genuina cultura venezolana. A ello va a dedicar toda su energía y toda su inteligencia. En sus muchos hechos por promover las artes y el pensamiento de nuestro país, como director de cultura del Ministerio de Educación, como agregado cultural en la embajada venezolana en Washington, como director de la Revista Nacional de Cultura, como delegado de Venezuela ante la UNESCO, como fundador del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), su obra postrema. Pero también a lo largo de toda su extensa obra, como historiador, como biógrafo, como novelista y sobre todo como pensador y ensayista. Sin esta idea capital, sin este proyecto fundamental, la construcción de la cultura venezolana, no es posible hallar la pasión fundamental que nutre y vertebra su vida.

Un 1º de enero hace cincuenta y cuatro años, en 1965, moría don Mariano en Caracas. Su biógrafo Gregory Zambrano nos cuenta que en las prensas quedó su última colección de ensayos, la Suma de Venezuela, y en su escritorio el discurso de inauguración del INCIBA, que tuvo que leer un emocionado Miguel Otero Silva. También nos quedó su ejemplo. Así como en aquel país cambiante de los cincuentas tuvo la agudeza de entender la necesidad de un discurso histórico y de una cultura para la inteligencia y la sensibilidad de su tiempo, hoy quizás buscaría en vano la respuesta de nuestros humanistas y pensadores cara a los dramáticos cambios del país postpetrolero y postpopulista que se nos viene encima. Y creo que estaría muy preocupado.


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