Perspectivas

La perenne sombra de izquierda y derecha

Fotografía de J.E Theriot | Flickr

23/10/2019

Recuerdo una misa en el colegio en la que el sacerdote nos pedía que fuésemos católicos ejemplares y nos aterrorizaba con una muerte repentina. Decía: “Yo puedo caer muerto ahora mismo en este púlpito”. Y luego de un almidonado silencio, sentenciaba: “Hay que estar preparados”.

Esta es una de las maneras que emplea el lenguaje religioso para referirse a asuntos como la imitatio Christi y la muerte. La otra es la que Jesús de Nazaret usó para hablarle al ladrón arrepentido que tenía a su derecha: “Mañana estarás conmigo en el Paraíso”.

La confesión, el arrepentimiento y la conversión garantizaban un futuro mejor, pero en otro lugar. Para el presente, el Nuevo Testamento tiene reservado el “amaos los unos a los otros como yo os he amado”; algo que requiere compasión, humildad, solidaridad y, sobre todo, caridad.

Las ideologías políticas se asemejan a los códigos religiosos, aunque entre religiosidad e ideología no exista parentesco. Una, es la forma de relacionarse con la espiritualidad; la otra, la de conducir los destinos de los ciudadanos aquí en la Tierra.

Hay aspectos de las religiones del Oriente Próximo que se venden muy bien; tanto, que las ideologías políticas los adoptan como modelos. Los militantes de una y otra ala defienden a capa y espada los dogmas de las estructuras de pensamiento político a las cuales están adscritos y se tornan irracionales cuando con juicio crítico se les confronta con la realidad.

En el lenguaje discursivo, de una u otra tendencia, la conjugación de los verbos es casi siempre en futuro, dirigida a un mundo que no existe pero que viene, aunque sea a cuentagotas. Así alientan la fe y fomentan la esperanza.

Las ideologías, como sistemas que se venden como expresión de racionalidad, carecen de lo que “Dios” ha representado para los hombres. O si está presente, es para cuidar la forma, no el fondo. Con Dios o sin él, las ideologías están más vivas que nunca. Los seguidores de izquierda o de derecha van in crescendo, ofreciendo sus bondades, sus aspectos “constructivos”, pero sembrando en el fondo destructividad y tocándose en los extremos, en virtud de sus métodos.

A finales del siglo XX, se creyó que las atrocidades cometidas en nombre tanto de la izquierda como de la derecha habían significado su tumba. Sin embargo, las ideologías no parecen haber escapado al dogma de la renovación por medio del sacrificio y la sangre.

El hombre indiferenciado

 En Tipos psicológicos, Jung afirma que “una vez proclamado el valor del individuo en el dogma cristiano de la inmortalidad del alma, no podía seguir ya inmolándose en el mundo real a la mayoría inferior del pueblo en aras de la libertad de una minoría superior”. (1)

En la sociedades contemporáneas, el sujeto se escoge para servir en una sola habilidad. La sociedad lo ubica en función de ella. Por conveniencia o compensación económica, ata su libertad. El hábito ciego enmudece la creatividad y una forma de esclavitud se impone.

El cristianismo propició un ascenso de nivel en la cultura colectiva que “garantizó” derechos del hombre que no existían en la antigüedad. No obstante, introdujo en el mundo interior del sujeto una estructura psíquica de esclavo. En palabras de Jung, “se elevaba la cultura colectiva y se rebajaba a la vez la individual”. A partir de allí, la psique individual privilegia una función psicológica* en detrimento de las otras.

Desde entonces, en tensión de opuestos, el esclavo vive en el lecho de la cultura colectiva. Al hombre libre se le dificulta ponerse en pie para apropiarse de su proceso de individuación y de la necesidad de ocupar su vida privada. Con el esclavo dentro, el yugo llega desde los lugares más sombríos del alma humana. La envidia y el resentimiento suelen ser sus motores y es más probable que las fuerzas del colectivo lo masifiquen y anulen con mayor facilidad.

Los aspectos colectivos en la cultura privilegian el ascenso espiritual del hombre y ofrecen en garantía derechos: “todos somos iguales”. Sin embargo, detrás de la igualdad yace la indiferenciación. Las ideologías, como propuestas colectivas, van dirigidas al hombre indiferenciado, lo orientan a creer, a adoptar sus ideas sin mayor cuestionamiento.

En esa búsqueda incesante de las aspiraciones del espíritu, el ser humano reprime los aspectos más oscuros e instintivos, los cuales no evolucionan a la par, ni son asimilados por el supuesto ascenso del alma. La materia, la sustancia, ha sido ya condenada: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos”. Lo material no tiene lugar en el ámbito de la espiritualidad. Tampoco, sobre todo, es vehículo para lograrla.

Estas premisas, que aún permanecen como bases de la religiosidad en el cristianismo, parecen haber sido por lo menos asimiladas como analogías por las ideologías de izquierda y derecha. Por un lado, como la izquierda apunta en teoría a los derechos del hombre, sus seguidores justifican los medios pues Dios no existe; al final, termina en oprobiosas dictaduras que anulan todo derecho. Lo que dice pretender, en principio, es el bienestar de la humanidad, pero olvida que el hombre padece de apetitos individuales, que necesita satisfacer instintos y que los aspectos sombríos de la materia y la sustancia que han sido reprimidos urgen por su expresión.

Las ideologías de derecha privilegian la materia, el bienestar sobre la base de la función de realidad que representa el dinero. Muchas veces termina identificándose con la sombra, la avaricia.

La izquierda esconde su sombra tras el bastidor de los derechos humanos. Se apropia de un lenguaje piadoso, compasivo, de sed de justicia; al final, la codicia le llena los bolsillos. La derecha tiene la sombra afuera, la izquierda la oculta.

El fracaso de la Iglesia y el ascenso de las ideologías

Mantenerse “pobre”, humilde, frente a las adversidades, que los bienes materiales importen poco, nos hace a todos “iguales” ante los ojos de Dios. Así entramos en su reino. La caridad es una virtud fundamental para la estructura de la Iglesia. Pobreza y  necesidad son de las tantas condiciones para la caridad. Sin embargo, en el mundo que vivimos, el dinero ejerce de función de realidad para el ser humano y eso crea una contradicción: el privilegio es de la pobreza como vehículo a la espiritualidad.

En muchos foros mundiales el debate es en torno a la pobreza y los pobres, que son la mayoría. El dinero, que representa la volatilidad de la materia, sigue estando en manos de pocos. Esto se ha vuelto una paradoja sin solución. A pesar de muchos esfuerzos, la materia, el dinero, no ha podido acompañar el ascenso de la humanidad con los derechos humanos.

En las conversaciones con E.A. Bennet, respecto al comunismo, Jung refiere que “la Iglesia ha tenido su Gestapo —la inquisición— y su dominación; el poder mundano siempre se usó mal, mantuvo a la gente deprimida y pobre. Pero el poder espiritual de la Iglesia ha caído, y el comunismo es su opuesto: ha surgido como la glorificación de la materia”. (2)

Ascender implica desprenderse de peso. Es una ley física. Es una analogía al ascenso a la espiritualidad. Pero también desde el punto de vista simbólico es una contradicción, espíritu y materia, aire y tierra, son opuestos de un mismo complejo. Cuando no hay síntesis de opuestos, lo usual es que se incremente la tensión entre ambos, y si la tensión es extrema, termina una sustituyendo al otro, todo lo cual pasa a la sombra y al inconsciente. Así sucede la enantiodromía, la cosa que se torna en su opuesto.

La Trinidad —Padre, Hijo y Espíritu Santo— representa lo masculino. Es el misterio  de lo espiritual. Hizo falta el cuarto elemento, lo material, lo que se corrompe, para completar la totalidad. El cuarto elemento, lo que despierta nuestro apetito y sus excesos, la curiosidad: Judas traicionó a Jesús por unas monedas.

La Iglesia católica, al declarar la Asunción de la Virgen como dogma, asciende “lo oscuro, lo femenino, material”, como lo definiría Marie-Louise von Franz. La Virgen, como cuarto elemento, complementa la Trinidad y es vehículo a la espiritualidad.

Pasará mucho tiempo para que la humanidad, con sus ideologías políticas, asimile tal movimiento simbólico y psíquico. Cuando eso ocurra, si sucede, quizá se equilibren esos opuestos: derechos humanos y bienes materiales.

***

*Funciones psicológicas inferiores: se priorizara una función psicológica, la más desarrollada, por encima de aquellas aun en estado evolutivo. Funciones psicológicas racionales: sentimiento (valorización), pensamiento. Funciones psicológicas irracionales: sensación e intuición.

(1) C.J Jung, Tipos psicológicos.Obra Completa. Ed. Trotta.

(2) E.A. Bennet, Meetings with Jung. Ed. Daimon Zürich.


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