Perspectivas

La nueva agresión contra las humanidades

Fotografía de Wilfredorrh | Flickr

19/04/2021

“Hablar de la democracia y callar al pueblo es una farsa. Hablar de humanismo y negar a los hombres es una mentira”.

Paulo Freire

En El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad narra una odisea hacia el lado más siniestro de la naturaleza humana. De manera recurrente, el totalitarismo se caracteriza por llevar a cabo ese viaje. La perversa conducta de esos regímenes se repite una y otra vez.

En su oscuridad, el gobierno venezolano ha amenazado a las universidades con desarticularlas aún más. A comienzos de este año, el ministro de Educación Universitaria presentó a las autoridades de las universidades privadas del país un plan de “redimensión del sistema nacional de ingreso universitario, basado en la reactivación del aparato productivo nacional”. En dicho plan no están incluidas las carreras humanísticas.

No basta haber reducido los sueldos de los profesores a un par de dólares, ni haber dejado que las plantas físicas se vinieran abajo por inconsciencia y desidia. Tampoco parece suficiente acosar policialmente a los miembros de la comunidad universitaria, así como promover la destrucción vandálica de centros de investigación y bibliotecas. Ahora se propone llevar adelante el proyecto de eliminación de las carreras de humanidades.

Dentro de la enciclopedia de la educación superior, a diferencia de las carreras técnicas o científicas, la función de las humanidades es doble. Primero, promover la cultura superior, a través de la apreciación de los altos valores como el bien y la belleza. Segundo, defender el humanismo. Thomas Mann nos aclara el significado de ese importante concepto:

“Pero ¿qué era el humanismo? El amor de los hombres, nada más, y por eso mismo el humanismo no era otra cosa que una política, una actitud de sublevación contra todo lo que mancha y deshonra la idea del hombre”.

En las palabras de Mann, hay que destacar el concepto de amor. No amor a un país o a una raza o una ideología, sino amor a la esencia humana. También la defensa de todo lo que ponga en riesgo dicha esencia.

La represión es el expediente básico del totalitarismo. Es su reacción instintiva contra todo lo que signifique expresión de ideas, especialmente de aquellas que afirmen la independencia de la persona frente al régimen tiránico. Las personas que emiten pensamientos de libertad son perseguidas y castigadas. Esto limita, por fuera, el espacio de las humanidades.

También puede ser limitado por dentro. El problema es que, al interior, no hay un frente unificado. Dentro del mundo de las humanidades también está presente una quinta columna. Las humanidades se están desnaturalizando por el discurso del progresismo pervertido.

La paranoia totalitaria

Los pueblos donde el comunismo ha triunfado, han sufrido la pesadilla: el establecimiento de un régimen oprobioso y represivo que exige obediencia, y que se ame ciegamente dicha obediencia. Esto se debe a que en dichos regímenes predomina una mentalidad paranoica que rompe el pacto político del respeto, la ley natural del compromiso. Todo ciudadano es culpable hasta que se demuestre lo contrario.

Tal manía paranoide se caracteriza por tratar de preservar desesperadamente la ilusión de su corrección absoluta. Nosotros nunca nos equivocamos, es el lema totalitario. Dicha ilusión se convierte en una peligrosa superstición que sataniza a todos aquellos que cuestionan su dominio.

Por eso, se inventan neolenguas, las cuales tienen por finalidad preservar la falta de sentido. El sentido constituye una amenaza. Para ello, pervierten al lenguaje. Para que no cumpla con la su función natural de describir la realidad, sino de ocultar las realidades que contradicen la ideología dominante.

En dicha mentalidad priva la sospecha. No hay un significado compartido con el adversario, al contrario, es una amenaza todo significado que provenga de su parte. En consecuencia, hay que crear una cultura fanática de destrucción del que piensa diferente. Hay que desterrar cualquier literatura o arte que promueva la imaginación moral, la cual incita a considerar la perspectiva de ese semejante en el que no me reconozco.

Para el totalitarismo el humanismo es inaceptable pues recuerda, en primer lugar, que el bien no es unívoco, sino multívoco. En segundo lugar, el humanismo se preocupa por el dialogo sincero para liberar al otro y que, a la vez, el otro me libere a mí. En tercer lugar, el humanismo afirma que el otro es tan humano como yo. Por todo esto, el humanismo se encuentra mucho más cómodo con un sistema político democrático y liberal.

El ‘humanismo marxista’

El totalitarismo no solo ataca al humanismo desde fuera. También se plantea crear caballos de Troya. Entre estos, destaca el humanismo marxista, el cual pretendía legitimar la dictadura soviética, la cubana, etcétera, frente a los biempensantes.

Georg Lukács fue uno de los padres fundadores de esta forma de pensamiento. Destacó por sus brillantes interpretaciones sobre literatura y arte. Siempre exhibió una gran sensibilidad estética. Lamentablemente, sus análisis eran groseramente sesgados.

Este pensador húngaro promueve la idea de que la función del arte debe ser elevar al proletariado a la “conciencia de clase”. Este término es una forma de neolengua. No se trata de que los trabajadores descubran cuáles son sus verdaderos intereses y que asuman el control de su propio destino. Lo que propone Lukács es el sometimiento del proletariado al dirigente del partido, en su caso, el propio Stalin. En otras palabras, este humanismo no se plantea la defensa de las personas ante el totalitarismo. Supone que las personas deben someterse al totalitarismo.

A partir de ese criterio excluyente, se puede decretar qué es revolucionario y qué es antirrevolucionario o burgués. De esta manera, Lukács construyó el departamento de critica cultural del comunismo. Aunque se produzca la ilusión óptica de que el humanismo va a humanizar al comunismo, no es más que el intento de desnaturalizar el espacio de donde se debería denunciar al totalitarismo.

Lukács se convirtió en una autoridad para los intelectuales radicales de los sesenta que buscaban argumentos para justificar la censura. El autor les suministró la idea de que podía constituirse un índice, al igual que el Santo oficio, de lecturas autorizadas y condenadas. También brindó la idea de que la crítica cultural estaba en el centro de la lucha de la revolución contra la reacción. Muchas de estas ideas serán adoptadas por la Escuela de Frankfurt.

Pero el pensador fue más allá: fue uno de los primeros que se atrevió a poner en cuestionamiento la verdad científica en nombre de la ideología. Llegó a afirmar que, si los hechos refutaran la “teoría total” del marxismo, entonces “peor para los hechos”.

Lukács opone la coherencia lógica del marxismo a la contrastación empírica. Esta será su estrategia para defender el comunismo de sus fracasos en la realidad. Este será un camino que, luego, seguirá Althusser.

El ataque posmoderno

La revelación de los crímenes de Stalin en los años cincuenta, produjo el efecto de ver que el rey estaba desnudo. Frente a este hecho, nuevos revolucionarios han tratado por décadas de vestir al rey con fantasiosos atuendos.

Tal es la misión del segundo caballo de Troya: el postmodernismo, un producto típicamente francés. Sus máximos exponentes son: Michel Foucault, Gilles Deleuze, Jacques Derrida y Jacques Lacan. Si bien el posmodernismo no hace alusión explicita al marxismo, rinde culto a la lucha de clases y no deja de soñar con la violencia redentora. La prosa rebuscada y abstrusa de estos pensadores radicales, acompañada de su vocación nihilista, ha invadido a los departamentos de humanidades a nivel mundial.

Según Roger Scruton, en su revelador libro Los pensadores de la nueva izquierda, el posmodernismo agregó un nuevo recurso intelectual: la “máquina del sinsentido”. Dicho artilugio conceptual tiene como finalidad conspirar contra la ley natural del compromiso, el imprescindible pacto de respeto mutuo que exige la sociedad civilizada, democrática y liberal. Esto lo lleva a cabo, haciendo imposible el diálogo racional e imponiendo la traducción de los términos en discusión a neolengua ideológica. Esta máquina fue creada por Lacan y Deleuze. Es una combinación de pulsiones freudianas, semiología vacía de contenido, y el amenazante Otro de Kojève.

Basta con aplicar esta máquina, para que el investigador universitario se pueda sentir satisfecho como productor de conocimiento. Es suficiente que se aprenda el lenguaje y lo utilice para descalificar las instituciones de la democracia como formas represivas. Por tal razón, esta máquina ha encontrado mucho éxito en todos los departamentos de humanidades a nivel mundial.

La consecuencia es la tribalización de los espacios académicos. El propósito del ámbito universitario es ponerse al servicio de la búsqueda de la verdad por medio de la confrontación de ideas. De esta manera, educa la mente para atenerse a las evidencias verdaderas y a los razonamientos válidos. Dicho propósito se ve saboteado por los nuevos inquisidores, quienes, en nombre de la ideología progre, exigen santuarios donde sus salmos no puedan ser cuestionados.

Un ejemplo cercano lo encontramos en el reciente epígono de esta corriente, el italiano Gianni Vattimo, quien, de forma explícita, se declara partidario de los regímenes dictatoriales de La Habana y Caracas, negando a todo trance la verdad objetiva.

Desafío democrático

Ante el sitio que los totalitarios han impuesto a las humanidades, hay que asumir una doble estrategia defensiva. Por una parte, debemos resistir el gobierno autoritario. Esto implica mantener la lucidez mental y la libertad interior para poder enfrentar con creatividad a la autoridad arbitraria.

Por otro lado, contra la perversión, es necesario promover una educación que promueva el método de hacer preguntas que clarifiquen los principios éticos, y así develar la trampa de las ideologías.


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