Perspectivas

La nueva aflicción de Italia

Las personas que usan mascarilla protectora son evacuadas de la zona de seguridad donde un autobús que viene de Milán está bloqueado en la estación de trenes y autobuses Lyon. Fotografía de Jean-Philippeksiazek | AFP

02/03/2020

BOLOÑA – El norte de Italia actualmente es el centro del brote de COVID-19 en Europa. Hasta el momento, 17 italianos han muerto como resultado del nuevo coronavirus, y 650 han sido infectados. Las escuelas en la región han cerrado, las universidades han suspendido las clases, las empresas le han pedido a su personal que trabajara desde casa y muchos teatros, cines y bares han cerrado sus puertas. El virus causó la cancelación de los dos últimos días del Carnaval de Venecia, que atrae a miles de visitantes cada año. Y la zona sur de Milán, donde se reportaron los primeros casos de COVID-19 de Italia, está en cuarentena.

Las epidemias no son nuevas en el norte de Italia, que fue el centro de las rutas comerciales en toda la Edad Media y el Renacimiento. De hecho, Venecia fue la primera ciudad en desarrollar métodos para contener y tratar enfermedades extremadamente contagiosas. En aquel entonces, las autoridades aislaban a la gente con síntomas en lazaretos (barcos anclados permanentemente y utilizados para cuarentena) en islas fuera de la ciudad y restringían los movimientos e interacciones de los venecianos saludables durante un período de cuarentena de 40 días.

La evidencia es variada en cuanto a si estas medidas fueron efectivas. Milán perdió casi la mitad de su población por la plaga de 1630 y Venecia, aproximadamente el 30%. Pero la tasa de mortalidad podría haber sido mucho mayor si las autoridades no hubieran combatido el contagio como lo hicieron.

La medicina moderna y los estándares de vida más saludables han reducido marcadamente la frecuencia de las epidemias, desaceleraron significativamente el ritmo del contagio e hicieron bajar drásticamente las tasas de mortalidad. La tasa de mortalidad general como consecuencia del COVID-19 actualmente es de alrededor de 34 por mil, y las personas mayores y con problemas de salud son las que están más en riesgo. Las epidemias al inicio de los tiempos modernos en el norte de Italia, por comparación, tuvieron tasas de mortalidad de 300-400 por mil.

El gran interrogante hoy es si las medidas de contención del COVID-19 de las autoridades italianas son conmensurables con la escala del problema, o demasiado draconianas. Es más, ¿estas medidas están dictadas por objetivos de política pública genuinos o principalmente por consideraciones políticas?

Gestionar los riesgos críticos y fortalecer la resiliencia son objetivos esenciales de las políticas públicas. Un brote de una gripe altamente contagiosa en una zona densamente poblada tiene que ser contenido aun si la tasa de mortalidad es insignificante, porque una epidemia hará que los hospitales y los sistemas de atención médica en muchas zonas colapsen. Y, como sucede con las crisis financieras, siempre es mejor prevenir una crisis que enfrentarla, porque esto último conlleva inmensos costos económicos, sociales y políticos.

Las medidas ex post destinadas a contener la propagación del COVID-19, como las cuarentenas y las prohibiciones de viajes, no parecen funcionar en nuestra era de movilidad e integración económica. Después de que el gobierno de Estados Unidos anunciara a fines de enero que le negaría el ingreso a ciudadanos extranjeros que recientemente habían viajado a China, el gobierno de Italia prohibió los vuelos directos a y desde China. Pero esta medida –adoptada en respuesta a la presión del partido populista de derecha Liga- creará tensiones con China, un socio comercial importante que compra exportaciones italianas por alrededor de 16.000 millones de dólares cada año. Tampoco la prohibición de vuelos soluciona el problema de monitorear los arribos indirectos a Italia desde China.

La prohibición puede rebotar en Italia en otros sentidos también. Sus vecinos europeos, por ejemplo, pueden verse tentados a imponer prohibiciones a los italianos para calmar la ansiedad popular y el sentimiento anti-extranjero. La líder de extrema derecha francesa Marine Le Pen ha instado al gobierno de Francia a suspender el Acuerdo Schengen e introducir controles fronterizos con Italia. Y, a comienzos de febrero, las autoridades austríacas bloquearon brevemente los trenes que entraban al país provenientes de Italia.

Las epidemias afectan a los diferentes países de diferentes maneras, y los responsables de las políticas nacionales deben adaptar sus respuestas en consecuencia. Al mismo tiempo, los gobiernos deberían coordinar medidas destinadas a proteger a los trabajadores de la salud y a los individuos y países vulnerables. La lección de Italia hasta el momento es que una falta de coordinación entre los gobiernos locales, junto con una fragmentación política, pone a todas las medidas de contención en riesgo al alentar a más gente a abandonar las zonas más afectadas. Muchos estudiantes universitarios, por ejemplo, ya han regresado a casa del norte de Italia. Así, las medidas de contención en un lugar lo único que pueden lograr es trasladar el problema a otra parte.

La expectativa actual es que el virus COVID-19 siga propagándose en Italia y en el resto de Europa. Si bien las cifras continúan siendo bajas –actualmente hay sólo 41 casos confirmados en Francia, por ejemplo-, el nivel de pánico es lo suficientemente alto como para abrir la puerta a medidas potencialmente restrictivas.

Fotografía de Jean-Philippeksiazek | AFP

Dado el clima político tóxico de hoy, ¿podemos estar seguros de que los gobiernos no introducirán medidas que invaliden la legislación actual y restrinjan los derechos y las libertades individuales? ¿Podría la gente infectada con el virus COVID-19 perder su derecho a un tratamiento de salud cuando está en el exterior, por ejemplo? ¿O se le podría impedir regresar a su propio país, como dijo que sucedería el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el caso de los norteamericanos infectados en el exterior? En ese sentido, el brote de COVID-19 ha destacado la ausencia de un marco legal internacional para lidiar con la pandemia.

Mientras tanto, el brote tendrá un impacto significativo en la economía italiana, y probablemente la haga caer en una recesión. El norte de Italia es el motor económico del país, con un PIB per capita de aproximadamente 35.000 euros (38.000 dólares) –comparado con la cifra nacional de 28.000 euros- y una tasa de empleo del 67% (contra 59% a nivel nacional). Pero los eventos comerciales importantes como la Feria del Mueble de Milán han sido cancelados o pospuestos, los viajes de negocios han sido descartados y la incertidumbre es generalizada. Es más, las cancelaciones relacionadas con el virus ya están afectando a la industria del turismo del país, que representa el 14% del PIB.

Después de mucho tiempo de haber estado empantanada en una economía paralizada –el PIB real creció apenas el 0,2% en 2019-, Italia hoy enfrenta una recesión. Junto con la desaceleración económica de Alemania y la incertidumbre del Brexit, la aflicción del COVID-19 del país son más noticias lúgubres para Europa.

Paola Subacchi, profesora de Economía Internacional en el Queen Mary Global Policy Institute de la Universidad de Londres, es la autora, más recientemente, de The Cost of Free Money.

 Copyright: Project Syndicate, 2020.
www.project-syndicate.org


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