Perspectivas

La noche que me abuchearon 18 mil personas

09/01/2022

 

Mari Montes retratada por David Maris

Semanas atrás fui invitada a participar en una jornada que convocó a 7 mujeres venezolanas a contar experiencias de vida, enmarcadas en el formato de charla TED. Preparar esa intervención me tomó varios días repasando eventos por los cuales me ha tocado transitar, para escoger algunos que fueron significativos en mi trayectoria en el beisbol.

Sin hacer “spoiler” del video que próximamente estará disponible para todos, retomo el inicio de mi intervención, una anécdota que he contado sin mucho detalle.

El 17 de octubre de 1995 comencé como anunciadora oficial de los Leones del Caracas en el estadio Universitario. Días antes, Luis Núñez, vicepresidente de Deportes del Circuito Unión Radio y el gerente general del equipo, Oscar Prieto, me propusieron asumir esa tarea. Núñez conocía mi deseo de estar en el beisbol y me hizo ver la oportunidad que significaría para mí.

Tenía experiencia de cinco años en la radio y el micro “Por la goma” tenía meses en el aire en Radio Capital con el patrocinio de Telcel. Acepté con cierta duda, en especial porque el debut ocurriría en un juego entre Magallanes y Leones y porque era algo que jamás en mi vida había hecho. Luis Núñez me convenció diciéndome: “Un Caracas-Magallanes siempre te va a dar nervios, sal de las dos cosas de una vez”.

Llegué temprano, como siempre fue mi costumbre desde entonces, a las 4:00 p.m., cuando están iniciándose las prácticas y aun no han encendido las torres de las luces. Compartí con colegas y amigos, escuché sus consejos, copié las alineaciones y subí a la cabina.

El estadio poco a poco fue recibiendo a la nutrida afición que plenaba tribunas y gradas desde el primer duelo entre “los eternos rivales”. En aquel tiempo, el Universitario podía albergar unos 20 mil fanáticos, aunque nunca hay tantos a la hora del “play ball”.

El primer aviso de cómo iba a ser la noche me lo dio uno de los compañeros del sonido, como una broma:

—Este botón verde es para rugir el león, cuidado y te quiebras una uña.

Abrí el micrófono y dije: “Damas y caballeros, buena noches, la Liga Venezolana de Beisbol Profesional …” No terminé en ese momento la frase: la respuesta a mi saludo fue un sonoro abucheo de pie; pitaron, gritaron ¡fuera! Yo no entendía, dejé de hablar en ese instante. De inmediato otro de los compañeros me dijo que siguiera, que no había más nadie ahí para hacer eso. Seguí saludando en nombre de los Leones y di las alineaciones por encima de los silbidos y todo el ruido que hicieron.

¿Qué sucedió? ¿Qué había hecho mal? Nada, pero era la primera vez que por los altavoces del Estadio Universitario de Caracas se escuchaba la voz de una mujer anunciando a los bateadores, y la reacción fue esa, rechazo automático.

En principio yo quería salir corriendo de ahí, pero no podía hacerlo; tenía un compromiso, una responsabilidad, al menos hasta que terminara ese juego. En el quinto inning, cuando ya se habían olvidado de mí y estaban dedicados a animar, anuncié dos veces al mismo bateador. El primero que se me quedó mirado fue él, Eddy Díaz, y de nuevo otro abucheo y ahora con más gargantas. A esa altura ya no cabía un alma en el parque de Los Chaguaramos.

El juego terminó y esa noche, mientras manejaba hasta la casa, lo único que pensaba era que no habría mañana, que había sido debut y despedida.

Al día siguiente, en el programa “Los eternos rivales”, que conducían John Carillo y Oscar Prieto Párraga, llamó un fanático del Magallanes.

—El Caracas está tan mal, que ahora tienen a una jeva ahí que no sabe lo que está haciendo.

Oscar Prieto le respondió que yo había cometido algunos errores, como era natural, pero dejó claro que confiaba en que podía hacer el trabajo bien en poco tiempo. Al escuchar esto, además de un poco de vergüenza (la primera que sabía que no lo había hecho bien era yo), me sentí lista para regresar y hacerlo mejor.

Del primer día aprendí que hay que enfocarse en el juego, sin distracciones, y que aquel trabajo no tenía nada que ver con la radio. En la radio un locutor se equivoca y si acaso el operador hace un gesto. Y si algún oyente llama porque no le gustó algo, quien lo escucha es quien responde el teléfono. En el estadio se le quedan viendo a uno mientras pitan y gritan fuera o cualquier cosa que se les ocurra.

A los días de aquel debut nos fuimos acoplando. Mis compañeros del sonido interno, Juan y José, fueron los mejores apoyos que tuve. Debía estar pendiente de las decisiones de los anotadores para comunicarlas, de los movimientos en el bullpen, de los cambios en los rosters, de la pronunciación de los nombres desconocidos, de lo gustos musicales de los jugadores, de mis límites como voz del equipo. Por ejemplo: el león no debe rugirse una vez que el lanzador inicia sus movimientos.

Musulungo Herrera, luego de un llamado de atención, me explicó que los cambios se anuncian luego de la seña del umpire principal, “así sepas, la autoridad es el árbitro”.

Fue en aquellos días cuando supe, porque lo escuché en el dugout, que a Bob Abreu le decían “Kelly”. Hablamos y me dijo entonces que le gustaría que lo anunciara como “Comedulce”, porque así le decían a su papá, quien había fallecido poco tiempo atrás, y él quería rendirle así un homenaje cada vez que fuese a batear. Desde ahí comencé con su especial presentación:

—¡Bateador de turno, con el número 53… el Comedulce, Bob-Kellyyyyyyy-Aaaaaaabreu, jardinero derecho!

Rugía el León y los caraquistas recibían al toletero con una ovación.  A eso van los fanáticos al estadio, a aplaudir a sus héroes y a pitar, si algo no les agrada. El trabajo del anunciador no es el que se lleva los aplausos, los aplausos son para los protagonistas del juego, para los peloteros, las estrellas.

Como anunciadora me tocó hacer una Serie del Caribe en Puerto la Cruz y otra en Caracas, y las dos series de exhibición de las Grandes Ligas, en el Universitario, y al año siguiente en el José Bernardo Pérez, en Valencia. Fueron ocho temporadas en las que llegué a sentirme tan en mi casa, que una vez, por aceptar el reto de una apuesta que me hizo el periodista Norberto Mazza, un domingo al mediodía, en un juego Magallanes-Caracas, canté el himno nacional en la ceremonia previa el desafío. La reacción fue totalmente diferente a aquella primera vez: me aplaudieron.

Luego del paro de 2002 renuncié, esperaba a mi hijo Santiago y era un embarazo de alto riesgo, debía cuidarme. Ya había cumplido un ciclo importante para mí, un trabajo que siempre recordaré con agradecimiento por todo lo que me tocó vivir.

El mal rato del comienzo se convirtió en mi inspiración permanente. El abucheo me sirvió para saber que era obligatorio prepararme lo mejor posible cada día para ganarme el respeto de los jugadores, umpires, anotadores y de la afición, y también para darle dimensión a lo que en verdad era importante para mí: cumplir mi sueño de estar en el beisbol.

Agradezco cada desplante y los comentarios machistas y misóginos, me dan más risa ahora que antes.

Han pasado casi 27 años del abucheo, y aunque nunca más recibí una pita de 18 mil personas, también aprendí que en el recorrido de la vida nos abuchean de muchas maneras. El asunto es decidir qué hacer con eso, escucharlos para detenerse, o escucharlos para mejorar y seguir hacia la meta.

¡Feliz 2022!


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