Perspectivas

La imagen de Bolívar y las monedas antiguas

16/07/2022

Juan Lovera, «El Libertador», ca. 1830. Colección Banco Central de Venezuela

En la Historia de la pintura en Venezuela de Carlos Silva (Armitano Editores, 2000) aparece un perfil del Libertador que, si los números me cuadran, es el primero pintado en Venezuela. Está firmado por “Lovera”, y por eso se ha atribuido a Juan Lovera, aunque algunos piensan que lo pintó Pedro Lovera. Tiene los mismos atributos que tradicional e incontestablemente ha exhibido la iconografía bolivariana: nariz larga y aguileña, labios finos, el inferior levemente pronunciado, frente amplia, ojos oscuros y mirada penetrante. Allí un Bolívar bien cuarentón y levemente sonriente aparece enmarcado en un óvalo mirando a la derecha, la piel morena de tanto sol y peinado hacia delante, que es lo que hacemos algunos cuando comienza la edad de la calvicie. Como nota Alfredo Boulton (El rostro de Bolívar, 1982), el Libertador lleva en el pecho “el medallón de Washington”. Todo en su expresión muestra una serena satisfacción, algo muy diferente de lo que debía de estar experimentando por aquellos mismos días. El retrato está fechado hacia 1830, y si las fechas son correctas, no pudo ser sino indirecto, pues ya sabemos que la última vez que el Libertador estuvo en Caracas fue en 1828. En todo caso, Lovera tenía que conocer bien a los Bolívar, pues como recuerda Boulton (La pintura en Venezuela, 1986), el pintor era compadre de Juan Vicente, hermano del Libertador.

Si es verdad que el cuadro fue pintado hacia 1830, me atrevo a pensar que más bien fue después de la muerte del Libertador, tal vez como un homenaje personal de Lovera. Cercano a los Bolívar, el clima antibolivariano reinante en el país hubiera dificultado cualquier otro homenaje público antes de febrero de 1831, que es cuando la noticia llega a Caracas. Pero esto no es más que una elucubración, pues Carlos Duarte, en su Juan Lovera, el Pintor de los Próceres (Fundación Pampero, 1985), afirma que el retrato ovalado de Bolívar “no es obra de Juan Lovera sino de Pedro Lovera y puede fecharse en 1860”. Sí resulta llamativo el hecho de que la mayoría de los estudios callan sobre este perfil, y se ocupan más bien del estupendo retrato pintado hacia 1827 y que pertenece a la colección de La Casona. Y es que, ahora sí están de acuerdo los historiadores del arte, Lovera fue un gran retratista.

No es que antes no se haya pintado al Libertador de perfil. Sin embargo, el perfil pintado por Lovera, hecho en 1830 o en 1860, es el primero hecho en Venezuela. El libro de Boulton sobre la iconografía del Libertador recoge un catálogo que se remonta al grabado de François Roulin hecho en Bogotá en 1828, donde aparece bastante menos sonriente y saludable que en el óvalo de Lovera (en realidad, cansado y melancólico, casi triste). También está el curioso retrato a lápiz hecho por José María Espinoza, también en Bogotá en 1829. Allí aparece vestido de paisano y con sombrero de paja, los rasgos visiblemente envejecidos aunque con la mirada aún lúcida y enérgica. Están también las hermosas miniaturas sobre marfil de Antonio Meucci, pintadas en Cartagena en agosto de 1830, pocos meses antes de morir, donde Bolívar aparece avejentado pero sereno y elegante, sin duda una cortesía del autor. Y está la bellísima miniatura sobre marfil hecha en Francia hacia la segunda mitad de 1828, de autor anónimo, basado en los retratos de Roulin, del que David d’Angers hizo un medallón de bronce. d’Angers era un escultor romántico que alcanzó cierta fama haciendo estatuas de héroes griegos, así como bustos y medallas de bronce de personajes ilustres. Su medallón de Bolívar sirvió de modelo para el billete de cien bolívares emitido en 1963, pero también, sobre todo, para las monedas que invariablemente tuvimos desde 1876 hasta el año pasado.

Decadracma ateniense, siglo V a.C.

En realidad, la idea de acuñar una moneda con la imagen de un héroe o de un hombre no se le habría podido ocurrir a un antiguo griego. Los griegos acuñaban sus monedas con imágenes de dioses. Se me ocurre que la idea de poner en sus monedas la imagen de un guerrero, aun mítico, o de un político o un tirano le habría parecido a un griego antiguo un acto de chocante impiedad, y a un ateniense de la época democrática, de una inadmisible egolatría. Poseemos numerosas monedas de ciudades griegas, como un hemióbolo de plata acuñado en Corinto en el siglo IV a.C. con un perfil de Afrodita; un dióbolo de plata con Heracles, acuñado en Calabria en el siglo III a.C.; una dracma de plata acuñada en Naxos, Sicilia, del siglo VI con un perfil de Dionisos, o una decadracma ateniense de plata del siglo V, con un perfil de Atenea con su casco de guerra para destacar su condición de prómakhos, “presta al combate”. En el reverso se muestra a una lechuza con las alas extendidas, ave que simboliza a Atenas y a su diosa Atenea, junto a una rama de oliva y las letras AΘΕ por la palabra athenaiôn, “de los atenienses”.

Tetradracma de plata con la imagen de Alejandro Magno, procedente de la India. Siglo III a.C.

Quizás las primeras monedas con la imagen de un hombre hayan tenido la imagen de Alejandro el Grande, que vivió en la segunda mitad del siglo IV a.C., pero no debemos olvidar que el conquistador macedonio fue divinizado en vida en algunas regiones de su vasto imperio. Las primeras monedas alejandrinas fueron acuñadas en oro de Tracia cuando apenas comenzaban las primeras campañas militares. Era fama que Alejandro era muy apuesto y con una abundante melena rubia, como cuenta Plutarco en sus Vidas Paralelas. Así se le representó históricamente, incluso en las monedas de cien dracmas que circularon hasta la llegada de euro. En algunas partes del imperio se le representaba con algunos atributos locales, como en las monedas egipcias, donde salía tocado con los cuernos del dios Amón, o en las de la India, con los despojos de un elefante.

Aureus romano con la imagen de Julio César, siglo I a.C. Museo Arqueológico Nacional, Madrid.

Prueba de la popularización y extensión del uso de monedas con el perfil de un príncipe alejandrino son las monedas de oro que se conservan de Eucrátides I, que gobernó el Reino Grecobactriano (parte de las actuales Paquistán y Afganistán) en el siglo II a.C. Seguramente las monedas alejandrinas sirvieron de modelo para el aureus romano, popularizado en época de César, que a su vez fue el modelo del solidus, usado más tarde por los emperadores. Así, el perfil augusto del emperador con la cabeza ceñida de laurel configuró el cánon iconográfico imperial. Y las monedas romanas, plenas de esta reminiscencia neoclásica, son sin duda el modelo de nuestras monedas actuales.

Moneda de cien bolívares, 1888.

Para Juan Calzadilla (en Juan Lovera y su tiempo, 1981), “los héroes son símbolos y las figuras signos para una interpretación que no difiere en nada del sistema de lectura aplicado a un cuadro religioso”. En ese sentido, “Lovera exalta lo que en el cuadro se convierte en un valor sacralizado por la historia”. Quizás esta allí el vínculo que explica por igual la presencia de dioses griegos y de emperadores divinizados, como Alejandro o César, en el anverso de una moneda. También de héroes sacralizados, legitimados a través de las formas clásicas. Más allá de una posible contribución a la conformación de nuestra memoria numismática, el perfil del Libertador de Lovera nos habla de la búsqueda de un discurso iconográfico que dé cuenta de nuestra historia. De un país que comienza su andadura por el mundo necesitado de imágenes con qué dar forma a su propia historia, para presentarse ante los demás, pero también para representarse a sí mismo, para pensarse y para imaginarse. Habrá que buscar los referentes de este nuevo lenguaje icónico en el mundo antiguo.


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