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La Iliada es el poema de la guerra. Sus protagonistas son seres humanos más grandes que la vida. Héroes empeñados en una empresa improbable: la búsqueda de la inmortalidad. También es el empeño de Gilgamesh, el gran héroe babilónico. La diferencia es que el asiático era un espíritu realista, quería la inmortalidad en este mundo, aquí y ahora. Los héroes de Homero están más próximos al modelo platónico. La inmortalidad es una idea, una aspiración y la forma más bella de desmentir el poder de la muerte. Ser inmortal es la posibilidad de permanecer en la memoria de los hombres hasta el fin de los tiempos. Y la guerra ofrece, más que la paz, la posibilidad de alcanzarla. Ni Tetis, la poderosa madre de Aquiles; ni Andrómaca, la amorosa esposa de Héctor, consiguen desviar a los suyos de su vocación heroica. Se nace o no se nace héroe. La gloria es la aspiración que legitima la existencia de estas criaturas. Nada de la vida, como del resto de los asuntos humanos, debe importarnos tanto, escribirá el divino Platón mucho después. Incluso el escurridizo Ulises, en la versión fidedigna de Dante, cuando, aburrido de la muelle vida hogareña, regresa a la aventura, recuerda a sus hombres el alto destino para el cual fueron creados:
Considerate la vostra semenza:
fatti non foste a viver come brutti.
ma per seguir virtute e conoscenza.
(Piensen de dónde vienen,/ustedes no fueron hechos para vivir como bestias,/sino para buscar la virtud y la sabiduría).
Por fin a la altura de los grandes héroes como Héctor y Aquiles, Ulises se propone su particular (todo en él es particular) manera de acceder a la inmortalidad.
También Tolstói en su versión de la guerra y la paz se sirvió de los héroes para mantener la tensión y la atención en su versión del conflicto armado: Napoleón, el príncipe Andrei, Dolohov, Nikolai ofrecen sus vidas para acceder a esa fama tan anhelada. En Grecia, la caída misteriosa de la civilización micénica, que es la que canta Homero en sus poemas, acabó con estas formas de guerra heroica. En lo sucesivo, las contiendas serán más prosaicas y burguesas, los intereses más oscuros (el dinero, el ascenso social, la acumulación) desplazarán las idealistas aspiraciones de Héctor o Aquiles. En su reciente y útil manual, Grecia para todos, Carlos García Gual refiere estos dramáticos cambios:
Hay tres factores que van a cambiar decisivamente esta situación:
Primero el aumento de la población que, en zonas de escasa riqueza,
impulsa a la colonización y el comercio; luego la introducción de la economía
monetaria (la moneda se había inventado en Lidia); y, por otro lado, la aparición de un nuevo tipo de ciudadanos con armadura propia: los hoplitas.
Los hoplitas forman un cuerpo de infantería con completa armadura
metálica que aportan una nueva táctica de combate. Avanzaban
en filas apretadas, codo a codo, con sus corazas y cascos, escudos y lanzas,
en formación cerrada que expresa bien la contundente unidad de los ciudadanos.
Ya no hay lugar para los héroes solitarios de la épica. Cada ciudadano
se paga su armadura y marcha al combate por su ciudad junto a sus
vecinos. Atrás quedan los héroes míticos.
Si la Ilíada es el poema de la guerra, la Odisea es el poema de la paz, una paz heroica naturalmente. Terminada la contienda, los héroes sobrevivientes regresan a sus palacios de mármol, iluminados en la noche mediterránea por bien torneados trípodes que despiden danzantes flamas. Todos menos uno, al cual le corresponde una forma distinta de paz, lo que me gustaría llamar una “paz heroica”. En efecto, los dioses dispusieron que tardara diez años “il ritorno di Ulisse in patria”. Pero, a pesar de los muchos peligros, el héroe se encuentra lejos del campo de batalla y sus posibilidades de la gloria individual. En estos tiempos de paz las grandes empresas son colectivas. No se trata de alcanzar la inmortalidad, en este caso, sino de alcanzar la elusiva patria-tierra. Como lo cuenta el mismo Tolstói en sus capítulos dedicados a la vida pacífica, la paz no está exenta de amenazas y desdichas (el rapto de Natasha, el duelo de Pierre, la muerte de la mujer de Andrei). Y, en su caso, tienen que ser enfrentadas en plural. Es con el concurso de sus marinos que pudo sortear la amenaza de Scila, Caribdis y Polifemo. Sólo tres aventuras tendrá que enfrentar en solitario el hijo de Laertes (el viaje a Hades es una “passeggiata” por el más allá), sólo en una de ellas escapará de la horizontalidad a la que estuvo obligado por ocho años, los siete de Calipso y el que transcurrió en el lecho de Circe. Únicamente ante Nausicaa logró mantenerse en pie, el triunfo de la verticalidad frente a una nueva horizontalidad. El poema de la paz tiene un final feliz. En Tolstói, Pierre se hace con la escurridiza Natasha; y, en Homero, Ulises termina en los lisos brazos de la paciente Penélope. El círculo se cierra, ¿ves?
Alejandro Oliveros
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