Perspectivas

La gesta de José Domingo Díaz, el médico realista

07/04/2021

Gaston Mélingue. 1879

José Domingo Díaz Argote fue un prestigioso médico, docente universitario, científico, sanitarista, funcionario público e intelectual, devenido por las circunstancias en articulista y periodista de buena pluma, político, ideólogo y ferviente defensor de la causa realista, llegando a ser catalogado enemigo público número uno del Libertador. 

Desconocido por muchos, lo que de él se conoce pertenece más a su faceta política y periodística. La historia narrada por los vencedores suele borrar intencionadamente las virtudes de los vencidos y los somete al olvido. 

Nació un 3 de agosto de 1772 en La Candelaria, Caracas, en una sociedad dividida en castas, razas y clases sociales, regida por las Leyes de Indias, gobernada por padres de familia, con una idiosincrasia y mentalidad que mantenía un estatus desigual y discriminatorio y que se la describía como de paz y armonía. 

Expósito, abandonado en un hospicio al nacer, es criado por los sacerdotes Domingo y Juan Díaz Argote, quienes lo educan y le dan apellido. Debió gozar de un buen sustento económico que le permitiera estudiar y cultivarse en distintas disciplinas. Tenido como pardo, despectivamente se publicó en La Gaceta de Caracas en 1813 que “había en esta ciudad un curandero pardo de origen, llamado Juancho Castro, que tuvo un ayuntamiento criminal e ilegítimo con una mujer blanca y esta es la causa de que viese la luz nuestro escritor”. Es posible que este Juancho Castro, curandero que luego ejerció como cirujano, hubiera sido su padre y benefactor. De su madre no se tiene referencia. 

No forma parte de la aristocracia criolla, pero a pesar de los estigmas sociales, se relaciona socialmente en círculos mantuanos e incluso participa en las tertulias de los hermanos Ustáriz junto con sus amigos Vicente Salias y Andrés Bello. Hecho cierto es que hubo una Cédula de Carlos III que daba ciudadanía a los expósitos, como también que se otorgaban privilegios a algunos pardos, las cuales provocaron no pocas reacciones contrarias. 

Cultivado tanto en las artes como en las ciencias, estudió latín y tenía buen dominio del francés y el inglés. Conocedor de música, compuso sonetos, comedias y tragedias, de lo cual da testimonio Vicente Salias, quien fuera mejor amigo y luego peor enemigo. Lo describen como hombre alto, delgado, de ojos azules, otros dicen que verdosos, de buen porte, refinado, buena dicción y modales, sin referencia a su color de piel o rasgos raciales. Juan Vicente González lo describe como “alto, desgarbado, aspecto depresivo y huraño, huesudo, de actividad turbulenta y febril, que se entregaba apasionada y excesivamente a su trabajo”. Como lo testimonian sus escritos, y reconocen sus enemigos, a lo largo de su vida no descuidó su formación intelectual en áreas del conocimiento científico, como tampoco en las culturales, ni descuidó su labor como médico e interesado en la salud pública. 

En la Universidad de Caracas

A pesar de las limitantes de su origen, probablemente por influencia de los hermanos Díaz Argote, ingresa en 1785 en la Real y Pontificia Universidad de Caracas estudiando latín y obteniendo la licenciatura en Filosofía en 1788. Continúa estudios de Medicina y egresa como médico cirujano en 1794, siendo alumno de Felipe Tamariz, el tercer protomédico, habiendo sido condiscípulo de José Luis Cabrera y de Vicente Salias, ambos héroes y mártires de la Independencia. Destacó como estudiante y fue examinador y responsable de las prácticas de los estudiantes en el Hospital San Pablo y del Hospital Militar. Con Vicente Salias compartió muchas experiencias, pero las diferencias políticas en bandos contrarios que derivaron en la guerra fratricida, los llevó a ambos a pedir el fusilamiento del otro. 

Una vez graduado, recibe licencia de la corona para presentar el examen del Tribunal del Protomedicato para poder ejercer, recibiendo el doctorado de la Real y Pontifica Universidad de Caracas el 12/04/1795, siendo descrito como “médico de vocación, con espíritu científico y sensibilidad social”.

Al poco tiempo de graduarse participa activamente en la vida universitaria e intenta dignificar los estudios médicos. Durante la colonia, el ejercicio médico no gozaba del prestigio social de los juristas, canónigos y militares. En la Caracas de entonces, la aristocracia juzgaba la medicina como un oficio manual, de servicio, vil, no propio de clases sociales privilegiadas, y la Universidad no escapaba a esta realidad.

Progresa en su actividad universitaria y se hace miembro del claustro en 1799. Interesado en enfermedades contagiosas, abre concursos para los estudiantes en la elaboración de investigaciones y tesis sobre distintas enfermedades, concursos que mantuvo por años y que a su vez asesoraba y posiblemente hasta pagaba de su propio peculio y no del presupuesto universitario.

El sanitarista

Inicia su actividad médica en abril de 1795 ejerciendo en la población de El Valle y es nombrado médico interino de los hospitales de Caridad, San Pablo, Militar y en el de San Lázaro, donde ensaya un tratamiento contra la lepra, con resultados no conocidos. Es nombrado por el cabildo médico de la Casa de Misericordia de la ciudad de Caracas, la cual era un hospicio que recogía indigentes, menesterosos y niños de la calle. Igualmente, es designado médico de hospitales de campaña, que para la época justificaban su creación por las constantes amenazas de invasión de los ingleses. 

Por nombramiento del gobernador y capitán general don Manuel de Guevara y Vasconcelos, el 26 de agosto de 1802 ejerce como el primer médico de la ciudad de Caracas, cargo de importancia por las responsabilidades que le competían, como la de dar atención gratuita a los pobres de solemnidad, a los enfermos de la Casa de la Misericordia y a todo aquel que tuviera una enfermedad contagiosa, con autorización para entrar en cualquier casa donde hubiera la sospecha de alguna enfermedad con potencial epidémico, a la vez que mantener una permanente lucha epidemiológica y entregar trimestralmente un estudio sobre el estado sanitario de la ciudad. 

Resulta llamativo que, en aquellos tiempos, cuando era incipiente el registro y el seguimiento estadístico o epidemiológico, existiera este cargo con esas funciones. Guevara y Vasconcelos fallece en 1807 y en 1808 el cabildo sustituye a José Domingo Díaz del cargo de médico de la ciudad de Caracas, iniciándose un largo proceso judicial que interpusiera nuestro personaje.

Es notorio el aprecio y la confianza que deposita el capitán general en José Domingo Díaz, quien muestra una inmensa capacidad de trabajo y eficacia en las responsabilidades que le asignan, como sucedió con los brotes de fiebre amarilla y el control de la viruela. 

Epidemia de fiebre amarilla 

La primera epidemia de fiebre amarilla en la ciudad de Caracas ocurre tras la llegada de un barco infectado en 1694 y dura 16 meses. Entre 1782 y 1803 ocurre una nueva epidemia que afecta Caracas y buena parte del norte y centro del país que comenzó en Puerto Cabello y La Guaira, alterando la actividad portuaria y el comercio. Encomendado por Guevara y Vasconcelos, Díaz estudió la epidemia y estableció tres acciones exitosas para el control de la misma: la primera fue identificar que la fuente de contagio eran los barcos que atracaban en los puertos; la segunda fue la imposición de medidas de aislamiento de los casos ya diagnosticados. Por último, establece los criterios para el rápido diagnóstico, un diagnóstico epidemiológico con base en criterios clínicos. Durante esta actividad mantuvo una correspondencia continuada con Guevara y Vasconcelos. 

Díaz había traducido la obra de Benjamin Rush sobre la fiebre amarilla (calentura biliosa), un médico de Filadelfia que estudió y trabajó mucho en la enfermedad y escribió un libro relevante para la época. A instancias de Guevara y Vasconcelos esa traducción fue enviada a las Cortes y luego a la Academia de Medicina de España. Él no recibió ese mérito, que se le atribuyó a Ruiz de Luzuriaga quien fue uno de los tres revisores del texto y le hiciera algunos comentarios, pero obviamente no fue el autor de la traducción. Humboldt se refirió a esa traducción en dos oportunidades repitiendo el error al atribuírselo a Ruiz de Luzuriaga. 

Viruela. Variolización y vacunación. 

La viruela, junto con otras enfermedades infecto contagiosas como el sarampión y el tifus que trajeron los conquistadores a América, fueron “epidemias en terreno virgen” que contribuyeron con la catástrofe poblacional que redujo una población de aborígenes calculada en 50 millones de habitantes en 1492 a seis millones en 1650. Venezuela sufrió varios brotes epidémicos de viruela que cobraron numerosas vidas, hasta que se convirtió en endemia con brotes epidémicos después de la mitad del siglo XVIII. Con un porcentaje de mortalidad que alcanzaba hasta el 30%, Humboldt escribe que en 1763 en Caracas hubo entre 6.000 y 8.000 muertos por esa enfermedad, reduciendo su población a 30.000 habitantes. Extendida a todo el país, hubo migración hacia los ámbitos rurales y se comprometió por años la actividad estudiantil, la producción y el comercio en toda la provincia. El aislamiento era la única medida de prevención que podía paliar los brotes, pero existía el procedimiento de la variolización practicada en varias partes del mundo. 

La variolización fue un procedimiento de inoculación del germen de la viruela para la reducción de casos y de la alta mortalidad por la enfermedad. Consistía en poner una pequeña cantidad del pus de las pústulas de un paciente con viruela activa sobre pequeñas incisiones que se hacían sobre la piel de la persona sana, la cual le inducía una enfermedad más benigna que la viruela natural. Hubo resistencia al procedimiento, particularmente en España e Iberoamérica, porque algunas personas fallecían por desarrollar enfermedad severa y porque podían los variolizados iniciar una epidemia. Era indispensable que los candidatos a variolización fuesen sanos, bien nutridos y sometidos al aislamiento. 

En Venezuela se practicó la variolización en forma aislada antes de 1771.  Felipe Tamariz, el protomédico, recomendaba su suspensión porque según él ponía en riesgo la vida y propagaba la enfermedad. No está claro si el Dr. José Domingo Díaz practicaba la variolización, pero la defendió contra las recomendaciones de suspensión argumentando que su fracaso se debía a que la realizaba gente ignorante que impunemente la aplicaba, proponiendo que se mantuviera la práctica, pero a manos de personas adiestradas, supervisadas por el Protomedicato, hasta que se obtuviera en el país la vacunación descubierta por Jenner, ya en uso en Europa.

Edward Jenner, inglés, padre de la inmunología, es probablemente la persona que más vidas ha salvado gracias a su descubrimiento de la vacuna contra la viruela. En 1796 inoculó a un niño con el pus de las manos de una ordeñadora que se había contaminado con la viruela de las vacas (cowpox) y a las seis semanas inoculó al mismo niño con el pus de un paciente con viruela humana, encontrando que el niño era resistente a la infección. Al inocular a otros con el pus de la enfermedad leve producida por el cowpox, igual encontraba que se desarrollaba resistencia a la viruela humana. Publica sus hallazgos en 1798 estableciendo las bases para la inoculación del cowpox como método preventivo contra la viruela humana. Esa inoculación proveniente de la del ganado vacuno recibió el nombre de vacunación, y el método comenzó a utilizarse rápidamente en Europa. A España llega en 1801. 

Había que obtener fluido vacuno activo que se desnaturalizaba en el tiempo de viaje desde la península hasta Venezuela. El Dr. José Domingo Díaz, como médico de la ciudad de Caracas plantea revisar el ganado vacuno local en busca de la presencia de las pústulas con cowpox, a fin de iniciar la vacunación, siendo aprobada su petición por Guevara y Vasconcelos. Pero la búsqueda resultó infructuosa. En el capítulo “Viruela en la Venezuela Colonial: epidemias, variolización y vacunación” del Dr. José Esparza y el historiador Germán Yépez Colmenares en el libro La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de la Biblioteca de Historia de América, dan cuenta de los gestos precursores de José Domingo Díaz, Alonso Ruiz Moreno y Estanislao La Roche por procurar la vacuna. Ruiz Moreno afirmó haber controlado el contagio por viruela con fluido vacuno obtenido en Puerto Rico en 1803.

Los primeros vacunados se verificaron con la llegada de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en marzo de 1804, cuando atracara la corbeta María Pita en Puerto Cabello procedente de Puerto Rico, aunque debió atracar en La Guaira cuatro días antes, por la difícil travesía que puso en riesgo el fluido vacuno activo. Inmediatamente después de atracar la corbeta, fueron vacunados “28 hijos de los principales” de Puerto Cabello. 

A cargo del alicantino Dr. Francisco Xavier de Balmis y Berenguer, la corbeta partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, con 22 niños huérfanos que, por inoculación brazo a brazo en forma secuencial, sirvieron para transportar el fluido vacuno activo, habiendo hecho escala en las islas Canarias y en Puerto Rico. Al arribar a Caracas, se crea la Junta Central de la Vacuna de Caracas el 28 de abril de 1804, en la que se nombra al Dr. Díaz como secretario y de la que forman parte también otros insignes médicos como Felipe Tamariz y Vicente Salias. 

Esta junta, en la que el Dr. Díaz desarrolló una actividad encomiable, fue modelo a seguir en otros países. Las funciones de la Junta Central de la Vacuna consistían básicamente en asegurar la conservación y propagación del fluido vacuno, como la extensión de sus beneficios a toda la población para erradicar la viruela. Es de señalar que ese plan de vacunación se mantuvo por años en forma bien planificada y se llegaron a vacunar 100.000 personas de 107 pueblos y ciudades en cuatro años, contando el país con una población calculada en 980.000 habitantes. Andrés Bello llegó a cumplir función de secretario “político” de la Junta y escribió la Oda a La Vacuna “… todo mortal que pise estos confines, cante a Carlos bienhechor. Publique Venezuela que quien de nuestro clima lanzó la atroz viruela, fue su paterno amor”. A Bello le criticaron un cierto fervor hispano y adulante del rey.  

La campaña de vacunación tuvo interrupciones durante la primera expedición de Miranda de 1806 y luego a causa de la guerra de independencia. Díaz escribe posteriormente en la Gaceta de Caracas, desde el bando realista, que “se ha restablecido en esta ciudad (Caracas) la junta central de vacunación destinada a conservar y propagar entre los pueblos de Venezuela el precioso fluido que con grandes erogaciones ella debió a la beneficencia del Rey” y que el fluido vacuno fue también “víctima del sedicioso Bolívar”. 

En 1817 escribe que “entre los males incalculables de la revolución fue la pérdida del fluido vacuno en esta ciudad (Caracas)”. En sus escritos insiste en la importancia de mantener la vacunación para erradicar “este mal que debió para siempre haber desaparecido de entre nosotros”. Hubo que esperar hasta 1956 para que la viruela fuera erradicada de Venezuela.  

Mientras cumplió papel relevante en la junta central de la vacuna entre 1804 y 1808, el Dr. Díaz recorre el país, levanta estadísticas, redacta estudios científicos, mantiene actividad en la Universidad, da cuenta de las necesidades sanitarias, económicas y culturales de toda la población. Aconseja a la gobernación, se activa como un sanitarista que dicta lineamientos de políticas públicas. Observa la inestabilidad política y es partidario de superar los males del país, manteniendo el orden y la estabilidad. 

Viaje a España

El 9 de abril de 1808 viaja a España. Aplica para ser miembro de la Academia de Medicina con una obra titulada “Historia de la angina escarlatinosa en Venezuela” que acompaña su voluminoso currículo. Nunca obtuvo respuesta.

Se casa en Madrid con María Teresa Torre, con quien llega a tener cuatro hijos. Los acontecimientos bélicos de la invasión bonapartista lo hacen huir de Madrid. Al llegar a Sevilla se encuentra con el marqués de Casa León, de influencia en la corte y quien le tenía gran estima. El marqués de Casa León fue un personaje de nuestra historia que supo ponerse del lado del poder realista o independentista a conveniencia y provecho. Parece que por influencia de éste la Junta Suprema le concede, por Real Orden, el título de Ministro Honorario de la Real Hacienda, para ejercer en España, pero decide volver a Venezuela, y es nombrado Contralor Inspector de los Hospitales de Caracas, con rango de Real Orden, llegando a La Guaira el 26 de abril de 1810, justo siete días después de los sucesos del 19 de abril. El Dr. Díaz no comprendía la situación que vivía Caracas, no vivió de primera mano los acontecimientos cruciales que se desarrollaron en la ciudad durante el mes de abril de 1810. Su nombramiento no es reconocido por la Junta Suprema en Caracas, no tiene apoyo y es discriminado, víctima de los antiguos recelos y el estigma social.

La transformación 

El Dr. José Domingo Díaz pasa a desarrollarse como periodista científico y cultural, en una dimensión pedagógica propia de sus convicciones, de compromiso con el país y la educación de los venezolanos, para luego pasar progresivamente de lo científico y cultural a lo político, ideológico y propagandístico en defensa de la causa realista.

Funda y redacta junto con Miguel José Sanz El Semanario de Caracas (1810-1811), como respuesta a la línea editorial política independista de la “Gaceta de Caracas”, la cual había sido fundada en 1808. Miguel José Sanz defiende la causa independista, pero coinciden en los mismos objetivos pedagógicos y educativos del semanario. 

Hombre de ideas, convicciones, cree que el movimiento independista no busca la felicidad de la población sino aumentar la supremacía de la oligarquía criolla. Desmiente la epopeya heroica de los independentistas. Nunca creyó en la necesidad de independización del Reino de España, ni en el modelo de república con una población carente de virtudes para la misma. 

Con la capitulación de Miranda en julio de 1812 y la entrada de Monteverde en Caracas, la Gaceta pasa a manos realistas. A la llegada de Bolívar a Caracas en agosto de 1813, y cuando ya lo ha intitulado como “el enemigo nº1 del Libertador y de la causa emancipadora”, Díaz pierde una hija en la intempestiva huida a Curazao. La Gaceta vuelve a ser el órgano propagandístico de la causa emancipadora. La entrada de Boves en Caracas en julio de 1814 pone fin a esta época. Declarado el país por Boves como liberado de los facinerosos, invita a Díaz a regresar de Curazao y es nombrado Secretario de la Junta de Gobierno de Caracas. El 1 de febrero de 1815, la Gaceta sale a la calle bajo la dirección de José Domingo Díaz en la que escribe asiduamente hasta 1821. 

Calificaba a Bolívar de déspota, inhumano, cobarde, cruel, insensato, pueril, orgulloso, pérfido, ignorante, sedicioso, etc. A la vez, a Díaz no le ahorran epítetos como furibundo apologista de la servidumbre, panegirista de Boves, apóstol de la tiranía, enemigo declarado de la tranquilidad y la paz general, calumniador de patriotas, antiprócer, vendepatria, antihéroe, antipatriota y antiBolívar. 

Con esta ferocidad de epítetos, se entiende que haya sido intencionalmente obviado, que las referencias posteriores hacia su persona fueran solo de epítetos negativos y que ni José María Vargas, ni Ceferino Alegría lo incluyan entre los médicos insignes de su época. Solo Briceño-Irragorry menciona el injusto trato que se le dio. 

Se convierte en el principal intelectual del partido realista desde la Gaceta de Caracas. En respuesta al Discurso de Angostura escribe “…yo no sé llamar libertad a la licencia y al desenfreno, felicidad a la miseria efectiva  y a la vana posesión de nombres aéreos e insignificantes, república a una turba de hombres perdidos en que el más astuto y perverso esclaviza bárbaramente a los demás, fanatismo a la virtud pura y severa, derechos imprescindibles del hombre a la insubordinación y a la rebelión, ilustración a la pedantería, filosofía a un conjunto de máximas y principios de subversión y de ideas funestas y peligrosas a la tranquilidad de los pueblos, política al doblez, a la mentira y a la perfidia, patriotismo al furor revolucionario y al deseo del trastorno del orden establecido, igualdad a la confusión de situaciones cuya diferencia han señalado la naturaleza y la fortuna, pueblo a los holgazanes, a los perdidos, y a aquellos que no tienen lazos ni intereses algunos para con la sociedad, fortaleza de espíritu a la impiedad”.

Entre 1814 y 1821 ejerce diversos cargos administrativos, sanitarios y universitarios, y llega a convertirse en importante asesor de las autoridades españolas, siendo consejero de Pablo Morillo. Firmado el armisticio en 1920, abandonando el ejército español el país y acabada la guerra de independencia en Venezuela, un grupo de venezolanos del partido realista se vio obligado a emigrar. Bolívar llegó a decir que mucho más difícil fue la lucha contra los nacionales realistas, el enemigo interno, que contra el ejército y la administración española. 

Acabada la terrible y destructora guerra fratricida que cobró una inmensa cantidad de vidas en edades productivas, hubo la pacificación, la conciliación y muchos del bando realista se quedaron, olvidaron, renegaron o cambiaron sus posiciones, se adaptaron a las nuevas realidades, entre ellos la misma hermana del Libertador, María Antonia. Muchos siguieron gobernando en el país con privilegios y limitaciones, acosados por muy largos años por emergentes caudillos. 

En 1821 viaja a Puerto Rico con el grupo de emigrados y de allí a Cádiz. Ocupa luego el cargo de Intendente en Puerto Rico desde 1822 a 1828 y tiene el firme propósito de “liberar” a Venezuela, a pesar de que ya España reconoce las nacientes repúblicas y mantiene diálogos y contactos con las mismas. José Domingo Díaz no cambió nunca de posición, aunque llegara a reconocerle algunos méritos a Bolívar años más tarde. Terminó viviendo en una España que no era parecida a la que defendiera, a causa de los cambios históricos que se sucedieron luego.

Allá vive entre 1828 y 1829, y publica su obra Recuerdos sobre la rebelión de Caracas, muy recomendable lectura que cuenta con una edición del 2012 de la Biblioteca Ayacucho, en la que expone su visión del lado de los derrotados y de testigo en primera persona de los sucesos de la Guerra de Independencia y en la que evidencia su pasión y nostalgia con párrafos como el que sigue:

Aquella provincia [Venezuela], la más feliz de todo el universo, había caminado en prosperidad desde su descubrimiento, cuando el comercio libre, con los puertos habilitados de estos reinos, concedido por S. M. en 1778, aceleró su hermosa carrera. Cada año se hacía notable por sus asombrosos aumentos: los pueblos existentes veían crecer su población; en los campos establecerse otras nuevas; cubrir la activa mano del labrador la superficie de aquellas montañas hasta entonces cubiertas con las plantas que en ellas había puesto la Creación”

Se cree que fallece entre 1831 y 1835. Tomás Straka afirma, en su libro Contra Bolívar, que recoge muchos de los escritos del Díaz de la Gazeta, que probablemente murió en 1934. 

 


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