Perspectivas

La fábula del escorpión y la rana

10/10/2020

El zorro hablando con Esopo sobre animales. Siglo V a.c. Grecia.

Otras veces hemos hablado de la importancia de los mitos en la política y en los imaginarios colectivos, pero nunca habíamos hablado de la importancia de la fábula. Nacida, como casi todos los géneros literarios, de la sabiduría popular, la fábula supo conservar su original carácter sencillo y jocoso. Se trata de una narración breve y simple que tiene por objeto criticar los vicios y los defectos de las personas, pero también de las sociedades. Su nombre en español es una palabra latina, ya que en griego se les llamaba simplemente mythoi, “narraciones”, “leyendas”, “fábulas”. Como advierte Carlos García Gual en su trabajo sobre “La fábula esópica”, parece que el origen de este género se remonta a Mesopotamia, si bien ya en Hesíodo aparece la primera fábula griega, la Fábula del águila y el ruiseñor, como nota Quintiliano (Inst. V 11, 19). Después, poetas líricos como Calino, Semónides y Estesícoro escribirán también fábulas antes que Esopo.

Prima hermana de la romana sátira, esta crítica no es sin embargo directa como aquella, sino más bien alegórica. A más de su sencillez y brevedad, el atractivo principal de la fábula consiste en que nos presenta a animales y cosas hablando y actuando como si fueran humanos, o más bien, mostrando lo peor de los humanos. Así, los recursos de la parodia y la caricatura, es decir, de lo cómico, están garantizados combinando con gracia e ironía, en una historia breve, la lección moralizante y la crítica mordaz, la burla y la intención didáctica. En principio, una fábula debe concluir expresamente con una moraleja… o no. 

No debe extrañarnos, pues, el que la fábula sea uno de los géneros literarios más populares y queridos en todas las culturas, muy especialmente por los niños; pero a la vez uno de los vehículos favoritos de la invectiva política. Pocas como ella para mostrarnos con sencillez y elegancia la miseria y los vicios del poder en todas las épocas, en todos los países. La literatura popular venezolana tiene numerosas y hermosas fábulas, muchas de ellas provenientes de las tradiciones de nuestros pueblos originarios. Nuestro clásico insuperable, cómo olvidarlo, es “Tío tigre y tío conejo”. Y cómo olvidar tampoco en nuestras letras hispanoamericanas las geniales fábulas de Augusto Monterroso que tanto le gustaban a García Márquez. Sin embargo, cuándo no, el fabulador más célebre de la antigüedad fue un griego, Esopo. Como suele pasar con casi todos los autores geniales, la vida de Esopo se pierde en la leyenda y podemos dar por ciertas muy pocas cosas de las que se cuentan. 

Parece que vivió en los límites de las épocas arcaica y clásica. El primer testimonio que tenemos de su vida no puede ser más gracioso. Se trata de una cerámica del año 470 a.C. (Esopo y la zorra, ca. 470 a.C., Museo Gregoriano Estrusco, Museos Vaticanos) que lo muestra charlando con una zorra, sin duda una alusión a su célebre fábula sobre “La zorra y las uvas”. Sin embargo, autores serios como Heródoto (II 134), Platón y Aristóteles (Retórica II 20), y otros tal vez menos serios como Aristófanes (Avispas 1448), hablaron de él. Calímaco dice que era de Sardes, en la Anatolia. Aulo Gelio al igual que Fedro, que escribió unas Fabulae en el siglo primero, muchas de ellas adaptaciones de Esopo, quieren que sea de Frigia. Heráclides Póntico el gramático dice a su vez que era de Tracia. 

Menos confusión reina en torno a sus fechas: tanto Herodoto como Heráclides y Fedro lo sitúan, años más, años menos, hacia el siglo VII y VI a.C., más concretamente en la segunda mitad del VI. Dicen que fue esclavo y consiguió su libertad, y una vez liberado vivió en la corte del rey Creso de Lidia, famoso por sus riquezas. En el Fedro (61 b) Platón cuenta que Sócrates se sabía muchas de sus fábulas de memoria. Ya en tiempos de Aristófanes y quizás Heródoto parece que circuló una biografía novelada de Esopo. Aquí, como en la mayor parte de las biografías escritas en Roma y la Edad Media, predomina más bien lo “fabuloso”, lo pintoresco y lo inverosímil. Lo mismo puede decirse de la Vida de Esopo, escrita por Máximo Planudes en el siglo XIV. Lo cierto es que existió un popularísimo Esopo que, al decir de García Gual, “creó la primera colección de fábulas y fijó el tipo clásico de las mismas”. Al español sus fábulas han sido traducidas desde 1489 y La Fontaine las adaptó al francés en el s. XVII. En América, la primera traducción forma parte de una edición bilingüe que se debe a Miguel de Silva (México, 1898).

Una de las fábulas que se atribuyen a Esopo, y una de mis preferidas, es la historia del escorpión y la rana. Cuenta que un día un escorpión le pidió a una rana que lo ayudara a atravesar un río. La rana respondió: “¡Estás loco! ¡Será para que me piques!” Sin embargo, ante la insistencia del escorpión, la rana aceptó, no sin antes hacerle prometer que no le haría daño. El escorpión, claro, se lo promete, sube a la espalda de la rana y ésta se lanza. Sin embargo, cuando se encuentran a mitad de la corriente, el escorpión no puede resistirse y pica a la rana. “¡Imbécil!”, le dice la rana. “¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? Ahora moriremos ahogados los dos”. A lo que el escorpión responde que no había tenido elección, simplemente no había podido luchar contra su propia naturaleza.

Como a mí, estoy más que seguro de que esta fábula tiene que haber recordado a alguien o a algo en particular, o tal vez alguna situación colectiva. Es el secreto de los clásicos, siempre vigentes en todo tiempo y lugar, siempre una respuesta para cada aventura o desventura. En todo caso, si alguien tiene dudas sobre la verdad y sabiduría que encierran las viejas fábulas, creo que este pequeño ejemplo bastará para disiparlas.


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