Perspectivas

La estratagema de Europa para China

Fotografía de Thibault Camus | POOL | AFP

13/01/2021

CAMBRIDGE – Justo cuando 2020 llegaba a su fin, la Unión Europea y China anunciaron la concreción de un Acuerdo Integral de Inversión (Comprehensive Agreement on Investment, CAI) entre ambos gigantes económicos. «Será el acuerdo más ambicioso que haya firmado China con otro país», alardeó el anuncio oficial de la Comisión Europea.

El CAI permite a las empresas europeas un mayor acceso al mercado chino, elimina (o reduce) los requisitos del gobierno chino para los emprendimientos conjuntos y transferencia de tecnología en algunos sectores, y promete un trato igual para las empresas estatales y mayor transparencia regulatoria. Además, el gobierno chino asumió ciertas obligaciones sobre sostenibilidad ambiental y derechos laborales, entre las que destaca su compromiso a realizar «esfuerzos continuos y sostenidos» para ratificar el Convenio relativo al Trabajo Forzoso u Obligatorio.

En el papel, este no solo es un triunfo para la industria europea, sino también para los derechos humanos, pero el CAI no fue recibido por todos de manera positiva. La reacción de EE. UU. incluyó desde desilusión hasta una rotunda hostilidad, para los partidarios de la línea dura, incluidos los funcionarios del gobierno saliente de Trump, la decisión da la sensación de que Europa se doblegó ante el poder económico de China y concede a ese país un importante triunfo diplomático.

Pero también hubo muchos moderados, entre los que se cuenta el asesor para la Seguridad Nacional del presidente electo Joe Biden, que se mostraron consternados. El gobierno entrante de Biden hubiera preferido lograr un acuerdo económico con Europa primero, para presentar un frente unificado contra China.

A otros les dolió la aparente ingenuidad de la UE frente a las promesas de China relacionadas con los derechos humanos. Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga y miembro del Parlamento Europeo, tuiteó que «las firmas de los chinos relacionadas con los derechos humanos valen menos que el papel sobre el cual se escriben».

El acuerdo chino-europeo resalta una pregunta fundamental en el orden mundial pospandemia: ¿cómo se gestionan las relaciones estratégicas y económicas entre grandes potencias con sistemas institucionales y políticos muy distintos? En particular, ¿es posible para las democracias ser fieles a sus valores mientras comercian con China y mantienen relaciones de inversión con ella?

Para responder esta pregunta, debemos reconocer dos cuestiones: en primer lugar, es imposible visualizar una desconexión significativa de las economías occidentales y la economía china que no genere una catástrofe económica; en segundo lugar, poco pueden hacer los países occidentales, en forma individual o colectiva, para modificar el modelo económico estatal chino o su régimen represivo en cuanto a los derechos humanos y laborales.

Los acuerdos comerciales y de inversión no pueden transformar a China en una economía de mercado al estilo occidental ni convertirla en una democracia. El objetivo, entonces, es tratar de lograr un nuevo régimen mundial que reconozca la diversidad económica y política sin afectar gravemente los beneficios del comercio y la inversión internacional.

Nada de esto implica que los países occidentales deban dejar de lado los derechos humanos o políticos cuando se relacionan con China en la esfera económica, simplemente significa que EE. UU. y Europa deben tratar de lograr metas más limitadas, factibles y, en última instancia, defendibles.

Dos de esas metas que son fundamentales: en primer lugar, las normas comerciales y de inversión debieran garantizar que las empresas y los consumidores occidentales no sean cómplices de manera directa de los abusos contra los derechos humanos en China; en segundo lugar, esas normas debieran salvaguardar a los países democráticos contra las prácticas chinas que podrían socavar sus arreglos institucionales locales laborales, medioambientales, tecnológicos y para la seguridad nacional. El objetivo debiera ser el respeto y la protección de los propios valores occidentales, más que su exportación.

La pregunta importante sobre el CAI, entonces, no es si la UE podrá alterar el sistema económico chino o mejorar los derechos humanos y el régimen laboral en ese país. Incluso si mejora el trato hacia la minoría musulmana uigur, continuarán la represión de los disidentes y las restricciones a la libertad de expresión. Aun si China ratifica el Convenio sobre el Trabajo Forzoso —algo que está en duda—, los líderes chinos no planean reconocer a los sindicatos independientes. La pregunta relevante es si la UE resignó su libertad para implementar políticas que limiten su complicidad en los abusos contra los derechos humanos y laborales, o la salvaguarda de la seguridad nacional europea y sus normas laborales.

La Comisión Europea afirmó que el CAI permite a la UE mantener su «margen político», especialmente en «sectores sensibles» como la energía, la infraestructura, la agricultura y los servicios públicos. En las áreas restantes, la UE ya está bastante abierta a la inversión china. Eso nos lleva a preguntarnos qué cree el gobierno chino que está obteniendo con el acuerdo.

La respuesta parece ser que China está asegurándose contra futuras restricciones europeas. El acuerdo contiene un esquema de arbitraje que permite a las partes presentar quejas por infracciones. Si las cuestiones no se resuelven a través del proceso consultivo, se deben presentar las disputas ante paneles de arbitraje con procedimientos de conformidad específicos. Mientras que la Comisión Europea ve esto como un mecanismo para evitar que los chinos den marcha atrás en sus compromisos, también podría servir para que el gobierno chino desafíe barreras de entrada específicas contra las empresas de su país.

Un marco de trabajo para la resolución de disputas es fundamental para cualquier orden mundial practicable, pero, ¿qué ocurriría si, por ejemplo, un país europeo desea impedir el ingreso a una empresa china que trata mal a sus trabajadores o funciona en Sinkiang? Francia ya exige a las grandes empresas francesas que respeten los derechos humanos y las normas medioambientales internacionales en sus operaciones en el extranjero.

¿Qué ocurriría si los países europeos adoptan medidas más duras que impidan a las empresas chinas con prácticas laborales o medioambientales problemáticas operar en la UE? ¿Determinaría el mecanismo de arbitraje que estas normas son compatibles con el CAI? De manera similar, ¿qué tan flexibles serán los paneles con las excepciones al acceso a los mercados basadas en consideraciones de «seguridad nacional»?

No hay respuestas claras a estas preguntas, mucho dependerá del texto final del CAI y del grado en que los paneles de arbitraje decidan priorizar el acceso a los mercados sobre el «interés público» que planteen los países.

En todo caso, ni el deseo de EE. UU. de forjar un frente unificado contra China, ni la realidad de que el CAI se quedará corto a la hora de crear una China más libre y orientada a los mercados son argumentos válidos contra el CAI y otros acuerdos comerciales y de inversión similares. No debemos juzgar al CAI por su capacidad para permitir que Europa exporte su sistema y sus valores, sino por las oportunidades que ofrezca a Europa para seguir siendo fiel a sí misma.

Traducción al español por Ant-Translation

Dani Rodrik es profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. Es autor de Hablemos claro sobre el comercio mundial: Ideas para una globalización inteligente.

Copyright: Project Syndicate, 2021.
www.project-syndicate.org


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