La encrucijada del atleta venezolano: el silencio o el colapso

Los hermanos Rubén y Jesús Limardo con sus medallas de oro y plata en los Juegos Panamericanos Lima 2019 | Fotografía de AFP

12/08/2019

Sin una economía sana, es imposible tener una actividad deportiva y cultural sana. El fracaso de la experiencia soviética, reconocida por su lucha cuerpo a cuerpo con el modelo occidental, evidenció que no hay creación que pueda sobrevivir sin libertad y apoyo de la empresa privada. Cuando se le excluye, es obvio que el primer responsable es el encargado de la planificación, porque debe, entre muchas cosas, encontrar recursos donde no los hay.

Varios atletas, directa o indirectamente, han responsabilizado a Pedro Infante de los resultados que se consiguieron en Lima 2019. Infante fue Director General de Masificación del Deporte en 2008; Viceministro de Actividad Física en 2014 y Ministro de Deportes entre 2015 y 2016, cargo que dejó momentáneamente, para regresar en 2017. De manera que ha estado prácticamente en todas las instituciones encargadas del desarrollo del deporte. Si bien durante sus diferentes mandatos se han escuchado voces disidentes, los decibeles subieron al cierre de estos Juegos Panamericanos.

Por citar algunos casos, en Perú fue público el caso de Paola Pérez, quien sufrió un ataque de hipotermia por no contar con el traje adecuado en la prueba de 10 kilómetros en aguas abiertas. Diego Vera, el representante masculino, tampoco recibió el equipo adecuado. Edilio Centeno, atleta de tiro, mediante un video, aseguró que el daño que le había hecho Infante al deporte venezolano era “irreversible” y el velerista Daniel Flores, en su cuenta de Instagram, explicó que, para competir en los Panamericanos, vendió todos sus equipos complementarios.

Pero la prueba clave de los problemas que enfrenta Venezuela retumbó en la voz de Rubén Limardo, atleta que además de ganar la medalla de oro en espada, fue electo como diputado suplente en las elecciones parlamentarias del Partido Socialista Unido, aunque no asistía a las sesiones. «No puede ser que a última hora hagan todo. Si esta fecha se sabe desde hace cuatro años, tengan todo al momento. Planificar es la manera de obtener resultados. Vean el medallero: los que están arriba es porque seguramente tienen una excelente organización», dijo tras subir al podio.

En este hilo de la periodista Eumar Esaá, especialista en seguir el ciclo olímpico, se pueden leer las declaraciones de Limardo:

Ante la evidencia de los resultados, Infante viajó a Perú y habló con el diario oficialista Líder. Aseguró que la responsabilidad de lo que había sucedido con Paola Pérez era de los “planificadores” de los deportes acuáticos. Además, en diferentes entrevistas culpó al “bloqueo económico” que impuso Estados Unidos, como responsable de las dificultades para honrar sus compromisos con los participantes.

Sin embargo, la perodista Mari Riquelme publicó un informe de la Dirección General de Alta Competencia, en la que se indicaban algunas recomendaciones a seguirse entre 2015 y 2019. No se siguieron. Hoy, según la comunicadora, ni siquiera existe una comisión que pueda elaborar tales informes.

Declaraciones aparte, lo que deja en evidencia el rendimiento venezolano en los Juegos Panamericanos es el fuego cruzado en el que está inmerso el atleta. A este redactor le consta, mientras era director de Líder, como se retrasaban los compromisos adquiridos entre el estado venezolano y Limardo, entonces medallista olímpico. En 2012, el chavismo lo exhibía como un logro de la “Generación de oro”. Sin embargo, puertas adentro, se sabe que sin los recursos propios y del apoyo de algunos patrocinadores privados, habría sido imposible que el sablista se hubiera entrenado.

Si eso le pasaba a una figura reconocida, muchos otros competidores se preguntaban qué pasaría si abrían la boca. Para el atleta “amateur”, conseguir patrocinantes es un dolor de cabeza. Dolor que se multiplica en un país con una actividad económica minimizada. Si el béisbol, el deporte más seguido en Venezuela, puede realizarse solo con los dólares que entrega el gobierno venezolano —la discusión este año para hacer el calendario ha sido pública—, imagine lo que le sucedería a Yulimar Rojas si no pudiera entrenarse en Europa.

Históricamente, los altetas suelen guardar un perfil bajo con respecto a la relación que tienen con sus federaciones y gobiernos de turno. Pero hay sus excepciones. Uno de los casos más conocidos sucedió hace poco, con la mejor futbolista de la FIFA, Ada Hegerberg. Se resistió a vestir los colores de su selección, Noruega, porque la Federacón no tiene una política justa de salarios entre los hombres y las mujeres. Otro reciente es el de Colin Kaepernick, quien se convirtió en una de las figuras más importantes contra el status quo del fútbol americano. Durante los juegos de invierno, en Sochi, la atleta ucraniana Bogsana Matsoska se retiró de la competencia por el uso de la violencia de Rusia contra manifestantes en Kiev.

“El deporte es, cada vez más, un negocio organizado para mostrar marcas, crear ídolos y vender derechos de televisión. Con la excusa de la pureza del deporte, los organismos que los regulan insisten en que los deportistas eviten hablar sobre el estado del mundo. Cuando el basquetbolista de la NBA LeBron James mostró una camiseta que decía I can’t breath —las últimas palabras de Eric Garner, un afroamericano asesinado en un caso de brutalidad policial—, la máxima autoridad de la liga dijo que respetaba el gesto, “pero preferiría que los jugadores se ciñeran a las normas reglamentarias sobre su vestimenta”. Al delantero Frederick Kanouté, la Real Federación Española de Fútbol lo sancionó con una multa de 3.000 euros por mostrar una camiseta que decía Palestina. Todavía en el siglo XXI, nadie quiere lecciones de sus entretenedores”, escribió José María León para la revista Soho al analizar a Muhammad Ali, probablemente el atleta más contestatario que ha existido.

“El problema no es que hablen y que le quiten los recursos. El verdadero problema es lo que podría pasar con sus familias, que están en Venezuela. Eso detiene a muchos que han recibido ofertas para representar a otros países con mejores políticas deportivas”, dice una fuente del propio Ministerio del Deporte para esta nota. La advertencia recuerda a la vigilancia que mantenía el gobierno de Nicolae Ceausescu sobre Nadia Comaneci.

“Puertas adentro, se cree que con Chávez no hubiera pasado esto. Hay una firme convicción del atleta amateur, sobre el apoyo del expresidente fallecido y el amor por el deporte. Diría que eso es lo único que los une con el pasado. Pero de resto, todos viven las mismas dificultades del venezolano de a pie. Puede que estén un poco mejor que el ciudadano que sale todos los días a buscar su sustento, pero sufren lo mismo porque sus familias están en iguales circunstancias. Tal vez habrá dos o tres privilegiados, pero no más”, nos dice un atleta de alto rendimiento. Todos los informantes mantienen su condición anónima por obvias razones.

Si analizamos los resultados deportivos en los Juegos Panamericanos desde que el chavismo llegó al poder en Venezuela, se evidencia que hay una relación entre el auge del movimiento que inició Hugo Chávez Frías y el deterioro popular y económico del modelo. En 2003 se tocó techo con 16 medallas de oro en Santo Domingo. A partir de allí, la repartición de doradas fue así: 12 en Río (2007); 11 en Guadalajara (2009); 8 en Toronto (2015) y 9 en Lima. Podría pensarse que esa presea extra es un avance, pero al mirar las 43 totales del medallero, lejos de las 70 conseguidas en Brasil y México, concluimos que es un argumento sin sustento.

Un análisis más serio debería incluir los retrocesos en especialidades en las que Venezuela parecía apuntarse como potencia, como el softbol, baloncesto y el voleibol. Incluso es más importante revisar el despegue de rivales que antes estaban muy por debajo del país, como Colombia, que consiguió 27 doradas y casi duplicó con 83 preseas a Venezuela. Pero eso nos llevaría a otro punto. En general, habría que revisar por qué la posición 12 de 2019 es la peor desde el puesto 13 en 1975. No quiero detenerme en esto porque requiere sacar una lupa y hablar de los problemas disciplina por disciplina.

Dejando a un lado las estadísticas, el atleta venezolano enfrenta dilemas que poco se discuten en los medios de comunicación. Es primera vez, por ejemplo, que una delegación compite con dos presidentes supuestamente enfrentados. Temas legales aparte, Nicolás Maduro y Juan Guaidó son las caras de dos sistemas políticos antagónicos. Y a cada uno le siguen ciudadanos que aspiran a sociedades equidistantes. En este contexto, pareciera que las victorias pasan por el colador de la militancia. No se celebra por igual el triunfo de Antonio Díaz o Yulimar Rojas, que el de Limardo o Alejandra Benítez, atletas que formaron o forman parte de la actual estructura gubernamental.

Por otro lado, ¿puede Guaidó proveerle a los atletas los recursos necesarios que necesitan para competir en buena lid? Obviamente no. Por ahora, el político representa una idea, una aspiración. Los atletas, no obstante, necesitan un apoyo real. El Instituto Nacional de Deporets y el Comité Olímpico Venezolano (COV) son los únicos que pueden proveerlo, dos entes politizados que no cuentan con los mejores, sino con los alineados políticamente. Así como Infante se metió hasta en la directiva de la Federación Venezolana de Fútbol, una institución que rige la FIFA, el chavismo penetró todas las federaciones deportivas del país, con el aval del presidente del COV, Eduado Álvarez.

En consecuencia, habría qué preguntarse cómo es el país que quieren, sueñan y desean los atletas que vencieron en Lima. Porque más allá de las dedicatorias que hacen, un cliché válido para acercar nuestras diferencias sociales, políticas y culturales, es ineludible reflexionar sobre la Venezuela que ansían. ¿Los atletas no tienen posición política? ¿Por qué se le exige a la ama de casa o al conductor del autobús que se manifiesten por el interés del país y no al deportista? Son miles los venezolanos que perdieron las carreras de sus vidas por manifestarse publicamente y hoy trabajan de taxistas o limpiando casas.

“Soy una protesta ambulante”, dijo la campeona del mundo Megan Rapinoe, al hablar de su militancia. De hecho le dijo al presidente de Estado Unidos, Donald Trump, que el discurso que regularmente utiliza es excluyente. La culpa de ver a los atletas como seres fuera del sistema la tenemos los propios espectadores. Demandamos sus obligaciones (representar al país), endiosamos sus resultados, pero los abandonamos en sus derechos. Y protestar es un derecho.

Venezuela no es Estados Unidos. Y es cierto, tal vez lo más justo es aplaudir que en medio de una situación sin precedentes, estos jóvenes venezolanos lo siguen intentando, sabiendo que lo común en cualquier competencia es la derrota. No obstante, el silencio ante tantas injusticias, ante la falta de apoyo, ante la politización y torpeza de dirigentes y el colapso del “socialismo del siglo XXI”, comienza a ser atronador. Lima es solo un mínimo eco de esa decisión.


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