Poesía

La cebolla de Günter Grass

27/01/2018

En el invierno de 1956, recién casado y con una Olivetti portátil, regalo de bodas, en la maleta, llega Günter Grass con su esposa Anne a París. La idea es escribir su primera novela. Su dirección de llegada, rue Alibert, cerca del canal Saint-Martin, en el 10éme arrondissement, barrio de origen obrero que protagonizó jornadas gloriosas en 1830, las cuales se conmemoran con la imponente columna de la Bastilla, a poca distancia del canal.

Yves Montand lo cantó en una popular balada y Marcel Carné lo convirtió en escenario de  Hotel du Nord, protagonizada por Louis Jouvet y Annabelle. Para Grass, resultaba lo más natural; después de todo, conoció bien, como minero, el mundo de los trabajadores. En uno de sus paseos por el barrio, el incipiente escritor alemán se tropezó con el banco donde Flaubert sentó a los protagonistas de su Bouvard y Pecuchet,  para muchos  su mejor libro: “Aparecieron dos hombres… cuando llegaron a mitad del boulevard se sentaron al mismo tiempo en el mismo banco”. A los pocos meses se mudaría a Montparnasse, rue de Chatillon; para terminar residenciado un poco más allá, en Avenue d’Italie en el 13ème arrondissement, ya liberado del stress del alquiler gracias a la generosidad de su suegro, quien les compro el pequeño piso.

En París nos olvidamos de Berlín.
En París nos hicimos amigos, Paul Celan y yo.
En París, escribí, después de haber encontrado
la primera frase (de El tambor de hojalata),
un capítulo tras otro.
En París se secaban las esculturas, se desmoronaban
en el armazón.
En París anduvimos una y otra vez faltos de dinero. 

A Paul Celan lo había conocido en las reuniones del Grupo 47, que reunió a los más destacados autores alemanes durante los primeros años de la post-guerra:

Y mientras en los cafés del 13ème arrondisement y en el cuarto
de la calefacción garabateaba capítulo tras capítulo que copiaba
luego en la Olivetti y simultáneamente mantenía la amistad
con Paul Celan, que sólo podía hablar de sí mismo solemnemente
en stretti y como colocado entre velas de lo indecible de
sus poemas y de sus sufrimientos.

Y más adelante:

Y Paul Celan, cuyas preocupaciones sólo podían calmarse unas
horas, me daba ánimo cuando el trabajo en el manuscrito comenzaba
a atascarse…Y en el Jardín de Luxemburgo, cerca del carrusel
de Rilke, conseguí sacar a Celan de aquellos ciclos en que se creía
perseguido y de los que, pensaba, no había escape… En París
fuimos felices, sin sospechar por cuánto tiempo todavía… En París
me hice cada vez más político… En París fue imposible ayudar a Paul Celan. En París pronto no fue posible quedarse.

En efecto, Grass volvería a Alemania en 1958 y Celan se quedaría a vivir a orillas del Sena, en cuyas aguas, once años después, cerca de Pont Mirabeau, ahogaría para siempre sus miedos y persecuciones.

Antes de los comentarios sobre Celan, Günther Grass había hecho referencia a la muerte de otros dos poetas de lengua alemana, y absolutamente alemanes, a diferencia del malogrado Celan: “En París supimos Anna y yo que, en el Berlín occidental y en el oriental, con poca diferencia, habían muerto Gottfried Benn y Bert Brecht dejando huérfanos a sus numerosos epígonos. Escribí un poema como necrología para los dos”. Difícilmente dos poetas más opuestos desde el punto de vista ideológico y estilístico que Benn y Brecht. El segundo siempre comunista, y el primeros simpatizante de los nazi en su juventud. Brecht influyó en la poesía de Grass. De Benn admiró su entrega absoluta a la vida intelectual.

Los comentarios de Grass aparecen en su volumen Pelando la cebolla (Beim Häuten der Zwiebel, 2006), traducido con méritos al español por Miguel Sáenz. De aclarar el extraño título se encarga el mismo autor:

El recuerdo se basa en recuerdos, que a su vez se esfuerza por
conseguir recuerdos. Por eso se asemeja a la cebolla que, con
cada piel que cae, deja al descubierto lo olvidado hace
tiempo, hasta los dientes de leche de la primera infancia;
luego, sin embargo, el filo del cuchillo la ayuda a conseguir
otro fin: cortada piel a piel, provoca lágrimas que nublan
la vista.

Pelando la cebolla es un libro de recuerdos, unas memorias, un sub-género privilegiado por el autor en diversos momentos de su carrera. En este caso, son dos, entre cientos de ellos, los recuerdos que no olvidará con facilidad el que se disponga a la lectura, más que recomendable, del libro. El segundo de ellos es el más doloroso; el primero, por su parte, debe ser el más inesperado y, si se quiere, escandaloso. Refiere el autor a sus 79 años, en una confesión que nadie le había demandado, que el adolescente Grass, y más tarde el joven Grass de diecinueve, no se mantuvo indiferente al llamado milenarista de Hitler. Más bien militó en el nazismo con convicción y entusiasmo, algo que sus lectores desconocíamos, incluso después de unas relaciones de cinco décadas:

Al fin y al cabo fui de las juventudes hitlerianas y joven nazi.
Creyente hasta el fin. No precisamente con fanatismo al principio,
pero sí con mirada inconmovible, como un reflejo, en la bandera…
ninguna duda afectaba mi fe… ¿En que creía antes de creer en Hitler?

Después de ser rechazado por el ejército, el joven Grass es reclutado y servirá, hasta el final de la guerra, como asistente de artillero de tanques. Poco después será la catástrofe, la reclusión en el campo de concentración británico de Marienbad, donde estudiara cocina en uno de los cursos organizados por los prisioneros (otros escogerán lenguas clásicas y aun otros el estudio de la metafísica desde Spinoza a Heidegger, porque los alemanes son así, incluso presos). Al poco tiempo, la libertad, la vida de refugiado en su propio, devastado país; la destrucción de la casa paterna en su Danzig natal; el encuentro con la familia en otra ciudad; el regreso a la aventura y sus estudios de arte en Düsseldorf donde compartirá con Joseph Beuys. Lo escandaloso de la revelación de sus compromisos con los nazis, no fue tanto el grado de su adhesión, toda Alemania de una u otra manera sintió lo mismo, sino el silencio de toda una vida. ¿Cómo un escritor, poeta e intelectual tan elocuente y políticamente tan activo pudo vivir con ese secreto tanto tiempo? La cebolla no nos revela las causas del mutismo. Aunque en algunas páginas el mismo Grass refiere su responsabilidad:

Es verdad que durante mi adiestramiento no se sabía nada de
los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la
afirmación de mi ignorancia no podía desmentir mi experiencia
de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó
y llevo a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque
pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre
quedará un resto que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada
frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella
los años que quedan, eso es seguro. 

Como del hambre, puede decirse de la culpa y la vergüenza que la sigue
que es algo que corroe, corroe incesantemente; sin embargo,
sólo he pasado hambre a veces, en cambio la vergüenza…

El segundo de los grandes recuerdos que la “cebolla” ofrece a Grass es el sujeto de una página admirable. Refiere la muerte de su madre; la mujer que, como nadie, señaló su existencia; la misma que, en repetidas ocasiones, nadie sabe cuántas, entregó su cuerpo a la lujuria y venganza de los soldados del ejercito rojo para proteger a su hija adolescente. La evocación de esta mujer es el momento más conmovedor de los muchos que redactó Grass, patético y poético en su tono confesional:

Ella, de la que  salí arrastrándome y gritando enseguida… ella,
en cuyo regazo me sentaba aun a los catorce años, niño de
mamá que desde muy pronto conservó su complejo… ella, a la
que prometí, pinté en el aire, riqueza y fama, el Sur y la
Tierra Prometida… ella que echaba para mí azúcar en la yema
del huevo, ella, que se reía cuando yo mordía el jabón…
ella, que a mí, su hijito, se lo dio todo y del que recibió poco, ella,
que es mi valle de alegrías y lágrimas… ella, a la que, en papel
todavía blanco, quisiera besar hasta despertarla, para que se
viniera sólo conmigo de viaje y viera cosas bonitas… ella, mi
madre, murió el 24 de enero de 1954.

El apasionante libro de recuerdos de Grass concluye con su regreso a Alemania. En su equipaje, la fiel Olivetti y el grueso manuscrito de su Tambor de hojalata. Pelando la cebolla es una estupenda muestra, con sus excesos, del genio de Grass para las memorias. Una prosa física y a momentos acelerada, como el flujo mismo de los recuerdos, escrita en el mejor realismo de su tiempo. Un libro no ayuno de valentía y ternura. El acontecido itinerario de una existencia vivida con intensidad y pasión. Una apasionante crónica de su siglo, escrita por uno de los mejores narradores alemanes de la modernidad.


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